Hazte más fuerte

¿Escribir o no escribir?. Esa no es la pregunta, como mucho sería parte o, igual, una de ellas (vale, quizás la primera). A esta deberían seguirle las habituales ¿por qué? o ¿para qué? ¿cómo? o ¿donde? y, por qué no ¿hasta cuándo?
Estas no son las preguntas que me hice cuando empecé a hacerlo. Simplemente empecé. Mucho antes del blog, pero mucho más tarde de lo que tendría que haber comenzado. Como con casi todo lo que haces, te quedas más con lo malo que con lo bueno. Las ofensas que te auto infliges pesan más que las buenas palabras que te puedan ofrecer. Palabras de halago que, si eres como yo, tiendes a no creer. Cuando te dicen “está bien” y tú le añades la coletilla “para ser tuyo”.
Si está bien ¿por qué no sigues leyendo?
Es entonces cuando llega ese momento (el primero de muchos) en el que comienzan las preguntas. Cuando te das cuenta de que nadie te lee. Cuando las preguntas cambiar su significado, cuando el ¿para qué? Se convierte en ¿merece la pena? y te respondes. No. Pero aún así sigues haciéndolo... al menos durante un poco más de tiempo. Y llegan más preguntas ¿Qué he hecho mal? Porque sabes que es culpa tuya. Nadie está obligado a que le guste lo que, o como lo, escribes. No te leen porque no interesa lo que, o como lo, dices. Sólo te interesa a ti... y, una vez releído, ni siquiera a ti te gusta como lo has escrito. Es normal que no haya calado.
Era compromiso lo que escuchabas en los demás. Compasión y lástima. Esa no es la respuesta que buscas a ninguna de tus preguntas. Así que lo dejas... por primera vez.
Pero te das cuenta de que tienes una historia que quieres contar. Una historia que te importa, aunque sea sólo a ti. Y encuentras una respuesta a todas las preguntas que te habías hecho; Para encontrar a alguien a quien también le pueda llegar a importar.

Así que, tiempo después, lo retomas. Pero esta vez no es más fácil, sino todo lo contrario. Contra más te importa, más te cuesta escribirlo y menos te convence el resultado. Pero te empeñas, le dedicas horas de insomnio. No te acuestas sin haber escrito algo, aunque a la mañana siguiente lo borres y lo vuelvas a escribir de nuevo. Pero sigue sin importarle a nadie, y encima, el universo te golpea por otro lado, así que lo dejas... de nuevo.

Y cambias de tercio, cambias de enfoque y te lanzas a tumba abierta. A lo bruto. Te comprometes ante ti mismo y ante aquellos que te conocen. Y todos te dicen, adelante, y durante meses vuelves a la ofensiva, pero vuelves a estrellarte. Y te sientes como el rey que construía sus castillos sobre un pantano en Los caballeros de la mesa cuadrada.

Y lo dejas... otra vez. Esto empieza a parecer una (mala y peligrosa) costumbre.

El problema eres tú, y sólo tú. El problema es tu enfoque, tienes que empezar de menos a más. Con cosas que te importen menos. Crear el hábito de escritura.
Y te sientes épico, te sientes vikingo y a tu mente llegan las inmortales palabras que le dicen al personaje de Banderas en El guerrero número 13. Y te repites a ti mismo “Hazte más fuerte”.
Deja de lloriquear y escribe. Deja de sentir lástima de ti mismo y haz algo para cambiarlo. Escribe de lo que sea, escribe de lo que te sea fácil, ya llegarán los momentos duros.
Y un amigo se monta una web. Y de manera totalmente inintencionada, comienzas algo que es un blog cuando aún no sabes que significa esa palabra.
Y, al poco tiempo, te independizas, y durante tres años mantienes el ritmo, y vas logrando los pequeños objetivos que te vas planteando, y mandas relatos a concursos, y mandas una novela corta a las editoriales. Nadie te responde, pero te da igual. Estás escribiendo, te estás haciendo más fuerte... hasta que el universo te da otra hostia, y lo dejas... de nuevo. Pero, esta vez, sabes que va a ser temporal. Esta vez tardas casi un año, pero estabilizas tu vida y le dices al universo: Aquí estoy otra vez. Dame tu mejor golpe.

Y continuas con la escritura y retomas “EL” proyecto. Esa vez es algo personal. Y alguien te dice “Está bien” y, esta vez, no escuchas el “para ser tuyo”. Esta vez le crees, pero con eso no basta. No tiene que “estar bien” no es suficiente con eso.
Y te das cuenta de que habías estado haciendo las cosas mal. Pasas a pensar por encima del mero texto, piensas en la estructura, piensas en como tiene que ser leído, y el blog no te sirve. A nadie más le importa, pero te importa a ti, y con eso es suficiente.
Y matas el blog, lo borras como si nunca hubiera existido. Las estadísticas y herramientas de análisis te dicen que tenías cerca de veinte lectores, tú no los ves por ningún lado. Buscas comunicación. Comunicación bidireccional, esos lectores no te sirven. No avisas a nadie ni nadie reacciona al borrado. Has hecho bien.

Rectificas y recalibras. Te formulas de nuevo las preguntas y te haces más fuerte técnicamente. Retomas y reformulas otro proyecto, nace Mytgard, donde la estructura de lectura se adecua a lo que tú quieres.
No vas a escribir de actualidad, no vas a tener una cadencia concreta. El contenido tiene que ser “atemporal” (de la manera menos grandilocuente posible). No escribes para nadie, no tienes ninguna prisa. El contenido está ahí, como una botella arrojada al mar. Probablemente no la encuentre nadie, la red es vasta e infinita, pero no importa, no se va a hundir mientras tú no te hundas.
Recuperas tus textos que se adecuan a este nuevo paradigma. Por el momento se quedan como están, pero irán mutando, haciéndose más fuerte. Nada está escrito en piedra.
De vez en cuando sientes la necesidad de decir algo sobre el “ahora”, sientes la tentación de resucitar el blog, pero conoces a gente que tiene blogs que hablan de esos temas, gente dispuesta a publicar esas palabras que surgen de tu mente y tus labios virtuales... hasta que quieres decir algo del “ahora” que no encaja con los huecos de esas personas.
Así que resucitas el blog. Eres lo suficientemente listo como para reconocer que te equivocaste, lo suficientemente como para rectificar esa decisión.
Han pasado dos años, dos meses y cinco días desde que asesinaste al blog. Dos años y una semana desde que diste a luz a Mytgard. Dos días desde que decidiste resucitar el blog.
Palabras desde otro mundo ha vuelto, más preparado, más rápido, más fuerte, más... ¿maduro?.
No lo sé. No tengo todas las respuestas. Ni siquiera tengo todas las preguntas. Hoy soy yo, mañana seguiré siendo yo pero, al mismo tiempo, seré otro. Sólo el paso del tiempo resolverá las dudas.
Nada en este mundo es inamovible, ni siquiera lo que está escrito en la piedra.

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Marta (no verificado)

Hace 10 años 11 meses

En el siguiente menos lamentos y más a la tarea. Que ya nos duelen las orejas de los tirones. y gracias por el color de pantalla, me estaba dejando los ojos con el contraste oscuro.
besos