Carta abierta a mi primer amor

Si hay una constante en mi vida. Algo que me haya acompañado a lo largo, ancho y alto de mi crecimiento, ha sido mi amor por el metal. Por el metal pesado. El metal pesado en forma de máquina de forma humanoide gigante capaz de lanzar rayos, misiles, partes diversas de su anatomía o aplastar al mal a base de repartir de manera generosa y desinteresada hostias como panes.

Tenía cinco años la primera vez que emitieron Mázinger Z. No es que recuerde que tenía esa edad, sino que me remito a las datos objetivos y pruebas documentales que aporta la omnisapiente Wikipedia. Cinco años. Cuando veo a los hijos de mis amigos que tienen o han tenido esa edad y, por su actitud o su... falta de nula habilidad comunicativa para conmigo, no soy capaz de adivinar hasta donde llega su capacidad de raciocinio, o si ya son capaces de comenzar a almacenar recuerdos que perduren, entonces pienso en mi mismo sentado en el sofá esperando que empiece Mázinger. Pienso en cómo su tonadilla, sus sonidos y sus imágenes me acompañaron hasta que pude volver a verlos cosa de quince años después, y me doy cuenta de que, aparte de que estoy menospreciando mucho a esos críos, soy bastante capullo.
Ya tenía seis años cuando vi en el cine de Alsasua Súper Mázinger Z, la primera película que me hizo llorar, pero que me hizo amar aún más a aquella máquina y su piloto. De mayor yo quería ser como ellos. Quería salvar el mundo días sí, día también montado en mi súper robot. No por los vítores, no por el reconocimiento o las recompensas, sino porque era la mejor ocupación que se me ocurría que pudiera tener nunca nadie.
Y crecí y, como no había súper robots que pilotar, ni súper villanos megalómanos armados con brutos mecánicos que derrotar, me dediqué a otras cosas.

Pero el metal ya se encontraba muy afianzado en mi sistema. De vez en cuando, y gracias a la llegada del vídeo, su presencia se iba haciendo. Grendizer, Goldorak o Alas Doradas mantenían vivo su aliento sin llegar a suplantar el recuerdo del “Primero”.
Luego los derivados y sucedáneos, los tebeos que publicó Grijalbo “basados” en la serie, o un tebeo en francés que tenía un compañero del colegio, que conseguí a cambio de unas pegatinas en relieve de los héroes de la Marvel. La película de Match Baron rebautizada por la picaresca de los distribuidores patrios como Mázinger Z, El robot de las estrellas o el (muy superior) tebeo creado por Sanchís basado en la misma. El Rojo Ronin aparecía en los tebeos de Los Vengadores, un Caballero venido del espacio, de la brillante Galador y que respondía al nombre de Rom hacía su primera aparición. Un tipo diminuto embutido en una armadura tecnológica llamado Acroyear luchaba junto a los Micronautas contra el cibernético Barón Karza. Quizás no todos fueran robots, quizás no todos fueran gigantes, pero valían para paliar el ansia.
Los años setenta fueron buenos años para los robotófilos. Luego llegaron los ochenta, llegó la sequía.

De vez en cuando surgían cantos de sirena. Un tebeo algo cutre basado en algo llamado Robotech aparecía en el kiosko de la estación de autobuses. Era malo, pero daba igual. No encontraste ningún número más y aquello te entristeció. Algún robot merecedor de aquel apelativo aparecía de vez en cuando en Ulises 31, pero apenas tenían protagonismo. Macross. El trío de robots de Techno Police 21c.
Y llegaron los Transformers, grandes tebeos, mediocre serie de dibujos, colosal película, lo mejor en lo que participase jamás Orson Wells.
Y más sequía apenas paliada por algún pequeño destello en forma de juego de ordenador, Challenge of the Gobots, fruto de una franquicia televisiva que aún no he catado.
Un destello brillante que me alimentaría largo tiempo, Dynamo Joe. Un tebeo digno, un lugar al que volver una y otra vez.
Terminator, confirmando que el malo podía tener más carisma que todo el resto del elenco. Aliens, demostrando que para ser un auténtico HOMBRE no hace falta ser del género masculino.

Y llegaron los noventa. Buenos tiempos de nuevo para la robofília en todos sus aspectos, si no en calidad, al menos sí en cantidad. Una década que me descubriría que, para tener carismática, una máquina no necesitaba poseer una forma humanoide.
En los tebeos, Xenon; Heavy Metal Warrior y Venger Robot Go. Appleseed o Ghost in the Shell. Gunhed o la moto de Kaneda en Akira.
En los juegos de rol y tablero Battletech y Mechwarrior. Robotech y Mekton Z.
En la tele, Teknoman aka Tekkaman Blade, Laserión, Voltron. Movies Distribución anunciando en el Fotogramas un pack con la versión emitida en los setenta de Máginger. La emisión completa de Mázinger Z, Gran Mázinger y Grendizer que me perdería en aquel momento. El Nautilus, el Arcist y el Retank en Nadia. Los exoesqueletos de Xanatos en Gárgolas. Incluso los Power Rangers.
En el vídeo comenzó la auténtica invasión. Robot Jox y Máquina Letal harían su intentona por la parte americana, pero se perdieron en el aluvión japonés provocado por el nacimiento de Manga Vídeo. Macross II, Megazone 23, Kinshin Heidan, Escaflowne, Evangelion. Patlabor, Shin Getter robo armageddon, la edición completa por primera vez de la serie de OVAs de los que se extrajo Súper Mázinger.

Pero esto no es nada. El los noventa comenzaron a surgir revistas y fanzines con tirada nacional que me hablaban de todo lo que me estaba perdiendo y eso también era apenas una pequeña porción del conjunto. De lo que la llegada de Internet me proporcionó: La perspectiva de lo que me había hasta entonces. La visión de conjunto. El todo.
Pero eso tampoco importaba. Una ristra de datos, una lista interminable de nombres no sirve de nada sin el contexto que les da sentido. No es capaz de describir cómo me siento cuando vuelvo a ver a Mázinger, la congoja que me invade cada vez que veo a Shiro siendo herido mientras va a recoger el regalo de cumpleaños para su hermano en Mázinger contra el General Negro.
Mis amigos ven una animación simple rodeando a una trama más simple aún y unos diálogos un tanto ridículos, pero yo no estoy con ellos mientras se ríen. Yo vuelvo a tener cinco años.

Con el paso del tiempo he visto más series de robots. Muchas de ellas muy malas. Fórmulas mal aprendidas que tratan de repetir algo que no entienden, algo que no sienten. Gente que cree que es necesario “dignificar” a los robots, de hacerlos “realistas”, “serios” y “oscuros”. Adultos tratando de hacer el trabajo de un niño.
Pero no todo está perdido. De vez en cuando salen películas como El Gigante de hierro o Acero Puro. Series como Shin Getter vs Neo Getter, Mazinkaiser o Gurren Lagann. Series y películas que no veo yo, sino que ve la parte de mi capaz de emocionarse con un mundo simple y sincero.

Y, de vez en cuando, salen películas como Pacific Rim.

Películas Héroes de esos que no se estilan hoy en día. Héroes sin dobleces, Héroes que hacen lo que tiene que ser hecho. Sin duda ni remordimiento. Sabedores de lo que les espera, de que probablemente no volverán, pero que, aún así se dirigen sin vacilar hacia su misión. Héroes llenos de camaradería y respeto, desprovistos de nacionalismos vacuos. Héroes para todo el mundo en el que les ha tocado vivir. Sin agendas ocultas, sin vacíos y huecos giros sorpresa de guión.
Héroes sin molonismos, pero con frases que molan. Hombres y mujeres que no temen expresar sus sentimientos, que no temen llorar cuando les invade la congoja, pero que se sobreponen a ella y salen reforzados. Que son capaces de continuar la lucha hasta el final.

De vez en cuando salen películas como Pacific Rim. Películas acusadas de sencillas... como si eso fuera algo malo. Películas que no se ven, sino que se sienten. Películas que hacen que el niño de cinco años que vive en mi interior gire sus brazos acompañando a cada puñetazo, que sienta cada golpe. Películas que hacen vuelva a querer salvar el mundo a bordo de mi súper robot.

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Jose Joaquin R… (no verificado)

Hace 10 años 7 meses

Curioso. Leo esto justamente cuando tengo sobre mi escritorio los volúmenes 2 y 3 de Mazinger Z.