Biografía daegonita III: Yo fui un fanboy tardoadolescente

Por Javier Albizu, 11 Septiembre, 2019
Verano del noventa y tres, comienza la aventura.

Empieza como el enunciado del chiste. Con un “Se encuentran un berserker, un sacerdote civilizado, un ladrón y un enano en un bar”. Una batiburrillo a juego con la ambientación y las historias que se presentan en el libro.

La primera aventura que se presentaba no dejaba de ser una libre adaptación de la trama del anillo y el diamante de la reina de los tres mosqueteros, aparte de una excusa ideal para que los jugadores se ganen un enemigo poderoso. Un enemigo que reaparecería unas cuantas aventuras después para vengarse por las afrentas sufridas.

Podríamos bautizar esto como “Asalto a la casa del gobernador, parte I”. Uno de esos tropos que se repetirán con asiduidad.

Las aventuras se fueron sucediendo de manera un tanto genérica, aunque de vez en cuando iba añadiendo detalles de cosecha propia. Elementos mayormente improvisados que, poco a poco, fueron haciendo mi labor cada vez más compleja. Pero no había problema; tenía mis cuadernos.

Entre semana me dedicaba a pensar en nombres y los iba apuntando. Todo papel que tuviese a mano era susceptible de contener algún nombre de personaje o lugar, alguna palabra o expresión a utilizar en la siguiente aventura. Más adelante, según habían sido utilizados, se marcaban y transferían a otro cuaderno donde se añadía un poco más de información acerca de ellos.

Aunque no todo era igual de improvisado. Más allá de los personajes que aparecían en el libro empecé a crear mi propio elenco de secundarios. Gentes de toda índole entre quienes, con frecuencia, se encontraban individuos provenientes de cualquiera del resto de mis aficiones.

De esta manera, antes de la llegada de los trasuntos de ciertos personajes de los tebeos como fueron Dredd, el sacerdote de la diosa de la justicia, Marv el medio troll o de Conan… el bárbaro, apareció mi primer villano recurrente de creación propia; la ninja Hideko Nagoshi. Un personaje que sobreviviría a los cambios de mapa, de razas y de sistema de juego. Alguien que empezó enfrentándose al primer grupo de jugadores y que, más adelante, llegaría a ser aliada de algunos de los que les sucederían.

Con la llegada de la última aventura larga del libro; La venganza de Cruella Vullen, todo dio un giro de lo más inesperado… incluso para mi.
Los personajes eran capturados por los secuaces de Cruella, el personaje poderoso al que habían molestado durante la primera aventura, y Hideko. Una vez en su poder, como buenos malos de opereta, en lugar de acabar con ellos decidían enviarles a una isla prisión. En ella, de acuerdo a lo que presentaba el texto del suplemento, se habrían enfrentado a cosas como Papa Pulpaldante, Mama Pulpandante y el pulpandantito. Algo que, por más gracioso que suene leído, no me aparecía demasiado dirigir.

Así pues, y cuando aún estábamos en la primera temporada, realicé el equivalente a saltar el tiburón1.
En un ejercicio de “molonismo“ y “todovalismo”, en aquella isla se encontraron con unos centauros. Unos seres a los que uno de los jugadores, dado que ninguno de los presentes sabía de su existencia, bautizó como sirenas. Pero, más allá del chascarrillo, aquella raza tenía algo distinto. Eran unos seres creados mediante ingeniería genética por una raza desaparecida del pasado. Una raza largo tiempo desaparecida que no tardó en reaparecer.
Porque allí también se vieron las caras con los Jo’Na’Ryum, unos tipos provenientes de otro plano. La parte “mala” de aquella raza desaparecida y, de regalo, unos tipos que tenían una tecnología que les permitía viajar entre planos. Ciencia, no magia.

Desde aquella isla fueron teleportados hasta Ky’Lun’Tyr, el hogar de los Jo’Na’Ryum y su némesis_y_otra_mitad; los Ailanu. Una vez en aquel lugar fueron rescatados por los ya citados Ailanu quienes, por desgracia, no disponían de la tecnología necesaria para devolverles a su mundo.
Ellos les llevaron hasta la ciudad flotante en la que vivían (que gravitaba sobre un mar de ácido), desde allí fueron enviados en un barco volante hasta la cordillera que dividía la isla, conocieron a las Zealot, una especia de guardianas custodio dejadas por los dioses para impedir que ambas razas combatiesen o volviesen a unirse, llegaron hasta la ciudad de los Jo’Na’Ryum, y lograron teleportarse de nuevo hasta Daegon.
Ahí lo llevas. Todo en una sesión de juego. Chúpate esa, narración descomprimida2.

Pero no se vayan todavía, que aún hay más. Los Jo’Na’Ryum, unos bichos basados estéticamente en unos tipos que aparecían en el Marvel Comic Presents número 89 (obra del de Scott Lobdell y Jae Lee y que no sé cómo llegó hasta mis manos), estaban divididos en castas, una de los cuales era… la de los depredadores a los que se habían enfrentado en la gran pantalla Arnold y Danny Glover.

Las Zealot eran, tal cual, un calco del personaje del mismo nombre que Jim Lee y Brandon Choi habían sacado en sus WildC.A.T.S.

La ciudad de los ailanu en mi cabeza no dejaba de ser una copia de la Sky City de Flash Gordon que salió en la serie de animación de la Filmation.

En mi inconsciencia y flipamiento estaba creando y cerrando tramas que podrían haber dado mucho más de sí. Elementos que presentaba sin el menor cuidado y con una serie de contradicciones que luego tendría que justificar (o descartar) pero que, en su ser, terminarían por formar una parte muy importante del núcleo sobre el que construiría una parte muy importante de aquel universo aún sin nombre.

No había historia, no había contexto, no había un plan, sólo emoción, peleas, conceptos molones, armas y bichos chulos lanzados a tu cara sin sutileza alguna.
Lo mejor de la vida.

Todos los jugadores regresaron con alguna de las armaduras molonas (y cantosas) de los Jo’Na’Ryum. Tosko el bárbaro volvió de aquel lugar con uno de los discos arrojadizo de los depredadores y el guante al que regresaba, mientras que los cazadores primitivos que debatían acerca de física cuántica lo hacían con unas lanzas mucho más duras que las que habían traído desde casa.

En las siguientes partidas los Jo’Na’Ryum volvieron a aparecer en más de una ocasión. Un uso que amenazaba con convertirse en abuso. Me gustaban como antagonistas, eran chulos, eran poderosos, eran inteligentes y, a pesar de lo que puede dar a entender el dibujo en el que los basé… estoicos.

Porque nunca me han gustado los villanos histriónicos o estúpidos. Cuando los sacaba no eran un enemigo al que enfrentarse únicamente cuerpo a cuerpo, sino algo mucho más sofisticado.
… de acuerdo, al final todo terminaba en el cuerpo a cuerpo.
En fin.

En aquellas historias había un poco de todo. Era indudable la influencia del manga... pero eliminando algunos de los clichés que me resultaban menos atrayentes como el anteriormente mencionado histrionismo.
Nada de malos que se regodeaban en su maldad o que tenían un único rasgo que los definiese. Nada de seres sin raciocinio o que perdían el control a la mínima. Aquellas criaturas eran seres calmados y racionales. Tenían un plan.

Espera...
¡¡¡Claro!!! ¡¡¡Tenían un plan!!!

Aquella conclusión tardó en llegar pero, cuando lo hizo, me golpeó con dureza. Salían tanto no porque me gustasen, sino porque se estaba preparando una invasión a gran escala. Tenía la excusa perfecta para seguir sacándolos.

Pero, claro, ¿para qué?, ¿desde cuándo?, ¿cómo era que no habían logrado ya conquistar el mundo con su tecnología?. ¿Dónde paraba a la hora de hacerme preguntas? ¿en qué punto marcaba la línea de corte?

Se acercaba algo grande, pero no tenía ni idea de qué tamaño le daría. No había empezado y ya se me estaba escapando de las manos. Tanto trabajo por hacer y yo sin tener la más mínima idea de cómo dar forma a aquello.

Enlaces:

1. Saltando el tiburón

2. El algoritmo de la descompresión

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