Biografía daegonita XXXIX: El Herético V

Por Javier Albizu, 5 Agosto, 2020
Crear desde cero lugares y culturas es una jodienda. Porque las complicaciones crecen exponencialmente con cada decisión que tomas. Porque sus estructuras siempre se mantienen con alambres. Porque por cada elemento que añades, puntualizas, o eliminas, otras tantos pierden su estabilidad.

Se podría decir que el mismo concepto de “Trollellom”, y Ton’Kaheru como exponente del mismo, serían una demostración perfecta de tal afirmación. Un hecho que, poco después, quedaría apuntalado cuando me puse a definir Rearem.

Como palabra, Trollellom nacía al mismo tiempo que lo hacía el primer mapa de Daegon. Claro está, en aquella ocasión sólo era “el sitio en el que había trolls”, de la misma manera en la que Shemellom era “el lugar en el que había shem” (unas tribus de las que se hablaba en el libro de Hijas de la noche).

El único propósito de aquella decisión era el de llenar los grandes espacios en blanco que quedaban en el dibujo. El definir de forma sencilla qué culturas había en cada lugar ante los jugadores.
Corrijo. Ahí no había culturas. No al menos culturas de verdad, sólo nombres, características y porcentajes básicos para habilidades y…
No. No había nada más.

La primera decisión “real” que tomé para ellos llegó algo más adelante. En el momento en el que presente a Darus, su gobernante, fue cuando los jugadores fueron conscientes por primera vez de algo que podría ser interpretado como “rasgos culturales”.

No sólo aquel lugar estaba gobernado por un inmortal, sino que gracias a este se había logrado mantener la paz en los territorios.
Recordemos una vez más que estamos en el “territorio RQ”. Darus era inmortal por la gracia de los dioses. Era el sumo sacerdote de un dios monolítico. De Arcthuran “El señor de las profundidades”, uno de los muchos nombres que recibía el caos primordial. De una fuerza que no estaba asociada en modo alguno a ninguna idea remotamente “maligna”. Su cultura se podría decir que se asemejaba al ideal utópico de los “libertarios americanos”. Cualquiera podría hacer lo que quisiese siempre que esto no perjudicase a otro. Quien incumpliese aquel precepto tan “simple”, se vería sometido a su autoridad, su poder, y el dios por el que hablaba.
Aunque aún no estaba escrito, hablé a los jugadores acerca de algo llamado “el gran pacto” que ligaba a los gobernantes de los pueblos que vivían en Trollellom ante aquello. Si alguno de ellos incumplía, o permitía que en sus dominios se incumpliese aquella máxima, caería muerto.
Ya sabes “lo hizo un dios”.

De esta manera, siempre que se respetase “el pacto”, dentro de sus territorios estaba permitida cualquier tipo de magia y el culto a cualquier dios.

La cosa permaneció así hasta que comencé a escribir la primera versión de “la Cronología”. Hasta que traté de concretar las ideas sueltas que había ido improvisando acerca de la historia de aquel mundo.

En el documento más viejo que conservo (veintitrés de abril del noventa y seis), la parte dedicada a esta cronología terminaba durante las entonces conocidas como las “Guerras Panteónicas”. En el final del conflicto durante el que Darus ponía fin al “Gran Imperio Menetiano”.

Por el camino habían pasado muchas cosas. El mapa había cambiado y el mundo se había “extendido”. Trollellom ya no era “el sitio donde había trolls”, sino que esta palabra significaba “La gran nación” (traduciéndose troll por “grande” y ellom,,, tienes las piezas, completa el puzzle). Aquel nuevo / viejo territorio estaba compuesto por un gran número de naciones de diferentes tamaños que ocupaban la mitad del continente. El mapa pasaba también a estar dividido por una gran cordillera que convertía aquel en un lugar casi inaccesible (sin especificar demasiado qué impedía el viaje mágico hasta allí) para grandes masas de gente procedentes desde occidente. Por las “Montañas Zorak”. Porque ahí había trolls, y Zorak Zorán era el nombre de uno de sus dioses en Glorantha (guiño, guiño, codazo, codazo)

Ah, sí, como consecuencia de los eventos acontecidos durante “La Gran Campaña” en aquellos momentos Darus había muerto (en realidad sólo había desaparecido, pero este hecho sólo era conocido por unos pocos).

A partir de aquel suceso, surgían un gran número de preguntas: ¿El pacto sigue vigente? ¿morirá cualquiera que lo incumpla? ¿alguna vez llegó a ser “real” la amenaza para los infractores? ¿quién iba a ser el primero en tratar de comprobarlo? ¿qué le iba a pasar? ¿cuál había sido el poder “efectivo” con el que contaba Darus?

Porque la primera versión me parecía demasiado simplista. Tocaba complicarse un poco la vida. Nacían las “Ciudades estado de Trollellom” (entre las que se encontraba Ton’Kaheru). Ciudades situadas en lo alto de las montañas y habitadas por Trolls adoradores de Arcthuran. Los lugares esparcidos a lo largo de oriente que aún permanecían comunicados por las “autopistas subterráneas del pasado”.
Darus no era el gobernante efectivo de aquellas ciudades, pero sí que tenía un acceso “rápido” hasta cualquiera de ellos para él y sus tropas. Aquel podía ser un medio que le hubiese permitió reconquistar el este continental antes de atacar a los menetianos.
Un arma desconocida para gran parte de los pueblos que se aliaron con él y que, ante los ojos de sus “súbditos”, podía convertirle en el equivalente a “la cólera de un dios”.

Aquella era la idea que se iba barajando en mi cabeza, aunque tampoco llegué a plasmarla en ningún lado. Porque me seguía pareciendo muy simple y quedaban muchos flecos por terminar de definir.

El nueve de septiembre del noventa y seis creaba un documento específico para Trollellom… pero no escribía en él nada más que el nombre de aquel lugar. Durante El Herético, y como consecuencia del cambio de las razas, aquello cambió.

Veo que el veinte de julio del noventa y ocho había escrito tres páginas. Dos mil setecientas catorce palabras en las que el propio Darus comenzaba a hablar acerca de su historia (ya sabes, si quien lo cuenta es un narrador poco confiable, siempre lo puedes cambiar después).

Por supuesto, aquello iba a ser un dramón. “Un hombre atrapado en un mundo que no ha creado” y todas esas cosas. El camino que había recorrido hasta llegar a convertirse en la persona trágica y moralmente agotada que habían conocido los jugadores la primera vez que se lo presenté.

Pero las modificaciones no terminaban ahí. El cambio de las razas había añadido otros rasgos. La “visión nocturna / sentido oscuro” que tenían los Elaen o los Ilawar no funcionaba exactamente igual que la de los Trolls y Enanos de Glorantha. En el relato de Darus quedaba plasmado que era un añadido a la vista normal. Se activaba ante la ausencia de luz y la perdían cuando sus pupilas se veían expuestos a ella. Ni siquiera el cerrar los párpados les servía para usarlo con eficiencia y el cambio de uno a otro sentido resultaba desorientador en un primer momento.

Volvemos a las “ciudades interiores”. Volvemos al momento en el que los jugadores entraban en Ton’Kaheru. Hasta un lugar en el que incluso la luz de las antorchas estaba “prohibida”.

Vale, todo muy molón, pero… ¿estaba prohibida en toda la ciudad? ¿no vivía allí nadie que no poseyese el “sentido oscuro”? ¿cocinaban y forjaban sin usar el fuego? ¿había humanos que lo poseían? ¿todo el comercio tenía lugar en el exterior, o había lugares habilitados en su interior para llevarlo a cabo?
De haber iluminación ¿cómo eran de grandes aquellas grutas escarbadas en la montaña? ¿había salidas de humos? ¿cómo eran las edificaciones? ¿tenían sentido las ventanas ahí? ¿qué temperatura hacía ahí?
Obviamente, el espacio para edificar era algo muy limitado ¿construían hacia arriba, hacia abajo, o en ambas direcciones? ¿seguían siendo capaces de “expandir” la ciudad? ¿tenía sentido el concepto del “color” en su arquitectura o su moda?
Cientos de preguntas cuyas respuestas sólo servían para generar otros tantos miles.

Imagine la ciudad construida alrededor de grandes brechas en la montaña. Como una serie de “rascacielos” cuyos niveles se comunicaban por el exterior a través de escaleras, y entre ellos por grandes puentes y arcos que surcaban y “unían” estas grietas. Por estructuras que confluían en el centro en plazas y “rotondas” bajo las que había simas casi infinitas. Abismos sin fondo que nunca llegaban a llegarse por el agua que caía de las cascadas.
Habría zonas hasta las que llegaba la luz desde el exterior. Lugares hasta los que “los antiguos constructores” habían conseguido “canalizar” los rayos solares por medio de superficies en las que era reflejada y dirigida a través de las sinuosas grietas.

Tampoco llegué a escribir nada de esto, porque seguía habiendo muchos flecos que se me escapaban.

Lo que estaba claro era que Arlún había “roto el pacto” (y probablemente no fue el primero). Alguien había prohibido algo que “no hacía mal a nadie” y no le había pasado nada.
O bien el “gran pacto” había muerto junto a Darus, o nunca había sido real.
Un punto más para los destructores de mitos.

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