Biografía daegonita XXXXXXIX: Lo que está y lo que no

Por Javier Albizu, 3 Marzo, 2021
A la hora de crear un universo lo que no conoces, lo que te genera indiferencia, lo que tratas de evitar o, incluso, lo que aborreces, puede llegar a resultar tanto o más relevante que lo que te gusta.
Todo suma ya sea por proximidad o por ignorancia. Por experiencia personal o por lejanía. Porque lo quieres “ahí” o porque no lo tienes en consideración. Porque quieres mantenerlo lo más alejado posible o porque necesitas tenerlo cerca.

Nunca he sido fan del western o el género “de piratas”. El “noir” me aburre. Las “femme fatale” me suelen dar bastante rabia y nunca he entendido las reacciones que provocan en los protagonistas. El thriller con “sorpresa final” tiende a decepcionarme. No me gustan los bares. Sólo he entrado en discotecas durante el día, y siempre ha sido para trabajar. Me repelen las multitudes y tiendo a desaparecer cuando me encuentro en una. Jamás me ha interesado en lo más mínimo viajar si no ha sido para visitar a alguna persona en concreto.
Tampoco soy amigo de las grandes generalizaciones, y ya ves lo que acabo de comentar. Mi coherencia llega hasta donde lo hace.

Esto no quiere decir que todas mis experiencias en esos géneros / actividades hayan resultado insatisfactorias. Por supuesto, ha habido excepciones. Pero ninguna de ellas ha generado el suficiente poso en mí como para que las convierta en algo que busque. No son motivo suficiente como para que diga “voy a ver” o “voy a hacer”.

¿Quiere decir esto que evito los clichés? ¿que me considero “por encima de esas cosas”? ¿que Daegon no tiene “de esas cosas”?
No. Claro que no.

No me gustan el western o los piratas, pero tenemos vikingos y ninjas. No me gusta el “noir” pero hay mucha space-opera. No habrá finales de “el malo era él” pero hay terror cósmico e intrigas políticas.
Lo único que me resisto muy mucho a meter son súper robots… aunque tengo formuladas diversas maneras en las que podrían encajar sin generar problemas de “lógica interna”.
En fin.

Muy bien. Entonces, si la cosa no va por ese lado ¿qué quiero decir con todo esto?

Estas son cosas que, de un modo u otro, han terminado formando parte del ADN de Daegon. En ocasiones para bien y en otras, a buen seguro, para mal.

Porque es muy difícil crear diversidad si te limitas a utilizar únicamente lo que te gusta o “lo que sabes”. Cuanto menos elementos utilices, más probable es que te repitas. Que te vuelvas redundante. Que te limites a reutilizar una y mil veces los mismos arquetipos y tramas.
Así que, en ocasiones, me he dedicado a “forzar” la máquina. A meter cosas que no me gustan. Cosas que, en el largo recorrido, se quedan ocupando tiempo de proceso en mi segundo plano mental. Elementos que quiero corregir… pero que no debo. Porque los terminaré convirtiendo en algo más homogéneo. Más plano. En algo que sea capaz de comprender.
Pero quiero cambiarlo.
Pero no debo.
El bucle no termina nunca.

Cuando más conozco a los personajes, cuanto más los perfilo, cuanto más complejos son, se convierten en entidades menos diversas. Esto no quiere decir que se vuelvan genéricos. La cosa no va por ahí (o eso quiero creer). Como decía, en ese momento pierden las cualidades que no soy capaz de comprender. Porque son complejos de acuerdo a mi capacidad de entenderlos. A los criterios que puedo verbalizar y racionalizar. Y eso es algo limitado.

Se suele decir que es sencillo tener ideas geniales. Lo complicado es que lo sigan siendo una vez explicadas. Una vez que le buscas sentido a cada uno de los elementos que las componen. Cuando les has quitado “la magia” y las has transformado en algo “con sentido”. El ser capaz de hallar un punto de equilibrio entre esos dos conceptos no es una tarea sencilla. Más aún para alguien como yo que siempre trata de encontrarle sentido a cada uno de los elementos de sus historias.

Esto es algo de lo que ni siquiera se libran aquellas cosas en las que no piensas mientras las creas, pero que terminan por adquirir un cierto grado de parentesco conceptual.

Por poner un ejemplo a este respecto, cuando me dediqué a crear las nuevas razas, el modelo de reproducción que definí para varias de ellas se podría decir que era “similar”. Trataba de crear algo distinto para cada una de ellas pero, en el fondo, terminaron siendo bastante similares1.
Tanto las Nivar como los Haeg carecían de órganos sexuales. Las primeras podían tener apariencia similar a la de hembras humanas, pero estaban muy lejos de serlo. Los segundos también parecían “humanos” sin serlo. Ambos tenían ciertas capacidades multiformes. Las primeras podían “fusionarse” entre ellas o con los humanos para reproducirse. Los segundos también se fusionaban aunque de una manera que, para un observador de otra especie, podía resultar un poco grotesca (y dolorosa).
A pesar de que estas especies desaparecieron en la penúltima revisión de Daegon, de vez en cuando me sigo preguntando por el funcionamiento, los límites, los condicionantes y la axiomática necesaria para que aquello llegase a funcionar.

Por otro lado, en el caso de los Jonudi, los Dragonidas o los Kesari estaba indicado de manera explícita que no eran capaces de crear nueva vida por sí mismos. Su número era limitado. No eran ni masculinos ni femeninos.
Aun así, los Dragonidas tenían la capacidad de crear nueva vida junto a una humana. De nuevo, una fusión. Una especie de unión que, al igual que las otras dos, bebía más de lo “espiritual” que de lo físico. Algo que no tenía que ver con el deseo o la lujuria, sino con un sentimiento idealizado de intimidad y unión. Un emparejamiento utópico.
No deja de ser curioso que el resultado de la unión de un Dragónida y una humana, los Yr’Draag, comenzasen siendo una excusa para meter en Degon a algo similar a los namekianos de Dragon Ball. Alguien capaz de volar, lanzar rayos, y regenerar instantáneamente miembros perdidos. Pero ese es otro tema (o igual no).
A día de hoy, y con todo lo que ha llovido, y todo lo que ya he cambiado alrededor de cada uno de ellos, también ando a la búsqueda de la explicación de ciertos detalles difusos de estos conceptos.

Porque, como ya decía, no es necesario (ni recomendable) el entender o compartir lo que hacen o las razones por las que actúan tus personajes. En cierta medida, en multitud de ocasiones tienes que limitarte a aceptarlo. En cambio, en otras, haces lo que está en tu mano por cambiarlas. Porque tengan sentido. Algo que no se limitan al campo de la ficción pura. Porque no paremos o no deberíamos parar de aprender. De afianzar aquellas que se nos muestran como correctas. De reconocer nuestros errores y cambiar de idea.
Tanto rollo para terminar habalndo acerca de algo como el papel de “la mujer”, así en genérico, en los mundos de ficción.

Comenzaré diciendo que siempre he tratado de dar una imagen de ellas que no se limite a lo sexual. Una que no las limite a papeles como los de “doncellas en peligro” o “tíos con tetas”.
Pero.
Claro. Hay un pero.
¿Qué digo uno?
Hay montones.

Porque, en el fondo, en mi cabeza todas eran lo que he venido a llamar “mujeres 18”. No. No hace referencia a la edad, sino al valor máximo de la característica “apariencia” en RQ. Por más que no fuese capaz de imaginar sus rostros o cuerpos, el rasgo común por defecto era “son guapas”. Creo que el único personaje femenino que, en mi cabeza, no era “guapo” de cuantos he sacado era Cruella Vullen, y aquello era porque era así como la describían en el “Hijas de la noche”. Incluso cuando jugaba, sólo lo hacía con personajes femeninos cuando tenían una apariencia alta.
Viva la coherencia.

Por otro lado, y para demostrar que “me preocupaba”, en más de una ocasión, indicaba que eran “muy valoradas” por esta o esta otra cultura. Que, cuando había asaltos, no las mataban sino que se las llevaban. De nuevo, en mi cabeza no había nada sexual ligado a aquellos comentarios. La idea era que las respetaban a todos los niveles. Pero aquello tampoco importa demasiado. Les había quitado la parte de “sexual” pero, en el fondo, seguían siendo objetos. Un premio de conquista. Algo que se adquiría.

Y con esto, de forma un tanto abrupta, llegamos hasta “La gran bajona”.
Como de costumbre, me puedo estar montando una película. Haciendo revisionismo acerca de mi propia vida. Convirtiendo en causal lo casual. Pero la cosas es que, en cierta manera, algunas de estas piezas parecen encajar a la hora de explicar lo que sucedió.

Sí, el evento está relacionado con una chica. Le dije que me gustaba. El sentimiento no fue recíproco. Mi mundo se fue un poco a la mierda2.

Lo sé. Todo muy original. Ese soy yo.

Aquel día abandoné el reto de escritura. Total, nadie lo leía. Nadie se interesaba. No fe hasta tiempo después. Hasta que me fijé en la fecha de mi último correo, que no me di cuenta de que este había sido enviado el día anterior a tan magno evento.
Pero no. No le eché la culpa al rol. Tampoco le eché la culpa a ella. Tampoco hundí mis penas en alcohol, drogas o sexo. Nunca he sido de esos. Son comportamientos que jamás he entendido. Lo que sí que hice fue pensar mucho sobre ello y sobre mí.

Tenía veintisiete años. Nunca había tenido una pareja. Nunca había besado a una chica. Nunca había practicado el sexo. Ninguna de estas tres casillas ha sido marcada a mis cuarenta y siete años. No son cosas que me preocupen especialmente.

Por supuesto, entiendo el deseo, pero nunca ha sido el motor que me ha movido. También entiendo el amor, pero este puede adoptar y ser expresado de muchas formas. Sobre todo, entiendo la soledad y tengo una relación complicada con ella. Supongo que tiene sentido que este sea el único de estos tres conceptos acerca del que he escrito algo que podría ser entendido como “poesía”.

He pensado mucho sobre ellos. He escrito sobre ellos. Pero no siempre he sido capaz de racionalizar a los personajes, sus reacciones y reacciones. En ocasiones he tenido que ceñirme a lo que no me gusta. A los clichés. A lo que no entiendo.

Porque, a la hora de crear un universo, no te puedes limitar a utilizar únicamente lo que conoces.

Enlaces:

1. Cuestión de reproducción
- Las Nivar
- Los Haeg

2. La bajona no perdona
- Hablemos de sexo
- Biografía rolera XXIX: El final de un ciclo
- Recapitulando

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