Biografía daegonita LXXVII: La novela VII

Por Javier Albizu, 28 Abril, 2021
Cuando se producía el cambio de año aún seguíamos con la presentación de personajes. Aún tuvieron que pasar unos cuantos meses del dos mil dos para que llegásemos hasta el final del primer capítulo.

Finalmente, en marzo los héroes se juntaban. Se producía una reunión en la cumbre en la que los “peces” gordos explicaban el quid de la cuestión.

Como primer plato, el grupo recibía noticias acerca de Ulmar.

–¿De quién?
–Sí, hombre, sí. De Ulmar.
–Nop. No me suena.
–El padre de Aknôt.
–Sigue sin sonarme.

Normal. Porque Ulmar no había sido mencionado en ningún texto anterior. Tampoco había aparecido en ninguna aventura. Pero era importante. Aquella era una pregunta que nadie había hecho pero que yo quería responder.
¿Qué había sido de los padres de la humanidad? ¿Quedaba vivo en la actualidad alguno de aquellos seres cuasi divinos?

La respuesta era no. Quedaba uno. El ser vivo más viejo de toda la existencia. Aquel que había sido como un padre para los inmortales. El tiempo verbal es importante. “Quedaba” pero ya no. Acababa de morir.

Sigamos.

Se mencionaban a las siete espadas, a los siete reyes dragón y su destino.

Y serán forjadas siete armas
Siete llaves para detener el camino del destructor
Y serán portadas por siete reyes inmortales
Y con ellas conocerán la muerte

(ese “destructor” tendría que haber ido en mayúsculas, maldición)

Ya de paso, se comentaba también que El Destructor había sido liberado (o lo sería en breve).

Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, aparecía por allí Dayon. Aquella era la segunda vez que le mencionaba en cualquier texto. Como no podía ser de otra manera, traía buenas noticias. A pesar de la deficiente redacción, me sorprende la ausencia de faltas de ortografía (con excepción de ese “destructor” que seguía apareciendo en minúsculas).

–No –le contestó un hombre que había permanecido inadvertido para todos hasta aquel momento. A pesar de que su aspecto resultaba de lo mas anodino, en aquel momento había algo en el que desprendía gran poder– No nos enfrentaremos a un dios. El destructor es algo mas que eso, es una fuerza primaria, algo que no puede desaparecer, algo que no puede ser destruido. Mientras haya vida, él perdurara.
–Gracias por la aclaración –dijo Korolu sin ocultar el sarcasmo que desprendían sus palabras– si antes tenía alguna esperanza sobre nuestras posibilidades, has logrado que esta desapareciera.
–¿Quién eres tú, que apareces sin haber sido invitado? –preguntó Darus.
–Yo soy Dayon, hijo de Dae’on –respondió el desconocido.
–Dayon el condenado –dijo Tsat. Conocía la leyenda de aquel ser. Bajo aquella apariencia frágil, se ocultaba uno de los siete dragones.
–Dayon el traidor –continuó Dayon tras tomar a Sachiel de la gran mesa sobre la que estaba tendida– Con esta, la espada de mi padre, asesiné a Daegon, mi hermana, mi esposa. Yo estuve presente la primera vez que llego el destructor y le miré a los ojos mientras acababa con mi pueblo, antes de ser detenido por aquella a la que asesiné.

En aquellos momentos sólo tenía una idea muy difusa de la sucesión de acontecimientos que habían llevado hasta aquel desenlace, pero ya lo solucionaría más adelante.
Unos años más tarde el mismo Dayon lo narraría en otro relato, pero no era un narrador confiable. Con esto quiero decir que, como tampoco me terminaba de gustar la explicación, me cubría las espaldas. Ahí estaba el fondo. El hecho y parte de lo que lo causó. Pero no estaba la forma real. No se mostraban todos los elementos que habían confluido para que aquellos sucediese.

Como colofón, se “declamaban” ciertos también ciertos fragmentos adicionales del Gutrakage. Una narración en la que se intercalaba un montaje paralelo en el que se describían las escenas del “mundo real” directamente ligadas a aquellas frases genéricas.
La narración tampoco me terminaba de convencer. Demasiado apresurada para tratarse de un evento tan relevante. Un tiempo después le volvería a dar una vuelta a esa sección en concreto, pero seguía sin estar contento. Por otro lado, y para no faltar a la tradición, nada de aquello sirve para describirlo de acuerdo a los criterios de la “nueva axiomática daegonita”.

Resumiendo mal y pronto:
–Esto se acaba y no podemos hacer nada.
–Estupendo.

Pero aquello no era el final del capítulo. Los participantes de aquella reunión abandonaban la sala para digerir lo que les habían contado. Lentamente la sala se vaciaba, pero no todos abandonaban aquel lugar. Tres personas permanecían en sus asientos mirándose con incomodidad. Se hacía el silencio hasta que uno de ellos, como quien no quiere la cosa, decía:

–Bueno, lo cierto es que mentimos. Este tipo puede hacer algo, que es un hijo del pacto.
–¿Yo? si soy un pringado. ¿Qué puedo hacer? ¿Quieres que vaya a darle de hostias a una fuerza primaria que ni siquiera está en este mundo?
–Que no me cuentes tu vida. Me limito a leer lo que pone en el guión.

Al final, aquel hijo del pacto se quedaba solo en la habitación sin saber si cortarse las venas o dejárselas largas.

Porque esta es la gracia de ser un hijo del pacto. No te da ningún poder especial. Es más, por norma general ninguno de ellos llegaba a ser consciente del papel que podía llegar a desempeñar dentro del gran esquema. Sólo son una posibilidad de cambio. Una posibilidad, no una certeza. Lo más probable es que vivan y mueran como cualquier otro pero, incluso si llegaban a generar algún cambio, este no tenía porqué ser a mejor. La intervención de un hijo del pacto también podría llegar a causar que el final llegase antes.

Un papelón, vamos.

Por supuesto, aquel personaje iba a morir sin cambiar nada. Así había sucedido en la campaña, aunque todo con un tono mucho menos grave y ampuloso.
Porque, claro, no era uno de los PJs y, aparte de eso, había otro hijo del pacto entre los jugadores. Uno que sí que había desarrollado poderes chulos (aunque no era capaz de controlarlos). Pero no quería adelantar acontecimientos a cualquier lector que no hubiese formado parte de mi grupo de juego.

Más allá de todo esto, y como ya decía anteriormente, tampoco tenía claro si el final iba a ser el mismo.

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