Biografía daegonita LXXVI: La novela VI

Por Javier Albizu, 21 Abril, 2021
Telegrafiar, o no telegrafiar. Esa es la cuestión de hoy.

Uno de los mayores problemas con los que siempre me encuentro a la hora de escribir (ya sea sobre Daegon o sobre cualquier otro tema) es… ¿qué desvelo?

Cuando dirigía, el problema estaba en que, en el improbable caso de que me leyese alguno de mis jugadores, le estaría descubriendo cosas que tenía intención de sacar en alguna partida futura. En gran medida, el mismo concepto de “Los destructores de mitos” estaba construido sobre aquello. Sobre la revelación de datos que contradecían la “historia oficial”. Todo lo que escribía se plasmaba de acuerdo al punto de vista subjetivo de alguno de los habitantes de Daegon. No eran verdades objetivas. No eran hechos. Eran semillas a partir de las que me planteaba generar futuras campañas.
Este acercamiento, claro está, chocaba frontalmente con lo que necesita un director de juego a la hora de acercarse a una ambientación nueva. Si vas a construir tus historias a partir de estos hechos, que te digan que “son mentira” en el siguiente suplemento es un poco jodienda.

A su vez, si bien es cierto que se puede adoptar un acercamiento de estas características a la hora de acometer una narración seriada, no era algo que se ajustase a la manera en la que me había planteado la novela. No quería usar la figura de un narrador poco fiable (aunque, en aquellos momentos, es muy probable que ni siquiera supiese qué era aquello)

No quería engañar al lector en ningún momento, pero sí que quería sorprenderle. La información necesaria para “desvelar” las sorpresas debían estar ahí con mucha antelación, pero no tenía que ser obvia. Por la misma, no toda la información presentada tenía que ir ligada a una sorpresa, aunque sí que tenía que ser relevante para lo que se iba a contar.
Así pues, al ¿qué? se le sumaban dos preguntas adicionales; ¿cuándo y cómo?

Se podría decir que este tipo de cuestiones son las razones principales por las que decidirse por una novela larga como primer proyecto literario es una mala idea. Más aún si, como yo, te dedicas a mandar bloques de entre dos y cuatro páginas semanales a los insensatos que habían aceptado tu propuesta de ofrecerse como sufridos lectores.

Porque, al hacer esto, me “forzaba” a crear unidades significativas de información en una extensión tan breve. No me daba ni tiempo ni espacio para sembrar en condiciones lo que estaba por venir. Si no creaba un micro-arco narrativo cerrado en cada entrega me sentía fatal. Aunque, repitiéndome, muy probablemente en aquel momento ni siquiera siquiera fuese consciente de aquello.
No había un plan ni preparación previa. Todo era bastante instintivo. Más o menos igual que como hago las cosas ahora… pero con unas cuantas miles de páginas escritas menos a mis espaldas.

Con esto, tanto los prólogos, como las presentaciones de personajes del primer capítulo, como los interludios entre este y el segundo, básicamente terminaron convirtiéndose en una especie de relatos cortos inconclusos.

La única presentación que superaba las cuatro páginas fue la de Vain Horst y su “troupe”. Un sub-capítulo que, si no recuerdo mal, me costó tres semanas escribir. Más allá de esto, también he de decir que este hecho me dio tantas alegrías como sustos.

Porque, claro está, presentaba a cinco personajes (aunque tres de ellos sólo estaban ahí para soltar información acerca del resto dirigida principalmente al lector) También me servían para introducir conceptos que no habían aparecido cuando dirigía las aventuras o el trasfondo escrito. Y si no habían aparecido era porque tampoco habían existido en mi cabeza hasta que me puse a escribir aquello.

En este capítulo, y bajo la forma de una historia contada alrededor de la hoguera, se hablaba por primera vez de las ciudades de Amlot “La oscura” y Amlash “La brillante”. La primera era un lugar de leyenda. La que se decía que había sido la primera capital de Saliria. La que era la tumba de sus emperadores tras la llegada de los menetianos. La segunda era su capital actual.

Amlot había sido fuertemente inspirada por el concepto de “Hamunaptra”1, la ciudad de los muertos que aparecía en la primera película de “La Momia” de Stephen Sommers, pero no había tardado nada en desviarse de aquella idea original.
Como no podía ser de otra manera, y siguiendo los dictados tolkienienos también le daba otros nombres como “Jurnalot, La olvidada, o “La ciudad cubierta de sombras”.
También, y gustándome un poco a mí mismo, añadía menciones a conceptos como “los rostros de piedra de los Lukani”. De “los guardianes dela puerta”.

¿Qué era aquello?

Pues... constructos del pasado. Según ponía en aquel texto: colosos de piedra y bronce. Los que fueran avatares del hombre–dios. Seres de carne y vida convertidos ahora en criaturas de piedra y muerte. Servidores de los oscuros designios.
¿De qué pasado hablamos? Un sé. ¿Colosos de piedra y bronce? ¿Acaso estamos hablando de ROBOCES GIGANTES?… pues igual. Ni idea. Ya vería. Por lo pronto, ahí estaban. A tope con la concreción.

La cosa es que, dentro de la remesa periódica, aquella historia se quedó en un cliffhanger entre la segunda y la tercera semana. La entrega terminaba con los protagonistas de la historia descubriendo aquel lugar.

La nota chunga llegó cuando alguno de mis lectores comentó que no sabía si era una buena idea desviarse de la narración principal con aquel “flashback”. En aquel momento comencé a sudar un poco y a replanteármelo todo.

La nota buena vino que, con la siguiente entrega, y una vez comprendido lo que se quería contar con aquel desvío, las reacciones fueron favorables. Quedaba claro que aquello era una semilla para más adelante, pero seguían a oscuras con respecto a cómo evolucionaría. Parecía que iba por el buen camino.

Por otro lado, otras semillas que fui dejando eran demasiado obvias. Se telegrafiaba demasiado claramente la muerte de algunos de los personajes y una de mis lectoras me lo hizo saber.
Aquello, en sí mismo, no era ni bueno no malo, pero yo no me lo tomé bien. Tenía que revisarlo. Me daba miedo que, con esta “perspectiva fatal”, esos personajes perdiesen interés para los lectores. Que, cuando llegase el momento, no les importase su muerte.

Por supuesto, que el personaje llegase a importarles o no dependía por completo de mi pericia como escritor. Por otro lado, podría haberme tomado aquello como otro reto. Conseguir que el lector estuviese en tensión ante la posibilidad de que, al girar la página, llegase el momento fatídico. Pero no era lo que buscaba. No me gustan los sustos gratuitos y ese tipo de amagos. Tampoco tenía intención de cambiar el destino de aquellos personajes para “desmontar” unas teorías que, en el fondo, eran correctas.

Aún me queda mucho por aprender pero, en aquellos momentos, la lista de lecciones pendientes aún era mucho más amplia.

Enlaces:

1. Momiando
- Hamunaptra
- La Momia

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