Biografía daegonita XXV: Cabos sueltos IV

Por Javier Albizu, 29 Abril, 2020
Daegon ha sido desde siempre un continuo cúmulo de proyectos iniciados y nunca terminados. Una característica esta que no es aplicable en exclusiva a lo tocante a su parte como trasfondo rolero.

Encuentro por mi disco duro que, a mediados del noventa y siete, me animaba por primera vez hacia la “escritura serie”. Me lanzaba a la narración de algo más concreto que una aventura rolera. Comenzaba a escribir dos relatos que hoy continúan inacabados. Cuanto más lo pienso, más creo que “Cabos sueltos” podría ser el apellido perfecto para este inmenso amasijo de… cosas que se van acumulando las unas sobre las otras.

Por un lado, daba inicio la escritura de un relato centrado en la figura de Rogani. Una intentona que aparcaría al día siguiente habiendo escrito únicamente un párrafo.
Y esto quedaba aparcado porque, acto seguido de aquello, realizaba la primera intentona de plasmar por escrito la trama de la “Gran Campaña”. Una intentona que aparcaba unos meses después cuando ni siquiera había terminado la primera página. Un proyecto que retomaría de nuevo al año siguiente empezando en otro punto y otro personaje, sólo para abandonarlo pocos días después. Una obra a la que regresaría allá por dos mil dos, sólo para volver a dejarla aparcada de nuevo al año siguiente ciento y pico páginas después.
En fin, si llevas un tiempo por aquí, ya sabes cómo va esto.

Mientras todo esto sucedía, y ya de nuevo dentro del terreno de juego, llegaba el momento de volver a introducir a alguien cuya existencia apenas había sido esbozada durante, sí, lo has adivinado, la “Gran Campaña” (otra vez). A alguien acerca del que, en estos momentos, estoy escribiendo un relato. Para rizar un poco más el rizo de la naturaleza cíclica de todo esto, este no es un relato cualquiera. Este es un relato que narra lo que sucedió en aquella aventura… aunque se encuentra muy alejado de esta a casi todos los niveles.

Enseguida llegamos a ello.

Los jugadores llegaban finalmente hasta la corte (por llamarlo de alguna manera) de Vargad. Allí descubrían que aquella ciudad estaba dirigida realmente por una extranjera. Por una mujer de color oscuro a quien todos temían. Por un ser cuyos súbditos no sabían si era una bruja, una hechicera, un jonudi, un kubun o las cuatro cosas.
Por su parte, esta mujer se había aliado con un sacerdote que exigía el culto a una deidad que, al igual que aquel ser, se alimentaba del miedo. Que había extendido el terror en la zona y que buscaba propagar este más allá de sus fronteras.

A pesar de que el “Doppelgänger” de Sahay llevaba ahí más tiempo que el sacerdote, nadie tenía muy claro cuál de los dos era quien tiraba de los hilos de su gobernante “legítimo”. Nadie sabía muy bien a cuál de los dos temer más.
Algo que también complicaba la tarea de los jugadores a la hora de decidir qué aposentos iban a asaltar primero.

Dado que el sacerdote vivía en un torreón alejado de la ciudad, y mientras Hideko buscaba la ocasión propicia para destruir a Arlag, nuestros aguerridos héroes decidieron que este sería el primer lugar en recibir su visita.

De esta manera, durante uno de esos ya clásicos “Asalto a la casa del gobernador”, la cosa se torcía para todos. Cuando el combate que estaba teniendo lugar en la “Torre de Kruanor” alcanzaba su apogeo, Arlag absorbía la esencia del sacerdote de Shurgull y, tras dominar al jugador que lo portaba, se llevaba a los jugadores al pasado y dejaba a Hideko sola en aquel lugar.

En aquel momento llegaba la culminación de… nada. Todo aquello era un encaje de bolillos que había ido tejiendo en mi huida hacia adelante.
Porque, cuando había sacado a Arlag, aquello sólo era una espada mágica capaz de comunicarse telepáticamente con la gente. Cuando había sacado al sacerdote del dios del miedo tampoco sabía nada de él. Sólo era alguien que había aparecido en una aventura diseñada para pasar una tarde en la que nadie más tenía nada para dirigir.

Y, sin embargo, ahí estábamos. Cerrando hilos, atando cabos de una manera… medianamente coherente. De una manera que, sin pretenderlo, encaja con las bases que sentaría más adelante para ciertos asuntos de índole metafísica. Por mero azar, cuadraba con otras cosas que llegarían más adelante. O igual fue esto lo que sentó las bases sin que me diese cuenta. Yo qué sé.

Porque, más adelante, dentro de la axiomática de Daegon la “Oscuridad primaria” se convertiría en algo donde el tiempo y el espacio no se comportan tal y como los conocemos. Lo que se encuentra “al otro lado de la oscuridad” puede ser cualquier cosa. Lo que se desconoce, lo que no se sabe que está ahí, lo que no se es capaz de percibir, puede ser el camino hacia cualquier momento y lugar. Claro está, es el camino para quien sabe recorrerlo. Para quien no lo sabe se convierte en la senda hacia la muerte o el olvido.

Y resulta que, en aquella aventura improvisada, había descrito a aquel sacerdote como alguien compuesto de oscuridad pura. De una materia viva que surgía de su ser como desgarros en la misma existencia que consumían toda la luz y la vida con la que entraban en contacto.
Y resulta que, según iba obteniendo respuestas a la pregunta de “qué o quién es Arlag”, estas me llevaron a determinar que era un ailanu. Alguien proveniente del pasado. Alguien que había logrado evitar el destino que habían sufrido los suyos. Alguien que quería regresar al pasado para evitar lo que sucedió. Alguien que había creado un hechizo capaz de llevar a cabo aquel viaje, pero que necesitaba una cantidad de energía enorme para poder lanzarlo. Una energía que le proporcionó aquel ser conectado de alguna manera con la oscuridad.

Cabe la posibilidad de que esté embelleciendo bastante esto y las cosas no encajasen tan bien. Es probable que, en este preciso momento, esté realizando inconscientemente correcciones, matizaciones o uniendo los hilos de cosas que ya he escrito y descrito. Pero la cosa es que la mente funciona así. No hay una explicación tan buena como aquella que desarrollas cuanto todo ha pasado. No hay profecía tan buena como la autocumplida.

En fin.

Una vez en el pasado, Arlag poseía el cuerpo de su yo de aquel entonces y mandaba a los jugadores una misión: Buscar a Iorum Arcanus. Buscar a la persona que creía que podía alterar el futuro que conocía.

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