Museo

Museo

1997
- Primera versión de la página de Daegon

1998
- Segunda versión de la página de Daegon

2004
- Primera versión de "Palabras desde otro mundo"

2005
- Tercera versión de la página de Daegon

2006
- Frikcionario

2009
- Segunda versión de "Palabras desde otro mundo"
- Daegon Beta

2011
- Cuarta versión de la página de Daegon
- Parada de los Monstruos - Frustración, rabia y aceptación, según Keenan
- Parada de los Monstruos - Cuando jugar era cosa de hombres (I)
- Parada de los Monstruos - Cuando jugar era cosa de hombres (II)

2012
- Parada de los Monstruos - La evolución del Super Robot
- Libro de Notas - Gracias por todo, Jack
- Parada de los Monstruos - Los Grandes Unificadores
- Parada de los Monstruos - Haciendo el indie
- Libro de Notas - Cambiando los axiomas

2013
- Parada de los Monstruos - Entrevista a Jaume Esteve (Ocho Quilates)

Javier Albizu

¿Qué es Mytgard? v1

¿Qué es Mytgard? v1
Buena pregunta.
Para serte sincero... no es que lo tenga yo muy claro, o que se trate de un concepto demasiado definido.
En éste mismo momento... (miro el reloj) Mytgard se podría definir como un estado de ánimo, o una actitud personal. También me gusta verlo como un lugar en tu interior el que refugiarte y hacer que se detenga el tiempo durante un momento. Un lugar en el pasar un rato juntos y tratar de disfrutar de unos momentos de charla y lectura sobre aquellos temas que nos gustan o nos resultan interesantes.
Un lugar sin mayores pretensiones que las de leer y charlar, reflexionar, pensar y evadirte.

¿Muy pretencioso?
No te lo voy a negar.

Pero no siempre fue así. Sí, efectivamente, si me conoces un poco, ya sabías que esto no se iba a quedar en un texto tan breve sin darle un tono personal / biográfico / nostálgico. Así que, ponte cómodo, reserva unos minutillos para leer esto o... ¡VETE AL INFIERNO!

Mytgard nació hace algo más de cuatro años... con una función bastante diferente a la que le estoy dando ahora.

En marzo de dos mil siete y, tras lo que podríamos definir como una crisis personal, abandoné mi trabajo en la empresa familiar. Tampoco os creáis que aquello lo solucionó todo. Después de currar cosa de dieciséis años en aquel lugar, pese a saber que podía volver cuando quisiese, me sentía un tanto desvalido y acojonado.
En aquel momento, sin trabajo y a la caza y captura de dinero con el que pagar las facturas, decidí dedicarme de manera autónoma a aquello que me gusta: El gore electrónico-informático y los cacharreos de diversa índole en internet (vamos, reparar ordenadores y la creación de páginas web y gestión de dominios online)
Para tal fin y, con intención de parecer más “serio” ante posibles clientes, decidí montar una empresa unipersonal. Sí, el nombre que elegí para ella (y el dominio que registré para alojar su futura página) fue éste; Mytgard.

En aquel momento sólo era una eso, una palabra. No quería unas siglas, un conjunto de iniciales o un nombre rimbombante en ingles. Cuando pensaba en aquella palabra, en mi cabeza aparecían los mares nórdicos en estado de calma y altas cimas nevadas que simbolizaban mi entrada en aquella nueva vida a la que me lanzaba.
Veía a Thor en una fragua forjando placas base. A un Odín Kirbyesco sentado en el trono de una Asgard poblada de tecnología imposible. Veía a las versiones robóticas que Go Nagai realizase del Coloso de Rodas y el Nirvana al que accedieron las máquinas de ocho bits. Un lugar en este mundo en el que integrar todas mis mitologías personales.
No estaba drogado (pero ya sabes que mi cabeza tiende a irse de paseo por lugares muy raros).
El dominio estaba comprado para cinco años y, para la creación del site, decidí lanzarme a cacharrear con Drupal.
A finales de ese mismo mes, ya tenía trabajo de nuevo, así que, con la página de entrada ya creada y colgada (la misma que he conservado para ésta nueva versión) el proyecto se quedó en suspenso (aún conservo casi todas las tarjetas de empresa que me hice imprimir).

Después de aquello, y según iba adquiriendo, asentando o ampliando mis conocimientos, pensé mil y una veces en mil y un proyectos para los que podría utilizar aquel dominio (y el drupal). Materias o enfoques que me parecía que no encajaban con el tono del blog que ya escribía. Planes para crear habrían sido tutoriales básicos y accesibles sobre virtualización, linux o software libre en general. Una manera de devolver a la red todo lo que me iba aportando. Pero nunca me puse con aquello.

Sin grandes cambios, damos un salto de en el tiempo para detenernos hace un par de meses, cuando decidí matar mi blog.
Sin previo aviso, despedidas lacrimógenas ni posibilidad de moratoria, lo borré de la red (pero de eso te hablo en otra sección)

¿Drástico?
No lo negaré.
¿Estúpido?
Vale... eso tampoco lo negaré (pero no lo diré muy alto).

Nota aclaratoria: Por más que la afirmación que sigue a esto sea objetivamente falsa, no es menos cierta para mi subjetividad (¿creías que no iba a usar el palabro en un texto de presentación?)

Así, de un plumazo, me había quedado sin un lugar en el que colgar las cosas que había escrito (y las que escribiría más adelante) que no tratasen de Daegon.

Tras una temporada de desorientación (¿a que dedico el tiempo que antes destinaba a tratar de escribir?) y reubicación, decidí convertir Mytgard en ese lugar en el que subir los relatos ya escritos. ¿Qué narices? Iba a actualizar aquel Drupal viejuno que tenía allí, e instalar la nueva versión, que era mucho más molona.

El problema con el que me encontré fue que el hosting gratuito en el que lo tenía hospedada se llevaba como el culo con esa versión de la aplicación.
Inasequible al desaliento (y con mucho tiempo... diremos que libre) en cosa de unos minutos cambié completamente la orientación que iba a darle a éste proyecto, me até los machos y me lancé a la aventura.
Me monté una máquina virtual en mi servidor de casa, y recopilé todo lo que he escrito alguna vez. Ya sea publicado o no. Para internet o para papel.
Menos de una semana después ya está funcionando de la manera que yo quería (que uno es especialito) y aquí lo tenéis... eso... funcionando.

La idea, a fecha de hoy y ahora (miro de nuevo el reloj) viene a ser la siguiente:

Por un lado está la sección museo / histórica. El lugar en el que he dejado lo ya escrito. Las “fuentes originales” que, por mucho que me avergüence de algunas de ellas, me han hecho llegar hasta aquí (dondequiera que sea “aquí”).
La idea bajo ésta sección es también la de tratar de transmitir el contexto en/bajo el que fueron perpetradas, así como el que se pueda ver la (espero) progresión, cambios y contradicciones que he tenido con el paso del tiempo y las páginas escritas.

Por otro lado, lo que situaré en el “frontal” de la página, serán los los relatos que publiqué en el blog y los artículos serializados. Libre de las ataduras del formato blog, los iré organizando , en ocasiones reescribiendo, continuando y terminando, tratando de darles una estructura de lectura más cómoda.

Más o menos, eso es todo. No es muy bonito. Tengo asumido que va a ser una Beta perpetua de estructura mutante y que nunca estaré contento con como lo voy haciendo, pero llevo años viviendo con eso.

Pasa, ponte cómodo, y elige un texto de las estanterías. Posiblemente no esté demasiado bien escrito, pero trataré de corregir eso con las futuras versiones (si quieres ayudarme, mejor que mejor). Lo único que puedo asegurarte es que no lo vas a encontrar en ningún otro lado.

Javier Albizu

Biografía fabuladora v1

Biografía fabuladora v1
Hola, me llamo Javier Albizu y acostumbro a... suelo tratar de... Bueno, soy el culpable de perpetrar las cosas que puedes leer por aquí.

Llevo escribiendo... cosas, de manera más o menos continuada, desde que alcancé la mayoría de edad (de lo cual hace ya bastante) Casualmente, o no, mis andanzas literarias no comenzarían, ironías del destino, hasta que dejé los estudios.
Así pues, mi formación como maltratador del lenguaje es única y exclusivamente autodidacta. No le echéis la culpa a lo que leáis por aquí a la LOGSE, la ESO ni la FP. La sociedad, los políticos y nuestro mutante sistema educativo no son la culpables de todo esto; lo soy yo.

Una vez presentados y, pese a lo que pueda parecer, no soy una mala persona. Por si te lo preguntabas, no. No saco ningún placer perverso en hacer sangrar tus ojos y tu mente. No disfruto torturándote con mi prosa bárbara, mi ortografía iletrada ni mis construcciones desestructuradas y aberrantes (no, con esas “comas” que pongo tan alegremente por todas partes, tampoco).

En esta serie de artículos trataré de hablarte de mi (ejem) “evolución” como maltratador de la lengua castellana a lo largo de los años. Que éste sea mi legado a la humanidad. Mi “niños, no hagáis esto en casa”.

Bienvenido seas, si es que aún sigues por ahí.

Javier Albizu

Biografía fabuladora I: Comenzamos

Biografía fabuladora I: Comenzamos

Bien, vale...
¿Cuándo empecé a escribir?
No, espera. Esa no era la pregunta.
¿Por qué empecé a escribir?
Mmmm. No. Esa tampoco era...

Vale, me salto la fase de las preguntas.

La inspiración.
Sí... creo... Me parece que la cosa iba por ahí.
¿Que me inspira a escribir?
No, cagontó. Está cerca, pero no.
Que me inspira... para imaginar.
Sí, por fin. Por ahí era por donde quería empezar.

¿Las musas? ¿El “arte”? ¿La llama creativa?
Frio, frio. Nada tan elevado ni intelectual.
Si bien es cierto que comencé a escribir a edad tardía, mi cabeza comenzaría a generar historias desde mucho antes. No me hizo falta saber leer o tragarme mamotretos llenos de letras para empezar a forjar mis propias historias. Todo lo que tenía que hacer era mantener los ojos abiertos, y dejar que las imágenes atravesasen mis nervios ópticos e inundasen mi cerebro infantil.
Todo empezó con La Primera y Gran “T”: La Tele (una no muy grande... ni muy libre, pero bueno, era lo que había)

Sólo quedaban dos días para que alcanzase los cinco años de edad cuando se emitió el primer capítulo de Mazinger Z, y aquello me marcaría para el resto de mi vida.
Eran los setenta y la pantalla era todo lo que necesitaba para comenzar a viajar. Sin vehículos motores, sin bestias de carga (y sin drogas) mi mente sería transportada a lejanos mundos poblados por toda clase de genios del mal, secuaces hermafroditas y nazis con monóculo que llevaban la cabeza bajo el brazo. Y robots gigantes, claro. De eso que no falte nunca.
Así que ahí tenéis al artífice primigenio de mi vocación fabuladora. Echádle la culpa a Go Nagai de todo el mal que le he hecho a la lengua castellana.

Vale, sí, de acuerdo. Después vendría el Comando G y, más adelante, mi padre compraría un vídeo y alquilaría cualquier cosa en cuya portada apareciese (o pareciese aparecer) un dibujo animado, pero la primera impresión fue la que se quedó grabada a fuego.

¿Quién quiere a Shakespeare, teniendo a Miyazaki? ¿Alguien necesita a Lope o Calderón teniendo a mano las obras de Oshii o Takahata?
Sí, vale, manzanas traigo. Comparar a este gente es un poco desafortunado (habrá incluso quien diga que estúpido) sobretodo si tenemos en cuenta que (por el momento) no he sido capaz de terminarme nada del primero... ni he tratado (aún) de leer alguna de las obras de los otros dos mencionados.
Ni trato de justificar mi falta de curiosidad por (algunos) de los clásicos, ni pretendo poner a unos por encima de los otros. Cada uno somos hijos de nuestro tiempo y de nuestro entorno y en el mio la cultura que se impuso de manera aplastante fue la nipona sobre la patria.
Lo más cercano a un “clásico nacional” que catarían mis tiernos ojos en aquella época serían las películas de Alfredo Landa, Esteso, Pajares u Ozores. Si nos ponemos continentales, podríamos ir hasta Italia con Bud Spencer y Terence Hill o, un poco más tarde a Inglaterra con los Monty Python (a los que con ocho o nueve años tampoco les pillabas mucho el punto)

Pero me desvía del tema.
A lo que iba.
Negar la influencia del anime (o las pelis “de chinos” en general) en mi... (ejem) “obra” sería como tratar de defender que el agua no moja. Si bien es cierto que sus estructuras narrativas y desbarres estéticos, salvo honrosas excepciones, hace ya muchos años que dejaron de conectar con mis criterios y gustos personales (por no hablar del cada día más frecuente molonismo descontrolado que lo inunda todo) su sentido de la épica, el heroísmo y la tragedia o su enfoque de lo “grande”, lo cósmico y lo sobrenatural siempre me han resultado algo de lo más atrayente.

Pero para que llegase hasta estas conclusiones aún tendría que pasar mucho tiempo. Ya te he dicho que estamos en los setenta, y el tema de la escritura aún no ha asomado por mi mente. En ella no hay lugar para disquisiciones filosóficas o elucubraciones metafísicas; sólo hay espacio para la acción.
Ni siquiera salvas a la chica. Al fin y al cabo... ¿para qué quieres a una chica? Sólo saltas de tejado en tejado y te mueves con la agilidad de animales exóticos. Con el simple poder de tus puños destrozas lo indestructible y arrojas a tipos vestidos de negro hasta la luna. Todo eso, por supuesto, cuando no te encuentras pilotando una mole metálicas de cientos de toneladas de peso, armada con lo último en armamento.

Dicho esto, hacemos un fundido en negro hasta que te hable de la siguiente, La Segunda (por orden cronológico, que no por importancia) Gran “T”

Javier Albizu

Biografía fabuladora II: La segunda musa

Biografía fabuladora II: La segunda musa

Si el primer impacto inspirador los había recibido de las ondas catódicas de La Primera y Gran “T”, la segunda oleada de efluvios creadores no tardaría mucho tiempo en llegar. En el fondo, aquella forma de entretenimiento la había conocido desde siempre, aunque en una versión híbrida.
Pero mis padres cometieron un error: Me hicieron ir a la escuela, obligándome a aprender a leer (lo de la escritura tardaría un poco más) A partir de aquel momento pasaron a ser prescindibles. Ya no me hacían falta para comprender a La Segunda (no por importancia pero sí por orden cronológico) y Gran “T”: Los Tebeos.

Y tenía de todo.
Al principio casi todo eran tebeos heredados de mi padre y mis tíos como los cuadernillos de Hazañas bélicas, El Aguilucho o el Guerrero del Antifaz. Revistas humorísticas como TBO, Jaimito, Pulgarcito o Pumby y, por supuesto, Mortadelo y Filemón y demás series de Ibáñez (no recuerdo si en aquella época había que tomar bando por uno o por otro, pero Escobar nunca llegó a despertar mis simpatías como sí que haría con alguno de mis hermanos)
Recuerdo recorrer el desván de casa de mis abuelos (superando mi pánico a la oscuridad) buscando una y otra vez en cajones, armarios y arcones alguna revista que no hubiese leído, o que se me hubiese escapado en las pesquisas anteriores.
Pero sobre los recuerdos de todas aquellas historias, se imponen las de los tebeos de ciencia ficción y superhéroes. Recuerdo de un tebeo (supongo que de los cincuenta) en el que absolutamente cualquier cacharro tecnológico (ya fuese desde la cafetera al coche) contenía la palabra “atómico” en su descripción. Recuerdos de los clásicos de Vértice. Del Ojo Mágico de Kelly o Zarpa de acero. Recuerdos de un tomazo inmenso del Superman de los cincuenta (cuya edición no he logrado encontrar de nuevo) que releí cientos de veces. Aquello permanecería así hasta el fatídico momento (para mí y para el bolsillo de mi padre) en el que descubrí que había “otros lugares” donde se podían buscar tebeos. Que no llegaban y aparecían “porque sí” en aquellos muebles en los que los encontraba.

Los domingos que estábamos en Araia (el pueblo de mi padre) tocaba ir a misa con los abuelos (que remedio). Como recompensa por aquel mal trago (o así me lo tomaba yo), a la salida, nos dejaban ir a la tienda que había junto a la iglesia a comprar alguna chuchería, globo o (si conseguíamos que colase) algún petardo.
El recuerdo de aquel local se me hace difuso. Lo cierto es que casi todo lo perteneciente a, ajeno a la casa de mis abuelos, se me hace un tanto irreal, una especie de mezcla extraña entre el realismo mágico, lo onírico y lo mítico (así que tampoco te fíes demasiado de la descripción)
Tras adentrarte en un pequeño callejón subías unos pocos peldaños de piedra y te recibía una puerta de madera vieja que en nada se diferenciaba de la de las casas que la rodeaban. Un poco más allá, un ventanuco que siempre estaba entrecerrado, y por el que apenas entraba la luz suficiente para iluminar el interior.
Una vez dentro, un mostrador, también de madera vieja recorrida por desconchones en la pintura y astillas. Tras aquel mostrador y entre la penumbra... alguien (porque digo yo que habría alguien vendiendo y cobrando) una persona sin rostro ni voz (ya te he dicho que no te fíes mucho de la descripción) cuyo dedo extendido se dirigía hacia los objetos que le pedíamos. Mis hermanos pidieron lo de costumbre “unos globos... y cromos... y ¿qué hay en esa balda?” mientras tanto, yo me dirigí hacia un lugar en el que nunca me había fijado antes. Amontonados sobre una mesa, entre las tinieblas más allá del mostrador, podía ver revistas, periódicos y... lo que parecían ser... tebeos.
Me acerqué tratando de llegar donde nadie había llegado antes, cuando una voz me detuvo.
- ¿Donde crees que vas? - vaya, parece que sí que tenía voz al fin y al cabo.
- Sólo – dije tartamudeando atemorizado – Sólo quiero ver lo que hay ahí.
- Tranquilo, ya te lo acerco.
Sus manos huesudas agarraron parte del el fajo de papeles y los movieron hasta un lugar al que pudiese llegar. No había terminado aún de depositarlos cuando ya empecé a revolver entre ellos, en aquel momento era un hombre en una misión. Una misión de sagrada.
Cotilleo, cotilleo, periódico, deportes, más cotilleo ¿Por qué hay tanto cotilla en el mundo?. No, no, no, no, maldición. Tiene que estar. Estoy seguro de que lo he visto, me ha llamado, tiene qu... ¡¡¡SÍ!!!
¡¡¡Había encontrado mi El Dorado, mi misión en la vida!!! (hasta que las editoriales me la arrebataron) ¡¡¡Ya sabía de donde venían los tebeos!!! ¿Puede haber un descubrimiento más maravilloso?
Entonces grité. Grité como no había gritado antes. De mis labios surgieron unas palabras que repetirían a menudo:
- ¡Aitá ¿Me compras esto?!

Que sí, que fue así. Bueno, más o menos, igual no sucedió “exactamente” así, pero ya me entiendes.

Pero me estoy desviando un pelín.
La tele estaba bien. Los tebeos viejos estaban bien. Pero aquello lo cambiaba todo. Descubría que las historias no tenían por qué acabar en cada número. Que Rom, el Caballero del espacio, conocía a unos tipos raros con una X en su nombre. Que un tipo bueno, llamado Capitán América, se podía aliar con otro tipo malo, llamado Doctor Muerte, para luchar contra otro tipo aún peor llamado Cráneo Rojo (también había un elfo en calzoncillos, llamado Namor, que quería que limpiasen los ríos, o algo así, pero aquello no me interesaba demasiado). Asistí al nacimiento del Vastago de los cuatro fantásticos y a la lucha de los Vengadores contra un robot gigante llamado Rojo Ronin (¿no tendía que llamarse al revés?) y al Motorista fantasma luchar contra un tipo que tenía un casco en forma de ojo.
Aprendí a continuar todas aquellas historias inconclusas en mi cabeza, mientras esperaba que “mágicamente” en alguna tienda apareciera ese número que concluía la historia que empecé a leer meses atrás. Pero nunca era así. Yo decía “¿Me puedes traer el siguiente a éste?” y mi padre compraba otro tebeo (eso sí, de superhéroes) que me dejaba con otra historia que continuar en mi cabeza.
Nació en mí el ansia. La ilusión que tanto echo de menos por el “¿que ha pasado después?” La búsqueda por kioskos, librerías, estancos y todo local en el que viese asomar una hoja de papel, de material con el que alimentar mi imaginación.

Javier Albizu

Luis (no verificado)

Hace 12 años 9 meses

Cierto! Qué difícil ser niño y tratar de leer las historias "completas". Aunque, por otra parte, parecía casi natural no saber todo lo que había ocurrido antes ni lo que ocurriría después.

Algunos años después, encontré ediciones para coleccionista de la revista mortadelo (1984 y 1985 los tengo casi enteros) y había muchas historias que tenían así algo de sentido. De superhéroes leí poco. A lo sumo de Transformers o de G.I.Joe... Pero descubrí pronto a Michael Ende... ;)

Biografía fabuladora III: Rescatando a la chica

Biografía fabuladora III: Rescatando a la chica

Cuando llegué a Pamplona con ocho o nueve años, todo era nuevo; entorno, vecinos, colegio, compañeros, ambiente en general. Todo era extraño, sorprendente y... la mayoría de las veces, bastante atemorizador.
Era un extranjero en tierra extraña. No es que me sintiera solo, pese a estarlo. Al menos no al principio. Tenía mis tebeos, tenía mis recuerdos de las películas vistas una y mil veces en el vídeo. Tenía mi ración semanal de series televisivas. Tenía las historias que había creado, repetido, modificado, pulido y reimaginado una y mil veces mi cabeza. No necesitaba nada más, no necesitaba a nadie más. La transición a la vida pamplonica no fue dura.. hasta que llegó el primer día de clase.
Bueno, igual sí que necesitaba de algo más, pero casi cualquier intento por mi parte de establecer algo similar a una relación social, resultaba un reto. Un reto casi insuperable sobre el que solía fracasar con frecuencia.
Podría decir que daba el perfil perfecto del empollón encerrado en sus libros, pero los estudios tampoco eran lo mío, y la biblioteca del colegio sólo la visité dos veces. Debo reconocer que nunca he sido un lector voraz. Mi relación con el papel no dibujado siempre ha sido racheada y frustrante, cuando no directamente nula.
Según iba creciendo, viendo y leyendo, las historias continuaban formándose en mi cabeza. Realicé algún intento de plasmar alguna de aquellas historias que habitaban mis neuronas sobre el papel, pero lo que me movía no era un interés real por definir y trasvasar mis correrías imaginarias sobre papel, sino una intentona por hacerme un hueco en la clase. De aquella manera, y tratando de imitar la obra de un compañero de clase al que sí que se le deba bien dibujar, creé a Tarugh, personaje que no logró alcanzar un estado superior al de boceto, tras varias sesiones de infructuoso garabateo de papel.
Era posible que en mi interior aguardase algún talento por ser descubierto, pero estaba muy bien escondido el muy jodido.

Hete aquí que algo despertó en mí cuando alcancé los doce años. Ese algo comenzó a alborotar mis hormonas al conocer a una chica llamaba Sheila. Ella, entre otras características, era extranjera, algo mayor que yo... y un dibujo animado.
No sé si el desbarajuste químico-emocional se les despierta a los chicos a edad más temprana pero, en mi defensa, diré que Larraona, el lugar en el que tenía que cimentar las bases de mi futuro cultural, era un colegio de curas. Ergo, chicas cero. En Pamplona mi vida social se había visto reducida a los compañeros del colegio, mis progenitores, y poco más.
Sí, había tenido amigas con anterioridad, en Alsasua y en los respectivos pueblos de mis padres, pero. Relaciones establecidas en los tiempos en los que la amistad era algo sobre lo que el género del individuo se consideraba algo de lo más irrelevante. Relaciones que habían desaparecido con el distanciamiento geográfico.

En fin. Sheila y yo eramos de lo más felices en nuestra no-relación. Yo la salvaba constantemente de los orcos, Tiamat o Venger, y ella me daba las gracias y, quizás, la mano o un beso en la mejilla.

Pero como toda relación perfecta e imaginaria, tenía que llegar a su fin. No sería por la rutina, por que fuese perfectamente consciente de que ella no existía, o porque la serie dejase de emitirse. No, la culpa la tendría “otra”.
Sucedería que mi hermano mayor (¡¡¡malditos hermanos!!!) se echó un amigo (pausa para chascarrillos y comentarios intencionadamente equivocados) y nuestros padre se cayeron en gracia. Con el paso de los meses ambas familias comenzarían a planificar fines de semanas juntos, a los que nos veíamos abocados nosotros sin poder poner objeción. Ese amigo tenía una hermana (¿Por qué, señor, por qué mis amigos no tenían hermanas?... ¿por qué no tenía vecinas de mi edad?) y esa hermana comenzó a darse garbeos de improviso por mis mundos imaginarios.
Una nueva no-relación comenzaría a formarse en mi imaginario, pero esta vez había un problema: ¡No podía hablar con ella! ¡Era una chica! ¡y mayor que yo! Además ¡¡¡ERA UNA PERSONA REAL. A ELLA NO LA PODÍA SALVAR DE LOS ORCOS!!!.

No se trataba de que necesitase sentirme “poderoso” ante sus ojos, o “superior” físicamente, es que no encontraba ninguna excusa (razonablemente lógica y no forzada) para hablar con ella. Tampoco conseguía encajarla en los mundos que imaginaba habitualmente. No la veía habitando en universos poblados por robots gigantes, demonios o tipos voladores en pijama. Sólo quedaba una opción... debía... crear un mundo real en el que relacionarme con ella.

¡¡¡LA RESCATARÍA DE UNA HORDA DE NINJAS!!! ¡Claro, todo el mundo sabía que los ninjas sí que existían en el mundo real!

Así, la rescataría siempre que aparecía por entre mis neuronas. La rescataría en su casa y en la mía, en medio de clase y el súper, en la iglesia (ninjas rompiendo cristaleras y saltando desde las alturas ¿acaso existe una visión más hermosa?) y en el monte.
La salvé cientos de veces, sólo para quedarme ahí parado mientras ella me daba las gracias. Era una persona real. No podía, no me atrevía a “obligarla”, ni siquiera en mi imaginación, ni siquiera a que me tocase.
Y el tiempo pasó y, sí, alguna vez hablé con ella y sí, era simpática, era amable, pero no teníamos de que hablar. Nada que nos uniese ¿donde estaban los ninjas cuando uno los necesitaba?
Espera. ¿De donde habían venido los ninjas? ¿Por qué venían a por ella? Cada vez aquellas preguntas tenían más peso que su presencia en mi imaginación.
Con el tiempo ella desaparecería de las historias, y serían otras a las que rescatase. De ninjas, asesinos, cultistas o simplemente, tíos que me caían mal. A veces ellas tenían más importancia en la historia que quienes trataban de agredirlas, en ocasiones sería al contrario. Incluso se llegarían a dar los casos en las que las cosas se complicarían y no necesitaría rescatarlas. Momentos en las que tomaría el camino difícil y hablaría con ellas tratando de aparentar que no se me estremecía todo el cuerpo. Y de esas decisiones para las que necesitaba de un valor real, surgirían relaciones de amistad reales.

Pero, de vez cuando, sienta bien tomar el camino fácil de nuevo y lanzarte desarmado contra una horda infernal para poder plantarte delante de una desconocida, aunque la historia no tenga excesiva importancia.

Javier Albizu

Luis (no verificado)

Hace 11 años 10 meses

sip... son fantasías típicas de esa edad, supongo. y es raro sacarlas a colación en la edad adulta. lo cual, por cierto, me parece que hace valioso un texto.

quizá podrías fabular tu biografía fabulada y convertirlo en un relato (si es que quieres, vaya)... ;)

Javier Albizu

Hace 11 años 10 meses

Si me pongo a fabular mi biografía fabuladora, acabaría contando la historia de otro.
Hice algo "parecido" en la serie de relatos del Microverso / Macroverso, donde hablaba de un tipo llamado Javi que, pese a no ser yo, se parecía mucho a mi.

http://www.mytgard.com/historico/daegon/palabras/v2/category/relatos/ma…

Tengo intención de reescribirlos (en un principio no lo planteé como una historia en conjunto) e ir republicándolo por aquí.

Biografía fabuladora IV: Aprendiendo de los héroes

Biografía fabuladora IV: Aprendiendo de los héroes
Nací y crecía en un mundo distinto. No, como es obvio, sólo distinto al mundo en el que vivo ahora (sea ahora cuando sea) sino distinto a la de cualquier otro de mis contemporáneos.
Esto no me hace especial. Todos nacemos en mundos propios. Mundos creados alrededor, y como consecuencia, de nuestros entornos, contextos, eventos y reacciones.
A lo largo de los años pasé por distintas fases. Unas calmadas y otras más agitadas, pero a lo largo de todas ellas, siempre había una constante: El miedo siempre me acompañaba allí a donde iba.
No sólo un miedo, sino el temor en toda su extensa variedad de formas e intensidades. Pero tampoco en este era especial. Lo sé.

Era un cobarde. Lo reconozco. Y mi afición a imaginar y fabular no acostumbraba a ayudarme en mi no-lucha contra mis inseguridades y fantasmas personales.
Me daba miedo la oscuridad, me daban miedo los ruidos raros. Me daba miedo estar solo y me daban miedo los extraños. Lógico, hasta cierto punto, pero el punto lógico siempre era rebasado.
Era un acojonado (me repito). Aunque el tiempo verbal es un poco engañoso porque, en el fondo, esto es algo que no se cura. Pero ya que estoy hablando sobre mi pasado, lo dejaremos así.

Tenía que encender la luz del pasillo antes de salir de mi habitación, palpando a ciegas con mi mano la pared hasta alcanzar el interruptor, sin atreverme siquiera a asomar la cabeza.
Por mucho que en mi mente salvase universos y fuera capaz de derrotar ejércitos de monstruos, era incapaz de controlar a mi cuerpo y lograr que le obedeciera en según que situaciones. La emoción primaria dominaba sobre la lógica, por mucho que mi parte lógica fuese perfectamente consciente de que aquello no tenía ningún sentido.

Y llegó la crisis. Una crisis gorda, de esas que te marcan de manera indeleble para el resto de tu vida.
Tenía catorce años cuando me diagnosticaron reuma. Inflamación de la ilíaca, dijeron los doctores. A mi el nombre me daba igual, no solo no podía levantarme de la cama, sino que ni siquiera podía doblarme y mi mente seguía igual de activa que siempre. Mala combinación.
Pasaba muchas horas en casa solo, y las casas tienen esa mala costumbre de emitir sonidos extraños constantemente. Sonidos que, por lo general, tapa la actividad diaria de sus habitantes, pero que se hacen terriblemente presentes cuando te acompaña el silencio.
Y yo estaba solo (me repito de nuevo) mientras mi mente...

Por un lado tenía “LA” pregunta: ¿Volvería a levantarme de aquella cama? La cosa no era para tanto, al final fueron tres meses, pero la pregunta era formulada cada pocos minutos.
Por otro lado... tenía los sonidos ¡¡¡QUE OS CALLÉIS DE UNA VEZ!!! y la oscuridad.
Para terminar, mi imaginación rellenaba los huecos de manera creativa. Sucia traidora.
Confío en que haya quedado ya claro. No incidiré de nuevo en ello.

La lógica me dictaba el camino a seguir, pero lo decía a un volumen tan bajo que apenas podía escucharla. Los personajes que conjuraba mi imaginario no eran amistosos, no había nadie a quien acudir. Ya era mayor, no podía admitir mis miedos ante mis padres.
No podía confiar en mi mente, incapaz como era de controlar los impulsos enviados por el resto del cuerpo, o por oscuras partes de si misma.
¿Qué hacer, atrapado como estaba en un mundo que no había creado?
Sólo había una salida posible. Una única y leve luz que lograba atravesar las densas nubes de la desesperación.
No tenía tele en mi cuarto y, sin tele, tampoco había ordenador. Los libros que tenía a mi alrededor me recordaban demasiado a los del colegio, algo que no echaba de menos. Mi vía de escape eran los tebeos. Más concretamente “UN” tebeo. “EL” tebeo. Crisis en tierras infinitas.
¿Acaso había un título con el que pudiera identificarme más?
Mundos morirían, mundos vivirían, y mi universo nunca volvería a ser el mismo.
Un tebeo repleto de personajes amenazados por un enemigo imbatible. Un tebeo en color, pero con unos valores morales en blanco y negro.
Los personajes tenían miedo, tenían dudas y se equivocaban. Sus amigos morían ante sus ojos pero...
¿Qué hacían?
Seguían luchando.
¿Por qué lo hacían?
Porque era lo correcto. No lo que querían, no lo que les convenía. Era lo correcto. Punto.
Y aquello estaba bien.

Por supuesto había otros tebeos. Es más, en aquellos tiempos comenzaba a proliferar otro tipo de tebeo. Era de súper (vale) “héroes” (por ahí no paso), pero con personajes y tramas más “serias” o “adultas”. Tipos sombríos y taciturnos que se movían en un mundos “muy parecido al nuestro”. Que tenían reacciones “realistas”.
Tonterías. Yo no necesitaba nada de aquello.

No me servía tampoco la línea intermedia. Las historietas de la gente que, como Claremont, pretendían ser más “complejos” o “grises”. De “héroes” que no hacían cosas... porque sería actuar igual que aquellos contra los que luchaban. Tonterías también. Aquello no era gris, sino lo más simplista del mundo. La superioridad moral a través de la oposición no me parecía válida. Tenía que haber algo más, una razón verdadera y meditada más allá de la mera reacción.

Debía trazar una línea en las arenas de mi mente. Una línea a cruzar entre quien era y quien quería ser. Un punto de equilibrio entre mis yoes emocional, racional y moral.
No me servía la lógica pura. La lógica aplicada a uno mismo fomenta el egoísmo. Sin un contexto moral me llevaría hacia una dirección en la que no quería ir.
Tampoco podía evitar la emoción. Ignorar el miedo, el deseo o el dolor es un error. No puedes ignorarlos, sólo engañarte fingiendo que no están ahí, pero siempre van a ser una parte de la ecuación final. Actuar por simple oposición ante ellos tampoco sirve. Muchas veces son necesarios. Señales de algo que no podemos o queremos percibir.

No fue un proceso sencillo, ni rápido, ni puedo decir que, a día de hoy, se haya completado, pero sí que puedo afirmar que ha marcado la manera en la afronto la creación y evolución de mis personajes.
Al principio no fue nada intencionado o consciente pero, con el tiempo, sí que vi un patrón en muchos de ellos. No siempre tenían porque ser los protagonistas, pero aquellos a los que acababa tomando más cariño, siempre compartían una serie de características comunes, más allá de ser lacónicos, trágicos... y aquellos a los que peor se lo hacía pasar.

Hay quien cita como su máxima inspiración o su piedra de toque a filósofos o pensadores. A sesudas obras y estudios eruditos. Bien por ellos.
Yo declaro Crisis en tierras infinitas como mi piedra de toque, y a Marv Wolfman como el hombre que cambió mi vida. No tendrán tanto glamour, pero eso no les resta un ápice de su valor. Llegaron cuando más los necesitaba, y mi universo nunca volvió a ser el mismo.

Javier Albizu

Biografía fabuladora V: La tercera musa

Biografía fabuladora V: La tercera musa
Los juegos de tablero o azar, los deportes u otro tipo de actividades competitivas, nunca me han atraído. Ganar, perder o, simplemente, participar en ese tipo de entretenimientos nunca me ha aportado nada... más allá de disfrutar de la compañía de quienes se hayan conmigo. El problema suele ser que esas personas tienden a estar más pendientes de “ganar” que de pasar un buen rato charlando o haciendo ejercicio. Ni quiero, ni pretendo ni me importa ser mejor que otros, sólo aspiro a ser “mejor” (con todas las comillas del mundo) de lo que era hace un rato.
En este tipo de actividades siempre me he encontrado con la sensación de andar persiguiendo unos objetivos pensados por y para otros. Unos objetivos que no me importan lo más mínimo.

Bajo este prisma, supongo que tiene sentido que, ya desde muy temprana edad, los juegos electrónicos fuesen uno de mis entretenimientos favoritos. Pese a esto, en la practica del muy noble y lúdico arte de machacar botones, tampoco he encontrado un juego, ya sea de ordenador, consola o recreativa,cuya finalización haya ansiado con desmesura. Para mi, la parte lúdica del entretenimiento electrónico siempre se ha reducido a una cuestión de reflejos, coordinación, concentración y adrenalina. Ver hasta donde soy capaz de llegar y, quizás, llegar un poco más lejos en la siguiente partida. Esto no quiere decir que sea bueno jugando, pero esa es ya otra historia.

Pero aquí he venido a hablar de mi libro, para mis desbarres electrónicos tenéis la sección de aquí al lado.

Saco a colación el tema de los juegos, ya sea en la vertiente electrónica como social, por otra razón más afín a esta sección de mis textos; Historias, personajes e implicación personal.
Más concretamente la falta de estos elementos en la forma adecuada como para impactarme a un nivel diferente al del puro acto reflejo. No he encontrado nunca un juego de las categorías anteriormente mencionados cuyos personajes o historias hayan llegado a engancharme a un nivel emocional, ya sea este miedo, tristeza o alegría.
Tebeos sí, libros sí, películas sí, juegos no... hasta que conocí los juegos de rol.

Pero tampoco voy a hablaros aquí sobre mi experiencia con los juegos de rol, para eso tengo esta otra columna de aquí al lado. Según escribo estas palabras, aún está bastante vacía, pero quería llegar a este punto para comenzar también con ella en condiciones. Hay quien dice que, si tienes un bloqueo con una parte de tu relato, pases a otra posterior que tengas más clara. Ellos quizás puedan, lo que es yo, soy incapaz de hacerlo.

En mi caso ambas historias están muy relacionadas. Sin el rol dudo que hubiese sido capaz de escribir historias. De plantearme cómo deben ser sus estructuras o crear algo más complejo que meras anécdotas. Podríamos decir que mi historia como juntaletras no comenzó hasta descubrir el rol con quince años.
Sí, antes de aquello había escrito algún relato como trabajo para el colegio. Pensando en ellos me doy cuenta de que mis tics personales ya estaban presentes, y me gustaría tenerlos a mano para comprobar si mi recuerdo es fiel, o ha sido corrompido por el paso del tiempo, y adaptado a lo que quiero creer. Lamentablemente, no es así.

Pero tampoco fue este un salto directo. Como con todo, el proceso fue lento y, en gran medida, inconsciente. Mis primeras historias no dejaban de ser lo que comentaba antes; anécdotas. Podían estar más o menos estiradas, pero carecían de continuidad, estructura o contexto. De un pasado, una historia “real”, que hubiera llevado llevado a los personajes hasta allí, o un ¿qué pasará después con ellos?. De un ¿de dónde vienen y hacia dónde se dirigen?

Hasta que no comencé con mi propia “criatura”. Hasta que no empecé “en serio” con Daegon gran parte de las preguntas necesarias para la creación de historias complejas no se habían formulado en mi cabeza. La necesidad de ahondar en las imágenes que habitaban en mi imaginación, de estructurarlas para que pasaran de ese estado al de ideas concretas, de tratar de convertirlas en historias coherentes, siempre había estado ausente.
Antes de aquello, todo lo referente a las palabras, las diversas maneras en las que se podían utilizar para crear y transmitir ideas, lo dejaba para la comunicación verbal (a la que tampoco daba demasiado uso)
Después de aquello, la creación compartida de historias que es el rol ocupó mi creatividad durante más de una década. Hubo algún tímido intento por mi parte de crear plasmar aquellas historias por escrito, pero era muy vago, demasiado inseguro y inconstante como para dedicarle el esfuerzo necesario.
Lo único que quedaba plasmado era el trasfondo de “mi mundo”. Pero tampoco era mi voz la que guiaba aquellos escritos. Copiaba los estilos de lo último que había escrito y me había impactado, para generar contenido que se adaptaba a aquellos estilos. Tolkien, aunque más Christopher que J.R.R. ¡¡¡HEREJÍA, HEREJÍA, PENITENCIAGITE!!!, Brust, Moorock, Burroughs no es que guiasen mis manos por el teclado, pero (al menos para mi) se veían dolorosamente presentes en mi... ejem... prosa.. o al menos intento de ella.

Tendría que pasar mucho tiempo antes de que empezase a crear historias realmente mías sin la ayuda de mis jugadores. Antes de... El ermitaño.

Javier Albizu

Biografía fabuladora VI: En busca del ermitaño

Biografía fabuladora VI: En busca del ermitaño
Corre el año dos mil tres. Yo me encuentro sumido en la irregularidad (en cuanto a costumbre escritora) y la mediocridad (en cuando a su calidad). Mi currículo es más bien escaso, monotemático y ciertamente falto de unidad estilística. Ya veis que esto no es nada nuevo.

Pero vayamos un poco más atrás, veamos como había llegado hasta aquí. Esto se tratará con más detalle en la parte rolera de mi biografía, pero un buen flashback siempre imprime carácter toda narración. Bueno, igual no, pero me apetece.
Aunque claro, esto en sí mismo es un flashback, por lo que no sé si los flashbacks dentro de flashbacks tienen un apelativo propio. Da igual, vamos a ello.

Vayamos por un momento a los noventa. Tipos con pantalones rotos, horterismo... distinto al de los ochenta, grunge y tipos “profundos y afectados” hasta en la sopa, los inicios del molonismo mal entendido en el cine y las portadas con colores que tenían el nombre de toda la tabla periódica de los elementos y los pistolones en los tebeos. Pero aquello no era importante. Al menos no para mi.
Daegon era mi mundo, todo mi universo, creativamente hablando. Sí, había creado otras historias. Cientos de ellas mientras iba alternando los juegos de rol que dirigía. Algunas de aquellas historias me gustaban y habrían merecido más esfuerzo por mi parte, pero sólo tenía ojos (y teclas) para mi pequeñín.
A lo largo de los años había escrito cerca de sesenta o setenta hojas de trasfondo para aquel mundo, pero desde el punto de vista equivocado. Sesenta o setenta hojas de letra a tamaño diez y con unos márgenes mínimos. Sesenta o setenta páginas repletas de un lenguaje ampuloso... o aséptico, de un estilo lírico y épico... o excesivamente formal.
Terminaba de leer la cronología de Shadow World o Jorune, y me ponía a escribir la de Daegon adoptando el mismo estilo. Terminaba de leer el Silmarilion y me ponía a escribir sobre las primeras edades de Daegon con el mismo tono grandilocuente. Al final, quien se encontraba con aquello, sólo tenía retazos de historias inconexas a todos los niveles. Había una historia por detrás que les daba cohesión... sólo que era la parte aburrida, la que no me apetecía escribir. Cada vez que me sacaba una cuenta de internet gratuita, allí que iba todo el material. Primero fueron Geocities e Interurbe, después Jazzfree y Terra, más tarde Eresmas y Wanadoo. Absolutamente todas con el mismo material.
Leído a día de hoy, es dolorosamente malo, pero podéis acceder a él desde aquí mismo si deseáis que os sangren los ojos con Gifs animados, fondos de lo más diverso y alguna que otra imagen sableada a Luis Royo y otros autores.
Lo conservo por una mezcla de masoquismo, recordatorio de quien un día fui y la esperanza de que pueda servir como muestra de mi evolución (o falta de ella). Ocultar o negar el pasado y los fallos previos sólo sirve para no aprender de ellos.

Como curiosidad decir que, pese a su atroz redacción y desastrosa puntuación, hubo gente que supo mirar por encima de los elementos formales y ver lo que se ocultaba detrás ya que recibí un par de cartas de desconocidos que querían saber algo más sobre aquel mundo y una de un individuo que me dijo que le había gustado mucho... y, por mi forma de escribir, me preguntó si yo era gay.
Sea como fuere, la curiosidad de aquellas personas nunca superó el tercer correo (la del tercero de ellos no llegó al segundo tras sacarle de su error, aunque le dije que estaría encantado de hablar con él sobre Daegon)

Una vez abandonado el rol “activo”, decidí lanzarme a tumba abierta a escribir “LA” novela daegonita. El día veinte de agosto de dos mil uno mandaba un correo a mis amigos (copio y pego tan cual del correo, faltas y aberraciones varias sin corregir):

Asunto: [Novela]

Saludos a todos gente

Os mando este mensajito para pediros un favor
Como algunos de vosotros ya sabreis, estoy escribiendo una novela (y el que no lo supiera, ahora ya lo sabe).
Lo que os quiero pedir es lo siguiente:
Quiero que la critiqueis, pero quiero hacer esto de un modo un poco organizado.
Mis planes:
Yo cada semana tratare de escribir algo, y os lo mandare a los que hayais aceptado esto, cada viernes.
Si bien, no he escrito nada, lo que he escrito no lo considero suficiente, o bien he escrito algo que corresponde a un capitulo posterior al de la semana anterior, os lo hare saber. Pero cada semana recibireis un mensaje mio al respecto.

Lo que espero de vosotros:
Como supongo que esto no os interesara a todos, solo mandare lo que haya escrito a los que respondan a este mensaje, pero de aquellos que respondan espero lo siquiente.
Que me contesteis con vuestros comentarios antes de una semana.
Los comentarios pueden ser, desde "yo pondria un punto despues de tal palabra en la pagina 2876", hasta "esto es una mierda" (siempre que me digais, el que, y porque es una mierda".

¿Porque hago esto?
Por una razon muy sencilla, porque me conozco, y se que si estoy yo solo en esto, acabare dejandolo pasar, y no quiero hacer eso.

No quiero que ninguno responda por compromiso ni nada parecido, solo quiero que lo hagan aquellos a los que les pueda parecer interesante la experiencia.
pero a los que lo hagan, les pido un minimo de seriedad, y que pongan esto entre sus prioridades semanales, porque cada semana esperare un mensaje suyo al respecto.
Tambien os pido que no tengais miedo de herir mis sentimientos ni nada por el estilo, si considerais que lo que escribo es malo, decidmelo, ya que yo no puedo ser objetivo con ello, os pido que lo seais vosotros por mi.

Pues eso tios, espero vuestras respuestas, y el viernes 24 mandare lo que llevo escrito a todos aquellos que me hayan respondido.

Un Saludo
Javier Albizu

Mantuve el ritmo hasta el cuatro de diciembre del año siguiente a un ritmo aproximado de dos páginas a la semana pero, entre la falta de crítica real de aquellos que me respondían, y que cometí el error de volver a releer lo que había escrito cosa de año y medio antes, lo dejé. Aquello no había por donde pillarlo. Tenía que reescribirlo todo desde el principio, y no me encontraba con fuerzas para ello.
De nuevo, si queréis que vuestras neuronas sangren, mi pasado os espera aquí en formato de libro electrónico.

Fin del flashback... o lo que sea.
Así que estamos de vuelta al año dos mil tres. Sigo mandando a las editoriales roleras todo lo que había escrito. Ninguna responde, hasta que llego a Ediciones Sombra donde, casualidades de la visa, en aquella época trabajaba un amigo. El señor Tiberio. El mismo Tiberio que, en la actualidad, sigue dándole a la tecla rolera (y provocando flames como en los viejos tiempos) en The Freak Times (v2) y se ha terminado montado su propio proyecto editorial con Trasgotauro.
Él sí que me responde... diciéndome que no ve publicable Daegon, pero me comenta que le gustan algunas cosas que he escrito y que podría probar a mandarle algún relato para la revista que publicaba la editorial. Por supuesto, tendría que ser un relato ambientado en el juego que estaba editando: EXO.

Yo no he leído el juego, pero digo ¿Qué diablos? Le pregunto cuatro detalles sobre la ambientación y me lanzo a la piscina. El día siguiente ya tengo escrito el relato. Me extraña que me haya costado tan poco pero bueno, tampoco me parece algo malo.
Fuera ampulosidad, fuera tragedia, fuera “afectación” y “drama”. Algo ligero, algo humorístico y un poco intrascendente con un final abierto. El día dos de mayo de dos mil tres se lo mando. En el correo sólo pone:

Asunto: Corto

A ver que te parece.

Taluego.

Pero, nada más mandarlo empiezan a venirme preguntas sobre el personaje. No quiero responderlas. Sólo es una prueba, no tengo ni idea de si les va a gustar o lo publicarán, No tengo mucha idea de cómo es el universo de EXO y si las respuestas encajarán con él. Pero a ellas les da igual, esas respuestas empiezan a llegar por su cuenta.

Javier Albizu

Biografía fabuladora v2

Biografía fabuladora v2
Hola, me llamo Javier Albizu y soy un bárbaro, un filisteo, un maltratador del lenguaje.
Junto palabras de una manera anárquica en un intento de que adquieran coherencia. Las hacino unas sobre otras tratando que se conviertan en frases. Aspirando a que sus formas y sonidos logren despertar emociones en los demás.

Me gustaría decir que entre mis múltiples aficiones se encuentra la de la escritura, pero mentiría. No sólo no me gusta sino que es una de las actividades más frustrantes que acometo. Y este es un hecho contrastado. Algo que llevo practicando durante el tiempo y la frecuencia suficientes como para considerarlo una verdad innegable.
Pero siempre vuelvo. No importa durante cuánto tiempo lo deje, siempre termino regresando a la pantalla en blanco. Me sumerjo una y otra vez en esta espiral de agonía marcándome objetivos que sé imposibles de cumplir. Fracaso tras fracaso siempre regreso para arrojarme a esta sima masoquista porque es el mal menor. Porque, de no hacerlo, aquellas ideas e historias que sólo habitan en mi cabeza jamás serán contadas.

Porque entre mis múltiples aficiones sí que se encuentra la de fabular. Crear historias e inventar personajes. Juntar las piezas dispersas que aparecen por mi mente a la espera de lograr otorgarles coherencia. Ser capaz de convertirlas en narraciones que compartir con los demás. Lograr transformarlas en ideas que inspiren o despierten emociones de todo tipo. Pero soy un comunicador pésimo.
Si mis habilidades como escritor son limitadas, mi pericia como orador y mi capacidad para verbalizar estas ideas son simples quimeras.

Afirmar que odio escribir sería una hipérbole, pero no disfruto del proceso. Cada vez que estamos a solas mis ideas y el cursor parpadeante el comienzo es sencillo, pero la frustración no tarda abrirse camino. Volver la mirada atrás implica recriminaciones a mi yo de ayer. Una vez leído el texto, detesto la forma en la que he acometí la tarea. El resultado siempre es un fracaso, y eso es algo que sé desde antes de empezar a escribir.

Aún así, no todo aquí es una exposición gratuita de auto-odio. Porque quizás sea un mal escritor o un narrador mediocre, pero sí que me considero un argumentista competente. Quizás no sea capaz de contarlas como se merecen, pero considero que las historias son buenas.

Llevo escribiendo... cosas, de manera más o menos continuada desde que alcancé la mayoría de edad (un hecho desde el cual ha transcurrido ya mucho tiempo), pero mi faceta de fabulador llevaba ahí desde mucho antes. No pretendo ser ejemplo o referente de nada, pero es indudable que he recorrido un camino considerable desde que comencé.
Más allá de la inseguridad, más allá del síndrome de impostor, o del atacarme a mi mismo como mecanismo de defensa, es indudable que he avanzado desde mis comienzos. He mejorado a base de cometer errores.
Quizás mis referentes no sean los más ortodoxos o convencionales, nunca fui un buen estudiante o un lector ávido, pero no por ello mi mente ha dejado de estar expuesta a estímulos excepcionales. Puedo sentir rabia al contemplar lo que he plasmado, pero no me arrepiento o me avergüenzo de haberlo hecho. Puedo odiar el resultado, pero nunca odiaré haberlo escrito.

Este lugar no deja de ser una oda a mi fracaso y mi inseguridad, pero también es una muestra de mis progresos.
Comencé a escribir poco después de dejar de estudiar y esta siempre ha sido una losa que llevaré encima. Podría haber prestado más atención, podría haberme formado más, podría leer más, podría esforzarme más. Nuestras vidas está lleno de “podrías”, de “deberías”, de “serías”, de cosas que nunca sabremos, de decisiones que nunca tomamos, de personas que nunca seremos.

Somos quienes somos, la suma de las elecciones que hemos tomado y la consecuencia indirecta de las decisiones que han tomado otros.

Mi decisión es que mis errores sirvan para algo. Que aquellos que lleguen hasta aquí con unas dudas similares a las que me han asaltado a lo largo del camino sepan que no están solos. Ahorrarles, si está en mi mano, el cometer algunos de los errores que he cometido.

Mientras tanto seguiré escribiendo. No acerca de temas trascendentales, profundos o populares, sino acerca de aquello que logra que me enfrente una y otra vez a la frustración.
Seguiré contando mi historia de la mejor manera que sepa. Hablando acerca de quienes me han precedido e inspirado, de quienes me han ayudado a querer ser mejor en cualquier cosa que haga.

Bienvenido seas, si es que aún sigues por ahí.

Javier Albizu

Biografía fabuladora I: Héroes de metal y grafito

Biografía fabuladora I: Héroes de metal y grafito
No recuerdo cuándo fue la primera vez que escribí algo con la intención de contar una historia propia. La primera que recuerdo se remonta a los tiempos de la educación primaria, pero no sé si existió alguna previa.
En aquella ocasión fue un encargo. Un trabajo del colegio que hice tan mío que aún recuerdo con claridad lo que sentía mientras escribí. No recuerdo el enunciado del trabajo al igual que tampoco recuerdo la reacción del nadie ante el resultado. Era una historia de dos amigos obligados a enfrentarse en un circo romano.
Su extensión no llegaría a tener una página, pero el trasfondo de esos personajes ocupa mucho más. De vez en cuando vuelvo a ellos y me hago más preguntas sobre las razones que les llevaron hasta allí, pero eso ya es otra historia. Una que ya llegará en su momento, o que quizás no vuelva a retomar jamás.

Por ahora volvamos al principio. A los momentos previos a que, con doce años y estudiando en un colegio de curas, hiciese una historia en la que un cristiano acababa con la vida de su amigo.
Porque hubo muchos historias previas. Historias jamás escrita, pero vividas como pocas. Aquellas en las que pilotaba a un robot gigante.

Porque fui un niño de los setenta. Uno que no sentía especial afición por la lectura de todo aquello que no fuese acompañado de dibujos. Alguien para quien las musas llevaban mallas o misiles. Para quien se movían al mismo ritmo los personajes de la tele y los de los tebeos.

Mis primeras referentes, quienes resultaron ser mis musas en aquellos tiempos fueron Go Nagai y Jack Kirby.
Entonces no sabía ni necesitaba saber lo que eran las musas, el arte, la creatividad o el deseo de contar historias. Ante mis ojos no existían los autores, la trama o el medio, sólo sabía que todo aquello que se encontraba ante mi era emocionante. Algo de lo que quería ser partícipe. Unos impulsos y unos referentes que apenas han cambiado desde entonces.

Porque nunca he buscado la inspiración sino que esta siempre ha estado frente a mí. Ante mis ojos son tan relevantes los autores que acabo de mencionar como Shakespeare o Cervantes. Tengo claros los valores y el impacto histórico de cada uno de ellos, pero esto no les hace más atractivos a la hora de escoger que ver o leer.

También tengo claro que estoy siendo injusto. Que de haber sido adulto la primera vez que leí a estos creativos mis visión cambiaría radicalmente. Que tendría que leerlos con un interés y una mirada arqueológicas para poder comprender lo que significaron, pero eso no importa. Yo estaba ahí cuando Mazinger voló por primera vez. Yo estuve ahí cuando una bota gigante trataba de aplastar a La Cosa en su viaje a la Zona Negativa. Yo estaba ahí con ellos y con muchos otros.
También viajé junto con Hols, y luché contra Craneo Rojo en la luna. Estaba con los Vengadores cuando trataban de detener al Rojo Ronin, y con Ultraman o Flash Gordon, Grendizer o Groizer, con Bud Spencer o Yoko Tsuno.

Mis referentes son esos clásicos y mi manera de entender la épica, el humor o el heroísmo viene dictada por ellos. Mi camino siempre ha ido parejo al que ellos marcaron y el descubrir a los “otros clásicos”, a “los buenos” o “los serios” no ha cambiado este hecho.
Y esto no es algo que se limite al campo de lo literario o lo fílmico. Puedo reconocer el valor histórico de Tezuka o la ambición de Moore, pero no consiguen despertar mi interés de la misma manera. No quiero escribir como ellos ni busco cambiar el medio, lo que no implica que no me hayan enseñado nada.

Pero me estoy adelantando y esto sólo acaba de empezar. Apenas me has visto aprender a leer y ya pretendo empezar a romper el espacio y el tiempo.

Hay muchas preguntas cuya respuesta reside en aquellos tiempos que jamás seré capaz de responder, pero esas respuestas tampoco son especialmente relevantes. No sé cuál de estas influencias fue la responsable de encender la llama, pero estoy convencido de que todo empezó ahí.
Seguramente no sería una sola sino la suma de todas ellas, pero aquella llama tardaría aún muchos años en viajar desde mi cabeza hasta las manos.
Entonces ni tenía ni necesitaba preguntas sino que tenía todas las respuestas que necesitaba. Aún faltaba mucho para que diesen comienzo los proyectos, el deseo por compartir aquellas historias… y la frustración por no conseguirlo.
Las historias no necesitaban de estructura, continuidad o coherencia, los personajes no tenían trasfondo o personalidad. Aquellas no eran historias complejas y muchas veces su creación era algo compartido. Cuando el medio pasaba de ser mi mente la calle era el lienzo donde quedaban plasmadas.
Los barrios de Alsasua eran planetas lejanos o países con nombres inventados, los personajes eran intercambiables y sus diálogos dependían de quien los declamaba con absoluto convencimiento, la emoción y la destrucción de lo que nos rodeaba cesaba con la llegada de la hora de cena pero la historia continuaba en nuestras cabezas.

En ocasiones echo de menos aquello. Trato de buscar en mi interior a aquella persona pero hace mucho que desapareció. Que se fusionó con el resto de mis yoes pasados.
Cada vez que he tratado de recuperarlo para escribir alguna historia destinada a niños me veo incapaz de dar con él en el maremagnum de quien soy, y me apena no ser capaz de crear historias para que mis amigos cuenten a sus hijos. Siempre acabo haciendo algo más complejo, algo de lo que sentirme orgulloso, que pueda ser capaz de satisfacerme a mí. Un imposible.

Así como acepto que aquello que publico en la red no sea perfecto, el hacer algo destinado a un niño que no cumpla unos mínimos es algo que no me permito.

Pero estoy divagando y me adelantando una vez más.
Ese es un tema sobre el que hablar en otro momento y otro lugar.

Javier Albizu

Biografía fabuladora II: El saber, el lugar y el momento

Biografía fabuladora II: El saber, el lugar y el momento
Me encantaría decir que me gusta leer sin sentir que estoy mintiendo. Me encantaría que me gustase leer, pero mi relación con la palabra escrita siempre ha sido complicada.
El deseo de conocer y comprender está ahí y me mueve a hacer acopio de libros que sacien estas necesidades, sólo para que terminen formando parte de una pila de lecturas infinita. Me gusta saber y me gusta aprender, pero estudiar es un soberano coñazo. Aunque no sé si esto siempre fue así.

Mis recuerdos de los tiempos previos a llegar a Pamplona son difusos. Fogonazos poblados por gentes, lugares y acciones concretas, pero entre esos recuerdos apenas tengo memoria de los profesores o las clases.
La sensación general a ese respecto es la de tranquilidad. El aprobar las asignaturas sin esfuerzo. Más allá del momento en el que mi madre me dejó a solas con las monjas en pre-escolar, no recuerdo que, en aquellos tiempos, el colegio fuese algo traumático. Tampoco lo recuerdo como una actividad agradable, sino como un mero lugar de tránsito que no me marcó especialmente. Todo eso cambió tras mudarnos a la capital, pero eso será tratado más adelante.

En ocasiones bromeo diciendo que mis padres cometieron un error de cálculo a la hora de llevarme al colegio. Me obligaron a aprender a leer, me forzaron a interactuar con otros y dejaron de ser el único sustento para mi curiosidad. A partir de aquel momento mis padres comentaron a ser un elemento prescindibles para el ocio. Ya no me hacían falta para comprender las historias que se ocultaban entre las palabras.

Pero aquí hemos venido a hablar de influencias y acerca del camino recorrido. En aquellos primeros años mis musas fueron la televisión y los tebeos, las dos grandes “Ts”. Escribir no era algo que se me pasase por la cabeza, pero esto no implica que en su interior no se desarrollasen cientos de historias.
No importaba el origen, el formato o la edad No importaba la autoría, la nacionalidad o el medio, todo aportaba. A día de hoy, si bien sería capaz de listar la manera en la que me impactó cada obra, no sería capaz de determinar la secuencia concreta en la que tuve acceso a cada una de ellas.
Aunque muy probablemente estuviese ahí, no soy consciente de la existencia de una biblioteca en Alsasua durante aquellos días, pero tampoco la eché falta. Allá donde miraba todo era susceptible de ser asimilado. Desde los tebeos historietas anteriores a mi existencia, hasta las películas de chinos que nos llegaban desde Pamplona todo sumaba.
Haciendo memoria me sorprende la diversidad de lo que recuerdo. A excepción de tebeo japonés, el material a mi alcance pertenecía a todas las grandes escuelas clásicas. Una diversidad que ha tardado mucho en volver a estar accesible, y que ahora ya no se encuentra al alcance económico de todos.

Recuerdo ir al pueblo de mi padre y recorrer todos los armarios de la casa en busca de lectura. Superar momentáneamente mi miedo a la oscuridad y subir hasta la buhardilla a la caza de nuevo material cuando ya había terminado por vigésima vez lo que tenía entre manos. Al principio casi todo eran tebeos heredados de mi padre y mis tíos. Material de todos los tamaños y colores. Desde los cuadernillos de Hazañas bélicas, El Aguilucho o el Guerrero del Antifaz hasta revistas humorísticas como el TBO, Jaimito, Pulgarcito, Pumby y, por supuesto, la escuela Bruguera.
Recuerdo discusiones absurdas son mis hermanos acerca de qué tebeo era “mejor” de acuerdo a… ningún criterio claro u objetivo que, con el paso del tiempo, han resultado tener una base. Como en todo lo relacionado con tan tierna edad, había que tomar bando. Mientras que mis hermanos optaban por Zipi y Zape o Carpanta, yo era un acérrimo defensor de Mortadelo y Filemón o Rompetechos. No sabíamos nada de autores pero ya entonces, sin ser conscientes de ello, éramos capaces de distinguir entre Escobar e Ibañez.

Pero el de la autoría sólo era uno de los muchos misterios aún por desentrañar. Los tebeos ocupaban un espacio físico en nuestros cuartos y salones, y un lugar especial en mis sinapsis, pero no dejaban de ser entidades cuasi mágicas.
Mis padres podían ser prescindibles para su disfrute, pero sólo ellos conocían su lugar de procedencia. De vez en cuando aparecían con algún nuevo ejemplar o con algún estuche de VHS con una portada que anticipaba acción y emoción a raudales. El mundo seguía siendo un lugar lleno de magia donde, en la lejanía, existían tipos vestidos con atuendos coloridos haciendo el bien. Gente con ideales tan férreos como su determinación y sus músculos.
Los personajes de Bruguera podían ser graciosos, pero los súper héroes eran algo más. No se lanzaban bombas entre ellos o se perseguían con martillos gigantes. Ya entonces la tensión y el sufrimiento me resultaban emociones más interesantes que la risa y, al igual que en el caso de los autores españoles, sin ser consciente de ello ya entonces era capaz de discriminar entre la manera en la que cada editorial afrontaba la creación de sus historias.

Porque no eran lo mismo las historietas de ciencia ficción de los cincuenta que un tebeo de Marvel. No era lo mismo el Superman que publicaba Novaro que los tebeos de la Fleetway. La escuela franco belga no tenía nada que ver con las tiras de prensa americanas de principios de siglo.
Kelly o Zarpa de Acero eran muy distintos de Batman, de la misma manera que Spirou no tenía nada que ver con Flash Gordon o el Hombre enmascarado.
Quizás las portadas de López Espí tratasen de ofuscar aquella verdad pero, aún sin ser consciente del por que, sabía que cada historia era diferente.

Javier Albizu

Biografía rolera XXI: Ceros, y unos, ruido e información

Biografía rolera XXI: Ceros, y unos, ruido e información
Antes de la fibra, antes del ADSL, antes de las tarifas planas o las conexiones gratuitas, existió la conectividad a través de las llamadas interprovinciales.

Para el momento al que llegaron hasta mi vida ya llevaban mucho tiempo ahí pero, aun así, no recuerdo cuándo fui consciente de la existencia del mismo concepto de "la red". Porque, por lo que a mi respectaba, lo que se mostraba en obras como Juegos de Guerra1 siempre había sido indistinguible de la ciencia ficción de Asimov. Existían como palabras complejas, como acrónimos indescifrables, como quimeras de la imaginación. Habían estado ahí desde antes de mi nacimiento, pero nuestros caminos no se habían cruzado de manera explícita.

Como de costumbre, mi primer contacto directo con esta parte de la tecnología vino por parte de los universitarios. Para el año en el que estamos, el noventa y cuatro, alguno de los integrantes del Club ya llevaban un tiempo utilizando como parte de su argot palabras como "modem", "BBS" o “conexiones Winsock”2, pero las implicaciones de todo aquello se me escapaban.

Fueron el azar y el trabajo quienes quisieron que una gran parte de los factores que he ido describiendo hasta el momento confluyeran en una conexión telefónica. Tras una actualización del software de gestión que usábamos en la tienda, el proveedor nos hizo comprar un modem externo. De aquella manera podían instalarnos los parches que corrigiesen los problemas de su producto de una forma mucho más ágil… y ellos se ahorraban el desplazamiento.

Yo no fui consciente de aquello hasta un domingo de partida. Hasta que uno de los universitarios vio aquel aparato y se puso a hacer su magia. La primera vez que vi una conexión en funcionamiento fue allí y, en aquel momento... nada cambió.

Los datos de conexión que utilizó para aquella configuración eran los suyos, por lo que no podíamos estar conectados bajo el riesgo de tirar su conexión.

No fue hasta una conversación en alguna de las jornadas roleras que supe de otra utilidad para aquello. Que supe de las listas de correos roleras3.
A partir de aquel momento todo comenzó a moverse muy deprisa. Las piezas se movían sin necesidad de mi participación. En la tienda se contrató una conexión con ReadySoft, uno de los pocos operadores que tenía nodos locales en Pamplona. Después llegó Infovía, mi primera cuenta de correo en GeoCities y, de premio, mi primer espacio web4.

Gracias a la colaboración de mis hermanos y la exigua paga de la PSS pude comprarme un ordenador para mi. Un ordenador en el que me dediqué a pasar a binario lo que tenía en papel. En el que aprendí a utilizar la herramientas5 que me permitirían crear una web paupérrima y subirla desde el trabajo viendo cómo los bits salían en ordenada sucesión desde mi ordenador hasta llegar a los servidores donde estarían disponibles para todo el mundo.

Todo salió de acuerdo a un plan que no había elaborado.

Las listas de correo terminaron siendo un lugar demasiado bullicioso para mi. Demasiado dogmatismo, demasiada lucha de egos, demasiada gente deseosa por ser el centro de atención y sentar cátedra. Se convertía en un lugar en el que era imposible tener una conversación sosegada y con un mínimo de profundidad. Aun así, esto no impidió que en ellas lograse encontrar a gente con la que aún mantengo el contacto. Gente con la que comencé a cartearme virtualmente en privado cuando jamás en mi vida había escrito o enviado una carta física.

El correo electrónico, al igual que después harían la web 2.0 y los blogs me permitieron ser otra persona más parecida a quien me habría gustado ser, me permitieron descubrir mi propia curiosidad, marcar los tiempos de mi aprendizaje. Me dieron la oportunidad de ser alguien que no había podido o no me había permitido ser hasta aquel momento.

Comencé a guardar y estructurar la información de una manera casi compulsiva. A preocuparme por la preservación de las obras de mis amigos más que ellos mismos, por más que algunos de ellos se puedan llegar a avergonzar de ellas o me haya llegado a prohibir el republicarlas.

Gracias a esto se ha conservado el SLV6 el juego de rol de ciencia ficción que comenzó a crear mi amigo Dani, alguien a quien no he llegado a conocer en persona ya que vive en el otro extremo de España.
Recorrí los FTPs de todo el mundo buscando material de Tekumel, Talislanta o Jorune en los tiempos de sequía sin saber cuánto tiempo permanecerían en aquellos lugares, transcribí conversaciones de correos para convertirlas en trasfondo y me ofrecía a traducir material de aquellos juegos.

Tiempos interesantes, que decía aquel. De incertidumbre, descubrimiento y emoción. Tiempos que, por más que afortunadamente ya no sean necesarios, no puedo evitar el echarlos un poco de menos.

Enlaces:

1. Juegos de guerra

2. El argot
- Bulletin board system
- Winsock

3. La Esencia del rol

4. Surcando la red
- Infovía
- Geocities
- Daegon v2, archive.org no llega tan atrás

5. Las herramientas
- Hot Dog
- Page Mill
- Eudora
- WS Ftp
- Total Commander
- Paint Shop

6. - SLV

Javier Albizu

Biografía rolera v1

Biografía rolera v1
Hola, me llamo Javier Albizu.
Quizás me conozcas de entradas anteriores como Biografía fabuladora. De no ser así... tampoco te pierdes gran cosa.

Una vez que he puesto en su lugar tus posibles expectativas y me he fustigado un poco con mi látigo exterminador de autoestima, continúo.

Entre otras muchas cosas, soy un rolero.
¿Que qué es eso?
Alguien que juega a rol.
¿Juegas a rol?
No, hace ya años que no juego.
Entonces ¿por qué utilizas esa palabra para definirte?
No me defino, me limito a utilizar una de mis aficiones como elemento descriptor. Soy mucho más que un...
No empieces con juegos semánticos.
Vale, de acuerdo. Hace muchos años que no juego a rol, pero el rol sigue formando una parte muy importante de mi vida. Ergo, me defino como rolero.
¿No decías nosequé de que esa afición no te definía?
Con conversaciones como esta no vamos a convencer a nadie de que el rol no alimenta la esquizofrenia ni otras enfermedades mentales.
Pues explica a que te refieres y deja de marear la perdiz.
Vale, de acuerdo.
Todo comenzó con un Multimaniaco...
Empezamos bien.

Javier Albizu

Biografía rolera I: Preludios.

Biografía rolera I: Preludios.
Todo empezó como suelen empezar casi todas las cosas, con dos personas hablando. En este caso éramos mi hermano pequeño y yo.
La conversación versaba sobre algo que le había comentado un amigo (sí, el “me han dicho que”, también suele formar parte del cómo empiezan todas las cosas). En aquel caso concreto, le habían invitado a jugar a algo llamado “rol”. Nos encontrábamos a mediados - finales de los años ochenta del siglo pasado y no teníamos ni idea sobre qué significaba aquello. Dicho sea también de paso, antes de jugar, tampoco entendía muy bien por qué mi hermano asumía que yo podía estar interesado en aquello. Después de hacerlo, todo cobró un poco más sentido.
De creer en el destino, afirmaría sin dudar que este era el mio. Como no creo en esas cosas, sólo diré que el azar, nuestras decisiones y las de quienes nos rodean, consigue que todo encaje de una manera de una manera que, en ocasiones, parece premeditada.
Pamplona, un día indeterminado a finales del año ochenta y ocho, principios del ochenta y nueve (fecha extrapolada a partir de datos que creo objetivos y que explicaré en otra entrada). Tengo quince años y tras sobrevivir (muy mal) a octavo de EGB me encuentro cursando primero de electricidad. Junto al cierre de mi etapa dentro de la educación básica también superé mi segunda Crisis en las Saludes Infinitas sin saber que todo iba a cambiar... a mejor. A mucho mejor.
Pero estoy empezando con un estilo un poco / demasiado profundo y la cosa no va por ahí. Así que demos un pequeño salto hacia atrás, hagamos un breve resumen y pongámonos en antecedentes.
Como digo, tras terminar la EGB (y cuando digo “acabar” lo digo a medias, ya que al finalizar septiembre aún me quedaron siete suspensos como siete soles que no me impidieron continuar mi racha de fracasos escolares). Hasta pocos antes de comenzar el curso no supimos (ni mis padres ni yo), dónde proseguiría con mi descalabro escolar. Finalmente tocó cambiar de centro formador, pasando de un colegio de curas a un taller híbrido de tornero fresador / salta fusibles (electricidad / mecánica), de mi primer curso de FP.
Atrás dejo una escalada de suspensos mayor que la escalada armamentística de la guerra fría. Dejo también tres meses de inmovilidad gracias a mi prematuro reuma, dejo a... conocidos de clase con los que ya no volvería a coincidir fuera de las aulas, por otra suerte de conocidos de nuevas clases a los que tampoco volvería a ver fuera de las aulas.
Mi escalada educativa continuarás dando trompicones y repetiré un curso, comenzaré a trabajar a media jornada en la empresa familiar (salvo en verano, cuando trabajaría a jornada completa) conseguiría una flamante y temprana úlcera por nervios, y dejaría de estudiar a los dieciocho.
Si en esa época me hubieras preguntado ¿Eres de ciencias o de letras?
Yo habría respondido... No, gracias.
No era ni el empollón ni el malote. Demasiado tímido y callado para ser popular, demasiado grande para ser el pardillo o el capacico de las hostias. Sólo era un chaval más que coincidió que pasaba por ahí sin dejar demasiada huella.
Un niño que seguía leyendo tebeos, cuando la gran mayoría de los demás niños eran demasiado niños como para admitir que los tebeos eran algo que les gustaba... por mucho que fueran (decían) cosas de niños.
Alguien que no se iba a fumar debajo del puente, o a beber a escondidas para hacerse el mayor. A quien no le importaba demasiado lo que pensaran los demás de él. Alguien, un poco como “La Masa”, pero que había conseguido que le dejasen tranquilo, aunque no por ello dejaba de sentirse raro y solo.
Vaya, creo que se me ha vuelto a ir el tono. Menos mal que empezaba diciendo que las cosas iban a cambiar para mejor.
En fin, eso sería el futuro cercano, pero sólo una parte de ese futuro. La parte mala, la parte que pasaría para quedar arrinconada en un espacio de contención de la memoria.
Pero aquí hemos venido para hablar de las cosas buenas. Hemos venido a hablar del ROL.

¿Qué podía saber un chaval con aquellas características sobre lo que es el rol?
Más bien poco, aunque las pistas necesarias para comprender ya habían sido diseminadas a lo largo de su breve experiencia vital.
Dalmau había sacado ya la caja roja y sus anuncios habían aparecido por los tebeos que Cómics Forum publicó como explotación de la serie de televisión. Aunque nadie (y por nadie me refiero a mi) se había preguntado si aquella serie venía derivada de algún otro tipo de producto.
La serie, por supuesto, fue devorada como pocas por un servidor de ustedes.

Tom Hanks ya había participado en aquella aberración panfletaria llamada Mazes and Monsters, aunque, por aquel entonces no era lo suficientemente conocido, ni la afición lo suficientemente denostada por estos lugares, como para que le diéramos mayor importancia.

Sí, en ET el hermano mayor de Eliot y sus amigotes salían jugando a rol, pero tampoco había mucho que sacar o extrapolar de aquella escena.
Por otro lado, sí que me había llamado la atención un capítulo de El Gran héroe americano en el que se mostraba (un tanto de aquella manera) a unos tipos que decían jugar a rol... en un batiburrillo sin demasiado sentido, en la que mezclaban churras, merinas y que más parecía una especie de Gimkana aderezada con juegos de ordenador y juegos de pillar que a la actividad en la que estaba apunto de embarcarme..

Por otro lado, teníamos los libro juegos, Elige tu propia aventura, La máquina del tiempo, Lucha Ficción y, también, Dragones y Mazmorras.
Libros que se leían con mucha facilidad (sobre todo para un vago como yo) pero que me dejaban con una sensación de frustración aún mayor que los otros libros, ya que te prometían libertad... sólo para no darte las opciones que tú (yo) habrías elegido.

Por supuesto, tenía El señor de los anillos, que no tenía nada que ver con el rol, pero cuya película me había tragado un montón de veces... y cuya novela había tratado de leer, siempre sin éxito, en un par de ocasiones.
Molaba Boromir con su casco con cuernos y su traje de piel. Molaba Trancos, solitario y arisco, feo, taciturno y lacónico. Molaban los rohirrim, y molaba mil el Balrog aunque, visto de nuevo a día de hoy, da un poco de penica.

Y, por último, teníamos Ultima (así, sin acento). Me encantaban los anuncios que aparecían en las revistas inglesas de vídeo juegos. No había jugado a ninguno de ellos pero sus portadas hacían que algo en mí interior despertase.

Ahí estábamos yo y mi escaso bagaje cultural, junto a unos chavales algo más jóvenes, aunque más listos, despiertos y curiosos. No sabía muy bien que pintaba en aquel lugar. No sabía muy bien si quería estar allí, pero no tenía nada mejor que hacer.
Ah, ¿qué diablos?, me dije.
Vaya, que libro más raro.
¿Qué será esto de “La llamada de Cthulhu”?
Bueno. Tampoco tengo nada que perder.

Javier Albizu

Biografía rolera II: La llamada

Biografía rolera II: La llamada
Pongámonos en situación. Sentados sobre unas no demasiado resistentes sillas, cuatro individuos imberbes arrojan unas extrañas formas poliédricas sobre la superficie de la mesa alrededor de la cual se encuentran sentados. Tras consultar los oscuros y arcanos símbolos que los designios del azar han decidido mostrarles en esas formas, garabatean con lápiz sobre unas hojas impresas unas cuantas cifras y alguna que otra letra (más bien pocas).
La cosa empieza mal. Hay dados. No me gustan los juegos en los que hay dados... bueno, no me gustan los juegos de azar en general. Es más, como norma, la competición contra otros me resulta generalmente indiferente, cuando no directamente molesta.
Pero vamos, bien, hemos venido a algo llamado “Juego” de rol, tendrías que haber supuesto que había una parte de azar, listo.
Además hay que apuntar cosas... eso tampoco me gusta. Ya en los días en los que leía las novelas de “Lucha Ficción” no tiraba los dados ni apuntaba nada. No tenía sentido ¿para qué apuntar nada? ¿qué más me da lo que vaya recogiendo el personaje, o si le han herido en el anterior combate?
A mi no me engañaban, daba igual las opciones que yo tomase, el libro ya estaba escrito. Podía decirme que había muerto, pero no me podían quitar la posibilidad de volver a leérmelo. El papel y las letras iban a seguir siendo las mismas.
En fin, ya que estamos aquí, seguiremos con ello... aunque no me da muy buena espina.

Alguien (yo) pregunta ¿qué es eso de Aficionado (diletante)?
Da igual, ya lo leo. Vaya, no viene nada más al respecto. Bueno, pues me la apunto de todas formas como profesión para mi personaje. Al fin y al cabo no me siento muy “profesional” en estos momentos.

Bien, empieza la partida. Ha pasado algo que ya no recuerdo. Un poco de investigación y, mientras estoy en la biblioteca, se me acerca un desconocido y me dice que tiene información que me puede interesar. Estupendo, le digo que me la cuente. Él dice “aquí no”. Yo miro mi hoja de personaje y le digo “Aquí y ahora” mientras proclamo que mi personaje saca la pistola que tengo apuntada en la hoja como parte de mi equipo (reacción über lógica por mi parte)
El resto de personas de la biblioteca, entran en pánico, y me pegan una paliza matándome (reacción... eso, teníamos quince años, no busquéis donde no hay)
Fin, se acabó la partida para mi.
Yuju, fiesssshta. A eso se llama crear afición.
De todas formas me quedo hasta que la partida termina para saber qué había pasado. Por suerte mi habitación está ahí al lado y tengo lectura por si me aburro.
Algo más de investigación, bichos, tiros y fin. No es que sea la panacea, pero ha estado entretenido. De todas formas, lo mejor viene después, porque da comienzo la sesión de tertulia. Se empieza hablando de la partida, pero se sigue hablando de otras cosas. Cosas que me interesan: Tebeos, películas de tiros, películas de hostias, series, dibujos animados, juegos de ordenador, ciencia ficción y cosas que molan en general.
Esta gente, estos desconocidos tienen mis mismos gustos. Son... como yo. Igual me apunto a la siguiente partida que organicen.

Siguiente partida. Unos cultistas me rodean. Uno de mis amigos dice
- Lanzo mi canana repleta de granadas hacia los cultistas.
- Esta es la situación - describe el director de juego - ¿Hacia dónde apuntas más o menos?
- Al centro.
- Ahí es donde está el personaje de Javi.
- Ahí es donde voy a afectar a más cultistas.

Muerto de nuevo, esta vez por el fuego “amigo”. Yuju y tal. Al menos esta vez era al final de la partida... aunque la cosa ha tenido su gracia. Igual... ¿qué narices?, fijo que me apunto a la siguiente. Esta vez casi he conseguido terminar la partida vivo.
Además... además con esta gente me apetece estar. Me apetece hablar con ellos. Cuando les digo cuánto ha molado el último número de los Titanes de Wolfman y Perez, dicen “Sí” o “¿ha salido ya?”y se les nota en la cara, no sólo que saben de qué les estoy hablando, sino que también les encanta.
Y comenzamos a quedar para otras cosas. Para ir a ver el Batman de Burton al cine... dos veces. Y durante meses, desde que vemos las primeras noticias en las revistas de cine, hacemos planes para ir a ver Desafío total en cuanto salga.
Intercambiamos tebeos y cuando quedamos para lo que sea hablamos de ellos, o de juegos, o de... de todo eso que le da sentido a la vida.
Es gente con la que he elegido estar. Gente con la que quiero estar. ¿Me atreveré a decirlo?... AMIGOS. No compañeros de clase con los que, a base de horas compartidas, he descubierto que tengo alguna leve afinidad, no hijos de los amigos de mis padres.
Sí, el rol está bien. Es divertido, pero sin esta gente no tiene sentido.

Masa, por fin, APLASTA. Por fin tiene una razón para destrozar las interminables hileras y barreras superpuestas que lo aíslan (tras las que se ha aislado a sí mismo) de una gran parte de lo que le rodea.
Y esto, AMIGOS. Esto es lo que significa el rol para mi.
Citando a los clásicos: El principio del resto de mi vida.
El principio de mi vida de verdad.
Pero estoy adelantando acontecimientos. Vayamos un poco atrás, vayamos hasta...

Javier Albizu

Biografía rolera III: El Club

Biografía rolera III: El Club
Portada del Pendragón de Gallimard

La sucesión de eventos que nos lleva hasta esta historia está clara, cristalina en mis recuerdos. Aunque claro, mis recuerdos me pueden engañar, que son muy suyos, así que esto muy bien puede ser una dramatización de lo que sucedió realmente.

Estamos en el ochenta y nueve, sábado ¿verano? quizás. Durante la mañana hemos estado echando una mano en el local de la nueva tienda familiar que pronto abrirá sus puertas al público, tras comer en un bar cercano, hemos vuelto al tajo. Mientras estamos en ello, mi hermano me dice que ha quedado con Multimaniaco y su cuadrilla para jugar a rol. ¿Cómo? no lo sé, no existen los móviles, así que supongo que la cita se concretó en clase durante alguno de los días anteriores.
Pedimos permiso para largarnos y este nos es concedido. Corremos a casa y nos duchamos a toda prisa, corremos a la parada del autobús a pillar la línea dos. Nos dirigimos a un lugar nuevo e ignoto para mi, a algo llamado la “Casa de la juventud”. No sé dónde está eso, no sé qué es eso, no sé con quién me voy a encontrar y tanto desconocimiento me incomoda.
Dejamos el autobús en la parada cercana al Sektor para continuar con nuestra carrera, mientras la incomodidad deja paso al miedo y la duda. No me gusta conocer gente nueva, y me han dicho que no va a estar sólo nuestro grupo de juego. No me gustan los lugares nuevos, no me gustan los ambientes no controlados. Las otras veces que hemos jugado lo hemos hecho en casa ¿qué necesidad tenemos de ir a otro lugar?. Mi estómago empieza a bailar. Yo no bailo, así que no puedo afirmar categóricamente que no me guste bailar, pero sí que puedo afirmar que no me gusta que mis órganos internos lo hagan sin mi permiso.
Llegamos, el tiempo y el espacio se pliegan sobre sí mismos. El tiempo se ralentiza, la entrada de la Casa de la juventud se estira hasta el infinito como absorbida por un agujero negro.
No voy a dejar que me gane el miedo. El año pasado, mientras estaba en cama sin poder moverme por el reuma, mientras tras cada sombra y cada ruido de la casa vacía parecía ocultarse algo terrible, decidí que aquello debía terminar.
Atravesamos el horizonte de sucesos y me adentro en lo desconocido. En nuestro camino nos cruzamos con gente de diversas edades y apariencias, todos mayores que nosotros. ¿La juventud a la que alude el nombre del local se refiere a ellos?.
Avanzamos y pasamos el mostrador de recepción, giramos a la izquierda para subir por las escaleras. Dos tramos después estamos en la primera planta. Más “juventud de la otra”. No me gusta.
Dos salas con las puertas abiertas a nuestra derecha, en su interior un número indeterminado de desconocidos. A nuestra izquierda otro tramo de escaleras. Decisiones, decisiones.
De una de las puertas asoma un rostro conocido, fijando coordenadas. La situación de crisis parece que se acerca a su final. Entramos en la sala. Es la más pequeña de las dos que ocupa hoy Mordor. “El club”.
En la otra sala hay más gente. “Juventud” de la otra, desconocida, de aquella que me da miedo. Pero, más allá de ese marco, hay algo que me llama la atención. Una ilustración que tiempo después averiguaré que pertenece a la pantalla de master de la edición francesa (la de Gallimard para ser más exactos) del Pendragón. Quiero saber más, pero no entro, el miedo aún es fuerte a pesar de mi firme propósito de no dejar que me domine.
Entro en el terreno relativamente conocido y me engaño fingiendo que la tentativa fallida no ha existido. Ahí también hay desconocidos, pero son minoría. La proporción es aceptable.

Jugamos a Cthulhu de nuevo. Esta vez no arbitra Multimaniaco, sino uno de los Eduardos. También se nos une un chaval de Burlada que ha leído en algún lado sobre lo que se hace aquí. Más no importaba, el resultado final es el mismo: todos muertos. Por un lado, el resto muertos a tiros cuando los SWAT (no preguntéis) toman al asalto la casa que hemos asaltado nosotros antes. Por otro, me encuentro sólo ante el peligro. Al menos esta ocasión no muero el primero.
Mi personaje se había ido antes del lugar, pero no se libra de sufrir el destino de sus compañeros. En esta ocasión muero escopeteado por el dueño de una tienda que he intentado atracar... no sé por qué. Resulta que Eduardo decidió que estaba a más de diez metros de tipo, por lo que mi recortada no tenía alcance suficiente como para darle. Su escopeta era más grande.
Recordad, niños y niñas, el tamaño sí importa. Sobretodo el del calibre de tu arma. No, sigo sin hablar de sexo.
En fin, una vez terminada la partida, llega lo bueno. La tertulia, la camaradería, la crítica, repetición y matización de las anécdotas. Las batallitas de días pasado, las ganas que tenemos todos de ir a ver al cine el Batman de Burton.

Con el paso del tiempo, la anécdota se convierte en tradición. Los sábados toca tarde de club, igual que los miércoles y los viernes (los domingos sólo por la mañana). Nos pueden cambiar de sala en la Casa de la juventud, pero “El Club” permanece. Podemos estar años sin pisar el edificio, pero seguimos siendo los “Del Club”. Puedes pelearte, o dejar de verte con la gente, pero sigue existiendo un vínculo que os une. Puedes dejar de jugar a rol con asiduidad, pero no puedes, corrección, no quieres, dejar de ser “Del club”.
Es algo que te acompañará siempre, aunque se disuelva formal y oficialmente, aunque no lo menciones en voz alta, aunque éste sólo exista dentro de nosotros.

El Pendragón de Gallimard
Javier Albizu

Biografía rolera IV: Intercambios culturales

Biografía rolera IV: Intercambios culturales
Portada del Skyrealms of Jorune

Se dice que toda gran aventura comienza con un gran viaje, lo que es verdad sólo a veces. En mi caso, la aventura llegó pronto y, pese a que los viajes (más allá de las fronteras de Pamplona) se hicieron esperar, las primeras peregrinaciones hacia los nuevos y recién descubiertos lugares de culto no tardaron demasiado en llegar. Porque, más allá del Club, pronto descubrí nuevos templos que incluir en el recorrido de mis rutas de peregrinación habituales.
Esta historia empezará con el lugar en el que compré mi primer juego de rol: la juguetería Irigoyen, donde acerté a comprar el Toon de Steve Jackson Games (a la sazón, el primer juego que arbitré) la sin par revista Troll (el número dieciocho si no recuerdo mal) y la (según días) no_tan_sin_par revista Lider. Con el tiempo descubrí que ya había visitado con anterioridad aquel lugar para elegir los regalos de reyes, pero esa es otra historia que (quizás) se contará en otro lugar.

La segunda planta de Irigoyen se convirtió durante una temporada en lugar de paso obligatorio todos las tarde de los sábados antes de ir al Club. Allí, ocultos detrás de uno de los mostradores, se encontraban los juegos de rol de importación y las revistas. Hasta donde yo sé, era el único establecimiento de Pamplona que traía material del extranjero. Dicho (o escrito) esto, ahora me hago una pregunta que no me había surgido hasta que me he puesto a escribir estas palabras:
¿Quién era el valiente que se animaba a traerlos?
En una época pre-internet, no tenías mucho entre lo que elegir. Es más, sólo sabía de la existencia de aquello que aparecía en las (escasas) revistas que estaban a tu disposición. Revistas de las que, con suerte, podías encontrar ejemplares nuevos cada dos o tres meses.
Entrar en aquella tienda era ir a la aventura. Sólo tenías a tu disposición lo que había tenido a bien pedir el heroico y valiente desconocido que hacía los pedidos, así que muchas veces salías de allí sin haber comprado nada. Quizás la semana siguiente hubiese más suerte.
En otro orden de cosas, me acabo de dar cuenta de que nunca se me ocurrió encargar a la gente de la tienda si me podían pedir algún juego en concreto. Cosas de la edad (y me acabo de dar cuenta también de que con los juegos de consola me pasaba lo mismo).
Con estas, aparte del anteriormente mencionado Toon, en Irigoyen sólo llegué a comprarme el Air Superiority (el cual jamás llegué a leerme entero ni mucho menos jugar). Los aviones siempre me han gustado, pero los juegos de tablero nunca han sido lo mío. Supongo que el hecho de que la traducción del manual consistiese en una serie de hojas mecanografiadas, fotocopiadas y grapadas tampoco ayudó.

Mis peregrinaciones hasta la juguetería se volvieron más esporádicas cuando me di cuenta de que podía hacer pedidos por correo a las tiendas que aparecían anunciadas en las revistas que compraba. Barcelona (así como Jocs & Games) se convirtió entonces en la distante Meca que me propuse visitar algún día. Hasta que llegó aquel día, les pedí el Titanicus Adeptus. De nuevo, a este tampoco llegué a jugar (robotacos, SÍ, juegos de tablero, no).

Mientras tanto, pasaba algunas tardes de entre semana en casa de Multimaniaco, que se dedicaba a enseñarme los juegos que le compraba su padre (alguno de los cuales, como el D&D me dejó para fotocopiar)
Algún domingo por la mañana también pasé por la oficina de uno de “Los mayores” del club, que mostraba orgulloso su colección de la Serie Europa (que me impresionó bastante menos que el hecho de que aquel señor fuese poseedor de una oficina)

Así llegamos a agosto/septiembre del ochenta y nueve. Mi hermano menor había sido enviado de intercambio a Inglaterra para el verano y, en teoría, el autobús que lo traía de vuelta lo dejaba en el centro a una hora bastante temprana de domingo. Un par de amigos y yo quedamos para ir a recogerle de empalmada (la hora teórica de llegada debía ser cerca de las cinco o seis de la mañana). Para comenzar la sesión de espera, Multimaniaco y yo fuimos al cine tras salir del club a ver Papa Cadillac. Para después de aquello había alquilado dos películas: ¿Quién es Harry Crumb? y Mad Max III, para ver en casa de mis padres junto a EduardoA.
La primera fue un éxito, con la segunda nos dormimos los tres.
Tras recuperarnos de la cabezada, nos dispusimos a ir a recoger a mi hermano. En un ejercicio de descoordinación típico de la era pre-móbil, no coincidimos con él y, tras esperar un rato largo donde suponíamos que tenía que dejarle el autobús sin encontrar a nadie, volvimos a casa. Como no podía ser de otra manera, mi hermano ya estaba allí, pero no sólo estaba él. En el sofá se encontraban depositados los tesoros que había traído de allende los mares: El número ciento cuarenta y seis de la revista Dragón (que aún conservo y por el que he concluido que nos encontrábamos en el ochenta y nueve), la guía del jugador del AD&D segunda, el Top Secret SSI y mi primer amor verdadero dentro del rol, la segunda edición del Skyrealms of Jorune (que también conservo). Se lo había visto antes uno de “los mayores” en El Club, pero nunca me había atrevido a pedirle permiso para echarle un vistazo de cerca.

Aún pasaría un tiempo antes de que mi timidez me permitiese animarme a arbitrar nada. Antes de que llegase aquel momento ya tenía un arsenal mayor entre el que elegir. Gracias a una convención a la que tenía que acudir mi padre en Barcelona y a la que acudimos toda la familia, mi hermano y yo conseguimos arrastrarlos a todos hasta la Meca (del momento). Allí compramos la guia del Dungeon Master que nos faltaba, así como los juegos de Elric y Hawkmoon de Chaosium. También vimos que había un montón de libros de algo llamado “GRUPS” la mar de llamativos, pero el presupuesto no daba para todo.
Aquella misma noche, en la habitación del hotel, mi hermano y yo cambiamos los juegos que habíamos comprado, con lo que yo me quedé con el Stormbringer y él con el Hawkmoon.

Con todo esto a mi disposición, cuando finalmente me decidí a arbitrar, lo hice con el Toon, el libro más finito que tenía y el más fácil de leer con mi aún por desarrollar inglés de la época.
Era un comienzo tan bueno como cualquier otro.

Javier Albizu