Biografía computeril: PCverso IX (Ludeando de nuevo)

Por Javier Albizu, 13 Julio, 2010
Se dice que la cabra tira para el monte y, cabezón cual macho cabrío que es uno, de vez en cuanto trataba de regresar a los elevados picos que mi añoranza de los tiempos (más) mozos se empeñaba en recordaba como Nirvanas lúdicos.

Con el tema del software “laboral” solucionado (no había mucho entre lo que elegir, y sólo era cuestión de pedirlo a los distribuidores) y en el aspecto de los programas “creativos” solventado a su vez gracias a (ejem) otros “canales de distribución” que consistían básicamente en “donaciones” de amigos y conocidos
Ndt para aquellos que no entienden el texto “entrecomillado”: Para hacerte con un procesadores de texto o un programa de dibujo, llamabas a alguien que sabías que lo tenía, y te copiabas sus discos que, a su vez, el había copiado a algún otro poseedor del programa en cuestión (después, alguien te lo pedirían a ti, continuando así el ciclo que se prolongaría hasta el absurdo, el infinito, o la llegada de las grabadoras de cedeses)
¿Qué queréis? conseguir según que programas no era algo que pudieses hacer por cauces “oficiales”... a no ser que te sobrase mucha pasta o esperases ganarte la vida con ellos.
A lo que iba, que me disperso. Con la faceta “seria” de mi vida informática “arreglada” mi misión volvía a centrarse en la búsqueda del ludismo perdido.

Pues sí, demostrando mi escasa inteligencia, de vez en cuando dejaba que los aguijonazos que trataban de perforar mi reforzada coraza de “hombre de bien” llegasen a impactar en mi vena lúdico-electrónica. En aquellos momentos tocaba gastarse los ahorros, buscando cual yonki las anheladas mieles de goce digital perdido.
De todas formas y, afianzando las raíces de mi recién descubierta vertiente retro, lo que me dedicaba a comprar eran versiones modernas (que no mejores... bueno, igual un poco mejores, sí) de juegos que ya había tenido. Así, aparte de clásicos como el Pirates Gold o el Unlimited Adventures, grandes juegos a los que apenas les dedicaría tiempo (más allá del que necesitaba para instalarlos y configurarlos, ver las “animaciones” de introducción y decir: “Que bonicos”) también (y tras larga espera) caería uno de los Ultima (el ocho, Pagan).
Con esta saga tenía una deuda pendiente: Tras años de ver las portadas de la saga en las revistas extranjeras (C+VG y Commodore User), nunca había jugado a ninguno de ellos. Así que, tras abrir la caja, contemplar sus ocho disquetes, y cruzar cada uno de los dedos de mi cuerpo (para que no fallase ninguno) durante la instalación... no pude jugar.
Alegría, me cago en la memoria extendida y la madre que la trajo. Tocaba cacharrear (otra vez) con el memmaker si no quería necesitar de un noveno disco (de arranque). Después, jugar cinco minutos, hacer copia de los discos (por si acaso) y ponerlo sólo cuando venían visitas (que bonico que era, pero que peñazo también)

Pero tampoco os creáis que ocho discos era algo fuera de lo normal. Tenías otros programas como el Corel Draw que ocupaba cosa de trece, o la joya de la corona: El Office, que te venía en veinticuatro y cuya instalación era una autentica prueba de paciencia y nervios de acero (y de dedos a cruzar)

Pero claro, uno seguía viendo en las revistas (tanto nacionales como extranjeras) juegos que tenían muy buena pinta... pero que no encontraba en las tiendas de Pamplona. Así que, si quería hacerme con ellos, debía volver a transitar las neblinosas sendas que guiaban mis pasos de vuelta al lado oscuro (bueno, sólo un poco mas “oscuro” que el que me conseguía los programas “serios”) Un camino que ya había recorrido en los tristes tiempos del Atari: A buscar al tipos con “parche y “contactos”. De esta manera contactaría alguna que otra vez con uno de los clientes de la tienda (que era el que había logrado configurar el CD en el ordenador) que traía montones de folios grapados con enormes listados repletos de juegos de prometedores nombres, pero decepcionantes resultados. Lo más entretenido de todo aquello era leer aquellos títulos e imaginar lo que podían significar, calcular cuantos podían caber en “mi lado del CD”, ya que hacíamos los pedidos de manera conjunta, y la espera hasta la llegada del cargamento.

Como veis, los hay que no escarmentamos y nos lanzamos una y otra vez contra la misma piedra. Lo que pasa es que es una piedra que parece tan bonita desde lejos, y se parece tanto a esa que teníamos hace tiempo, que mucho me temo que seguiré tropezándome con ella durante toda mi vida.
En fin, supongo que hay cosas peores.

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