Biografía daegonita XXXXXVI: Cabos sueltos II - II

Por Javier Albizu, 2 Diciembre, 2020
¿Dónde estábamos?
A, sí. En el jardín.
¿Que en qué jardín?
Pues en uno que regaba con devoción. Uno que crecía a diario fuerte y sano. Que se expandía hacia… alguna parte.

Es posible que, a tenor de lo que he ido contando últimamente, alguien haya sacado la (errónea) conclusión de que, ahora sí, tenía algo parecido a un plan. Que los saltos que voy dando, y la mezcla que hago de lo que fue con lo que después sería, pueda llegar a dar esa impresión.

Pero no. Continuaba huyendo hacia adelante. El “todovalismo” seguía imperando. Mi bandera continuaba siendo la de un Molonismo rampante sobre lecho de circuitos impresos.

De acuerdo, veamos.

Acababa de “desmantelar” el Anillo; “la gran amenaza de la ciencia del pasado”, para, acto seguido, rodear una ciudad con un campo de fuerza “high-tech” y sacarme de la manga una tecno-fortaleza volante.

Y aquello sólo era el comienzo.

Porque no había ningún problema, o al menos entonces no lo veía. Estaba tan metido en harina que no era capaz de verlo. El problema no era el despliegue tecnológico en sí mismo. El problema no era si en algún momento había existido un “campo anti tecnología”.

El problema era qué hacer con todo aquello a largo plazo.

En aquel escenario “sin dioses”, las potencias tecnológicas ya dejaban de tener un cortaprisas para sus ambiciones. La conquista o no de lo que buscaban dependía por entero de su… buena voluntad. La fortaleza volante había sido enviada hasta allí ante la aparición de una posible amenaza. Como un aliado más. Como un gesto de “hermanamiento y alianza” de los ailán antes los nuevos vecinos.

Pero… ¿qué eran los ailán? ¿Cuál era su cultura? Si no habían sido los dioses quienes les exiliaron ¿qué les había mantenido lejos durante tanto tiempo? ¿Cuáles eran sus planes ahora que habían regresado? ¿Era un imperio? ¿Eran varias culturas las que habían sido “apartadas” del resto del continente?

Una vez más, sólo puedo decir que ahora sí que tengo respuestas para todas estas preguntas, pero entonces apenas habían sido formuladas. Todo continuaba en un estado intermedio entre lo que ya había escrito y lo que iba desarrollando con posterioridad. Un estado de indefinición que podía llegar a reventar en cualquier momento de no tener un poco de cuidado. Pero aquel momento aún no había llegado, así que me dejaba llevar por la corriente.

Aun así, tampoco es que no tuviese ningún plan. Aunque estas no habían sido detalladas, ya había plantado las líneas maestras como para otros dos o tres años de juego. Como ya comentaba hace un tiempo, a estos “cabos sueltos” les seguiría “Cuando el mañana nos alcance” y, antes de terminar con esta, llegarían “El imperio contraataca” y “La guerra de los clones”.
Pero sólo eran eso. Líneas maestras que se iban desarrollando con cada nueva aventura. Iba plantando semillas para ver en qué terminaban germinando. Sembrando ideas sólo para verlas crecer. Luego ya decidiría qué hacer con ellas.

Por supuesto, algunas de las semillas para estas historias ya habían ido plantadas. Venían de antes de “La Gran Campaña” o de tramas inconclusas que me apetecía recuperar. Ya fuese como tramas en firme, ideas lanzadas en su día sin un propósito concreto, o como improvisaciones locas a las que luego les buscaba algún sentido, poco a poco todas ellas iban siendo recuperadas, entrelazadas, mutadas y evolucionadas. Mientras otras iban surgiendo en caliente a la espera de un momento en el que recuperarlas o buscarles sentido, todas ellas se iban desarrollando en paralelo tanto dentro como fuera de la mesa de juego.
Ya pensaría qué hacer con el fregado en el que me estaba metiendo en aquellos momentos más adelante. Ya me preocuparía por los nuevos cabos sueltos que iba dejando cuando tocase.

Así pues, ahí estábamos. Tocaba enfrentar ciencia del pasado lejano contra ciencia de la isla exiliada. Tecnología ailanu contra tecnología ailán. Primer asalto.

Los jugadores eran llamados a la fortaleza aérea y se formulaba un plan. El primer asalto quedaba en tablas. Al final se usaría la ciencia moderna. El conocimiento humano. El legado de Arcanus. La “tecnología” del continente. La ciencia... arcana.

Un pequeño contingente de voluntarios accedería hasta en interior de la ciudad a través de uno de los portales que podía establecer Quintus. Una vez allí, tratarían de destruir el generador del campo de fuerza cuya ubicación habían sido capaces de situar los ailán.
Si había suerte, la cosa sería fácil. Si no la había, serían espadas contra… lo que fuese que tenían las tropas de Kendall. Al final, por supuesto, hubo suerte, no la hubo, y se terminó por imponer una tercera opción no prevista.

El grupo de asalto, compuesto por los jugadores, una parte de los Exiliados, y una pequeña escuadra de tropas de Dugental accedía hasta el interior de la ciudad. Los más sigilosos de aquel grupo lograban reducir a los guardianes del generador, pero no eran capaces de evitar que estos diesen la alarma. Mientras el contingente mayor se dedicaba a proteger el recinto, Vackap y un técnico ailán trataban de desactivar el portal. Cuando parecía que la cosa ya estaba, todo se descontrolaba.

Resulta que uno de los Exiliados no era lo que parecía. En realidad era un kurbun que se había infiltrado para acabar con el líder del grupo (me quiere sonar que esto venía de alguna de las coas sucedidas durante “La Gran Campaña”, pero no lo puedo confirmar). Aquel ser atacaba y hería mortalmente a Reyfern. En ese momento Sinichi daba su vida para evitar que lo rematase esperando con esto romper su ciclo de “reencarnaciones”. Cuando aquella criatura trataba de matar a Masamichi, aparecía en escena, como un Deus Ex Machina, Oggalark para protegerlo. Alguien disparaba una de las armas de rayos de las que se habían apropiado. El haz de energía rebotaba en Oggalark y terminaba impactando en el generador. Este reventaba creando una grieta dimensional. Todos los que estaban en el recinto terminaban en Namak. Allí eran recibidos por un comité de bienvenida que comenzaba a repartirse aquel premio.

Semillas que se van y jardines que vienen.
Siempre a tope.

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