Biografía daegonita XXVI: Cabos sueltos V

Por Javier Albizu, 6 Mayo, 2020
El tiempo es un elemento curioso. Uno que lo vuelve todo un poco del revés. Que provoca cambios en nosotros que, sin importar lo convencidos que estemos de que jamás sucederán, o de que no seremos capaces, terminan por llegar igualmente.
No importa el nivel de certeza que tengamos acerca de algo, a buen seguro, el mero paso del tiempo terminará por demostrarnos que estábamos equivocados.
De acuerdo, quizás no sea el tiempo en sí mismo. Quizás sea la mera experiencia vital. Pero una cosa no es posible sin la otra.

Así pues, habíamos dejado a nuestros héroes tras su viaje hacia atrás en el tiempo. Se encuentran casi cinco mil años antes de su último parpadeo. Pero el tiempo escasea. Ironías de la vida. No tienen tiempo que perder.
Vale, ya paro.

Algo malo va a pasar. Algo que, según su captor, desencadenará una serie de eventos que terminarán por expulsar a su raza, los Ailanu, de esta realidad dentro de un milenio. Un desastre que sólo puede evitar alguien que fue visto por última vez en este momento y lugar.
Por supuesto, está equivocado en varias de sus afirmaciones, pero el del narrador no confiable no es un tropo exclusivo de la literatura.
Por supuesto, otro que se podría considerar que estaba “equivocado” con respecto a muchas otras cosas también era el que estaba creando aquella historia pero, a estas alturas, esto hecho debería ser algo que ya no sorprenda a nadie.

Aunque no estaba “equivocado”. Sólo era otra persona con otras vivencias. Otra persona que, citando a Ignatius, “da la casualidad” de que se terminó por convertir en quien escribe estas líneas.
Según voy rememorando estas cosas, se me va haciendo un poco más fácil el reconciliarme con una gran parte de esas decisiones “erróneas” que tomaron algunos de mis yoes del pasado. Todo es canon, amigos. Hagan juego. Disfruten con la versión que prefieran.

Todo esto viene a cuenta de que , en aquella versión del pasado, todo era distinto a como ha sido presentado en versiones posteriores.

Por un lado, había magia. Por otro, había cultos religiosos. Para terminar, tal y como presenté la ciudad, aquel era un territorio de space ópera similar al de Star Wars. Un batiburrillo de cosas que mezclaba una zona no “fronteriza” y “salvaje” a lo Mos Eisley con otra hyper tecnificada.

Además de esto, viendo la hoja del cuaderno en la que aparecen los personajes que fueron presentados en aquella aventura, veo que seguía con la misma técnica del universo súper-compacto que habituaba a llevar. Nada se desperdiciaba y casi todos, o habían aparecido ya en otras aventuras, o se mencionaban en la cronología, o fueron reciclados para aparecer más adelante.

Tanto Eolas como Zaxis, Arcanus o Rogani ya había aparecido en la “Gran Campaña”. Labreh Sechi y Sersby Dwan acabarían “regresando al futuro”, aunque no hicieron aquel viaje junto a los jugadores. Bueno, no junto a todos ellos. Para terminar, Hagart Wolfson también terminaría por aparecer en futuras aventuras bajo un gran número de apelativos.

Con el paso del tiempo, algunos de estos personajes también terminaron por cambiar de nombre, trasfondo y personalidad.

Por su lado, el caso de Jirmun no deja de ser un poco curioso. Su nombre le venía heredado de jugar un poco las letras y mezclar a un par de guionistas1, pero el apellido no me terminó de gustar como sonaba junto aquel nombre, así que terminé cambiándolo por “Lohar”. Pero esto no es lo llamativo.
Tras cambiarle el apellido, aquel mismo personaje volvería a aparecer más adelante a los mandos de una estación orbital. Más allá de esto, también reutilicé aquel nombre al crear a otro personaje cuando me puse a escribir la novela.

Otro de los personajes que sufrió varios cambios fue Sersby. Un tipo tuerto y duro. Alguien que usaba tanto una espada como una vara que lanzaba rayos. Un personaje que comenzó como un trasunto de Deathstroke para luego ir adquiriendo una personalidad propia.

Más allá de las características antes mencionadas, también tenía una especia de “sexto sentido” que le avisaba cuando se aproximaba una situación de peligro. Un dolor de cabeza que nunca presagiaba nada bueno. Una migraña que, cuando se aproximó a algo que le superaba con creces, el señor Hagart Wolfosn, le reventó el ojo dejándolo casi en un estado de coma.

Pero no todos los cambios tenían lugar en el mismo nivel. Si alejamos un poco nuestra mirada de la escala “humana”, ciertas cosas ahora mismo no funcionarían de la misma manera.

Aquel pasado estaba dominado por un único gran imperio. Todo lo que hacía referencia a él en la cronología, venía dado por eventos relacionados con guerras y más guerras. Guerras de y contra los Ailanu. A la “gran trama”, a héroes más grandes que la vida misma y dioses haciendo sus movidas.
En aquella versión del mundo, el final de aquella era tecnológica venía dada por causas que hoy se me hacen muy poco satisfactorias. Una excusa para tener el pasado avanzado del que había ido hablando en otras aventuras.
En aquella primera versión, su final venía provocado por la arrogancia y el egoísmo de los Ailanu. Por un despecho y desprecio que provocaban que todo dejase de funcionar cuando la tecnología comenzó a ser usada en su contra.
Por otro lado, su exilio de este mundo vino como un castigo de los dioses. Por parte de quienes les habían creado para que cuidasen de aquel mundo. Aquella era la consecuencia directa de haberse enfrentado a sus creadores.

En las versiones posteriores, según se ha ido perfilando el mundo metafísico de Daegon, los dioses han ido desapareciendo. Si bien es cierto que, aún sin ellos, la parte “científica” continuaba teniendo una cierta cabida, el tema su castigo ya no era posible. Así pues, decidí cambiar ambas cosas en las sucesivas revisiones.

En la última versión, los ailanu no dejan de ser una mera etnia más; los llamados “Hijos de Ailán”. Por su parte, el fin de aquella segunda edad dorada de la humanidad terminaba por el mero azar. Por los movimientos cósmicos. Por un cambio axiomático minúsculo que afectó al funcionamiento de los principios en los que se basaba la ciencia. Por una serie de casualidades cósmicas que te sirven tanto para un roto como para un descosido.

Por su parte, el papel de Arcanus, quien antes había sido conocido como Syzygy Darklock, también ha ido adquiriendo distinto matices.

Mientras que en aquella segunda versión era “el” archimago, alguien que había sido capaz de controlar el “poder primario del que bebían los dioses”, ha pasado a ser un científico. Con cada cambio al que le he ido sometiendo se ha convertido en alguien más acorde a los distintos paradigmas que han gobernado Daegon. En quien marca lo que es o no posible a nivel “humano”. En aquel por quien el estudio de la axiomática y la metafísica son denominadas también como “Ciencia Arcana”.
Ya sabéis, mundo minúsculo.
Por supuesto, este es mi Arcanus. La consecuencia de mi microcosmos y mi visión focalizada de Daegon. Pero este es un mundo grande en un macroverso aún mayor. Me gustaría que, si alguien decide adoptarlo como escenario de juego, crease su propia mitología y marcase sus propios límites.

Aquella serie de aventuras terminaron con Arlag en estado catatónico al creerse el responsable de lo que vendría después. En alguien que, tras recuperarse, había perdido parte de su memoria. En un ser obsesionado por lo que pasaría, alguien cuyo único propósito sería evitarlo que quedaría condenado a repetir ese ciclo una y otra vez.

Por su parte, los personajes se veían obligados a salir huyendo de un accidente. De una catástrofe del que no todos ellos lograrían huir con éxito.
Ya sabéis, cosas de dados.

Por culpa de una tirada fallida, Décimus terminaba atrapado en un plano intermedio. En un lugar en el que los dioses de Namak tenían acceso. Tocaba tirar del Plan B.

La situación de sus compañeros no es que parecía mucho mejor. Con su captor incapaz de hacer nada, no tenían manera de volver a su época. Y digo parecía, porque no hay carencia argumental que no pueda ser tapado por un buen deus ex machina. El Plan A tampoco es que fuese gran cosa.

Los jugadores eran traídos de vuelta hasta el presente por dos dioses. Más concretamente, por dos “dioses de cuño reciente”. Por dos personajes que habían adquirido el estatus de divinidad durante, sí, la “Gran Campaña”.

Tras terminar aquella campaña, el jugador que llevaba a Manos, Guerrero indómito, se dedicó a proclamar a los cuatro vientos que, a partir de entonces, sería Manos, Amo del tiempo y las dimensiones.
Aprovechándome de este… ¿cabo suelto?, decidí que, con sus nuevos poderes, era probable que tratase de viajar a través del tiempo… sólo para demostrar que podía. Un viaje que haría junto a otro de sus compañeros; Expósito, quien poseía la mente de Eolas, a quien los jugadores habían conocido hace poco.
Si sumamos a todo esto que al tiempo no le gusta que jueguen con... ella, tenemos las condiciones perfectas para llegar hasta una excusa muy pillada por los pelos que nos permite traer de vuelta a los jugadores hasta el “presente”.

Enlaces:

1. Va de gionistas
- William Messner-Loebs
- Jeph Loeb

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