Proselitismo antediluviano

Al igual que muchos otros, funciono por rachas e impulsos más o menos razonados y, al igual que muchos otros, también por envidia. Estas dos motivaciones tienden a ir de la mano y, pese a que ambas dos son puramente reactivas, no por ello tienen que ser negativas.

Allá por el dos mil seis, cuando creé el largo tiempo ya difunto Frikcionario, lo hice como reacción ante las comunidades que se generaban alrededor de los blogs “temáticos” que seguía (algunos de los cuales, los pocos que aún sobreviven, continúo leyendo a día de hoy).
Movido por la envidia que me producía esa percepción subjetiva que obtenía cuando leía sus comentarios, me lancé a la busca de mi lugar en aquel ecosistema.
Pronto descubrí que la gente que se movía por aquellos lugares era la que compartía los intereses y el acercamiento particular y personal que tenían los autores a la hora de afrontar los temas acerca de de lo que escribían. Aquello era lo que marcaba y definía aquellas comunidades y, por más que yo también participase en ellas, siempre echaba algo en falta. No eran “la mía”. No era “mi lugar”. Por más cercanos que fueran a lo que yo buscaba, no trataban los temas de la manera que yo lo haría, ni se incluían todos mis aficiones personales. Pronto se me hizo patente lo obvio; si quería que las cosas se hiciesen como yo quería... tenía que hacerlas yo, pero aquella labor no era sencilla.

Porque quería hacer las cosas “bien”, no como en mi otro blogs en el que las hacía un poco de cualquier manera. Si quería hablar de un tema, tenía que documentarme bien, y eso llevaba su tiempo y su trabajo. La documentación, por otra parte, siempre acaba llevando a más documentación, convirtiendo aquello en un bucle infinito. Ya entonces mi acercamiento hacia mis aficiones era más desde una perspectiva histórica que la mera reseña o comentario de actualidad. Me gusta saber a quién le debo mis aficiones. Cómo nacieron y se desarrollaron hasta llegar a mi. Es más, con el paso del tiempo, he dedicado más tiempo, y disfruto más, leyendo e investigando sobre estos aspectos de mis aficiones que con su misma práctica.
En fin, y retomando el hilo, también quería que la lectura de aquellas entradas fuese algo ameno, y muchos de los datos que obtenía para mi eran significativos, pero entendía que no aportaban gran cosa a lo que quería contar así que, al final, tocaba cortar en algún lado, y la cosa terminaba por no ser lo que me hubiera gustado, sino en algo bastante parecido al otro blog... solo que con mucho más trabajo por detrás. Tras unas pocas entradas, el blog y mi ánimo hacia él fueron languideciendo hasta que decidí acabar con él.

No era la primera vez que mataba un proyecto que me importaba. Mucho antes de aquello ya había terminado con otro... casi antes de que empezase, cuando traté de crear una segunda época para El Mercenario, pero la sensación de fracaso fue mayor, quizás porque esta vez sí que lo había empezado.
De cualquier manera, el (mi) “problema” seguía ahí; nadie hacía las cosas como las haría yo, así que traté de incluir los objetivos del difunto Frikcionario y, con el paso del tiempo, también aproveché para ir integrando algunas de las cosas que me habría gustado meter en El Mercenario, uno es así de cabezón, en Palabras desde otro mundo... hasta que también lo maté, para resucitar el espíritu de todos ellos (y alguna cosa más que ha ido surgiendo por el camino) por aquí.
Ya digo, uno que es cabezón (y, por momentos y de manera aleatoria, disperso y contradictorio, e hiperactivo y vago y muchas cosas más) para rato.
Si bien no he logrado crear una comunidad (internet es muy grande, los RSS ayudan para muchas cosas, pero no para esto en concreto, y no me gusta espamear más allá de mi muro en la redes sociales), pero al menos sí que hago las cosas a mi manera.

No-fin.
Y este es es un no-fin porque, obviamente sigo por aquí y, si sigo por aquí es porque, en mi cabezonería infinita, sigo con el deseo de crear una comunidad de gentes afines a mi manera de entender mis aficiones. Y llegaron los podcast. Los malditos podcast.

Dejé de escuchar la radio a principios de los noventa, no tanto como un acto consciente de rebeldía o rechazo (bueno, en el caso de ciertas emisoras y programas sí), sino como se dejan de hacer otras tantas cosas, pero un día no muy lejano (allá por dos mil siete), tampoco recuerdo muy bien a raíz de qué (quizás porque trabajaba de noche y me sobraban muchas horas en las que ocupar mi tiempo), comencé a descargar La parada de los monstruos... y me encanché.
Armabot, Boron y Fayer, Freakman, Lynott, MAT y Viru eran “como yo”. Hacían el programa “como yo lo haría” (de tener habilidades dentro del terreno de la comunicación verbal) le daban el enfoque que yo buscaba. Tanto es así que, esta vez sí, algunos de ellos (los que he tenido la suerte de conocer en persona) han pasado a formar parte de “mi comunidad”, o yo de la suya. O ¿qué más da de quién es la comunidad? Una comunidad no pertenece a nadie en concreto, todos sus integrantes pertenecen a ella.
En fin, se me ha vuelto a ir un poco.
Al año siguiente, alguien que conocía de los ambientes tebeísticos, Juanjo, resultó que también compartía conmigo intereses informáticos y, gracias a él, pasé a formar parte de otra comunidad, la de la Navarparty. Tanto es así, que al año siguiente creé mi propia sección en ese evento, la RetroNavar. Y para ello, lié a un par de incautos para que vinieran a dar un par de charlas.
En una de ellas, Morán (autor de ¡Eh, tío!) e Ismurg (padre de Nariz puntiaguda) hablaron sobre la fusión de dos de mis aficiones en esa maravilla que son los Webcómics.

Mientras tanto (bueno, en realidad un poco antes) yo hacía de escudero del señor Viruete en su charla sobre Las guerras paleoinformáticas

Y la cosa es que me quedé con ganas de más. De decir más cosas.
Pero no, lo de dar charlas no era lo mío. Además ¿de qué iba a darlas? Había gente mucho mejor dotada que yo para estas lides que ya lo hacía.

Y mi esfera de la podcastfera siguió creciendo de manera inexorable. A La Parada, y a través de la colaboración de Viru, le siguió el ya difunto La hora de Ving Rhames, del sin par, irreverente y saludablemente políticamente incorrecto Víctor Olid, que volvería a la carga, no con uno, sino con otros dos podcasts: Aquí vale todo y El hijo del aprendiz de Satanás

La Parada también se fue escindiendo y de su seno surgieron otros dos podcasts nuevos: Campamento Krypton y Scanners.
Lynott también paso a formar parte de un programa de radio sobre tebeos: La hora del bocadillo

Alguien en las redes sociales me recomendó hacer caso a estos maños que hacen Charrando de tebeos (y otros vicios aún más feos), y no pude dejar de escucharlos desde entonces. Ni a ellos, ni al que se montaron dos de sus integrantes para hablar de ciencia ficción viejuna en Los retronautas

A través de alguno de los oyentes de La Parada, llegué hasta Apocalipsis friki al igual que a través de la página de El mundo del Spectrum llegué hasta su El mundo del Spectrum Podcast y al de Retro entre amigos
Y, más o menos, estos son los podcasts que sigo con regularidad... pero aún quedan temas que no tratan y que, pese a buscar, no he encontrado una comunidad a la que pertenecer o que me pertenezca, como son los juegos de rol y la informática.
Sí, hay podcasts que hablan sobre ello, pero no (lo habéis adivinado) como “a mi me gustaría”. La idea de crear uno propio, una especie de versión en audio de este Mytgard, ha revoloteado por mi cabeza en más de una ocasión, pero siempre lo había desechado hasta que un amigo (un amigo al que, pese a conocer desde hace casi veinte años a través de internet, aún no conozco en persona) me propuso hacer un podcast entre él y yo.
Le estuvimos dando vueltas durante un tiempo, pero vi que nuestros intereses no apuntaban por los mismos derroteros, así que lo dejamos pasar. Aunque en mi cabeza yo ya había bautizado a aquella criatura que me gustaría alumbrar:
Desde el asilo: Proselitismo antediluviano.
Y, por fin (casi cuando estamos a punto de llegar al final de la entrada) llegamos al por qué de su título.
Porque hay ocasiones en las que me siento como una abuelo cebolleta contando batallitas sobre los tiempos “heroicos”, antes de internet, antes de mi mismo, antes de casi todo. Soy consciente de que los temas que me interesan, o la manera en la que me interesan, no es que interesen a demasiada gente. Pero me da un poco igual.
¿Decir estas cosas de viva voz cambiaría algo?
Posiblemente, si las dijese alguien más dotado para la dialéctica ante las masas la cosa podría llegar a alguien pero, admitámoslo, alguien que entra en modo pánico horas antes de que le toque empezar a hablar. Alguien capaz de perpetrar cosas como este... Érase una vez la informática personal. Historia de los ordenadores, desde el mundo platónico de las ideas hasta el salón de tu casa
o de balbucear como en esta otra

Pasadizos, mazmorras y trampas entre la Literatura y los Juegos de Rol by unpardesereshumanosalosquenoselesocurriomejoridea on Grooveshark

donde me salvó un poco el culo el amigo Tarrafeta, no puede aspirar a gran cosa en este ámbito.
Pero uno es cabezón. Todo es cuestión de hacerse más fuerte, de hacerse mejor.
Quizás algún día os hable a viva voz Desde el asilo.

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Cronista (no verificado)

Hace 10 años

En mi caso tampoco he encontrado nunca un podcast sobre juegos de rol que realmente me enganche. Lo más parecido era la sección de Zonk en Radio Telperion, que siempre dejaban para el final, y a menudo el pobre tenía que hablar deprisa y corriendo, y eso cuando no le cortaban directamente.

Estaría bien oír un programa de este tipo que realmente se hiciese de forma meditada y documentada, aportando información interesante, más que meras opiniones con unos datos un tanto vagos. En fin, que para algo así aquí habría un oyente seguro.

Javier Albizu

Hace 10 años

En respuesta a por Cronista (no verificado)

Otro de los problemas que encuentro cuando me planteo esto (más allá de mi nulidad verbal) es que tengo la sensación de que me quedaría enseguida sin temas (juegos que realmente me parezcan interesantes) de los que hablar, y que no sé hasta que punto un acercamiento histórico pudiera encontrar una audiencia.
El problema final suele ser el hacerlo solo, que podría ser mucho trabajo para uno, y cansino para quien lo escucha.