Biografía daegonita LXXV: La novela V

Por Javier Albizu, 14 Abril, 2021
Hablemos del tiempo.
Hablemos del destino.
Hablemos del libre albedrío
Hablemos de la mente humana.

Uno de los núcleos alrededor del que se construía esta novela era el Gurrakage. La pesadilla de la Tejedora. De ese aspecto del tiempo que había sido afectado por la humanidad cuando ambos conceptos eran algo nuevo. Un sueño tan intenso que lograba invadir otros espacios axiomáticos. Capaz de llegar hasta aquellos contextos compartidos por todas las ideas tocadas por el transcurrir de los instantes.

Como ya decía la semana pasada, el Gutrakage; la profecía del fin de los tiempos, no era algo literal. No era algo que tuviese una interpretación sencilla. No era un texto monolítico sino la suma de las experiencias de quienes habían sido “invadidos” de una y otra manera con esta pesadilla.

Algunos, como Dietmann Hotz, habían tratado de negarla. De combatirla. Pero aquella rebelión formaba parte de la pesadilla. Pese a la imagen que habían presentado algunas culturas de Sakuradai, esta no era una “tejedora”. Ella no daba forma al tapiz del tiempo, sino que era el mismo tapiz. La suma de todas las decisiones tomadas por todo aquello que vive y cambia.

¿De todas?
No.

De todas no. Siempre quedaba la figura de los Kayane Mashur. La posibilidad del cambio. La esperanza o el temor en las acciones de los “Hijos del pacto”. Seres cuyas acciones no formaban parte del gran tapiz hasta después de haber sido llevadas a cabo. La consciencia de la tejedora, esa parte de ella misma ligada al “ahora”, no era consciente de su existencia y de sus consecuencias hasta “ese momento”.
Se podía decir de ellos que eran los auténticos “tejedores de incertidumbre”.

Así pues, volvemos al punto de partida.
En Daegon no existe el destino como tal, pero sí que existe un futuro muy probable. No existe una fuerza que “decida lo que pasará” sino que lo que está por llegar será el resultado de lo que decidan quienes viven, quienes han muerto, y los eventos que tienen lugar como consecuencia del mero azar.

La gente no hace las cosas porque una entidad superior juega con ellos. Las acciones que iban a llevar a cabo los protagonistas de la novela podían estar alineadas con una cierta interpretación de lo que decían ciertas porciones de la profecía, pero esto no dejaba de ser algo irrelevante. Las decisiones del “Concilio de los inmortales” estaban guiadas por su comprensión del presente. Por los peligros que sus datos les indicaban que podían llegar, y sus intentos por evitarlo. Por su certeza de que, de no llevar a cabo aquellas acciones, el resultado serían aún más desastroso o el final llegaría con mayor premura. Exactamente las mismas razones que llevaban a actuar a quienes se oponían a ellos.

Ninguno de estos dos bandos ganaba nada con la llegada del final de los tiempo. Los únicos que deseaban tal evento eran los “Condenados a vivir”. Pero ninguno de ellos tenía posibilidad alguna de cambiar lo que iba a pasar. Todo dependía del mero azar. De que se produjese un efecto mariposa a nivel cósmico. Una gran carambola en la que estaban afectados tantos factores que no podían ser considerados en su totalidad.

¿Quiere esto decir que su participación daba igual? ¿Que aquellas historias que se iban a contar eran irrelevantes?
Por supuesto que no. Quizás sus acciones y su participación fuesen una mota perdida en el desierto. Quizás no tuviesen la capacidad para afectar realmente el gran esquema. Pero sin ellos no podría pasar lo que iba a pasar… fuese lo que fuese.

Porque tampoco tenía claro qué iba a pasar. Al igual que me sucedió cuando dirigí “La Gran Campaña”, nuevamente me planteaba la posibilidad de acabar con todo. Poner fin a aquella historia de forma trágica.
“Hicieron lo que pudieron, pero no fue suficiente”

Ya sabes:
“Rezáis a los cielos rogando su ayuda, más la salvación no se encuentra tas las nubes.
Confiáis en la ecuanimidad de la existencia.
En que vuestra valía, vuestro sufrimiento y vuestro esfuerzo os depararán la victoria.
Acalláis vuestros miedos sepultándolos bajo la rectitud de vuestros ideales y la justicia de vuestras causas.
Pero estáis equivocados.
El universo no es justo.
La realidad no es ecuánime.
El esfuerzo y la rectitud no otorgan el triunfo.
Jamás tuvisteis una oportunidad.”

Por supuesto, aquello era totalmente cierto. Tan cierto que, aunque “triunfasen”, poco cambiaría de cara al gran esquema. El final terminaría llegando. Era inevitable. El tapiz crecería un poco más, pero sólo se crearía un poco más te tiempo dentro de aquel vasto océano. Quizás un par de años, quizás un par de docenas de milenios, quizás algo más. Pero aquello era algo despreciable. Nimio, aunque suficiente para quienes disfrutasen de ellos y terrible para quienes los padeciesen.

En fin. Dudas y más dudas. Pero la cosa es que las puertas estaban siempre abiertas. No había necesidad de tomar una decisión hasta el último momento. Porque, ineludiblemente, en el momento en el que tomase aquella decisión sería el último.

Hasta entonces, aquella narrativa mantenía todas las opciones a su disposición. Todas las anteriores y alguna más.

Mientras escribía, el cupo de “anormalidades” se iba extendiendo. Pronto, no sólo tenía la figura de los “Hijos del pacto”, sino que me saqué de la manga un nuevo concepto. Itkalum, “aquel que no existe”. Una figura que sacaba a la luz Rogani y a la que daba nombre Laeda. Un rol poco agradable para quien lo padeciese.

La aparición de Lobezno / Aikiler durante “La Gran Campaña” había sido algo… peculiar. Un evento al que no llegué a explorar / explotar en su momento.
A todas luces provenía de “otro universo”. Al menos de otro universo de juego. Como tal “nunca antes había existido en este”.

Así pues, decidí que había llegado el momento de darle una vuelta a aquello. Alimentando mi vena melodramático-trágica, decidí convertir lo implícito en explícito. Lo ligué al pasado del mundo. Lo convertí en “el gran olvidado”. Lentamente, la existencia de su linaje desaparecía de la mente de quienes se cruzaban con ellos. Transcurrido el suficiente tiempo, sus acciones eran atribuidas a otros. No importaba que fuesen esposos o esposas, padres o madres, hijos o hijas, todos dejaban de reconocerlos tras pasar el suficiente tiempo alejados de ellos.
En aquella primera versión, el concepto nacía como consecuencia de una maldición. A día de hoy esa es otra cosa que ha cambiado.

Estaba decidido: Aikiler moriría, algo que no le había sucedido a Lobezno. Lo haría de forma heroica. Se sacrificaría aun a sabiendas de que nadie le recordaría. Sería enterrado en una tumba con su nombre, pero ni siquiera aquello serviría para que pasasen a la historia quién había sido o lo que había hecho.

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