Recordando a un amigo

Hoy me he enterado de que se ha muerto un amigo.
No ha sido una sorpresa, llevaba años luchando contra el cáncer, pero esto tampoco ha hecho la noticia menos dolorosa.
Quizás no era un amigo en el sentido literal que (yo) otorgo a la palabra. Me habría gustado conocerlo mejor y pasar más tiempo con él, pero no lo hice. Podría decir que era un conocido a quien apreciaba mucho, pero eso no expresaría lo que siento por él. Sí, en presente. Que el ya no esté no implica que mis emociones hacia su persona hayan desaparecido.
Podría buscar un descripción etimológica para tratar de definir con mayor precisión nuestra relación, pero sería una tontería. No sé lo que él sentía por mí, sólo sé que me gustaba considerarle mi amigo.

No esperéis por aquí un montón de frases hechas, aquellas en las que creo, que traten de describir como me encuentro en estos momentos. Lo que yo pueda sentir ahora es irrelevante. Lo que pueda escribir no nos va a ayudar a mi ni a ninguno de los que lo conocimos.
Ha muerto.
Punto final.
Es irreversible.
En momentos como éste, envidio a quienes creen en una vida más allá de la que vivimos aquí.

Lo único que se me ocurre hacer es hablaros de quien fue. De algunos de aquellos detalles minúsculos, a veces absurdos y aparentemente triviales, que compartimos y le convirtieron en alguien único a mis ojos. Que, más allá de la mente de aquellos que tuvimos la suerte de compartir nuestro tiempo con él, aunque sea en esta pequeña bitácora, perdure su recuerdo.
En mi memoria permanecerá siempre, por más doloroso que haga esto su ausencia.

Se llamaba Miguel Pinzolas, aunque para nosotros siempre será Pin.

Lo conocí en la casa de la juventud y casi toda mi relación con él se circunscribiría a aquel entorno. Yo no llevaba mucho tiempo jugando a rol y él era del grupo de los “clásicos”, de los “mayores”. A los dieciséis, cuatro años de diferencia parecían un abismo insondable para quien yo era en aquellos tiempos. Por suerte para mí, todos ellos eran (y siguen siendo) grandes personas que no se guiaban por edades o apariencias.

La primera partida que me arbitró, fue una de Stormbringer. La historia era lo de menos, era él quien la hacía interesante. Desde el momento en el que el mago que nos contrataba le hablaba a su mascota preguntándole “¿A que eres un gato muy listo?” y su animal le respondía “Sí”, ya me tenía ganado.
Más adelante me arbitraría una partida de Paranoia, un juego hecho para que lo arbitrase él. Caos e improvisación. Anarquía y diversión. Lo dicho, el rol llevado a su terreno.
Yo le castigaría haciéndole jugar única partida que arbitré del TNMT. Su personaje, un gorrión gigante que no podía hablar y que se ponía a gritar en medio de la sala “PIO” mientras disparaba su M60, será uno de esos recuerdos imborrables de mi memoria.

Era uno de los asiduos los domingos a la mañana. Cuando nos poníamos a crear personajes de los juegos más raros que conseguíamos... y de otros no tan raros, Tirando dados y apuntando características, charlando, riendo y pasando mañanas inolvidables e irrepetibles.

Luego acabaría la carrera, después de hablarnos durante largo tiempo de su proyecto; Redes neuronales. En mi cabeza aquellas palabras eran ciencia ficción en estado puro. Oírle hablar de como había logrado que su máquina aprendiese a poner un péndulo basculante en vertical... y que se mantuviese así, era algo apasionante.
Daba igual lo que te contase, ya podía hablarte de ingeniería o de lo aberrante que era la versión de Christopher Lambert de Beowulf. Siempre sonriendo, siempre alegre. Él se lo pasaba bien y era capaz de transmitirte aquella sensación.
Aún en las últimas ocasiones que le vi conseguía que olvidases por un momento cual era su estado. Siempre animado, siempre luchando, siempre brillante.

Ese era mi amigo, ese era Pin, y así lo recordaré siempre.

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Iñigo Zapata (no verificado)

Hace 13 años 2 meses

Siempre animado, siempre luchando, siempre brillante. Ese sin duda es Pin.