Biografía daegonita IV: El fin del mundo tal y como lo conocemos, primera parte

Por Javier Albizu, 25 Septiembre, 2019
En el año noventa y cuatro comenzaron a sembrarse las semillas de las que surgiría… algo.

Por un lado, abandonaba los laberintos del dungeon familiar y subía hasta la luz de la primera planta. Con ello me alejaba de la seguridad del taller y trabajar con mis manos para adentrarme en los temibles páramos de la venta de sintetizadores, me dirigía hacia unos territorios en los que vería obligado a interactuar con los clientes.
Por otro lado, el Mercenario iba viento en popa, llegando a salir en aquel año tres números. También durante aquellas fechas se publicaba el Tierra de ninjas en castellano.
Para terminar, comentar también que fue entonces cuando daba comienzo mi periplo sirviendo a la patria.

¿Para terminar?
No. Por supuesto que no. Porque nada termina sin que Daegon sea mentado.

Así pues, Daegon también avanzaba. Lo hacía con un paso renqueante, pero su movimiento podía ser medido utilizando escalas geológicas.
Libertad absoluta buscaba y libertad absoluta hallé, pero entonces no era aún consciente de que aquello también implica trabajo absoluto.

En aquellos momentos continuaba siendo un mundo pequeño. Y no sólo era reducida su escala, sino que aquel era un lugar tan limitado como mi conocimiento de las materias comunes.

Cada vez que planteaba algo como una obra colosal, no tardaba en descubrir que no era para tanto. Que el mundo real albergaba cosas que hacían ruborizarse a las más aberrantes demostraciones de megalomanía de los habitantes de mi mundo ficticio.

La campaña de la invasión Jo’Na’Ryum continuaba intercalada con aventuras poco inspiradas y, a lo largo de las mismas, los personajes conocieron un poco más de aquel mundo. Curiosamente, fue durante aquellos días que dirigí la única aventura que ha estado ubicada en la isla de Shatter (Shatterd en aquellos días, nombrada así en honor al título original de la película que se tradujo por estos lares como “La noche de los cristales rotos”1), un lugar cuya escritura me ha estado dando dolores de cabeza durante los últimos meses. Pero el trasfondo es lo que el trasfondo quiere ser.
Aunque en en aquellos días la cosa no se parecía en nada a lo que me encuentro plasmando hoy. Entonces sólo era una isla en la que había humanos y elfos bárbaros. Una serie de tribus que celebraron su victoria sobre el invasor con un festejo que se prolongó durante un mes. Como parte de aquellas celebraciones, los personajes de los jugadores estuvieron invitados a todo. Un “todo” que, en el caso del elfo Maxthor2 (los jugadores y sus nombres), incluyó un encantamiento de armadura por todo su cuerpo.

Con cada partida que pasaba, la sensación que me invadía de que “faltaba algo” aumentaba, pero el problema no se limitaba a aquello. Aparte de aquella sensación de carencia, había otra que me decía que las cosas no terminaban de encajar. Pero no sabía dar con el “qué”. Con el quid.

La campaña terminó de forma apresurada porque no había una trama real. Estirar aquello lo único que llevaba era al abuso de una serie de antagonistas que podían dar mucho más de sí, pero que eran usados como si una raza de malos genéricos se tratase.

Su final tuvo lugar en unas ruinas ubicadas en la entonces nación de Trollellom. Un original nombre que denotaba la raza de sus pobladores más frecuentes. A tope con la innovación.
Aquella fue una aventura casi de despedida. Y el casi viene porque fue en ella en la que, de forma totalmente accidental, surgió otro de los personajes que, con leves modificaciones en su nombre, han perdurado hasta la actualidad. Un personaje que, en aquella primera encarnación, los jugadores conocieron como Darius “Hardhitter”; el señor inmortal de Trollellom.

Su nombre lo robé directamente de una recreativa3 y su apellido estaba ahí porque aún me encontraba en esa edad en la que todo en inglés sonaba mejor.
Después de aquello, y tratando de buscar un equilibrio entre conservar aquel homenaje inicial y encontrar una sonoridad que me gustase un poco más, ambos fueron cambiando levemente. Él fue conocido como Darus o Dairus, y la ristra de sus apelativos se fueron ampliando y manteniendo en nuestra lengua materna. Una larga lista que, entre otros, englobando sobrenombres como los de “El dos veces nacido”, “El Conquistador”, “El Libertador” o, sobretodo “El Golpeador”.

No sólo su personalidad, sino también una parte muy importante de su trasfondo, se fue creando mientras los jugadores hablaban con él. Aún no sabía el porqué, pero aquel hombre (nunca pensé en él como en un troll) estaba infinitamente cansado. Tanto su posición como gobernante como su inmortalidad no los percibía como regalos sino como una carga. No deseaba ninguno de los dos pero sabía que si él desaparecía el equilibrio de poder que había logrado se rompería. Sentía sobre sus hombros el peso del mundo pero su ética y su moral no le permitían deshacerse de él.

Por supuesto, ni los jugadores, ni sus personajes eran conscientes de aquello. En gran medida ni siquiera yo mismo lo era. Sólo estaban allí porque la campaña debía continuar. Porque, en aquel diminuto mundo, su fama se había propagado tras los enfrentamientos que habían tenido con los Jo’Na’Ryum. Porque se sospechaba que la gran amenaza se cernía sobre aquel lugar. Una gran amenaza para cuya detección se habían desplegado distintos destacamentos. Un elevado y disperso número de efectivos en el que se integrarían los jugadores. Por supuesto, y para sorpresa de nadie, no importaba cuántos grupos recorriesen aquellos territorios. En el que se encontraban los jugadores iba a ser el que llevase el premio.

Y así llegamos hasta aquel “enfrentamiento final” en las ruinas de una ciudad sin nombre.

Un enfrentamiento apresurado y anticlimático en el que morirían todos salvo ellos. En el que un personaje no jugador creado para morir defendiendo el último pasillo les cubría las espaldas para que se pudiesen enfrentar a Victor Stormlord, un nombre tan escasamente inspirado como la aventura. Sí, su apellido estaba inspirado en otro juego4.

Allí Tosko perdió el disco que había arrebatado a uno de los depredadores, y su destino se convirtió en un pequeño meme. Se lo arrojó a Stormlord mientras este atravesaba la grieta que separaba los mundos, y al cruzar aquel portal, jamás regresó. ¿Hasta dónde le llevaría su vagar?

No importaban. Los jugadores destruyeron los mecanismos que mantenían activo el portal, y se quedaron a solas contra el malo de final de pantalla.
Hurra, viva, bravo. ¿Y ahora qué?

Porque Darius no era el único que estaba cansado, sino que yo también lo estaba. No sabía si quería seguir. No sabía si nada de aquello merecía la pena, una sensación que vuelve de forma reiterada cada poco tiempo.
Apenas había comenzado a esbozar todo aquello y ya estaba abrumado.

Pero, entre todo aquello, había pequeños detalles que me impedían desprenderme del conjunto. Personajes como Darius sobre los que quería saber más, conceptos como el de los Ailanu y los Jo’Na’Ryum que sabía que tenían potencial más allá de los clichés.

Las ideas que subyacían bajo ellos estaban ahí. Se negaban a revelarse, pero era porque que no les había dedicado el tiempo necesario. Lo que necesitaba no era descansar, sino lanzarme un órdago a mi mismo. Ir con todo. Una apuesta que no ha dejado de subir.

Necesitaba perforar más, porque en el núcleo de todo aquello me aguardaba “la idea”. Era consciente de que aún me quedaban incontables capas de mediocridad y lugares comunes por atravesar, pero tocaba hacer borrón y cuenta nueva. Tocaba hacer acopio de todo lo que había ido presentando y tratar de darle sentido. Deshacerme de lo que no servía y potenciar lo que me resultase más atrayente.

Y entonces…
¡¡¡DOMINARÍA EL MUNDO!!!
¡¡¡Y NO ME VOLVERÍA LOCO!!!



...
¡¡¡BWAHAHAHAHAHAHAHA!!!

Enlaces:

1. Shattered

2. El origen secreto de Maxthor

3. Darius

4. Stormlord de Hewson

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.

Índice