Biografía daegonita LXXIII: La novela III

Por Javier Albizu, 31 Marzo, 2021
Muy bien, ¿por dónde íbamos?
Cierto. Por ninguna parte. Volvamos al principio.

¿Qué papel tuvo “la novela” dentro del proceso de construcción de Daegon?
Pues lo cierto es que… uno bastante importante.

Por más fallida que resultase, me obligó a tomar ciertas decisiones cuyas consecuencias se han propagado a lo largo del tiempo. Decisiones que hacían que la historia se desligase entre un poco y bastante de la que habían conocido los jugadores. Que me forzaron a concretar historias y organizaciones. A detallar intenciones y personalidades. A juntar piezas dispersas e inconexas. A pulir aristas y corregir imprecisiones. En definitiva, a consolidar hechos y propósitos por encima y más allá de los arquetipos, la improvisación y los deus ex machina sobre los que se había construido “La Gran Campaña”.

Por supuesto, muchas de las decisiones que tomé antes de escribir cambiaron según se fue desarrollando el proceso de escritura. A su vez, algunas que fueron escritas también han sufrido modificaciones con posterioridad. Ese es el tipo de bofetadas que te da la realidad cuando te metes en estos berenjenales. La piedra que arrastras para poner una y otra vez ante ti. Esa con la que no dejas de tropezar pero que, en el fondo, también sirve para cubrir los boquetes en los que podrías caer.

Pero tampoco me hagas mucho caso. No sé si esta metáfora es una genialidad o un ñordo infecto. Cosas de cometer los mismos errores una y otra vez sabiendo que no vas a ser capaz de evitarlos.
Sí, el proceso de revisión de Arcanus se está convirtiendo en una reescritura completa.
Cuánto horror ante mis ojos.
No tengo remedio.

Y, ya que hablamos de Arcanus…

La frase que quería poner en sus labios en la novela no llegó a ser plasmada. Tampoco la he llegado a poner en su relato. Lo irónico es que esta frase, pese a seguir siendo una que le define a la perfección, ha cambiado mucho su sentido desde que la pensé por primera vez.

Ante la pregunta: “¿Pero tú quién te crees que eres?”
Su respuesta iba a ser: “Yo no creo, pequeño niño estúpido. Yo sé. Creer es la herramienta de los ineptos, los vagos y los débiles.”

Siempre ha sido todo simpatía el amigo Iorum.

Iorum Arcanus aparecía en el primer prólogo y en la presentación del primero de los personajes.
En “La Novela” tenía un papel mucho más activo que el que había tenido en “La Campaña”. Estaba mucho más definido, al igual que el resto de los integrantes de la reunión que se describía en aquel pre-capítulo inicial.

Todos ellos habían sido presentados a lo largo de las aventuras, pero no todos existían en mi cabeza cuando habían tenido lugar los hechos que planteaba ahí. Había una clara discrepancia entre el momento cronológico en el que se situaban los acontecimientos dentro de la mesa de juego de Daegon y el momento en el que habían comenzado a formarse aquellos seres en mi imaginario.

Como ya comentaba en la primera entrada, los primeros en aparecer por allí eran Darus y Kuunsej. A ellos se irían sumando parte del elenco de “pesos pesados” que habían ido conociendo los jugadores. Primero Lag’Tsat junto a Arcanus y, un poco más adelante, Alan Keyn (a quien no me referiría como Huatûr hasta unas páginas más adelante) y Rogani.

Como ya decía también con anterioridad, había demasiada exposición en sus diálogos, pero ese no era el único problema. También había mucha “jerga daegonita“. Palabras que requerían de una explicación. Algo que sólo servía para liar más las cosas. Que tendría que explicar una y otra vez, o que forzarían al lector a regresar al momento hasta el lugar en el que los había explicado. Elementos que, a día de hoy, trato de minimizar.
Lo que sirve en las partidas y ayuda a dar “color” al mundo, llevado a la narrativa termina por volverse peligroso. Mejor hablar de años, semanas o meses que de “durugan”, “genom” o “lukata”. A fin de cuentas, esas palabras no dejan de referirse a conceptos similares… y tampoco son los que usan todos los pueblos de ese mundo.

En aquella conversación en la que, en un tono pretendidamente ominoso, se decía mucho tratando de evitar el concretar realmente gran cosa (la idea era crear expectación), se hacía referencia por primera vez al “Concilio de los inmortales” bajo el nombre de “Kilgar Doreth”. También se mencionaba por primera vez a un tal “Hotz”.

En el segundo prólogo llegaba una de las partes que ahora me resulta problemática. La “Vida” visitaba la tierra de los muertos. Un fragmento que se había separado del “Todo” en el inicio de los tiempos visitaba a lo que quedaba de aquel “Todo”. Contemplaba en qué se había convertido quien había sido el comienzo. Se encontraba frente al final de todas las cosas. Un breve viaje a lo largo del cual se dedicaba a hacerse más preguntas ominosas. Donde trataba de generar más expectación.

Los problemas que tengo ahora mismo con este prólogo no tienen tanto que ver con el “qué” como con el “cómo”. Presentaba a ambos desde un punto de vista demasiado humano. Como dioses tradicionales. Una visión que ha ido cambiando mucho desde entonces.

Por último, tenemos a Dietmann Hotz. Alguien que sería el protagonista del tercer prólogo. Uno de los personajes de nuevo cuño creados para la novela pero que, supuestamente, “siempre había estado por ahí”.
Su presentación se hacía a lo grande (y con otra parte problemática a día de hoy). Visitaría los dominios del tiempo. Contemplaba por segunda vez en su existencia el rostro de “La Tejedora”. Veía que una vida eterna de sufrimiento no había servido para cambiar nada. Mucho melodrama. Más avisos ominosos.

De premio, este viaje serviría también para sentar las bases sobre las que se construirían otros que llegarían en el futuro.

En fin y en resumen. Expectación, señor, tengo expectación a raudales. Cómpreme una poca, que me la quitan de las manos.

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