Biografía computeril: PCverso XVII (Te veo)

Por Javier Albizu, 6 Diciembre, 2010
Si la anterior entrada la dejamos con el descubrimiento y adquisición de un nuevos programas para realizar, de manera correcta, una tarea que, como muchas otras, ya tenía solventada de manera “alegal”.
La comunicación remota era un aspecto de mi nueva vida conectada que tenía bastante descuidada. Sí, me había conectado a algún canal rolero de IRC para ver que era aquello de lo que se hablaba en las listas de correo, pero aquello no era para mí. Aquello era el equivalente virtual de una cena multitudinaria en la que todos hablaban con todos pero, en el fondo, nadie hablaba con nadie. Si a todo esto le sumábamos las ansias de notoriedad de las nuevas “celebridades” que aspiraban al trono del famoseo electrónico, la mayor parte del tiempo daba un poco de “cosica” el pasarse por ahí.
Además de todo esto, si ya acostumbro a diluirme y desaparecer en las conversaciones a varias bandas que tienen lugar en el mundo real, allí, directamente, ni siquiera traté de encajar.
Por fortuna para mí (y para otros tantos como yo, que dudo ser “tan” raro como para ser el único que se sintiese así) surgió el ICQ (que ya sé que, traducido, sería más “Te busco” que el “Te veo” que corona esta entrada, pero como a mí me parece más cercano a la función que desarrollaba el programita, y este es mi blog, y no quiero justificarme más, pues uso la que más me apetece). Una desconocida empresa llamada Mirabilis acababa de ¿inventar? (supongo que no, pero sí que sería la primera en popularizar la idea) la mensajería instantánea unipersonal (y hubo gran regocijo, al menos por mi parte)

Claro, en aquellos tiempos, el asunto aún estaba un tanto en pañales y cosas que hoy damos por sentadas aún tenían que terminar de plantearse y desarrollarse.
Por un lado, para buscar a la gente, tenías que ir a su página (la de Mirablis) y buscarlos. Allí te daban un número identificador que, tras agregar al programa que tenías instalado en tu equipo, enviaba la petición a la otra persona para que te autorizase.
Vale, no es “tan” distinto a como se hace con los programas de ahora (salvo por el hecho de tener que buscar a los contactos en una página web) El problema venía cuando reinstalabas el equipo (que, creedme, con Ventanitas noventa y cinco era algo bastante habitual) Houston no tendría un problema, pero nosotros sí (tampoco nada cataclísmico, pero no por ello menos molesto)
Porque nuestra lista de contactos se guardaba localmente. No había ningún servidor en la red que almacenase aquella información. Así que, o hacías una copia de los archivitos antes de instalar, o tenías que empezar el proceso de nuevo.
Aparte de la funcionalidad “normal”, también estaba la opción que yo bauticé como “a lo loco”, que no existe en los programas de mensajería posteriores y que fue la que me deparó unas cuantas anécdotas curiosas.
Por lo que se ve (nunca me dediqué a explorar esos aspectos de la página, ya fuese para buscar u ocultar esa información) como los datos de quienes usaban el ICQ se encontraban allí, a disposición de quien quisiera buscarlos, había gente que se dedicaba a realizar búsquedas por criterios diferentes a los clásicos Nombre-apellido-correo-electrónico.
En los casos que me tocaron a mí, hasta mi ordenador llegaron tres personas que realizaron búsquedas basadas en País-provincia. Una enfermera (no sé si estudiante, becaria o trabajadora fija) un alemán que había pasado una temporada viviendo en Pamplona, y un administrador de sistemas (no recuerdo si koreano o taiwanés) que tenía a su novia estudiando en la Universidad (privada, supongo) de Navarra una filología.

Con los dos primeros encuentros, apenas charlé. La enfermera me saludó un par de días y el alemán alguna que otra vez más. Pero con el... asiático, cuyo nick recuerdo que era Ars (al parecer un personaje de una serie de novelas muy populares por allí) sí que tuve más trato.
Al parecer, el pobre hombre se dejaba una pasta en llamadas internacionales para hablar con su novia. Entre que por nuestras tierras aún no se habían extendido los cyber-cafés y que la chica no hablaba demasiado bien nuestra lengua, el teléfono parecía ser su única vía de comunicación. Le comenté de un par de lugares desde lo que se podía conectar pero, cuando su novio se lo decía a ella, la chica no se animó a pasarse por ellos.
Al final y aprovechando que las conexiones “gratuitas” que ofrecían las operadoras (esas en las que sólo pagabas el tiempo que estabas conectado) y que usaba yo desde casa, le saqué una cuenta a la muchacha y, tras unos rodeos un tanto rocambolescos (ella me llamó por teléfono al trabajo, pero no nos entendíamos, por lo que me pasó con una compañera de piso suya que es con quién quedé finalmente aquella misma noche) logramos quedar para configurárselo.
Demos gracias a los menús gráficos y la estandarización de la configuración de la conexión a internet porque, obviamente, el ordenador de la chica estaba en chino (o algo similar, y no hablo metafóricamente) Por fortuna, al estar los iconos en los mismos lugares y con los mismos dibujitos, configurar aquello fue de los más sencillo (explicarle a ella y a sus compañeras de piso como utilizarlo, y que se pusiesen de acuerdo sobre los horarios en los que podría usarlo para no dejarles sin teléfono, fue una tarea bastanteo más complicada)

Y, como con esta entrada se me ha ido un poco la mano, en la siguiente terminaremos con el noventa y seis (creo)

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