Biografía rolera XIX: Las jornadas

Por Javier Albizu, 13 Febrero, 2019
Interior, Casa de la Juventud, un día indeterminado de mil novecientos noventa y cuatro (aunque posiblemente fuese el veintidós o veintitrés de abril)

“Hemos ganado un premio”, dijeron ellos.
“¿Quiénes? ¿con qué? ¿dónde?”, pudo responder a la navarra otro.

O igual esta conversación jamás tuvo lugar, pero no importa. Un día cualquiera dos de los socios del club llegaron hasta Mordor con aquella noticia; El Mercenario había ganado un premio en los “Días de Joc”1.
¿Cómo había sucedido aquello? ¿Cómo era que no me había enterado de que se habían ido hasta Barcelona a unas jornadas de rol?

Espera… ¿había jornadas de rol en la cercanía?.
¿Desde cuándo?

Aunque también puede ser que esté exagerando esto levemente en pos de darle un poco más de dramatismo. Porque, como dice el amigo Multimaniaco en su reflexión 42 (de 153)2, el año anterior nosotros mismos ya habíamos montado unas jornadas, y aquellas no habían sido las primeras.

Pero aquello era distinto, más grande, más rápido, más fuerte. Aquello estaba “fuera” pero, aún así, a nuestro alcance. Habíamos llegado tarde para las JESYR3 enterándonos de su existencia sólo a través de la Lider o la Troll, pero en aquellos momentos, de haberse dado el caso de enterarnos de las fechas de aquellas jornadas con tiempo, habíamos sido demasiado jóvenes para plantearnos un viaje de fin de semana sólo con aquel fin.

Como de costumbre sólo puedo hablar de oídas o a través de recuerdos vagos así que, cuando digo que aquellos dos fueron hasta Barcelona a las jornadas sin saber que nuestro fanzine participaba en aquel concurso, lo digo sin poder afirmarlo a ciencia cierta.
Aun así, ya sea gracias a la casualidad, la serendipia o de acuerdo a un maquiavélico plan, volvieron con el premio (metafórico) debajo del brazo.

Pero el premio no importaba, lo importante era el universo que se abría ante nosotros; la posibilidad de conocer a roleros procedentes de otros lugares. Aunque cuando digo “nosotros” me estoy refiriendo a los demás.

Las Gen-Con4 del noventa y cuatro fueron las primeras jornadas a las que asistí fuera de Pamplona. Recuerdo esperar al autobús delante de los cines Golem a la una de la mañana del viernes, recuerdo al señor N dibujando en el billete de vuelta durante el viaje de ida sin darse cuenta de que aún tendría que usarlo. Recuerdo llegar hasta la estación del Norte a las seis de la mañana y no encontrar ningún local abierto. Esperar intentando no dormirnos en la estación hasta la apertura de la primera cafetería; el Golden Wagon. Dejar pasar el tiempo delante de nuestros cafés o zumos de naranja por los que nos habían clavado lo que no estaba escrito. Ir andando desde la estación hasta las Atarazanas porque… teníamos tiempo de sobra. Pegar una cabezada durante la presentación de la Urza o la de la caja de Ravenloft en castellano. Comer las pizzas que regalaban con la entrada de las jornadas en el “Pizza del arte”… y alguna que otra cosa más. Recorrer las tiendas que del interior del recinto y salir con un montón de suplementos de GURPS que estaban saldados. Recuerdo dormir poco en las literas del Kabul porque todos nos pusimos a hacer el sonido de error de los Mac de la universidad hasta que alguien decía “random”. Que cuando paramos de hacer el tonto a alguien se le rompió la correa del reloj y tener que encender la luz. Que, tras apagarla de nuevo, todo volviese a comenzar. Recuerdo volverme sólo en el autobús del domingo después de comer. Al día siguiente tenía que trabajar.

El fin de semana siguiente esta gente me contó la leyenda del Papa Alejo y cómo sus TinTin Macutes andaban tirando cartas de Magic a su paso y, probablemente, más historias que no se me quedaron grabadas. No interactué con nadie que no conociese más allá de para la realización de transacciones comerciales.

El año siguiente fuimos todos de nuevo hasta los Días de Joc. En aquella ocasión no dormimos en el Kabul, sino en casa de alguien con quien un par de nuestro grupo jugaba a por correo (creo que al En Garde!4).

En aquella ocasión sí que hubo un poco más de vida social. En las jornadas nos encontramos con la gente de que hacía la Sir Roger. Cenamos en un restaurante chino con ellos y, gracias a esto, perdimos el último autobús para ir hasta el pueblo en el que vivía quien nos iba a dar cobijo. Tirando de datos fragmentados, a alguien le sonaba que los padres de esta persona trabajaban en algo llamado “Pan Tumaca”. Desde una de las cabinas de la estación nos dedicamos a llamar a información hasta que, milagrosamente, las piezas encajaron y logramos dar con los progenitores quienes nos proporcionaron el teléfono fijo del ínclito para poder quedar con él.

Nos repartimos en dos taxis y, una vez llegamos nos volvimos a dividir entre los que nos quedamos a dormir y quienes se fueron a “tomar la última”. Quienes nos quedamos esparcimos nuestros sacos de dormir en el suelo helado del salón de aquella casa utilizando la mochila llena de libros como almohada.
A la mañana siguiente nos despertaron los gritos del primero que fue a la ducha y se encontró que el agua estaba helada. Aquellos gritos nos despertaron justo a tiempo para que mi Walkman no asfixiase a quien dormía junto a mi.

Al igual que en la anterior ocasión volví en el autobús del domingo después de comer, aunque en aquella ocasión no lo hice sólo. Me acompañaban mi PanTiplora y la Dragon en la que descubrí la existencia del Campaign Cartographer.

La siguiente vez que me junté con esta gente me contaron sus aventuras en los stands de Joc Internacional o Kikirikión5.

También fuimos a las Gen Con de aquel año, aunque en aquella ocasión quienes tenían coche se animaron a llevarnos hasta allí. En un acto de generosidad, optamos por no enmarraonar a nadie y volvimos a cambiar de alojamiento. Fue cuando descubrimos el “Pere Tarrés”, un albergue mucho menos sórdido que el Kabul.
En aquellas jornadas conocimos a otros fanzinerosos, unos gallegos pertenecientes al club Tuata dé Dannan y autores del fanzine Dana. Comimos con ellos en el “Pollo con guantes”. Nos contaron que se habían metido entre pecho y espalda cerca de veinticuatro horas de tren para estar cinco o seis horas en Barcelona. También, cómo no, intercambiamos anécdotas roleras donde nos contaron cómo el personaje musulmán de un jugador, tras pedir un vodka, al darse cuenta de su error trató de corregirlo diciendo “lo que he dicho es que quiero un vodkadillo, un bocadillo de xamón”.

El año siguiente volvimos una vez más a los Días de Joc. En aquella ocasión el señor Z y yo fuimos y volvimos en coche con mis padres mientras que el resto se buscaron la vida por otros medios. Aquel fin de semana coincidían las jornadas con la convención de Roland, una de las empresas que distribuíamos. Como íbamos a dormir en el hotel de la convención llevé unos zapatos pero, una vez en el hotel, no los saqué de la bolsa de TBO en la que la que habían hecho todo el viaje. Recuerdo cómo “Eustaquio” se quedó delante de la puerta, entiendo que esperando alguna propina, mientras la cerrábamos. Recuerdo ver aquella noche “Pasajero 57” y quedarme con la frase “Apuesta siempre al negro”.

Al día siguiente, tras saquear el buffet de la convención, fuimos hasta las jornadas. Aquella noche de sábado no dormimos en el hotel sino que nos quedamos en el Kabul junto a los demás. Para cuando habían tratado de hacer las reservas no quedaban plazas en el Pere Tarrés. La cosa había estado tan mal que no pudimos estar todos en la misma habitación, sino que quedamos divididos en dos que compartíamos con otra gente. Una de aquellas personas volvió tan borracho a la noche que no fue capaz de abrir su taquilla, así que se dedicó a golpearla, lo bautizamos como Terminator. Otro se dedicó a contener el vómito en la litera que se encontraba sobre uno de los de nuestro grupo. Para cuando se dio cuenta de que no iba a poder contenerlo ya era tarde, el reguero de vómito de camino al baño delató su error de cálculo. Lo bautizamos como Darth Vader.

El año siguiente repetimos una vez más.
No había espacio ni en el Kabúl ni en el Pere Tarrés, pero la organización de las jornadas nos ayudó a buscar otro alojamiento, aunque estaba en las afueras. No importaba, habíamos ido en un par de coches y además estábamos de suerte.
Y estábamos de suerte porque no nos habíamos quedado por el camino. Uno de los coches hizo alguna cosa rara durante el trayecto así que, al llegar, lo llevamos a un taller. El mecánico nos dijo que alguna de las ruedas estaban tan desgastadas que podría haber reventado en cualquier momento del trayecto. Estábamos de suerte porque el albergue, situado en lo que parecía un colegio mayor, estaba tan lleno que nos habilitaron una pequeña caseta con literas que estaba dentro del recinto. Nos dejaron estar a solas en nuestro “Nidito de amor”.

Hay muchos recuerdos y anécdotas aquí, pero pocas tienen que ver directamente con el rol o con socializar. Como supongo que ya habrá quedado claro a estas alturas, nunca he sido una persona especialmente social. No iba a conocer gente, no iba a jugar a rol, iba a pasar más tiempo con quienes ya conocía.
Este es un hecho que no cambiado pero, por fortuna, el concepto de lo que significa “la gente a la que conozco” estaba a punto de cambiar.

Enlaces:

1. Dias de Joc

2. 153 confesiones roleras y una tirada de dados desesperada

3. JESYR

4. Gen Con

5. En Garde!

6. Kikirikión

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