Palabras desde otro mundo

Hubo un tiempo, antes de los amigos, antes del (mi/su) descubrimiento de “la” tienda especializada de tebeos, los salones de recreativos, o el rol. Cuando un ordenador “serio” costaba un millón de pesetas y una impresora láser tres veces más.
Antes de ser quien soy, cuando sólo era alguien que se le (me) parecía un poco, que esa persona tenía una serie de rutinas que le ayudaban a sobrellevar su vida.
Esto comenzó como un comentario para el siempre interesante blog de Cronista pero, vista la longitud que iba adquiriendo (y que al final la cosa se iba convirtiendo en spam Daegonita), opté por hacer una entrada con lo que iba a poner por ahí.
Dicho esto, me gustan las cronologías.
De acuerdo, como comienzo no se trata de gran cosa, pero no por ello deja de ser un hecho.
Y el tiempo pasa, y sigo sin poner nada por aquí.
Seis meses ya sin publicar nada, mucho tiempo sin escribir que, más adelante, será necesario compensar.
Es una temporada larga, muy larga, demasiado larga (para mi sentimiento de culpa) y son muchas líneas en blanco por llenar.
Porque, pese a tener cierta aversión a las matemáticas (en general) y estadística (en particular), sí que tengo una cierta fijación con las... métricas, patrones y... movidas de... "mis cosas".
No sé dónde fue. Si lo leí o escuche en algún otro lugar con antelación o si, por el contrario, fue una conclusión a la que ya había llegado por mi mismo con anterioridad.
Sea como fuere, de haberlo encontrado en otro lado, ese alguien a quien referenciaba decía (o escribía) que los escritores y demás… llamémoslos “creadores” (o creativos) se dedicaban a narrar siempre una única historia, variando tan solo la forma en la que esta era presentada.
Va de ejercicios de escritura semi rápida.
Ya que, con la reescritura del Macroverso, tengo un poco abandonadas el resto de secciones de la página, voy a aprovechar los deberes del grupo de escritura en el que estoy para varias un poco (aunque tampoco demasiado) la dinámica de estas últimas semanas.

Tras una charla sobre las definición y diferencias que daba nuestro último “ponente” a los conceptos de “Literatura” y “Best Seller”, nos tocaba tratar de escribir a la manera de los Best Seller una obra concreta de la denominada literatura.

Al igual que muchos otros, funciono por rachas e impulsos más o menos razonados y, al igual que muchos otros, también por envidia. Estas dos motivaciones tienden a ir de la mano y, pese a que ambas dos son puramente reactivas, no por ello tienen que ser negativas.
Esta entrada corresponde al mal rato que les hice pasar a los compañeros del taller de creatividad del Ateneo solo que, espero, con todo un poco más estructurado y con menos balbuceos.

Como yo soy asín, me dio por ponerle tres títulos a la charla, que fueron como sigue:

¿Cuántas historias les quedan por contar a las estrellas?

o

Ingeniería inversa de procesos mentales no euclidianos.

o lo que es lo mismo.

Abro los ojos. Las cuatro y media. Cojonudo, repetición de las mejores jugadas. Cierro los ojos.
Pienso en el ejercicio de narrativa de ayer. En los relatos, en lo que se contó y lo que se sugirió, en lo que podría haber hecho, pero no hice. Miedo, pienso. Humor como máscara, comodidad y actos reflejos como respuesta.
¿No lo entendí, no quise o preferí no entenderlo?
Escucho el sonido del metal contra el metal. Sollozos, quejidos y llantos. Gritos de rabia. Universos que se forman y destruyen entre cada sinapsis neuronal.
Si hay una constante en mi vida. Algo que me haya acompañado a lo largo, ancho y alto de mi crecimiento, ha sido mi amor por el metal. Por el metal pesado. El metal pesado en forma de máquina de forma humanoide gigante capaz de lanzar rayos, misiles, partes diversas de su anatomía o aplastar al mal a base de repartir de manera generosa y desinteresada hostias como panes.
Hace tiempo comencé la creación de un mundo. Uno al que siguieron otros muchos y que también tuvo, en alguna intentona previa y fallida, su semilla.