Biografía daegonita XXXV: El Herético II

Por Javier Albizu, 8 Julio, 2020
He de reconocer que, a grandes rasgos, hay un gran número de cosas de las que pasaron durante esta campaña de las que apenas me acuerdo. No sé si es porque, en el fondo, es la típica de “buscar objetos mágicos”, pero de no ser por el resumen que hice en su momento estaría a dos velas.

Dicho esto, tras darse de bruces contra la primera de las piedras, el rango de acción se abría. Ya no se trataba de “ir a ver qué se encuentra uno”, sino que todo se hacía más concreto y más difuso al mismo tiempo.
Porque la piedra del fuego, como si se tratase de las gemas del infinito (quizás ahí tengamos una influencia de la que no me he dado cuenta hasta ahora), sólo es “una de las cinco”.

Arcanus las quería. Seguía perjudicado desde su regreso hasta este plano de existencia y la cosa iba cada vez a peor. Estaba vivo por puro poder y pura cabezonería. Vivía porque se negaba a morir, pero no era sencillo. Necesitaba dar con un método que le permitiese permanecer allí sin aquella agonía. Sin necesidad de dedicar cada segundo de su tiempo y cada porción de su voluntad a ello.

Y aquello se notaba. Seguía siendo un borde y un antisocial. Un tipo al que, cuando lo conocieron en su torre, sólo tenía una silla porque no quería visitas.
Sin embargo, ahora vía con tres personas en casa y necesitaba de su ayuda. ¡Incluso tenía sillas para ellos!
Dado que se había quedado en el paro, y que era una mujer muy competente, había aceptado a Valima para que hiciese las veces de ayudante y secretaria. Algo que, con el tiempo la llevaría a convertirse en su aprendiz. No sólo esto, sino que los niveles de desesperación de Arcanus le llevarían poco después a aceptar a otra más.

Pero estábamos con las gem… con las pidras.
Claro ¿dónde narices podían estar? ¿Cuándo se habían fabricado y cómo se habían dispersado a lo largo de los siglos?

Complicado, por no decir imposible, pero tampoco nos volvamos locos. Al final, los muros de la coherencia y la verosimilitud rolera son tan flexibles y adaptables como uno necesite. Como si de una frase de Cohelo se tratase, una vez que has comenzado un campaña, el universo conspirará para poner en tu camino el resto de elementos necesarios.

Porque las piedras se llamaban. Eran capaces de detectarse las unas a las otras. Habían sido creadas para estar juntas (sí, definitivamente hay algo de Starlin y su guantelete en todo esto).

Pero, antes de partir, tocaba un pequeño interludio. Llegaba hasta la ciudad Kylburn, un sacerdote ailán. Un templario del dios de la guerra. Un cazador de gente chunga. Un tres en uno.
Llegaba hasta la Jorgh preguntando por Décimus, aunque no por el Décimus al que habían conocido los jugadores.
Durgas Kutal, la copia “kurbunesca” que habían hecho de él, estaba recorriendo el mundo tras la muerte del original, y su objetivo había cambiado. No tenía mucho sentido hacer la vida imposible a un muerto.
Por otro lado, había heredado algunas de las características del individuo a partir del que había sido creado. Era un hedonista y le gustaba pasárselo bien. Le gustaba estar en Daegon y no tenía ninguna intención de volver hasta Namak. Claro está, su concepción de la diversión no terminaba de cuadrar con la de la gente con la que se cruzaba. Podía no ser un kurbun de pura cepa, pero no por ello se había deshecho de todos sus rasgos no humanos.

También aparecía por la ciudad y se unía al grupo Quintus, el hermano ¿mayor? (no lo recuerdo, aunque tampoco sé si se llego a concretar) de Décimus, y la antítesis en todos los aspectos de este. Alguien noble, devoto y valiente. El personaje que sustituía a Keldar que, a su vez, había sido el sustituto de Décimus. Porque a veces los jugadores son así, porque los universos de ficción tienden a ser muy pequeños y porque, una vez que comienzas, los cabos sueltos te persiguen para siempre.

Volvemos a las piedras.
Encontrar la segunda de ellas, la del aire, fue sencillo. Sólo tuvieron que ir hasta Saliria, el lugar ideal para alguien a quien se acusa de herejía (recordemos que ahí cualquier tipo de culto está prohibido), entrar en uno de los laboratorios abandonados de Mujuro y pegarse contra sus medidas de seguridad. Como premio, la piedra quedaba incrustada en la mano de Quintus. Algo no demasiado agradable.
Una vez extraída por Arcanus, dadas las advertencias pertinentes acerca de cómo tratarlas, y volver de nuevo a las pesquisas, los jugadores volvían a cruzar otra vez medio mundo. Regresaban hasta Shizay con dos de las piedras en su poder. La búsqueda se convertía en algo un poco más sencillo (que no en algo menos peligroso).

En el lugar hasta el que les llevaban su investigación, los jugadores se encontraban con los restos, esta vez recientes, de otra expedición. De un grupo liderado por alguien con quien sus caminos ya se habían cruzado antes.

Hasta los oídos de Lexius Meslate, el embajador de Menetia con el que habían coincidido meses antes en la reunión con los Talen, habían llegado noticias que habían guiado sus pasos hasta aquel lugar. Creía que allí encontraría un objeto capaz de permitirle recuperar el brazo que le faltaba.
Claro está, esto, en un entorno con tanta magia como como el de Rune, no tenía demasiado sentido. Pero no importaba. Poco a poco esto iba yendo a menos. Los jugadores tenían magia, pero para el resto del mundo no era algo tan habitual.

Seguimos con la geología axiomática.
Para la desgracia de Lexius (que no todas las desgracias caen del lado de los jugadores), no sólo no recuperó su brazo sino que perdió la vida. La única persona que encontraron viva de aquella expedición fue Leiten Ardsmor, uno de sus guardaespaldas. Un ex templario de Gâldaim que se unía al grupo para saldar cuentas con quienes les habían emboscado.

Con esto, sacaba a un nuevo personaje seguidor de la deidad “invent” a la que se adoraba en Goord y, ya de paso, daba alguna que otra explicación (no demasiado elabotada) de cómo funcionaba la magia divina.

Porque, veamos, tenemos a un devoto excomulgado de una deidad que no existe… que tiene magia divina. ¿Cómo narices se come eso por cualquiera de sus partes?

La excusa que di para tal situación era que, tal y como él rendía culto a su deidad, sus rezos habían llegado hasta otra entidad cuyos aspectos / campo de actuación eran similares. Hasta otra abstracción que era la que los solía atender.
Un primer paso hacia lo que evolucionaría el concepto de la fe, la religión y la magia poco después.

Una vez que terminaban con quienes habían asaltado al grupo de Leiten, y con la piedra del agua ya en su poder, combinada esta con la del viento que ya tenían, el barco en el que viajaban cambiaba su rumbo sin que nadie pudiese hacer nada para evitarlo. Les llevaba con precisión coheliana hasta una isla situada al norte de Shinzay.
Tras el inevitable combate contra el guardián del laboratorio ubicado en aquella isla, los jugadores se hacían con la piedra de la oscuridad. La última en la que había trabajado Mujuro, y la única de ellas que no estaba finalizada.

Veo en mis apuntes que, después de aquello, y tras un nuevo asalto de Fujie Ito y sus ninjas, Leiten dejaba el grupo y se iba con la piedra de la oscuridad. Un giro inesperado incluso para mi.
Lo cierto es que, como comentaba al principio de esta entrada, no recuerdo los detalles concretos de aquello. De cualquier manera, y dado que luego se lo volvieron a encontrar de buenas, asumo que aquello fue de mutuo acuerdo. Es probable que los jugadores ni siquiera supiesen que aquello era lo que buscaban.

Ya sólo les faltaba una, pero la cosa se iba a volver a complicar.

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