Biografía computeril: 8 bits II (Yo 1)

Por Javier Albizu, 28 Diciembre, 2007
Ayer (es un decir) lo dejamos en el momento en el que el primer Spectrum llegó a nuestra casa.
¿Primer Spectrum?
Efectivamente, después de ese, llegaría otro (y por después entiéndase uno o dos días).
Allí estábamos nosotros. De nuevo en familia, de nuevo alrededor de una máquina infernal. La escena que habíamos vivido días atrás se repetía de nuevo. El hombre contra la maquina, una lucha desigual. De haber tenido ojos, seguro que el Spectrum nos habría lanzado una mirada desafiante; "Échame todo lo que tengas" era el mensaje que se podía leer entre bits.
De algún manual esotérico surgieron las palabras para la invocación (load"") más nos faltaban los ingredientes para que el sortilegio fuese efectivo (el cassette estaba ahí al lado, pero no estaba conectado. No había cinta en su interior. No hubo amago de darle al Play)
Embobados, continuamos mirando la pantalla. No había movimiento alguno. La magia de la informática se nos demostraba tan falsa como la de los ilusionistas de feria. No había imágenes. El único sonido que escuchábamos era el de nuestra propia respiración.
¿Habríamos ofendido a los dioses de la ciencia?
¿Serían nuestras ansias lúdicas algo pecaminoso?
Poseídos por el espíritu de nuestros ancestros, nos negamos a aceptar aquel castigo que considerábamos injustos, y nos revelamos contra los designios divinos.
Pero nuestra negativa a aceptar el cruel hado nos granjeo la ira de las deidades de la electrónica, y su avatar pereció ante nuestros atónitos e impíos ojos.
Resumiendo: Aquello no tiraba (obvio, cuando haces las cosas mal) así que nos dedicamos a pulsar todas las teclas a la vez y la pantalla se llenó de colorines. Después de eso, la maquina no volvió a funcionar.
Round One: Spectrum Wins

Cualquiera se habría desanimado tras dos fracasos tan rotundos, pero mi padre no. Volvió a la tienda, y apareció de nuevo en casa con otro Spectrum.
No recuerdo como lo logramos pero, la cosa es que, en esta tercera colisión tecnología – nosotros (segunda contra el Spectrum, tercera en el cómputo global) terminamos saliendo indemnes y triunfantes. A partir de aquel momento, ya sólo quedaba jugar.

No trataré de engañaros. Es cierto, lo reconozco. Nunca vi, miré o concebí el ordenador como una herramienta de trabajo. Es más, mi mente se negaba a ver toda posibilidad ajena a su función lúdica. Ojeando estos últimos años las revistas antiguas, me he dado cuenta por primera vez de la existencia de anuncios en las que se ofrecían programas profesionales para aquellas plataformas.

La excusa de siempre para en aquellos tiempos (al igual que, en gran medida, ahora) para pillar algún horror tecnológico era, por supuesto, estudiar. La realidad, triste para los padres, feliz para los hijos, era que se trataba de un cachivache para dedicar el tiempo a cualquier otra cosa, salvo eso.
El mercado del pirateo no estaba tan desarrollado (o quizás debería decir "profesionalizado"), pero estando al precio al que estaban los juegos, siempre te las apañabas para que alguien te copiase las cintas, o alquilar juegos en video clubs o tiendas de juegos y copiarlos tu mismo.
En Pamplona, que yo llegase a conocer, había dos lugares en los que se podían alquilar juegos: Supermercado del cassette y Ramar. Estos lugares llegaría a conocerlos con posterioridad a la posesión del Spectrum, ya su estancia entre nosotros tampoco se extendió durante mucho tiempo. No, esta vez no nos lo cargamos, sino que, en otra de esas jugadas maestras que pasarán a la historia de las ideas brillantes, lo cambiamos por un MSX.
No me miréis así. Era un ordenador más grande tenía que ser mejor.

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