Críticas sesudas

Críticas sesudas
La memoria es una herramienta increíble y maravillosa. Aunque en algunas ocasiones sea tramposa y en otras un incordio, siempre la he considerado uno de mis bienes más preciados. Tanto es así que, cuando la uso a fondo, no deja de sorprenderme.
Al igual que ese músculo que es el cerebro, cuanto más la usas, más fuerte, rápida y (espero) fiable se vuelve. De vez en cuando le da por ir a su bola, por desordenar las cosas, por llenar los huecos con lo primero que pilla por en medio o los alrededores pero, por lo general, es uno de los… ¿atributos? de los que más orgulloso y agradecido me siento por poseer.
Asó pues, este Mytgard que empezaba como algo sin un rumbo fijo o definido, cada vez se va transformando más en un intento o amago de biografía desglosada por mis aficiones. Un ejercicio de memoria. De descubrimiento de quién fui, cuando lo fui, y cuánto queda de todos esos que he sido a lo largo del tiempo.
Algo que nunca fue la intención de esta página y que puede cambiar en cualquier momento. Es más, no sería mi primera intentona de hacer memoria sobre mí mismo, ya que el blog, durante gran parte de sus primeros tiempos, también lo fue.
Sea como fuere y, hoy por hoy, es algo por lo que siento curiosidad y escribo, no sólo con relativa facilidad, sino que también con interés por asentar y enclavar los datos que me proporcionan mis neuronas dentro de unas fechas concretas.

¿Cuántos años tienes cuando se te queda una imagen grabada? ¿Cuántos para que una historia se convierta en parte de tu imaginario?

Esta entrada... sección... o lo que sea, viene a raíz de la costumbre que tengo de tratar de hacer memoria. De tratar de dar un contexto objetivo a las imágenes que pueblan mis recuerdos. De intentar ordenarlos y darles coherencia. De descubrir cuántos Deja Vu son reales, cuales son ciertos, cuales idealizaciones o, directamente, engaños de la mente.
Empiezas pensando en una imagen y lo que representa para ti, en este caso concreto, una viñeta que nos muestra al Doctor Muerte y Cráneo Rojo luchando en la luna.
¿Qué edad tenía cuando leí aquel tebeo?
Continúas buscando cuándo se publicó aquí, en el setenta y siete.
¿Tenía cuatro años cuando lo leí?
Lo dudo.
¿A qué edad se aprende a leer? ¿A qué edad se aprendía en aquella época?
¿De cuándo son esos recuerdos? Quizás respondiendo a esas preguntas puedas empezar a responder otras. ¿Quién eras entonces?
Recuerdas la tienda en el pueblo de tu padre en la que comprabas los tebeos (y los globos, y las chucherías) al salir de misa.
¿Cuántos años fuiste allí durante el verano?
¿Qué más cosas hacías mientras leías aquel tebeo?
No lo sabes.
Esa imagen se mezcla con otras. Ves a Spiderman, en una posición imposible, rompiendo unos grilletes de hielo que le aprisionan los pies mientras se encuentra en el aire.
Ves un tipo quitarse la camisa mientras piensa "hace mucho que no actúo junto a los Hombres X".
No recuerdas más del tebeo, pero esas imágenes se han quedado grabadas.
Buscas por internet, ese lugar lleno de gente que lo documenta todo, que hace tu labor más sencilla.
Ese Marvel team-up Se publicó en España en el setenta y dos, un año antes de que nacieras, pero esa imagen se te hace posterior a la anterior. Quizás está grabada con menor intensidad pero ¿puedes haber sido que la vieras antes?
Y sigues pensando, y aparecen más imágenes. Un tomo de Superman con la portada blanca, otra más, en esta ocasión de Superboy junto la Legión de Súper Héroes. De esta no recuerdas apenas nada, ni siquiera el nombre de sus personajes, sólo las miríadas de hombres y mujeres de coloridos trajes. Sólo a posteriori, sólo según tu bagaje se va ampliando, cuando tu curiosidad va asentando el conocimiento, eres capaz de unir los cabos que tu memoria por sí sola no ha sido capaz de retener.
Y llegan nuevas oleadas de imágenes. Ves otros tomos, esta vez infantiles. Enormes (al menos te lo parecían) libros con los clásicos de las películas de Disney.
Ves la colección de Flash Gordon a la que hiciste que tus padres se suscribieran mediante Círculo de Lectores. Ves... ves historias sueltas de Tintín y de Asterix. Ves a Pumby y a Tumbita y Hazañas Bélicas y El Aguilucho y tebeos en tapa dura de Mazinger.
Ves eso y mucho más. No hay orden ni concierto e investigas más. Encuentras más datos objetivos... que no te sirven para lo que buscas. Y la búsqueda te trae nuevas-viejas imágenes que despiertan nuevos-viejos recuerdos y sensaciones.
El ciclo es infinito y las respuestas parecen no llegar... pero la búsqueda es divertida, con cada recuerdo recuperas un poco más de ti mismo. Quizás no llegues a saber nunca quién fuiste entonces pero sí que te sirve para ver con mayor claridad el camino que te ha llevado hasta quien eres hoy.
También ¿por qué no? te puede servir para repasar aquellas historias que te marcaron y saber si la marca es tan fuerte como para ser capaz de ¿a quién quiero engañar? para querer valorarlas con unos criterios distintos a los de quien un día fuiste… fuera quien fuera aquel individuo.

Javier Albizu

Cinder y Ashe

Cinder y Ashe
Cinder y Ashe
Eran otros tiempos. En los cómics parecía que aún tenían algo que decir los autores por encima de las voces de los mandamases de las editoriales. Surgían editoriales pequeñas, que publicaban material que no tenía porque ser estrictamente superheroico. La paranoia sobre para quien quedaba la propiedad intelectual de sus creaciones aún no estaba tan desarrollada. Los autores se preocupaban más por contar una buena historia, que por los royalties que les darían el merchandising y las recopilaciones. Eran los ochenta. Que bien le sentaron los ochenta al mundo del cómic. Por un lado, el intento de hacer cómics mas “maduros”, por otro, la libertad creativa que se permitía a según que autores, con según que personajes. Y por otro, se hacían grandes historias, de esas de toda la vida, que no pretendían ser más ni nada menos que eso: Buenas historias, bien contadas.
Surgieron grandes obras en aquellos años. Obras de las que todo el mundo habla, que todo este micromundo en el que nos movemos se ha hablado hasta la saciedad. Pero también surgieron obras de las que nadie habla. En ocasiones porque no eran tildadas de “obras maestras” por los portadores de verdades universales. En otras ocasiones, porque sus autores no fueron encumbrados hasta las cimas de los artistas “hot” (cuando aún no se les llamaba así), como grandes maestros, por esos mismos (y autoproclamados) portavoces de sapiencia universal que han sido, son y serán los críticos (o en su defecto, la tiranía del Top 100).
No a todas las obras de las que voy a hablar aquí las considero “obras maestras”. Algunas sí, pero otras son tebeos enormemente entretenidos, en los que sus autores no querían más que eso: Que el lector pasase un buen rato. Y a fe mía que lo consiguieron.

No pretendo ceñirme en exclusiva a los ochenta. Hay (en mi opinión) buenas series (también en mi opinión) injustamente olvidadas para dar y regalar a lo largo de todas las épocas. Sólo he elegido esta década como ejemplo porque fue en la que yo empecé a leer cómics de manera “consciente”, y de la que más nostalgia siento. También ha sido la elegida, porque el primer cómic sobre el que voy a hablaros en esta sección fue publicado entonces.

¿Por qué nadie habla de…
Cinder y Ashe?

Corría el año ochenta y ocho cuando fue publicada. Los autores de esta miniserie de cuatro números no eran ningunos novatos: Gerry Conway y José Luis García López (Ambos llevaban ya algún añito que otro haciendo cómics antes de aquel año). No era la primera vez que colaboraban, ya que de su mano había surgido con anterioridad otra obra merecedora también de ser reivindicada: Atari Force (ya podrían aprender los autores de los últimos años a hacer una buena historia a partir de un video juego).
Cinder y Ashe no era un cómic de superhéroes (pese a ser publicado por DC). Fue una miniserie de cuatro episodios en la cual se nos narraban los avatares de una pareja de detectives (de quienes tomaba nombre la serie) en el caso que tenían entre manos en aquel momento.
La historia que se nos contaba se iba alternando con flashbacks que, avanzaban poco a poco en el tiempo, nos narraban el pasado de los dos personajes protagonistas, como se habían conocido, y como habían llegado a la relación que tenían en la actualidad.
Salvo el villano de la función, que podía resultar un tanto arquetípico, el resto de los personajes están perfectamente definidos. Los protagonistas no son perfectos ni mucho menos, mostrándonos a dos personas muy humanas con sus defectos y virtudes.
De cualquier manera, esta no pretende ser una historia intimista. Los cuatro números están repletos de acción. Comenzando con una pelea que sirve para que vayamos conociendo a los personajes, y terminando con una persecución y posterior tiroteo, para finalizar con un combate cuerpo a cuerpo muy bien narrado.
La miniserie tiene de todo. Momentos duros (algunos de ellos muy duros, sobre todo considerando que fue DC la editorial que la publicó, y que por aquel entonces el Cómic Code aún era algo a lo que las editoriales aún temían), momentos de introspección, desarrollo de personajes y mucha acción.
Todo ello en solo cuatro números, de los cuales me atrevería a decir que no sobra una sola viñeta, ni se echa en falta información para comprender lo que se nos esta contando. El señor Conway escribió un guión muy sólido, y el señor García López dibujó como sólo él sabe (que es mucho).
Sólo fue una historia policíaca, un thiller. Ni fue ni pretendía ser Watchmen (ni falta que le hace). No pretendía reinventar la rueda, ni la manera de narrar cómics. Leerla no va a cambiar tú mundo, pero si que te hará pasar un buen rato, y que con el tiempo te acuerdes de ella con agrado.
¿Qué más se puede pedir?

Javier Albizu

¡Eh, tío!

¡Eh, tío!
Ninjas, pingüinos, espías, mosqueteros, berenjenas, Batman, brujas, dimensiones paralelas, asignaturas optativas, rupturas de la cuarta pared, pianos que caen del cielo, humor referencial, humor disparatado, humor surrealista, crossovers, demonios y ponys. Todo eso y mucho más lo puedes encontrar en ¡Eh, tío!



La primera tira

Mi relación de amor con ¡Eh, tío!, comenzó el siete de octubre de dos mil siete. Más concretamente sobre las nueve y cincuenta y cuatro de la noche.
No recuerdo como llegué hasta la página, ni cual fue la primera tira que leí. Supongo que acabé ahí a través de el enlace de algún blog sobre tebeos. Lo que no sé es no salí de esa página hasta haberme leído todo lo que tenía publicado hasta ese momento.
Tras leer la primera tira, comencé a ir hacia las anteriores hasta que, alrededor de las diez y media, decidí que ya era una buena hora para comenzar a trabajar. A las cuatro y media de la mañana continué con la lectura de aquel grupo de personajes que me había encandilado, a eso de las seis de la mañana, cuatrocientas cuarenta y cinco tiras, y un par de recopilatorios en formato cbr más tarde, ya no quedaba más que leer. Pero yo seguía queriendo más.
No. No tengo memoria fotográfica ni ninguna capacidad similar. Me he limitado a narrar la historia que cuentan los archivos que, aún a día de hoy (varios ordenadores y discos duros después) se encuentran en mi servidor.
Cada vez que leía una de las tiras, descargaba la imagen correspondiente a mi ordenador e iba a por la siguiente. Si, por la razón que fuera, aquella web desaparecía de la red de redes. Yo tendría mi copia para toda la eternidad.

El año siguiente tuve la suerte de ver una charla sobre webcómics que dio su autor, Morán en un instituto de Madrid dentro de algunas jornadas de no-sé-qué, y descrubrí que, aparte de un tío simpático y gracioso en diferido, también lo era en directo.
Aprovechando que el año siguiente comencé a colaborar con la Navarparty, hice uso de mi recién adquirida posición para conocer a Sergio Morán en persona el año siguiente, cuando (le engañé) me lo traje para, oh sorpresa, que él e Ismurg (otro chaval igualmente simpático y gracioso... y webcomiquero) dieran una charla sobre webcómic en la misma (que podéis ver aquí).

Para aquel entonces ya había comenzado otros proyectos como El Vosque, comenzaba a colaborar con El Jueves, y había abandonado un proyecto que comenzó como trabajo de clase sobre los superhéroes y las ciencias (cuyas entradas se pueden encontrar aquí,aquí y aquí) pero, para aquel entonces, mi corazón ya pertenecía irremediablemente al Sexteto, las tiras Non Sequitur

De esta manera, a trompicones y partido en unos cuantos cientos de miles de cachitos de si mismo, Morán ha conseguido encontrar el tiempo para mantener viva su tira que, la semana pasada cumplía ya ocho años.
Mientras tanto, entre tira y tira, me ha obligado a querer a los personajes de su “Vosque” Pratchetiano, o a darme una razón para echar un vistazo cada semana al jueves con su tira Anunciado en TV.

Ahora es cuando te preguntarás...
Sí, vale, todo muy bonito. Gran autor, mejor persona y blah, blah, blah, pero.
¿Cuál es la historia?
Ummmm, estoooo, cómo decirlo. Bueno, hay unas cuantas. Todas ellas tienen mucho sentido... dentro de su contexto... y hay... una... continuidad... cuando no deja de haberla.
¿Y el dibujo qué tal?
Hombre... estoooo... tiene una anatomía y una arquitectura muy personales.
¿Narrativa?
Bueno... como os iba diciendo...
¿Personajes bien definidos?
Sí, sus contornos están entintados... y esas cosas.
Déjate de preguntas y vete a leerlo. Luego, si eso, lo hablamos.

De acuerdo, se le pueden achacar fallos. Montones de fallos. Su dibujo puede parecer sencillo (lo es) pero encaja perfectamente con lo que cuenta. Es más, cuando trabaja con otros dibujantes “mejores”, los chistes no parecen tan buenos como cuando los ilustra él.
Sus historias son muy dispersas y es muy referencial (y autoreferencial), pero no abusa de ello, y sabe cuando volver a sacar los chistes y tramas recurrentes.
No se sabe si va improvisando las tramas. Si realmente hay un plan por detrás, o se limita a unir retazos que ha ido dejando sueltos para darle una coherencia a posteriori. Esto, que a mucha gente le dará igual, a mi me suele molestar bastante... salvo en ¡Eh, tío! donde lo acepto con sorprendente facilidad.

Sólo sé que yo sigo esperando cada nueva tira con la misma ilusión que el primer día.

Javier Albizu

Las Crónicas de Ámbar

Las Crónicas de Ámbar
La evolución de mi relación con la obra de Roger Zelazny ha sido... accidentada.
Conocí sin conocer su trabajo allá por el lejano ochenta y... algo, en la publicidad de alguna revista.
En aquel primer contacto sólo vi un juego de ordenador... con cartas ¿quizás un strip poker?. Da igual, las cartas no me interesaban, así que no le di muchas más vueltas.
Caratula del juego>
Publicidad en las revistas">

Obviamente, ese error de apreciación fue uno de los múltiples corregidos por el paso del tiempo.
Podría escribir una reseña sobre ese juego en la parte de Nostalgia en cuatro colores pero, por un lado, no lo he jugado, por otro, las aventuras conversacionales nunca me han llamado demasiado y, para terminar, el Anticuario digital ya escribió un parpar de entradas sobre él (ojo, spoilers puntiagudos y finales alternativos), así que dudo que yo pueda aportar nada más al respecto.

Pasa el tiempo y llegamos hasta... alguna fecha indeterminada a comienzos de la (también ya lejana) década de los noventa. La Dragon (o, quizás, la White Wolf) anuncian un juego de rol sin dados. Extravagancias, me digo. Además diseñado por el mismo tipo que escribió el juego de rol de las Tortugas Ninja. No son unas credenciales demasiado buenas pero, suena curioso, le daremos un tiento.
El juego llega, lo ojeo por encima y presto sin hacerle demasiado caso. Pasa el tiempo y lo vengo junto a otro montón de juegos de rol que sé que no arbitraré jamás. Fin de la historia... un interludio flashback entre medio (supongo que al noventa y siete).
Mientras espero para entrar a ver Con Air en el cine, compro una novela en la librería frente a los cines; Dilvish el maldito, y empiezo a leerlo mientras espero al resto de la gente.
Es... raro. Está escrito como a toda prisa, pero parece curioso. Cuando llegan los demás cierro el libro y me dispongo a ver ese PELICULÓN. Ya seguiré leyendo en casa, me digo (pero miento). Presto el libro, no recuerdo a quién. Jamás vuelvo a verlo.

Segundo interludio / flashback. Ese mismo año me toca ir a Barcelona a una convención. Mientras hago tiempo para pillar el bus de vuelta, me paso por Gigamesh y me compro las cinco novelas de la primera pentalogía de Ámbar.
Empiezo a leer el primero mientras espero en la estación.
Es... raro. Está escrito como a toda prisa, pero parece curioso. El autobús va a salir, cierro el libro y me dispongo leerlo cuando llegue a Pamplona, me digo (pero miento).
Le presto el primer libro a un amigo y, a día de hoy aún debe seguir por su casa.

Dos mil once, en mi recolección de juegos de rol que me arrepiendo de haber vendido, vuelvo a conseguir el Amber Diceless roleplaing. Una vez conseguido, le echo un vistazo por encima, y lo dejo en la estantería.

Dos mil trece. Busco el primer libro de la pentalogía, el resto siguen a la espera de ser leídos en la estantería. Sigue sin estar por casa. Busco “donde están todas las cosas” y lo encuentro. Ya que estamos, me descargo los cinco y los meto en el libro electrónico.
Es... raro. Está escrito como a toda prisa, pero parece curioso. Un par de semanas después he terminado con todos ellos (son finitos).
Conclusión: De mayor quiero escribir como Zelazny.

Saco el juego de rol de la estantería y lo ojeo con algo más de detenimiento. Leo cómo describe a los personajes del libro y no estoy de acuerdo con sus conclusiones y cómo los plantea. Cierro el libro y lo devuelvo de nuevo al ostracismo. Me planteo cómo podría integrar Amber dentro de La Campaña.

Amber RPG

Tras esta breve presentación, al turrón.
Si te gusta la fantasía... rara pero no, escrita como si tuvieses prisa. Si eres capaz de sobrevivir a descripciones de viajes, probablemente influenciadas por el consumo de drogas. Si eres capaz de perdonar alguna que otra incoherencia claramente debida a la improvisación (yo no suelo serlo, pero con Ámbar lo fui).
Si te gustan los personajes aparentemente ambiguos pero que no engañan a nadie y son héroes de una pieza, giros algo rocambolescos y algunos conceptos que te dejan diciendo “esto me gustaría haberlo escrito a mi”.
Lee las crónicas de Ámbar.
Fin.

Javier Albizu