Biografía rolera v1

Biografía rolera v1
Hola, me llamo Javier Albizu.
Quizás me conozcas de entradas anteriores como Biografía fabuladora. De no ser así... tampoco te pierdes gran cosa.

Una vez que he puesto en su lugar tus posibles expectativas y me he fustigado un poco con mi látigo exterminador de autoestima, continúo.

Entre otras muchas cosas, soy un rolero.
¿Que qué es eso?
Alguien que juega a rol.
¿Juegas a rol?
No, hace ya años que no juego.
Entonces ¿por qué utilizas esa palabra para definirte?
No me defino, me limito a utilizar una de mis aficiones como elemento descriptor. Soy mucho más que un...
No empieces con juegos semánticos.
Vale, de acuerdo. Hace muchos años que no juego a rol, pero el rol sigue formando una parte muy importante de mi vida. Ergo, me defino como rolero.
¿No decías nosequé de que esa afición no te definía?
Con conversaciones como esta no vamos a convencer a nadie de que el rol no alimenta la esquizofrenia ni otras enfermedades mentales.
Pues explica a que te refieres y deja de marear la perdiz.
Vale, de acuerdo.
Todo comenzó con un Multimaniaco...
Empezamos bien.

Javier Albizu

Biografía rolera I: Preludios.

Biografía rolera I: Preludios.
Todo empezó como suelen empezar casi todas las cosas, con dos personas hablando. En este caso éramos mi hermano pequeño y yo.
La conversación versaba sobre algo que le había comentado un amigo (sí, el “me han dicho que”, también suele formar parte del cómo empiezan todas las cosas). En aquel caso concreto, le habían invitado a jugar a algo llamado “rol”. Nos encontrábamos a mediados - finales de los años ochenta del siglo pasado y no teníamos ni idea sobre qué significaba aquello. Dicho sea también de paso, antes de jugar, tampoco entendía muy bien por qué mi hermano asumía que yo podía estar interesado en aquello. Después de hacerlo, todo cobró un poco más sentido.
De creer en el destino, afirmaría sin dudar que este era el mio. Como no creo en esas cosas, sólo diré que el azar, nuestras decisiones y las de quienes nos rodean, consigue que todo encaje de una manera de una manera que, en ocasiones, parece premeditada.
Pamplona, un día indeterminado a finales del año ochenta y ocho, principios del ochenta y nueve (fecha extrapolada a partir de datos que creo objetivos y que explicaré en otra entrada). Tengo quince años y tras sobrevivir (muy mal) a octavo de EGB me encuentro cursando primero de electricidad. Junto al cierre de mi etapa dentro de la educación básica también superé mi segunda Crisis en las Saludes Infinitas sin saber que todo iba a cambiar... a mejor. A mucho mejor.
Pero estoy empezando con un estilo un poco / demasiado profundo y la cosa no va por ahí. Así que demos un pequeño salto hacia atrás, hagamos un breve resumen y pongámonos en antecedentes.
Como digo, tras terminar la EGB (y cuando digo “acabar” lo digo a medias, ya que al finalizar septiembre aún me quedaron siete suspensos como siete soles que no me impidieron continuar mi racha de fracasos escolares). Hasta pocos antes de comenzar el curso no supimos (ni mis padres ni yo), dónde proseguiría con mi descalabro escolar. Finalmente tocó cambiar de centro formador, pasando de un colegio de curas a un taller híbrido de tornero fresador / salta fusibles (electricidad / mecánica), de mi primer curso de FP.
Atrás dejo una escalada de suspensos mayor que la escalada armamentística de la guerra fría. Dejo también tres meses de inmovilidad gracias a mi prematuro reuma, dejo a... conocidos de clase con los que ya no volvería a coincidir fuera de las aulas, por otra suerte de conocidos de nuevas clases a los que tampoco volvería a ver fuera de las aulas.
Mi escalada educativa continuarás dando trompicones y repetiré un curso, comenzaré a trabajar a media jornada en la empresa familiar (salvo en verano, cuando trabajaría a jornada completa) conseguiría una flamante y temprana úlcera por nervios, y dejaría de estudiar a los dieciocho.
Si en esa época me hubieras preguntado ¿Eres de ciencias o de letras?
Yo habría respondido... No, gracias.
No era ni el empollón ni el malote. Demasiado tímido y callado para ser popular, demasiado grande para ser el pardillo o el capacico de las hostias. Sólo era un chaval más que coincidió que pasaba por ahí sin dejar demasiada huella.
Un niño que seguía leyendo tebeos, cuando la gran mayoría de los demás niños eran demasiado niños como para admitir que los tebeos eran algo que les gustaba... por mucho que fueran (decían) cosas de niños.
Alguien que no se iba a fumar debajo del puente, o a beber a escondidas para hacerse el mayor. A quien no le importaba demasiado lo que pensaran los demás de él. Alguien, un poco como “La Masa”, pero que había conseguido que le dejasen tranquilo, aunque no por ello dejaba de sentirse raro y solo.
Vaya, creo que se me ha vuelto a ir el tono. Menos mal que empezaba diciendo que las cosas iban a cambiar para mejor.
En fin, eso sería el futuro cercano, pero sólo una parte de ese futuro. La parte mala, la parte que pasaría para quedar arrinconada en un espacio de contención de la memoria.
Pero aquí hemos venido para hablar de las cosas buenas. Hemos venido a hablar del ROL.

¿Qué podía saber un chaval con aquellas características sobre lo que es el rol?
Más bien poco, aunque las pistas necesarias para comprender ya habían sido diseminadas a lo largo de su breve experiencia vital.
Dalmau había sacado ya la caja roja y sus anuncios habían aparecido por los tebeos que Cómics Forum publicó como explotación de la serie de televisión. Aunque nadie (y por nadie me refiero a mi) se había preguntado si aquella serie venía derivada de algún otro tipo de producto.
La serie, por supuesto, fue devorada como pocas por un servidor de ustedes.

Tom Hanks ya había participado en aquella aberración panfletaria llamada Mazes and Monsters, aunque, por aquel entonces no era lo suficientemente conocido, ni la afición lo suficientemente denostada por estos lugares, como para que le diéramos mayor importancia.

Sí, en ET el hermano mayor de Eliot y sus amigotes salían jugando a rol, pero tampoco había mucho que sacar o extrapolar de aquella escena.
Por otro lado, sí que me había llamado la atención un capítulo de El Gran héroe americano en el que se mostraba (un tanto de aquella manera) a unos tipos que decían jugar a rol... en un batiburrillo sin demasiado sentido, en la que mezclaban churras, merinas y que más parecía una especie de Gimkana aderezada con juegos de ordenador y juegos de pillar que a la actividad en la que estaba apunto de embarcarme..

Por otro lado, teníamos los libro juegos, Elige tu propia aventura, La máquina del tiempo, Lucha Ficción y, también, Dragones y Mazmorras.
Libros que se leían con mucha facilidad (sobre todo para un vago como yo) pero que me dejaban con una sensación de frustración aún mayor que los otros libros, ya que te prometían libertad... sólo para no darte las opciones que tú (yo) habrías elegido.

Por supuesto, tenía El señor de los anillos, que no tenía nada que ver con el rol, pero cuya película me había tragado un montón de veces... y cuya novela había tratado de leer, siempre sin éxito, en un par de ocasiones.
Molaba Boromir con su casco con cuernos y su traje de piel. Molaba Trancos, solitario y arisco, feo, taciturno y lacónico. Molaban los rohirrim, y molaba mil el Balrog aunque, visto de nuevo a día de hoy, da un poco de penica.

Y, por último, teníamos Ultima (así, sin acento). Me encantaban los anuncios que aparecían en las revistas inglesas de vídeo juegos. No había jugado a ninguno de ellos pero sus portadas hacían que algo en mí interior despertase.

Ahí estábamos yo y mi escaso bagaje cultural, junto a unos chavales algo más jóvenes, aunque más listos, despiertos y curiosos. No sabía muy bien que pintaba en aquel lugar. No sabía muy bien si quería estar allí, pero no tenía nada mejor que hacer.
Ah, ¿qué diablos?, me dije.
Vaya, que libro más raro.
¿Qué será esto de “La llamada de Cthulhu”?
Bueno. Tampoco tengo nada que perder.

Javier Albizu

Biografía rolera II: La llamada

Biografía rolera II: La llamada
Pongámonos en situación. Sentados sobre unas no demasiado resistentes sillas, cuatro individuos imberbes arrojan unas extrañas formas poliédricas sobre la superficie de la mesa alrededor de la cual se encuentran sentados. Tras consultar los oscuros y arcanos símbolos que los designios del azar han decidido mostrarles en esas formas, garabatean con lápiz sobre unas hojas impresas unas cuantas cifras y alguna que otra letra (más bien pocas).
La cosa empieza mal. Hay dados. No me gustan los juegos en los que hay dados... bueno, no me gustan los juegos de azar en general. Es más, como norma, la competición contra otros me resulta generalmente indiferente, cuando no directamente molesta.
Pero vamos, bien, hemos venido a algo llamado “Juego” de rol, tendrías que haber supuesto que había una parte de azar, listo.
Además hay que apuntar cosas... eso tampoco me gusta. Ya en los días en los que leía las novelas de “Lucha Ficción” no tiraba los dados ni apuntaba nada. No tenía sentido ¿para qué apuntar nada? ¿qué más me da lo que vaya recogiendo el personaje, o si le han herido en el anterior combate?
A mi no me engañaban, daba igual las opciones que yo tomase, el libro ya estaba escrito. Podía decirme que había muerto, pero no me podían quitar la posibilidad de volver a leérmelo. El papel y las letras iban a seguir siendo las mismas.
En fin, ya que estamos aquí, seguiremos con ello... aunque no me da muy buena espina.

Alguien (yo) pregunta ¿qué es eso de Aficionado (diletante)?
Da igual, ya lo leo. Vaya, no viene nada más al respecto. Bueno, pues me la apunto de todas formas como profesión para mi personaje. Al fin y al cabo no me siento muy “profesional” en estos momentos.

Bien, empieza la partida. Ha pasado algo que ya no recuerdo. Un poco de investigación y, mientras estoy en la biblioteca, se me acerca un desconocido y me dice que tiene información que me puede interesar. Estupendo, le digo que me la cuente. Él dice “aquí no”. Yo miro mi hoja de personaje y le digo “Aquí y ahora” mientras proclamo que mi personaje saca la pistola que tengo apuntada en la hoja como parte de mi equipo (reacción über lógica por mi parte)
El resto de personas de la biblioteca, entran en pánico, y me pegan una paliza matándome (reacción... eso, teníamos quince años, no busquéis donde no hay)
Fin, se acabó la partida para mi.
Yuju, fiesssshta. A eso se llama crear afición.
De todas formas me quedo hasta que la partida termina para saber qué había pasado. Por suerte mi habitación está ahí al lado y tengo lectura por si me aburro.
Algo más de investigación, bichos, tiros y fin. No es que sea la panacea, pero ha estado entretenido. De todas formas, lo mejor viene después, porque da comienzo la sesión de tertulia. Se empieza hablando de la partida, pero se sigue hablando de otras cosas. Cosas que me interesan: Tebeos, películas de tiros, películas de hostias, series, dibujos animados, juegos de ordenador, ciencia ficción y cosas que molan en general.
Esta gente, estos desconocidos tienen mis mismos gustos. Son... como yo. Igual me apunto a la siguiente partida que organicen.

Siguiente partida. Unos cultistas me rodean. Uno de mis amigos dice
- Lanzo mi canana repleta de granadas hacia los cultistas.
- Esta es la situación - describe el director de juego - ¿Hacia dónde apuntas más o menos?
- Al centro.
- Ahí es donde está el personaje de Javi.
- Ahí es donde voy a afectar a más cultistas.

Muerto de nuevo, esta vez por el fuego “amigo”. Yuju y tal. Al menos esta vez era al final de la partida... aunque la cosa ha tenido su gracia. Igual... ¿qué narices?, fijo que me apunto a la siguiente. Esta vez casi he conseguido terminar la partida vivo.
Además... además con esta gente me apetece estar. Me apetece hablar con ellos. Cuando les digo cuánto ha molado el último número de los Titanes de Wolfman y Perez, dicen “Sí” o “¿ha salido ya?”y se les nota en la cara, no sólo que saben de qué les estoy hablando, sino que también les encanta.
Y comenzamos a quedar para otras cosas. Para ir a ver el Batman de Burton al cine... dos veces. Y durante meses, desde que vemos las primeras noticias en las revistas de cine, hacemos planes para ir a ver Desafío total en cuanto salga.
Intercambiamos tebeos y cuando quedamos para lo que sea hablamos de ellos, o de juegos, o de... de todo eso que le da sentido a la vida.
Es gente con la que he elegido estar. Gente con la que quiero estar. ¿Me atreveré a decirlo?... AMIGOS. No compañeros de clase con los que, a base de horas compartidas, he descubierto que tengo alguna leve afinidad, no hijos de los amigos de mis padres.
Sí, el rol está bien. Es divertido, pero sin esta gente no tiene sentido.

Masa, por fin, APLASTA. Por fin tiene una razón para destrozar las interminables hileras y barreras superpuestas que lo aíslan (tras las que se ha aislado a sí mismo) de una gran parte de lo que le rodea.
Y esto, AMIGOS. Esto es lo que significa el rol para mi.
Citando a los clásicos: El principio del resto de mi vida.
El principio de mi vida de verdad.
Pero estoy adelantando acontecimientos. Vayamos un poco atrás, vayamos hasta...

Javier Albizu

Biografía rolera III: El Club

Biografía rolera III: El Club
Portada del Pendragón de Gallimard

La sucesión de eventos que nos lleva hasta esta historia está clara, cristalina en mis recuerdos. Aunque claro, mis recuerdos me pueden engañar, que son muy suyos, así que esto muy bien puede ser una dramatización de lo que sucedió realmente.

Estamos en el ochenta y nueve, sábado ¿verano? quizás. Durante la mañana hemos estado echando una mano en el local de la nueva tienda familiar que pronto abrirá sus puertas al público, tras comer en un bar cercano, hemos vuelto al tajo. Mientras estamos en ello, mi hermano me dice que ha quedado con Multimaniaco y su cuadrilla para jugar a rol. ¿Cómo? no lo sé, no existen los móviles, así que supongo que la cita se concretó en clase durante alguno de los días anteriores.
Pedimos permiso para largarnos y este nos es concedido. Corremos a casa y nos duchamos a toda prisa, corremos a la parada del autobús a pillar la línea dos. Nos dirigimos a un lugar nuevo e ignoto para mi, a algo llamado la “Casa de la juventud”. No sé dónde está eso, no sé qué es eso, no sé con quién me voy a encontrar y tanto desconocimiento me incomoda.
Dejamos el autobús en la parada cercana al Sektor para continuar con nuestra carrera, mientras la incomodidad deja paso al miedo y la duda. No me gusta conocer gente nueva, y me han dicho que no va a estar sólo nuestro grupo de juego. No me gustan los lugares nuevos, no me gustan los ambientes no controlados. Las otras veces que hemos jugado lo hemos hecho en casa ¿qué necesidad tenemos de ir a otro lugar?. Mi estómago empieza a bailar. Yo no bailo, así que no puedo afirmar categóricamente que no me guste bailar, pero sí que puedo afirmar que no me gusta que mis órganos internos lo hagan sin mi permiso.
Llegamos, el tiempo y el espacio se pliegan sobre sí mismos. El tiempo se ralentiza, la entrada de la Casa de la juventud se estira hasta el infinito como absorbida por un agujero negro.
No voy a dejar que me gane el miedo. El año pasado, mientras estaba en cama sin poder moverme por el reuma, mientras tras cada sombra y cada ruido de la casa vacía parecía ocultarse algo terrible, decidí que aquello debía terminar.
Atravesamos el horizonte de sucesos y me adentro en lo desconocido. En nuestro camino nos cruzamos con gente de diversas edades y apariencias, todos mayores que nosotros. ¿La juventud a la que alude el nombre del local se refiere a ellos?.
Avanzamos y pasamos el mostrador de recepción, giramos a la izquierda para subir por las escaleras. Dos tramos después estamos en la primera planta. Más “juventud de la otra”. No me gusta.
Dos salas con las puertas abiertas a nuestra derecha, en su interior un número indeterminado de desconocidos. A nuestra izquierda otro tramo de escaleras. Decisiones, decisiones.
De una de las puertas asoma un rostro conocido, fijando coordenadas. La situación de crisis parece que se acerca a su final. Entramos en la sala. Es la más pequeña de las dos que ocupa hoy Mordor. “El club”.
En la otra sala hay más gente. “Juventud” de la otra, desconocida, de aquella que me da miedo. Pero, más allá de ese marco, hay algo que me llama la atención. Una ilustración que tiempo después averiguaré que pertenece a la pantalla de master de la edición francesa (la de Gallimard para ser más exactos) del Pendragón. Quiero saber más, pero no entro, el miedo aún es fuerte a pesar de mi firme propósito de no dejar que me domine.
Entro en el terreno relativamente conocido y me engaño fingiendo que la tentativa fallida no ha existido. Ahí también hay desconocidos, pero son minoría. La proporción es aceptable.

Jugamos a Cthulhu de nuevo. Esta vez no arbitra Multimaniaco, sino uno de los Eduardos. También se nos une un chaval de Burlada que ha leído en algún lado sobre lo que se hace aquí. Más no importaba, el resultado final es el mismo: todos muertos. Por un lado, el resto muertos a tiros cuando los SWAT (no preguntéis) toman al asalto la casa que hemos asaltado nosotros antes. Por otro, me encuentro sólo ante el peligro. Al menos esta ocasión no muero el primero.
Mi personaje se había ido antes del lugar, pero no se libra de sufrir el destino de sus compañeros. En esta ocasión muero escopeteado por el dueño de una tienda que he intentado atracar... no sé por qué. Resulta que Eduardo decidió que estaba a más de diez metros de tipo, por lo que mi recortada no tenía alcance suficiente como para darle. Su escopeta era más grande.
Recordad, niños y niñas, el tamaño sí importa. Sobretodo el del calibre de tu arma. No, sigo sin hablar de sexo.
En fin, una vez terminada la partida, llega lo bueno. La tertulia, la camaradería, la crítica, repetición y matización de las anécdotas. Las batallitas de días pasado, las ganas que tenemos todos de ir a ver al cine el Batman de Burton.

Con el paso del tiempo, la anécdota se convierte en tradición. Los sábados toca tarde de club, igual que los miércoles y los viernes (los domingos sólo por la mañana). Nos pueden cambiar de sala en la Casa de la juventud, pero “El Club” permanece. Podemos estar años sin pisar el edificio, pero seguimos siendo los “Del Club”. Puedes pelearte, o dejar de verte con la gente, pero sigue existiendo un vínculo que os une. Puedes dejar de jugar a rol con asiduidad, pero no puedes, corrección, no quieres, dejar de ser “Del club”.
Es algo que te acompañará siempre, aunque se disuelva formal y oficialmente, aunque no lo menciones en voz alta, aunque éste sólo exista dentro de nosotros.

El Pendragón de Gallimard
Javier Albizu

Biografía rolera IV: Intercambios culturales

Biografía rolera IV: Intercambios culturales
Portada del Skyrealms of Jorune

Se dice que toda gran aventura comienza con un gran viaje, lo que es verdad sólo a veces. En mi caso, la aventura llegó pronto y, pese a que los viajes (más allá de las fronteras de Pamplona) se hicieron esperar, las primeras peregrinaciones hacia los nuevos y recién descubiertos lugares de culto no tardaron demasiado en llegar. Porque, más allá del Club, pronto descubrí nuevos templos que incluir en el recorrido de mis rutas de peregrinación habituales.
Esta historia empezará con el lugar en el que compré mi primer juego de rol: la juguetería Irigoyen, donde acerté a comprar el Toon de Steve Jackson Games (a la sazón, el primer juego que arbitré) la sin par revista Troll (el número dieciocho si no recuerdo mal) y la (según días) no_tan_sin_par revista Lider. Con el tiempo descubrí que ya había visitado con anterioridad aquel lugar para elegir los regalos de reyes, pero esa es otra historia que (quizás) se contará en otro lugar.

La segunda planta de Irigoyen se convirtió durante una temporada en lugar de paso obligatorio todos las tarde de los sábados antes de ir al Club. Allí, ocultos detrás de uno de los mostradores, se encontraban los juegos de rol de importación y las revistas. Hasta donde yo sé, era el único establecimiento de Pamplona que traía material del extranjero. Dicho (o escrito) esto, ahora me hago una pregunta que no me había surgido hasta que me he puesto a escribir estas palabras:
¿Quién era el valiente que se animaba a traerlos?
En una época pre-internet, no tenías mucho entre lo que elegir. Es más, sólo sabía de la existencia de aquello que aparecía en las (escasas) revistas que estaban a tu disposición. Revistas de las que, con suerte, podías encontrar ejemplares nuevos cada dos o tres meses.
Entrar en aquella tienda era ir a la aventura. Sólo tenías a tu disposición lo que había tenido a bien pedir el heroico y valiente desconocido que hacía los pedidos, así que muchas veces salías de allí sin haber comprado nada. Quizás la semana siguiente hubiese más suerte.
En otro orden de cosas, me acabo de dar cuenta de que nunca se me ocurrió encargar a la gente de la tienda si me podían pedir algún juego en concreto. Cosas de la edad (y me acabo de dar cuenta también de que con los juegos de consola me pasaba lo mismo).
Con estas, aparte del anteriormente mencionado Toon, en Irigoyen sólo llegué a comprarme el Air Superiority (el cual jamás llegué a leerme entero ni mucho menos jugar). Los aviones siempre me han gustado, pero los juegos de tablero nunca han sido lo mío. Supongo que el hecho de que la traducción del manual consistiese en una serie de hojas mecanografiadas, fotocopiadas y grapadas tampoco ayudó.

Mis peregrinaciones hasta la juguetería se volvieron más esporádicas cuando me di cuenta de que podía hacer pedidos por correo a las tiendas que aparecían anunciadas en las revistas que compraba. Barcelona (así como Jocs & Games) se convirtió entonces en la distante Meca que me propuse visitar algún día. Hasta que llegó aquel día, les pedí el Titanicus Adeptus. De nuevo, a este tampoco llegué a jugar (robotacos, SÍ, juegos de tablero, no).

Mientras tanto, pasaba algunas tardes de entre semana en casa de Multimaniaco, que se dedicaba a enseñarme los juegos que le compraba su padre (alguno de los cuales, como el D&D me dejó para fotocopiar)
Algún domingo por la mañana también pasé por la oficina de uno de “Los mayores” del club, que mostraba orgulloso su colección de la Serie Europa (que me impresionó bastante menos que el hecho de que aquel señor fuese poseedor de una oficina)

Así llegamos a agosto/septiembre del ochenta y nueve. Mi hermano menor había sido enviado de intercambio a Inglaterra para el verano y, en teoría, el autobús que lo traía de vuelta lo dejaba en el centro a una hora bastante temprana de domingo. Un par de amigos y yo quedamos para ir a recogerle de empalmada (la hora teórica de llegada debía ser cerca de las cinco o seis de la mañana). Para comenzar la sesión de espera, Multimaniaco y yo fuimos al cine tras salir del club a ver Papa Cadillac. Para después de aquello había alquilado dos películas: ¿Quién es Harry Crumb? y Mad Max III, para ver en casa de mis padres junto a EduardoA.
La primera fue un éxito, con la segunda nos dormimos los tres.
Tras recuperarnos de la cabezada, nos dispusimos a ir a recoger a mi hermano. En un ejercicio de descoordinación típico de la era pre-móbil, no coincidimos con él y, tras esperar un rato largo donde suponíamos que tenía que dejarle el autobús sin encontrar a nadie, volvimos a casa. Como no podía ser de otra manera, mi hermano ya estaba allí, pero no sólo estaba él. En el sofá se encontraban depositados los tesoros que había traído de allende los mares: El número ciento cuarenta y seis de la revista Dragón (que aún conservo y por el que he concluido que nos encontrábamos en el ochenta y nueve), la guía del jugador del AD&D segunda, el Top Secret SSI y mi primer amor verdadero dentro del rol, la segunda edición del Skyrealms of Jorune (que también conservo). Se lo había visto antes uno de “los mayores” en El Club, pero nunca me había atrevido a pedirle permiso para echarle un vistazo de cerca.

Aún pasaría un tiempo antes de que mi timidez me permitiese animarme a arbitrar nada. Antes de que llegase aquel momento ya tenía un arsenal mayor entre el que elegir. Gracias a una convención a la que tenía que acudir mi padre en Barcelona y a la que acudimos toda la familia, mi hermano y yo conseguimos arrastrarlos a todos hasta la Meca (del momento). Allí compramos la guia del Dungeon Master que nos faltaba, así como los juegos de Elric y Hawkmoon de Chaosium. También vimos que había un montón de libros de algo llamado “GRUPS” la mar de llamativos, pero el presupuesto no daba para todo.
Aquella misma noche, en la habitación del hotel, mi hermano y yo cambiamos los juegos que habíamos comprado, con lo que yo me quedé con el Stormbringer y él con el Hawkmoon.

Con todo esto a mi disposición, cuando finalmente me decidí a arbitrar, lo hice con el Toon, el libro más finito que tenía y el más fácil de leer con mi aún por desarrollar inglés de la época.
Era un comienzo tan bueno como cualquier otro.

Javier Albizu