Biografía daegonita XXXXXIII: La campaña del anillo VIII

Por Javier Albizu, 11 Noviembre, 2020
¡Invitados sorpresa! ¡Emoción! ¡Combates! ¡Excitación!… ¡Tramas que tropiezan y se caen por las escaleras! Todo eso y más en el, como no podía ser de otra manera, anticlimático final de la campaña.
Porque el rol es así.

El final de “La campaña del Anillo” llegó a traición y de forma inesperada. No lo vi venir pero, hasta cierto punto, y sin que sirviese de precedente, los jugadores actuaron de forma cauta. Tenían miedo, y tenían razón para tenerlo.

Pero me estoy adelantando.

Antes de la debacle cuadernística de la semana pasada, habíamos dejado al grupo reuniéndose con algo nuevo (Masamichi) y algo viejo (Quitus). Sólo faltaba algo prestado y algo azul para tener lo necesario para que la novia (la campaña) estuviese preparada para boda.

Lo prestado vino por dos flancos.
Por un lado, regresaba también Shuikakuju. Por otro, reaparecía Rogani.

¿Que regresa quién?, se preguntará el avezado lector. Y la pregunta tendrá toda la razón de ser del mundo. Porque es normal que ese nombre no te suena de nada. Y no te sonará porque veo que no lo he mencionado hasta este momento. Cosa de ir escribiendo las cosas de memoria de miércoles en miércoles.

Shuikakuju (cuyo nombre estaba “robado” de Urotsukidôji1) regresaba tras su aparición, cómo no, en “La Gran Campaña” (tengo que revisarme todas las entradas para mirar si en alguna de ellas he dejado de mencionar algo relacionado con ella). Llegaba para complicarme la vida hoy. Porque su presencia no se sostiene demasiado bien en el nuevo paradigma que reinaba en aquellos momentos.

Vayamos por partes. Mira, verás, te cuento.

Aquel tipo no tenía nada que ver con el personaje de quien había heredado su nombre. Era una de las personas que los jugadores se habían encontrado en Rayhosha. Ya sabes, “Huevo city”, la ciudad situada en una de las islas flotantes del plano del Orden.

Bien. Originalmente, en el universo “Runequestero con magia y deidades tradicionales”, el regreso de Rayhosha había sido permitido por los dioses a cambio de una contraprestación; sus habitantes tenían que evitar que la tecnología ailanu que regresaba con ellos fuese usada.

Dentro de aquel paradigma, la presencia de Shuikakuju tendría sentido. Se había usado tecnología ailanu en la zona (teletransporte y alguna que otra cosa más), por lo que la permanencia de él y los suyos en este plano de existencia pendía de un hilo. Dependería de que aquellos aparatos no “fuesen suyos” y de que aquel uso no hubiese hecho saltar ninguna alerta divina.

Pero, claro está, ya no encontrábamos en aquel paradigma. Ya no había dioses. ¿Qué narices pintaba aquel tipo allí?

Por lo que me dicen mis apuntes; “Reaparición tras la tercera guerra de los dioses de Shuikakuju, como enviado del consejo de Rayhosha para llevarse la muñequera teleportadora de Ulf” (esa coma ahí en medio no me gusta nada)… no puedo saber a ciencia cierta la razón de fondo para aquello.

¿Hoy podría justificarlo?
Por supuesto, tengo una docena de respuestas perfectamente válidas. Soy más que capaz de justificar lo que me de la gana. Pero no recuerdo si en aquellos momentos me lo planteé. No recuerdo si estaba tan aturullado con todas las cosas que estaba tratando de sacar adelante que lo dejé pasar. Si me limité a mantener la razón original sin darme cuenta de la incongruencia, o si le di una vuelta más al asunto para ajustarlo a lo nuevo.
Sea como fuere, nos vamos a encontrar con una situación similar dentro de poco. Otra situación en la que no tengo un recuerdo clara la razón de base para que sucediese (más allá del molonismo).

En fin, y resumiendo lo que debieron ser las seis o siete últimas aventuras.
Ulf se negaba a entregar la muñequera (que, recordemos, no sabía usar y estaba fundida con su brazo) si no le daban algo a cambio. Al poco tiempo, y gracias a esa misma muñequera, era “secuestrado” por Sargat Kendall y los suyos, transportado hasta el anillo y torturado. Desde allí veía por primera vez el mundo desde las alturas. El planeta y sus océanos (¿cuenta esto como algo azul?).

De allí era rescatado por Rogani y llevado hasta su base en Lutnatar (la luna).
Quizás Rogani no ambicionase el control del mundo, pero era alguien que no quería que el Anillo cayese en manos de un individuo como Kendall. Ya sabes, los enemigos de mis enemigos y tal.

En aquel idílico paraje, y mientras contemplaba todo el el conjunto desde la lejanía, Rogani explicaba a Ulf la naturaleza del Anillo, qué necesitaba Kendall para hacerse con su control (lo que estaba buscando en las distintas ruinas que había visitado), y cómo lograr que le tocasen las narices. Porque Rogani siempre ha sido muy de tocar las narices.

Para hacerse con el control de aquella arma de destrucción masiva, Kendall necesitaba hacerse con seis anillos. Todo un tanto redundante a la par que en apariencia tolkieniano-niano, lo sé. Pero J.R.R. no había sido la inspiración para aquello, sino que la idea me vino por la parte del señor John Byrne2. Más concretamente, por su etapa como guionista en la serie de IronMan con lápices de John Romita Jr y Mark Bright. La línea argumental esa en la que se descubría que los anillos del Mandarín eran realmente cacharros tecnológicos. Las “llaves” de la nave en la que Fing Fang Foom, el dragón de calzoncillos morados, había llegado a la tierra.
Ah, los noventa y los guionistas revisionistas.

En fin de nuevo, que me lío.

Kendall se hacía con cinco de los anillos, pero los jugadores lograban adelantarse a él antes de que diese con el que le faltaba. Gracias a sus conocimientos de la ciencia de antaño, y a alguna que otra pequeña información encontrada en las ruinas que visitaron, Vackap lograba “interferir” en las frecuencias que permitían que aquellos aparatos funcionasen. No sólo eso, sino que los “formateaba”. Les tostaba otra ROM. Les hacía un borrado a bajo nivel. Un “wipe”. Ya no servían para nada más que para hacer un cosplay de Mr T.

Muy bien ¿Y ahora, qué?
Se habían creado un enemigo muy tocho. Alguien que, aun sin el Anillo, disponía del aparataje necesario para borrarles del mapa.
Eso ¿Y ahora, qué?

Decidieron desaparecer.

–Nos largamos de aquí –dijeron ellos.
–¿Dónde y durante cuánto tiempo? –pregunté yo.
–Nos vamos a Jorgh durante medio año.
–Perfecto –comencé a improvisar. Veamos, ¿Kendall va a por ellos, o sigue con su plan para crear un “Nuevo Imperio Ailanu”?– Mientras estáis allí os van llegando noticias de lo que está sucediendo en Dugental –elegimos “B”–. La capital es conquistada por una fuerza tecnológicamente muy superior. Una vez que se han hecho con el control, esta queda inaccesible. Ahora la cubre un campo de fuerza totalmente opaco –¿por qué no?–. Nadie sabe lo que sucede en su interior.
–Pues parece que se ha quedado buen día.

Y con esto, amigüitos, terminaba esta épica aventura. Ganaba el mal. Ganaba el capital.
Ciertamente, se había quedado un buen día.
Quedaban muchos cabos sueltos por cerrar.

Enlaces:

1. Urotsukidôji
- Urotsukidôji: La Leyenda Del Señor Del Mal
- Urotsukidôji, más que penes gigantes

2. Iron Man: War Games

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