Biografía fabuladora v1

Biografía fabuladora v1
Hola, me llamo Javier Albizu y acostumbro a... suelo tratar de... Bueno, soy el culpable de perpetrar las cosas que puedes leer por aquí.

Llevo escribiendo... cosas, de manera más o menos continuada, desde que alcancé la mayoría de edad (de lo cual hace ya bastante) Casualmente, o no, mis andanzas literarias no comenzarían, ironías del destino, hasta que dejé los estudios.
Así pues, mi formación como maltratador del lenguaje es única y exclusivamente autodidacta. No le echéis la culpa a lo que leáis por aquí a la LOGSE, la ESO ni la FP. La sociedad, los políticos y nuestro mutante sistema educativo no son la culpables de todo esto; lo soy yo.

Una vez presentados y, pese a lo que pueda parecer, no soy una mala persona. Por si te lo preguntabas, no. No saco ningún placer perverso en hacer sangrar tus ojos y tu mente. No disfruto torturándote con mi prosa bárbara, mi ortografía iletrada ni mis construcciones desestructuradas y aberrantes (no, con esas “comas” que pongo tan alegremente por todas partes, tampoco).

En esta serie de artículos trataré de hablarte de mi (ejem) “evolución” como maltratador de la lengua castellana a lo largo de los años. Que éste sea mi legado a la humanidad. Mi “niños, no hagáis esto en casa”.

Bienvenido seas, si es que aún sigues por ahí.

Javier Albizu

Biografía fabuladora I: Comenzamos

Biografía fabuladora I: Comenzamos

Bien, vale...
¿Cuándo empecé a escribir?
No, espera. Esa no era la pregunta.
¿Por qué empecé a escribir?
Mmmm. No. Esa tampoco era...

Vale, me salto la fase de las preguntas.

La inspiración.
Sí... creo... Me parece que la cosa iba por ahí.
¿Que me inspira a escribir?
No, cagontó. Está cerca, pero no.
Que me inspira... para imaginar.
Sí, por fin. Por ahí era por donde quería empezar.

¿Las musas? ¿El “arte”? ¿La llama creativa?
Frio, frio. Nada tan elevado ni intelectual.
Si bien es cierto que comencé a escribir a edad tardía, mi cabeza comenzaría a generar historias desde mucho antes. No me hizo falta saber leer o tragarme mamotretos llenos de letras para empezar a forjar mis propias historias. Todo lo que tenía que hacer era mantener los ojos abiertos, y dejar que las imágenes atravesasen mis nervios ópticos e inundasen mi cerebro infantil.
Todo empezó con La Primera y Gran “T”: La Tele (una no muy grande... ni muy libre, pero bueno, era lo que había)

Sólo quedaban dos días para que alcanzase los cinco años de edad cuando se emitió el primer capítulo de Mazinger Z, y aquello me marcaría para el resto de mi vida.
Eran los setenta y la pantalla era todo lo que necesitaba para comenzar a viajar. Sin vehículos motores, sin bestias de carga (y sin drogas) mi mente sería transportada a lejanos mundos poblados por toda clase de genios del mal, secuaces hermafroditas y nazis con monóculo que llevaban la cabeza bajo el brazo. Y robots gigantes, claro. De eso que no falte nunca.
Así que ahí tenéis al artífice primigenio de mi vocación fabuladora. Echádle la culpa a Go Nagai de todo el mal que le he hecho a la lengua castellana.

Vale, sí, de acuerdo. Después vendría el Comando G y, más adelante, mi padre compraría un vídeo y alquilaría cualquier cosa en cuya portada apareciese (o pareciese aparecer) un dibujo animado, pero la primera impresión fue la que se quedó grabada a fuego.

¿Quién quiere a Shakespeare, teniendo a Miyazaki? ¿Alguien necesita a Lope o Calderón teniendo a mano las obras de Oshii o Takahata?
Sí, vale, manzanas traigo. Comparar a este gente es un poco desafortunado (habrá incluso quien diga que estúpido) sobretodo si tenemos en cuenta que (por el momento) no he sido capaz de terminarme nada del primero... ni he tratado (aún) de leer alguna de las obras de los otros dos mencionados.
Ni trato de justificar mi falta de curiosidad por (algunos) de los clásicos, ni pretendo poner a unos por encima de los otros. Cada uno somos hijos de nuestro tiempo y de nuestro entorno y en el mio la cultura que se impuso de manera aplastante fue la nipona sobre la patria.
Lo más cercano a un “clásico nacional” que catarían mis tiernos ojos en aquella época serían las películas de Alfredo Landa, Esteso, Pajares u Ozores. Si nos ponemos continentales, podríamos ir hasta Italia con Bud Spencer y Terence Hill o, un poco más tarde a Inglaterra con los Monty Python (a los que con ocho o nueve años tampoco les pillabas mucho el punto)

Pero me desvía del tema.
A lo que iba.
Negar la influencia del anime (o las pelis “de chinos” en general) en mi... (ejem) “obra” sería como tratar de defender que el agua no moja. Si bien es cierto que sus estructuras narrativas y desbarres estéticos, salvo honrosas excepciones, hace ya muchos años que dejaron de conectar con mis criterios y gustos personales (por no hablar del cada día más frecuente molonismo descontrolado que lo inunda todo) su sentido de la épica, el heroísmo y la tragedia o su enfoque de lo “grande”, lo cósmico y lo sobrenatural siempre me han resultado algo de lo más atrayente.

Pero para que llegase hasta estas conclusiones aún tendría que pasar mucho tiempo. Ya te he dicho que estamos en los setenta, y el tema de la escritura aún no ha asomado por mi mente. En ella no hay lugar para disquisiciones filosóficas o elucubraciones metafísicas; sólo hay espacio para la acción.
Ni siquiera salvas a la chica. Al fin y al cabo... ¿para qué quieres a una chica? Sólo saltas de tejado en tejado y te mueves con la agilidad de animales exóticos. Con el simple poder de tus puños destrozas lo indestructible y arrojas a tipos vestidos de negro hasta la luna. Todo eso, por supuesto, cuando no te encuentras pilotando una mole metálicas de cientos de toneladas de peso, armada con lo último en armamento.

Dicho esto, hacemos un fundido en negro hasta que te hable de la siguiente, La Segunda (por orden cronológico, que no por importancia) Gran “T”

Javier Albizu

Biografía fabuladora II: La segunda musa

Biografía fabuladora II: La segunda musa

Si el primer impacto inspirador los había recibido de las ondas catódicas de La Primera y Gran “T”, la segunda oleada de efluvios creadores no tardaría mucho tiempo en llegar. En el fondo, aquella forma de entretenimiento la había conocido desde siempre, aunque en una versión híbrida.
Pero mis padres cometieron un error: Me hicieron ir a la escuela, obligándome a aprender a leer (lo de la escritura tardaría un poco más) A partir de aquel momento pasaron a ser prescindibles. Ya no me hacían falta para comprender a La Segunda (no por importancia pero sí por orden cronológico) y Gran “T”: Los Tebeos.

Y tenía de todo.
Al principio casi todo eran tebeos heredados de mi padre y mis tíos como los cuadernillos de Hazañas bélicas, El Aguilucho o el Guerrero del Antifaz. Revistas humorísticas como TBO, Jaimito, Pulgarcito o Pumby y, por supuesto, Mortadelo y Filemón y demás series de Ibáñez (no recuerdo si en aquella época había que tomar bando por uno o por otro, pero Escobar nunca llegó a despertar mis simpatías como sí que haría con alguno de mis hermanos)
Recuerdo recorrer el desván de casa de mis abuelos (superando mi pánico a la oscuridad) buscando una y otra vez en cajones, armarios y arcones alguna revista que no hubiese leído, o que se me hubiese escapado en las pesquisas anteriores.
Pero sobre los recuerdos de todas aquellas historias, se imponen las de los tebeos de ciencia ficción y superhéroes. Recuerdo de un tebeo (supongo que de los cincuenta) en el que absolutamente cualquier cacharro tecnológico (ya fuese desde la cafetera al coche) contenía la palabra “atómico” en su descripción. Recuerdos de los clásicos de Vértice. Del Ojo Mágico de Kelly o Zarpa de acero. Recuerdos de un tomazo inmenso del Superman de los cincuenta (cuya edición no he logrado encontrar de nuevo) que releí cientos de veces. Aquello permanecería así hasta el fatídico momento (para mí y para el bolsillo de mi padre) en el que descubrí que había “otros lugares” donde se podían buscar tebeos. Que no llegaban y aparecían “porque sí” en aquellos muebles en los que los encontraba.

Los domingos que estábamos en Araia (el pueblo de mi padre) tocaba ir a misa con los abuelos (que remedio). Como recompensa por aquel mal trago (o así me lo tomaba yo), a la salida, nos dejaban ir a la tienda que había junto a la iglesia a comprar alguna chuchería, globo o (si conseguíamos que colase) algún petardo.
El recuerdo de aquel local se me hace difuso. Lo cierto es que casi todo lo perteneciente a, ajeno a la casa de mis abuelos, se me hace un tanto irreal, una especie de mezcla extraña entre el realismo mágico, lo onírico y lo mítico (así que tampoco te fíes demasiado de la descripción)
Tras adentrarte en un pequeño callejón subías unos pocos peldaños de piedra y te recibía una puerta de madera vieja que en nada se diferenciaba de la de las casas que la rodeaban. Un poco más allá, un ventanuco que siempre estaba entrecerrado, y por el que apenas entraba la luz suficiente para iluminar el interior.
Una vez dentro, un mostrador, también de madera vieja recorrida por desconchones en la pintura y astillas. Tras aquel mostrador y entre la penumbra... alguien (porque digo yo que habría alguien vendiendo y cobrando) una persona sin rostro ni voz (ya te he dicho que no te fíes mucho de la descripción) cuyo dedo extendido se dirigía hacia los objetos que le pedíamos. Mis hermanos pidieron lo de costumbre “unos globos... y cromos... y ¿qué hay en esa balda?” mientras tanto, yo me dirigí hacia un lugar en el que nunca me había fijado antes. Amontonados sobre una mesa, entre las tinieblas más allá del mostrador, podía ver revistas, periódicos y... lo que parecían ser... tebeos.
Me acerqué tratando de llegar donde nadie había llegado antes, cuando una voz me detuvo.
- ¿Donde crees que vas? - vaya, parece que sí que tenía voz al fin y al cabo.
- Sólo – dije tartamudeando atemorizado – Sólo quiero ver lo que hay ahí.
- Tranquilo, ya te lo acerco.
Sus manos huesudas agarraron parte del el fajo de papeles y los movieron hasta un lugar al que pudiese llegar. No había terminado aún de depositarlos cuando ya empecé a revolver entre ellos, en aquel momento era un hombre en una misión. Una misión de sagrada.
Cotilleo, cotilleo, periódico, deportes, más cotilleo ¿Por qué hay tanto cotilla en el mundo?. No, no, no, no, maldición. Tiene que estar. Estoy seguro de que lo he visto, me ha llamado, tiene qu... ¡¡¡SÍ!!!
¡¡¡Había encontrado mi El Dorado, mi misión en la vida!!! (hasta que las editoriales me la arrebataron) ¡¡¡Ya sabía de donde venían los tebeos!!! ¿Puede haber un descubrimiento más maravilloso?
Entonces grité. Grité como no había gritado antes. De mis labios surgieron unas palabras que repetirían a menudo:
- ¡Aitá ¿Me compras esto?!

Que sí, que fue así. Bueno, más o menos, igual no sucedió “exactamente” así, pero ya me entiendes.

Pero me estoy desviando un pelín.
La tele estaba bien. Los tebeos viejos estaban bien. Pero aquello lo cambiaba todo. Descubría que las historias no tenían por qué acabar en cada número. Que Rom, el Caballero del espacio, conocía a unos tipos raros con una X en su nombre. Que un tipo bueno, llamado Capitán América, se podía aliar con otro tipo malo, llamado Doctor Muerte, para luchar contra otro tipo aún peor llamado Cráneo Rojo (también había un elfo en calzoncillos, llamado Namor, que quería que limpiasen los ríos, o algo así, pero aquello no me interesaba demasiado). Asistí al nacimiento del Vastago de los cuatro fantásticos y a la lucha de los Vengadores contra un robot gigante llamado Rojo Ronin (¿no tendía que llamarse al revés?) y al Motorista fantasma luchar contra un tipo que tenía un casco en forma de ojo.
Aprendí a continuar todas aquellas historias inconclusas en mi cabeza, mientras esperaba que “mágicamente” en alguna tienda apareciera ese número que concluía la historia que empecé a leer meses atrás. Pero nunca era así. Yo decía “¿Me puedes traer el siguiente a éste?” y mi padre compraba otro tebeo (eso sí, de superhéroes) que me dejaba con otra historia que continuar en mi cabeza.
Nació en mí el ansia. La ilusión que tanto echo de menos por el “¿que ha pasado después?” La búsqueda por kioskos, librerías, estancos y todo local en el que viese asomar una hoja de papel, de material con el que alimentar mi imaginación.

Javier Albizu

Luis (no verificado)

Hace 12 años 9 meses

Cierto! Qué difícil ser niño y tratar de leer las historias "completas". Aunque, por otra parte, parecía casi natural no saber todo lo que había ocurrido antes ni lo que ocurriría después.

Algunos años después, encontré ediciones para coleccionista de la revista mortadelo (1984 y 1985 los tengo casi enteros) y había muchas historias que tenían así algo de sentido. De superhéroes leí poco. A lo sumo de Transformers o de G.I.Joe... Pero descubrí pronto a Michael Ende... ;)

Biografía fabuladora III: Rescatando a la chica

Biografía fabuladora III: Rescatando a la chica

Cuando llegué a Pamplona con ocho o nueve años, todo era nuevo; entorno, vecinos, colegio, compañeros, ambiente en general. Todo era extraño, sorprendente y... la mayoría de las veces, bastante atemorizador.
Era un extranjero en tierra extraña. No es que me sintiera solo, pese a estarlo. Al menos no al principio. Tenía mis tebeos, tenía mis recuerdos de las películas vistas una y mil veces en el vídeo. Tenía mi ración semanal de series televisivas. Tenía las historias que había creado, repetido, modificado, pulido y reimaginado una y mil veces mi cabeza. No necesitaba nada más, no necesitaba a nadie más. La transición a la vida pamplonica no fue dura.. hasta que llegó el primer día de clase.
Bueno, igual sí que necesitaba de algo más, pero casi cualquier intento por mi parte de establecer algo similar a una relación social, resultaba un reto. Un reto casi insuperable sobre el que solía fracasar con frecuencia.
Podría decir que daba el perfil perfecto del empollón encerrado en sus libros, pero los estudios tampoco eran lo mío, y la biblioteca del colegio sólo la visité dos veces. Debo reconocer que nunca he sido un lector voraz. Mi relación con el papel no dibujado siempre ha sido racheada y frustrante, cuando no directamente nula.
Según iba creciendo, viendo y leyendo, las historias continuaban formándose en mi cabeza. Realicé algún intento de plasmar alguna de aquellas historias que habitaban mis neuronas sobre el papel, pero lo que me movía no era un interés real por definir y trasvasar mis correrías imaginarias sobre papel, sino una intentona por hacerme un hueco en la clase. De aquella manera, y tratando de imitar la obra de un compañero de clase al que sí que se le deba bien dibujar, creé a Tarugh, personaje que no logró alcanzar un estado superior al de boceto, tras varias sesiones de infructuoso garabateo de papel.
Era posible que en mi interior aguardase algún talento por ser descubierto, pero estaba muy bien escondido el muy jodido.

Hete aquí que algo despertó en mí cuando alcancé los doce años. Ese algo comenzó a alborotar mis hormonas al conocer a una chica llamaba Sheila. Ella, entre otras características, era extranjera, algo mayor que yo... y un dibujo animado.
No sé si el desbarajuste químico-emocional se les despierta a los chicos a edad más temprana pero, en mi defensa, diré que Larraona, el lugar en el que tenía que cimentar las bases de mi futuro cultural, era un colegio de curas. Ergo, chicas cero. En Pamplona mi vida social se había visto reducida a los compañeros del colegio, mis progenitores, y poco más.
Sí, había tenido amigas con anterioridad, en Alsasua y en los respectivos pueblos de mis padres, pero. Relaciones establecidas en los tiempos en los que la amistad era algo sobre lo que el género del individuo se consideraba algo de lo más irrelevante. Relaciones que habían desaparecido con el distanciamiento geográfico.

En fin. Sheila y yo eramos de lo más felices en nuestra no-relación. Yo la salvaba constantemente de los orcos, Tiamat o Venger, y ella me daba las gracias y, quizás, la mano o un beso en la mejilla.

Pero como toda relación perfecta e imaginaria, tenía que llegar a su fin. No sería por la rutina, por que fuese perfectamente consciente de que ella no existía, o porque la serie dejase de emitirse. No, la culpa la tendría “otra”.
Sucedería que mi hermano mayor (¡¡¡malditos hermanos!!!) se echó un amigo (pausa para chascarrillos y comentarios intencionadamente equivocados) y nuestros padre se cayeron en gracia. Con el paso de los meses ambas familias comenzarían a planificar fines de semanas juntos, a los que nos veíamos abocados nosotros sin poder poner objeción. Ese amigo tenía una hermana (¿Por qué, señor, por qué mis amigos no tenían hermanas?... ¿por qué no tenía vecinas de mi edad?) y esa hermana comenzó a darse garbeos de improviso por mis mundos imaginarios.
Una nueva no-relación comenzaría a formarse en mi imaginario, pero esta vez había un problema: ¡No podía hablar con ella! ¡Era una chica! ¡y mayor que yo! Además ¡¡¡ERA UNA PERSONA REAL. A ELLA NO LA PODÍA SALVAR DE LOS ORCOS!!!.

No se trataba de que necesitase sentirme “poderoso” ante sus ojos, o “superior” físicamente, es que no encontraba ninguna excusa (razonablemente lógica y no forzada) para hablar con ella. Tampoco conseguía encajarla en los mundos que imaginaba habitualmente. No la veía habitando en universos poblados por robots gigantes, demonios o tipos voladores en pijama. Sólo quedaba una opción... debía... crear un mundo real en el que relacionarme con ella.

¡¡¡LA RESCATARÍA DE UNA HORDA DE NINJAS!!! ¡Claro, todo el mundo sabía que los ninjas sí que existían en el mundo real!

Así, la rescataría siempre que aparecía por entre mis neuronas. La rescataría en su casa y en la mía, en medio de clase y el súper, en la iglesia (ninjas rompiendo cristaleras y saltando desde las alturas ¿acaso existe una visión más hermosa?) y en el monte.
La salvé cientos de veces, sólo para quedarme ahí parado mientras ella me daba las gracias. Era una persona real. No podía, no me atrevía a “obligarla”, ni siquiera en mi imaginación, ni siquiera a que me tocase.
Y el tiempo pasó y, sí, alguna vez hablé con ella y sí, era simpática, era amable, pero no teníamos de que hablar. Nada que nos uniese ¿donde estaban los ninjas cuando uno los necesitaba?
Espera. ¿De donde habían venido los ninjas? ¿Por qué venían a por ella? Cada vez aquellas preguntas tenían más peso que su presencia en mi imaginación.
Con el tiempo ella desaparecería de las historias, y serían otras a las que rescatase. De ninjas, asesinos, cultistas o simplemente, tíos que me caían mal. A veces ellas tenían más importancia en la historia que quienes trataban de agredirlas, en ocasiones sería al contrario. Incluso se llegarían a dar los casos en las que las cosas se complicarían y no necesitaría rescatarlas. Momentos en las que tomaría el camino difícil y hablaría con ellas tratando de aparentar que no se me estremecía todo el cuerpo. Y de esas decisiones para las que necesitaba de un valor real, surgirían relaciones de amistad reales.

Pero, de vez cuando, sienta bien tomar el camino fácil de nuevo y lanzarte desarmado contra una horda infernal para poder plantarte delante de una desconocida, aunque la historia no tenga excesiva importancia.

Javier Albizu

Luis (no verificado)

Hace 11 años 10 meses

sip... son fantasías típicas de esa edad, supongo. y es raro sacarlas a colación en la edad adulta. lo cual, por cierto, me parece que hace valioso un texto.

quizá podrías fabular tu biografía fabulada y convertirlo en un relato (si es que quieres, vaya)... ;)

Javier Albizu

Hace 11 años 10 meses

Si me pongo a fabular mi biografía fabuladora, acabaría contando la historia de otro.
Hice algo "parecido" en la serie de relatos del Microverso / Macroverso, donde hablaba de un tipo llamado Javi que, pese a no ser yo, se parecía mucho a mi.

http://www.mytgard.com/historico/daegon/palabras/v2/category/relatos/ma…

Tengo intención de reescribirlos (en un principio no lo planteé como una historia en conjunto) e ir republicándolo por aquí.

Biografía fabuladora IV: Aprendiendo de los héroes

Biografía fabuladora IV: Aprendiendo de los héroes
Nací y crecía en un mundo distinto. No, como es obvio, sólo distinto al mundo en el que vivo ahora (sea ahora cuando sea) sino distinto a la de cualquier otro de mis contemporáneos.
Esto no me hace especial. Todos nacemos en mundos propios. Mundos creados alrededor, y como consecuencia, de nuestros entornos, contextos, eventos y reacciones.
A lo largo de los años pasé por distintas fases. Unas calmadas y otras más agitadas, pero a lo largo de todas ellas, siempre había una constante: El miedo siempre me acompañaba allí a donde iba.
No sólo un miedo, sino el temor en toda su extensa variedad de formas e intensidades. Pero tampoco en este era especial. Lo sé.

Era un cobarde. Lo reconozco. Y mi afición a imaginar y fabular no acostumbraba a ayudarme en mi no-lucha contra mis inseguridades y fantasmas personales.
Me daba miedo la oscuridad, me daban miedo los ruidos raros. Me daba miedo estar solo y me daban miedo los extraños. Lógico, hasta cierto punto, pero el punto lógico siempre era rebasado.
Era un acojonado (me repito). Aunque el tiempo verbal es un poco engañoso porque, en el fondo, esto es algo que no se cura. Pero ya que estoy hablando sobre mi pasado, lo dejaremos así.

Tenía que encender la luz del pasillo antes de salir de mi habitación, palpando a ciegas con mi mano la pared hasta alcanzar el interruptor, sin atreverme siquiera a asomar la cabeza.
Por mucho que en mi mente salvase universos y fuera capaz de derrotar ejércitos de monstruos, era incapaz de controlar a mi cuerpo y lograr que le obedeciera en según que situaciones. La emoción primaria dominaba sobre la lógica, por mucho que mi parte lógica fuese perfectamente consciente de que aquello no tenía ningún sentido.

Y llegó la crisis. Una crisis gorda, de esas que te marcan de manera indeleble para el resto de tu vida.
Tenía catorce años cuando me diagnosticaron reuma. Inflamación de la ilíaca, dijeron los doctores. A mi el nombre me daba igual, no solo no podía levantarme de la cama, sino que ni siquiera podía doblarme y mi mente seguía igual de activa que siempre. Mala combinación.
Pasaba muchas horas en casa solo, y las casas tienen esa mala costumbre de emitir sonidos extraños constantemente. Sonidos que, por lo general, tapa la actividad diaria de sus habitantes, pero que se hacen terriblemente presentes cuando te acompaña el silencio.
Y yo estaba solo (me repito de nuevo) mientras mi mente...

Por un lado tenía “LA” pregunta: ¿Volvería a levantarme de aquella cama? La cosa no era para tanto, al final fueron tres meses, pero la pregunta era formulada cada pocos minutos.
Por otro lado... tenía los sonidos ¡¡¡QUE OS CALLÉIS DE UNA VEZ!!! y la oscuridad.
Para terminar, mi imaginación rellenaba los huecos de manera creativa. Sucia traidora.
Confío en que haya quedado ya claro. No incidiré de nuevo en ello.

La lógica me dictaba el camino a seguir, pero lo decía a un volumen tan bajo que apenas podía escucharla. Los personajes que conjuraba mi imaginario no eran amistosos, no había nadie a quien acudir. Ya era mayor, no podía admitir mis miedos ante mis padres.
No podía confiar en mi mente, incapaz como era de controlar los impulsos enviados por el resto del cuerpo, o por oscuras partes de si misma.
¿Qué hacer, atrapado como estaba en un mundo que no había creado?
Sólo había una salida posible. Una única y leve luz que lograba atravesar las densas nubes de la desesperación.
No tenía tele en mi cuarto y, sin tele, tampoco había ordenador. Los libros que tenía a mi alrededor me recordaban demasiado a los del colegio, algo que no echaba de menos. Mi vía de escape eran los tebeos. Más concretamente “UN” tebeo. “EL” tebeo. Crisis en tierras infinitas.
¿Acaso había un título con el que pudiera identificarme más?
Mundos morirían, mundos vivirían, y mi universo nunca volvería a ser el mismo.
Un tebeo repleto de personajes amenazados por un enemigo imbatible. Un tebeo en color, pero con unos valores morales en blanco y negro.
Los personajes tenían miedo, tenían dudas y se equivocaban. Sus amigos morían ante sus ojos pero...
¿Qué hacían?
Seguían luchando.
¿Por qué lo hacían?
Porque era lo correcto. No lo que querían, no lo que les convenía. Era lo correcto. Punto.
Y aquello estaba bien.

Por supuesto había otros tebeos. Es más, en aquellos tiempos comenzaba a proliferar otro tipo de tebeo. Era de súper (vale) “héroes” (por ahí no paso), pero con personajes y tramas más “serias” o “adultas”. Tipos sombríos y taciturnos que se movían en un mundos “muy parecido al nuestro”. Que tenían reacciones “realistas”.
Tonterías. Yo no necesitaba nada de aquello.

No me servía tampoco la línea intermedia. Las historietas de la gente que, como Claremont, pretendían ser más “complejos” o “grises”. De “héroes” que no hacían cosas... porque sería actuar igual que aquellos contra los que luchaban. Tonterías también. Aquello no era gris, sino lo más simplista del mundo. La superioridad moral a través de la oposición no me parecía válida. Tenía que haber algo más, una razón verdadera y meditada más allá de la mera reacción.

Debía trazar una línea en las arenas de mi mente. Una línea a cruzar entre quien era y quien quería ser. Un punto de equilibrio entre mis yoes emocional, racional y moral.
No me servía la lógica pura. La lógica aplicada a uno mismo fomenta el egoísmo. Sin un contexto moral me llevaría hacia una dirección en la que no quería ir.
Tampoco podía evitar la emoción. Ignorar el miedo, el deseo o el dolor es un error. No puedes ignorarlos, sólo engañarte fingiendo que no están ahí, pero siempre van a ser una parte de la ecuación final. Actuar por simple oposición ante ellos tampoco sirve. Muchas veces son necesarios. Señales de algo que no podemos o queremos percibir.

No fue un proceso sencillo, ni rápido, ni puedo decir que, a día de hoy, se haya completado, pero sí que puedo afirmar que ha marcado la manera en la afronto la creación y evolución de mis personajes.
Al principio no fue nada intencionado o consciente pero, con el tiempo, sí que vi un patrón en muchos de ellos. No siempre tenían porque ser los protagonistas, pero aquellos a los que acababa tomando más cariño, siempre compartían una serie de características comunes, más allá de ser lacónicos, trágicos... y aquellos a los que peor se lo hacía pasar.

Hay quien cita como su máxima inspiración o su piedra de toque a filósofos o pensadores. A sesudas obras y estudios eruditos. Bien por ellos.
Yo declaro Crisis en tierras infinitas como mi piedra de toque, y a Marv Wolfman como el hombre que cambió mi vida. No tendrán tanto glamour, pero eso no les resta un ápice de su valor. Llegaron cuando más los necesitaba, y mi universo nunca volvió a ser el mismo.

Javier Albizu

Biografía fabuladora V: La tercera musa

Biografía fabuladora V: La tercera musa
Los juegos de tablero o azar, los deportes u otro tipo de actividades competitivas, nunca me han atraído. Ganar, perder o, simplemente, participar en ese tipo de entretenimientos nunca me ha aportado nada... más allá de disfrutar de la compañía de quienes se hayan conmigo. El problema suele ser que esas personas tienden a estar más pendientes de “ganar” que de pasar un buen rato charlando o haciendo ejercicio. Ni quiero, ni pretendo ni me importa ser mejor que otros, sólo aspiro a ser “mejor” (con todas las comillas del mundo) de lo que era hace un rato.
En este tipo de actividades siempre me he encontrado con la sensación de andar persiguiendo unos objetivos pensados por y para otros. Unos objetivos que no me importan lo más mínimo.

Bajo este prisma, supongo que tiene sentido que, ya desde muy temprana edad, los juegos electrónicos fuesen uno de mis entretenimientos favoritos. Pese a esto, en la practica del muy noble y lúdico arte de machacar botones, tampoco he encontrado un juego, ya sea de ordenador, consola o recreativa,cuya finalización haya ansiado con desmesura. Para mi, la parte lúdica del entretenimiento electrónico siempre se ha reducido a una cuestión de reflejos, coordinación, concentración y adrenalina. Ver hasta donde soy capaz de llegar y, quizás, llegar un poco más lejos en la siguiente partida. Esto no quiere decir que sea bueno jugando, pero esa es ya otra historia.

Pero aquí he venido a hablar de mi libro, para mis desbarres electrónicos tenéis la sección de aquí al lado.

Saco a colación el tema de los juegos, ya sea en la vertiente electrónica como social, por otra razón más afín a esta sección de mis textos; Historias, personajes e implicación personal.
Más concretamente la falta de estos elementos en la forma adecuada como para impactarme a un nivel diferente al del puro acto reflejo. No he encontrado nunca un juego de las categorías anteriormente mencionados cuyos personajes o historias hayan llegado a engancharme a un nivel emocional, ya sea este miedo, tristeza o alegría.
Tebeos sí, libros sí, películas sí, juegos no... hasta que conocí los juegos de rol.

Pero tampoco voy a hablaros aquí sobre mi experiencia con los juegos de rol, para eso tengo esta otra columna de aquí al lado. Según escribo estas palabras, aún está bastante vacía, pero quería llegar a este punto para comenzar también con ella en condiciones. Hay quien dice que, si tienes un bloqueo con una parte de tu relato, pases a otra posterior que tengas más clara. Ellos quizás puedan, lo que es yo, soy incapaz de hacerlo.

En mi caso ambas historias están muy relacionadas. Sin el rol dudo que hubiese sido capaz de escribir historias. De plantearme cómo deben ser sus estructuras o crear algo más complejo que meras anécdotas. Podríamos decir que mi historia como juntaletras no comenzó hasta descubrir el rol con quince años.
Sí, antes de aquello había escrito algún relato como trabajo para el colegio. Pensando en ellos me doy cuenta de que mis tics personales ya estaban presentes, y me gustaría tenerlos a mano para comprobar si mi recuerdo es fiel, o ha sido corrompido por el paso del tiempo, y adaptado a lo que quiero creer. Lamentablemente, no es así.

Pero tampoco fue este un salto directo. Como con todo, el proceso fue lento y, en gran medida, inconsciente. Mis primeras historias no dejaban de ser lo que comentaba antes; anécdotas. Podían estar más o menos estiradas, pero carecían de continuidad, estructura o contexto. De un pasado, una historia “real”, que hubiera llevado llevado a los personajes hasta allí, o un ¿qué pasará después con ellos?. De un ¿de dónde vienen y hacia dónde se dirigen?

Hasta que no comencé con mi propia “criatura”. Hasta que no empecé “en serio” con Daegon gran parte de las preguntas necesarias para la creación de historias complejas no se habían formulado en mi cabeza. La necesidad de ahondar en las imágenes que habitaban en mi imaginación, de estructurarlas para que pasaran de ese estado al de ideas concretas, de tratar de convertirlas en historias coherentes, siempre había estado ausente.
Antes de aquello, todo lo referente a las palabras, las diversas maneras en las que se podían utilizar para crear y transmitir ideas, lo dejaba para la comunicación verbal (a la que tampoco daba demasiado uso)
Después de aquello, la creación compartida de historias que es el rol ocupó mi creatividad durante más de una década. Hubo algún tímido intento por mi parte de crear plasmar aquellas historias por escrito, pero era muy vago, demasiado inseguro y inconstante como para dedicarle el esfuerzo necesario.
Lo único que quedaba plasmado era el trasfondo de “mi mundo”. Pero tampoco era mi voz la que guiaba aquellos escritos. Copiaba los estilos de lo último que había escrito y me había impactado, para generar contenido que se adaptaba a aquellos estilos. Tolkien, aunque más Christopher que J.R.R. ¡¡¡HEREJÍA, HEREJÍA, PENITENCIAGITE!!!, Brust, Moorock, Burroughs no es que guiasen mis manos por el teclado, pero (al menos para mi) se veían dolorosamente presentes en mi... ejem... prosa.. o al menos intento de ella.

Tendría que pasar mucho tiempo antes de que empezase a crear historias realmente mías sin la ayuda de mis jugadores. Antes de... El ermitaño.

Javier Albizu

Biografía fabuladora VI: En busca del ermitaño

Biografía fabuladora VI: En busca del ermitaño
Corre el año dos mil tres. Yo me encuentro sumido en la irregularidad (en cuanto a costumbre escritora) y la mediocridad (en cuando a su calidad). Mi currículo es más bien escaso, monotemático y ciertamente falto de unidad estilística. Ya veis que esto no es nada nuevo.

Pero vayamos un poco más atrás, veamos como había llegado hasta aquí. Esto se tratará con más detalle en la parte rolera de mi biografía, pero un buen flashback siempre imprime carácter toda narración. Bueno, igual no, pero me apetece.
Aunque claro, esto en sí mismo es un flashback, por lo que no sé si los flashbacks dentro de flashbacks tienen un apelativo propio. Da igual, vamos a ello.

Vayamos por un momento a los noventa. Tipos con pantalones rotos, horterismo... distinto al de los ochenta, grunge y tipos “profundos y afectados” hasta en la sopa, los inicios del molonismo mal entendido en el cine y las portadas con colores que tenían el nombre de toda la tabla periódica de los elementos y los pistolones en los tebeos. Pero aquello no era importante. Al menos no para mi.
Daegon era mi mundo, todo mi universo, creativamente hablando. Sí, había creado otras historias. Cientos de ellas mientras iba alternando los juegos de rol que dirigía. Algunas de aquellas historias me gustaban y habrían merecido más esfuerzo por mi parte, pero sólo tenía ojos (y teclas) para mi pequeñín.
A lo largo de los años había escrito cerca de sesenta o setenta hojas de trasfondo para aquel mundo, pero desde el punto de vista equivocado. Sesenta o setenta hojas de letra a tamaño diez y con unos márgenes mínimos. Sesenta o setenta páginas repletas de un lenguaje ampuloso... o aséptico, de un estilo lírico y épico... o excesivamente formal.
Terminaba de leer la cronología de Shadow World o Jorune, y me ponía a escribir la de Daegon adoptando el mismo estilo. Terminaba de leer el Silmarilion y me ponía a escribir sobre las primeras edades de Daegon con el mismo tono grandilocuente. Al final, quien se encontraba con aquello, sólo tenía retazos de historias inconexas a todos los niveles. Había una historia por detrás que les daba cohesión... sólo que era la parte aburrida, la que no me apetecía escribir. Cada vez que me sacaba una cuenta de internet gratuita, allí que iba todo el material. Primero fueron Geocities e Interurbe, después Jazzfree y Terra, más tarde Eresmas y Wanadoo. Absolutamente todas con el mismo material.
Leído a día de hoy, es dolorosamente malo, pero podéis acceder a él desde aquí mismo si deseáis que os sangren los ojos con Gifs animados, fondos de lo más diverso y alguna que otra imagen sableada a Luis Royo y otros autores.
Lo conservo por una mezcla de masoquismo, recordatorio de quien un día fui y la esperanza de que pueda servir como muestra de mi evolución (o falta de ella). Ocultar o negar el pasado y los fallos previos sólo sirve para no aprender de ellos.

Como curiosidad decir que, pese a su atroz redacción y desastrosa puntuación, hubo gente que supo mirar por encima de los elementos formales y ver lo que se ocultaba detrás ya que recibí un par de cartas de desconocidos que querían saber algo más sobre aquel mundo y una de un individuo que me dijo que le había gustado mucho... y, por mi forma de escribir, me preguntó si yo era gay.
Sea como fuere, la curiosidad de aquellas personas nunca superó el tercer correo (la del tercero de ellos no llegó al segundo tras sacarle de su error, aunque le dije que estaría encantado de hablar con él sobre Daegon)

Una vez abandonado el rol “activo”, decidí lanzarme a tumba abierta a escribir “LA” novela daegonita. El día veinte de agosto de dos mil uno mandaba un correo a mis amigos (copio y pego tan cual del correo, faltas y aberraciones varias sin corregir):

Asunto: [Novela]

Saludos a todos gente

Os mando este mensajito para pediros un favor
Como algunos de vosotros ya sabreis, estoy escribiendo una novela (y el que no lo supiera, ahora ya lo sabe).
Lo que os quiero pedir es lo siguiente:
Quiero que la critiqueis, pero quiero hacer esto de un modo un poco organizado.
Mis planes:
Yo cada semana tratare de escribir algo, y os lo mandare a los que hayais aceptado esto, cada viernes.
Si bien, no he escrito nada, lo que he escrito no lo considero suficiente, o bien he escrito algo que corresponde a un capitulo posterior al de la semana anterior, os lo hare saber. Pero cada semana recibireis un mensaje mio al respecto.

Lo que espero de vosotros:
Como supongo que esto no os interesara a todos, solo mandare lo que haya escrito a los que respondan a este mensaje, pero de aquellos que respondan espero lo siquiente.
Que me contesteis con vuestros comentarios antes de una semana.
Los comentarios pueden ser, desde "yo pondria un punto despues de tal palabra en la pagina 2876", hasta "esto es una mierda" (siempre que me digais, el que, y porque es una mierda".

¿Porque hago esto?
Por una razon muy sencilla, porque me conozco, y se que si estoy yo solo en esto, acabare dejandolo pasar, y no quiero hacer eso.

No quiero que ninguno responda por compromiso ni nada parecido, solo quiero que lo hagan aquellos a los que les pueda parecer interesante la experiencia.
pero a los que lo hagan, les pido un minimo de seriedad, y que pongan esto entre sus prioridades semanales, porque cada semana esperare un mensaje suyo al respecto.
Tambien os pido que no tengais miedo de herir mis sentimientos ni nada por el estilo, si considerais que lo que escribo es malo, decidmelo, ya que yo no puedo ser objetivo con ello, os pido que lo seais vosotros por mi.

Pues eso tios, espero vuestras respuestas, y el viernes 24 mandare lo que llevo escrito a todos aquellos que me hayan respondido.

Un Saludo
Javier Albizu

Mantuve el ritmo hasta el cuatro de diciembre del año siguiente a un ritmo aproximado de dos páginas a la semana pero, entre la falta de crítica real de aquellos que me respondían, y que cometí el error de volver a releer lo que había escrito cosa de año y medio antes, lo dejé. Aquello no había por donde pillarlo. Tenía que reescribirlo todo desde el principio, y no me encontraba con fuerzas para ello.
De nuevo, si queréis que vuestras neuronas sangren, mi pasado os espera aquí en formato de libro electrónico.

Fin del flashback... o lo que sea.
Así que estamos de vuelta al año dos mil tres. Sigo mandando a las editoriales roleras todo lo que había escrito. Ninguna responde, hasta que llego a Ediciones Sombra donde, casualidades de la visa, en aquella época trabajaba un amigo. El señor Tiberio. El mismo Tiberio que, en la actualidad, sigue dándole a la tecla rolera (y provocando flames como en los viejos tiempos) en The Freak Times (v2) y se ha terminado montado su propio proyecto editorial con Trasgotauro.
Él sí que me responde... diciéndome que no ve publicable Daegon, pero me comenta que le gustan algunas cosas que he escrito y que podría probar a mandarle algún relato para la revista que publicaba la editorial. Por supuesto, tendría que ser un relato ambientado en el juego que estaba editando: EXO.

Yo no he leído el juego, pero digo ¿Qué diablos? Le pregunto cuatro detalles sobre la ambientación y me lanzo a la piscina. El día siguiente ya tengo escrito el relato. Me extraña que me haya costado tan poco pero bueno, tampoco me parece algo malo.
Fuera ampulosidad, fuera tragedia, fuera “afectación” y “drama”. Algo ligero, algo humorístico y un poco intrascendente con un final abierto. El día dos de mayo de dos mil tres se lo mando. En el correo sólo pone:

Asunto: Corto

A ver que te parece.

Taluego.

Pero, nada más mandarlo empiezan a venirme preguntas sobre el personaje. No quiero responderlas. Sólo es una prueba, no tengo ni idea de si les va a gustar o lo publicarán, No tengo mucha idea de cómo es el universo de EXO y si las respuestas encajarán con él. Pero a ellas les da igual, esas respuestas empiezan a llegar por su cuenta.

Javier Albizu