Sleipnir

Sleipnir


Javier Albizu

I . Lección de historia

I . Lección de historia
La batalla estaba perdida. Así lo habían tejido Las Nornas en el tapiz del tiempo.
El Ragnarok había llegado. Aquel día los dioses perecerían.

Sabedor de esto, Odín ordenó su montura, el veloz Sleipnir, que remolcase el bajel antes de perecer entre las fauces de Fenris. Con éste, su último acto, El Padre de Todos burlaría al cruel hado, liberando a los hombres del aciago destino reservado para los Aesir.

En pos del último bajel de los hombre, Hela, La Señora de los Muertos, haría partir a Naglfar. En su vientre, las rugientes hordas de Hel se agitaban deseosas de reunir a los vivos con su tenebrosa señora.

Más a esto Thor diría ¡NO!

Tras la cruenta batalla que había librado contra Jormungand, blandiendo con furia el poderoso Mjolnir, golpeó una vez más a La Serpiente de Midgard, asestándole una herida mortal. Sumida en su estertor final, la hija de Angrboda enrroscaría su cuerpo alrededor de Yggdrasail, asfixiándolo acabar con toda vida que pudiese surgir de él. Como último acto antes de morir, exhaló con su último y letal aliento toda la ponzoña que habitaba en su interior, envenenando los cielos y al bravo tronador.
Impulsado tan solo por voluntad indómita, el señor del trueno daría un paso e invocaría a sus huestes. Al trueno que otorgasen fuerza a los brazos de los remeros y avivase los fuegos que ardían en la cubierta del último navío.
Tras dar un paso más, convocaría a los vientos, encomendándoles hinchar las velas del navío y alejar a sus adoradores del campo de batalla.
Una vez hecho esto, alzó su voz comandando a los cielos para que descargasen toda su furia sobre Naglfar.
Impotente ante las fuerzas allí desatadas, el galeón de los condenados sería destruido y, tanto las uñas de los muertos que lo componían, como los huesos de los guerreros de Hel que en él viajaban, se convertirían en polvo que se precipitaría sobre sobre los dioses y sus enemigos.
Mientras veía alejarse al navío, Thor dio unos pocos pasos más y soltó una carcajada triunfal antes de que su cuerpo se desplomase sin vida sobre el cadáver de su asesina.

Mas Surtur no se daría por vencido y, con su espada flamígera, convocaría a sus hijas. El fuego vital lucharía por abrirse paso fuera del cuerpo de los remeros y acudir a la llamada de su amo. El mundo se volvió un lugar gélido mientras el señor de la llama hacía acopio de su hueste. Toda criatura, viva o no, sería desprovista de calor mientras el gigante de fuego preparaba su ataque final.

Viendo a aquellos cuya custodia le había sido encomendada cercanos a la muerte, Sleipnir asió con su hocico los correajes con los que remolcaba la nave y de un poderoso tirón lo arrojó lejos del alcance del ardiente demonio. Tras hacer esto, se arrojó a sí mismo a las hogueras para que estas continuasen ardiendo, llenando de fuerza y vida los cuerpos de los valientes vikingos.

- ¿Por eso nuestro mundo se llama Sleipnir? – Hotar había comenzado a preocuparse hacía un buen rato ante la falta de respuesta y atención de los niños.
- Así es, Morten. Hay quien asegura que su cuerpo es el que sigue alimentando los motores de esta nave.
- ¡¿Y por qué no lo sacan de ahí?! – la expresión de terror en el rostro de Greta le corroboró, demasiado tarde, que con aquella respuesta se le había ido la mano.
- En cambio otros dicen que, cuando ya estaban lejos de Surtur y el Ragnarok, los vikingos curaron a Sleipnir y que éste cabalga por el espacio protegiendo a la nave que lleva su nombre – Salvado por la campana. Hotar dio gracias a los dioses por los reflejos de Gunter – También he oído que en algún sector de la cubierta Tyr se suele realizar un festival en su honor anualmente.
Los niños parecieron más tranquilos después de aquella “explicación”, aunque profesor y ayudante tuvieron que ingeniárselas para responder a alguna pregunta incómoda más antes de que acabase la clase.

- Has tenido ideas extravagantes con anterioridad – el tono de Gunter oscilaba entre el reproche y la diversión – Pero vincular el origen de nuestro “bajel” al Ragnarok ha sido algo… no se si sublime o enfermizo.
- Sólo era un cuento para los niños. Hoy no me encontraba de humor como impartir una clase demasiado sesuda. ¿Qué quieres que te diga? Me parece más… más… no se…
- ¿Romántico?
- Sí. Romántico, esa era la palabra. Otra opción es poético, si lo prefieres. Me parece menos deprimente contarles esto... que la verdad.
- Una verdad que acabarán sabiendo, y que tú mismo les contarás dento de unos años.
- ¿Quién sabe donde estaremos dentro de unos años?
- Supongo que esa es una pregunta retórica. Ambos sabemos que vamos a seguir por aquí.
- Es igual. Hoy es hoy. Mañana ya veré si les digo. Tendré que prepararme algo un poco mejor que: Veréis, niños. Hace cosa de quinientos años, una serie de señores, que decían ser muy listos, pensaron que iba a haber una guerra muy grande en la vieja tierra, y decidieron crear unas naves mastodónticas y largarse al espacio a buscar un planeta en el que vivir antes de que el suyo se fuese al garete.
- Lo que me impresiona es que hayas podido decir todo eso sin detenerte para respirar.
- Dame cinco segundos para recuperar el aliento.
- Cinco, cuatro, tres…
- Vete a la mierda.
- … uno, cero. Se acabo tu respiro.
- No vas a conseguir que me retracte. Me parece mucho más fácil explicar todo esto a los niños desde una perspectiva mitológica-clásica, que desde la triste realidad. Las parábolas siempre han sido una herramientas muy cómodas para explicar según que cosas.
- Cierto, es mucho mejor una batalla épica mientras el universo es destruido, con bien de sangre y muertos por doquier, que un relato sobre la estupidez humana.
- La estupidez humana la ven aquí cada día. Ese tipo de cosas ya no les afectan. Además, si lo miras desde un punto de vista metafórico, el ocaso de los dioses y la razón por la que fue creada esta nave, tampoco son tan distintas.
- Cierto de nuevo. No dejo de ver en la documentación que tenemos sobre la tierra como se unieron los gigantes, los muertos y toda esa gente tan peculiar para matar a los dioses porque… eso, porque así estaba escrito que así sería.
- Ahora no te hagas el petulante conmigo. Ya sabes de qué estoy hablando.
- ¿Del fin del mundo?
- Bueno, tal y como lo conocemos, sí.
- Nunca conocimos ese mundo.
- Nunca nos dieron esa oportunidad.
- Ahora es cuando me dices que echas de menos la vieja tierra.
- No digas estupideces. Somos de la decimoquinta generación. Ni siquiera nuestros abuelos, tatarabuelos o cualquiera cualquier ancestro cuyo nombre conozcamos, llegaron a conocer, aunque sea de oídas, a nadie que haya visto o pisado la vieja tierra. Hay momentos en los que incluso tengo mis dudas sobre la existencia de nada parecido.
- Efectivamente. Tú te empeñas en llamar a la Sleipnir nave generacional, que es como has leído que la llaman en los documentos históricos, pero este es nuestro hogar. El único que hemos conocido y que conoceremos.
- Lo sé, lo sé.
- Tú háblale a cualquiera de La Tierra, y te mirarán igual que cuando les das la paliza con martillos mágicos, caballos de ocho patas o dioses tuertos. Te tratarán como… bueno, ya sabes, como te suelen esquivar de normal cuando empiezas a desvariar.
- Si son unos brutos y unos bárbaros no es culpa mía. Es más, hago lo que puedo para ilustrarlos, y así me lo pagan.
- Que no, hombre, que no. Una nave es lo que usan los de aprovisionamiento para bajar a los planetas. El suelo sobre el caminamos no es el de una nave; es el de nuestro mundo.
- Que sí, pelma. Pensaba que el de los discursos interminables era yo.
- Son muchos años esperando el momento de resarcirme. Y aún no he acabado. Ahora dime tú que es lo que harías si te dejan suelto en una de esas masas esféricas que vemos flotando por el espacio.
- Supongo que morirme de hambre (si no me devora algún bicho antes, o se me pega cualquier enfermedad exótica)
- Ahora eres tú el que está esquivando el tema. No digo que no pasase todo lo que dices, pero evitas la pregunta verdadera. Sabes que lo primera sería el pánico. Dile ahora a cualquiera, al primero que te encuentres en una de las cubiertas, que damos marcha atrás. Que Sleipnir se dirige de nuevo a la tierra. Que hemos recuperado las coordenadas de origen. Que las consecuencias de cualquier catástrofe que se causase allí ya habrá pasado y seguro que ya es habitable de nuevo.
- Veamos… déjame que piense...
- No hace falta. En el remoto caso de que supiese de qué le estas hablando con eso de “La Tierra”, “Midgard”, o como quieras llamarlo. En el remoto caso de que te creyese y comprendiese las implicaciones que eso conllevaría ¿Cómo crees que reaccionaría? Pues te lo voy a decir: Se cagaría de miedo.
- Permíteme que lo dude.
- Duda todo lo que quieres, pero los estudios son los estudios. ¿Quieres una estadística curiosa?
- Supongo que no voy a poder evitar que me lo sueltes.
- Cerca del treinta y seis por ciento de los habitantes de Sleipnir son agorafóbicos.
- Y luego me acusas de leer estudios extraños. A ver si te buscas una vida propia.
- Es una respuesta natural. Somos casi once millones de personas, viviendo en un espacio de treinta por cuatro por seis kilómetros. Venga, otra estadística ¿Cuántas simulaciones de realidad virtual, no-de-evasión, emulan la vida diaria en un entorno distinto al de Sleipnir? No hace falta que pienses: Un dos por ciento. ¿Has leído algo de Sigmund Sorensen?
- Estás embalado. Claro que he oído hablar de él ¿Por quién me tomas? Fue uno de los diseñadores de Sleipnir
- Vale, sólo te ponía a prueba. ¿Has leído alguna de sus notas?
- Hasta ahí no he llegado. Uno tiene sus límites.
- Sí, eres conocido sobretodo por tus límites, pero bueno...
- No te cortes, haz como si no estuviera aquí.
- Dejaré eso para otro día. Si vas siguiendo sus apuntes de manera cronológica, es increible comprobar como el hombre iba perdiendo (más bien, abandonando) la perspectiva del proyecto en el que se había embarcado era algo viable. Sleipnir era algo tan grande que sobrepasaba a todos los implicados. No había tiempo para pruebas. No había tecnología para lo que querían hacer. El tiempo se acababa e iban a mandar a millones de personas al espacio a un viaje que sabían que no verían acabar. Ni siquiera tenían la seguridad de que aquello fuese a aguantar demasiado tiempo entero.
- Que tipo tan optimista.
- En una de sus notas dice que la tecnología era tan experimental, que dudaba siquiera de que lograse comenzar su viaje. ¿Sabes por qué llamaron así a la nave? ¿Por qué en lugar de “cubierta doce” o cosas similares, las llamaron “Frey”, “Bifrost” o “Balder”?
- Sorpréndeme.
- Porque decían que haría falta un milagro para que aquello funcionase. Empezó como una broma pero, poco a poco, necesitaban quitarse presión de encima. Confiar en alguna “fuerza superior” que guiase su mano. Como no confiaban en que el dios luterano les concediese su bendición, optaron por encomendarse a los dioses antiguos.
- Debes estar de broma.
- Lee los documentos tú mismo. Sí, todo empezó medio en broma. De no tomarse aquello con algo de sentido del humor, se habrían vuelto locos por la presión que implicaba aquel (este) proyecto. Pero según pasaban los meses, y empezaban a llegar noticias de misiles disparados, satélites apuntando a lugares estratégicos y silos activos, el tiempo para las bromas se acababa.
- Así que vivimos en un mundo que es el resultado de una broma que salió bien de milagro.
- Así es.
- Entonces tampoco iba muy desencaminado con la historia que les he contado a los niños.
- Eso, ahora tú échate flores.
- Después de como te has desfogado conmigo, creo que me lo he ganado.
- Vale, te lo concedo. De todas formas la cosa podría haber sido peor.
- Me da miedo preguntar.
- Podríamos vivir en una bola de barro fabricada por un solo tipo en seis días.
- ¿No eran siete?
- No. El séptimo día el tío decidió descansar y dejar que las cosas se hiciesen solas.
- Yo diría que tampoco nos ha ido tan mal.
- Lo cierto es que aquí seguimos.
- A saber cuando más duraremos.

Javier Albizu

II . Pasado lejano

II . Pasado lejano
- Cinco años de trabajo a la mierda.
“A la mierda” era una expresión un tanto exagerada, pero la frustración y la impotencia impedían a Björn y los suyos analizar la situación con objetividad.
Cinco años pasados en el planeta al que los más optimistas bautizasen como “Nuevo Yggdrasail”, los escépticos como “J34B223R” y los desencantados como “Punto de paso Cincuenta y siete”.
Mientras ascendían hacia Sleipnir, todos miraron aquel mundo que tanto les había prometido y arrebatado. Dos hombres no encontrarían jamás un mundo al que llamar “hogar”, y los treinta que emprendían aquel viaje de despedida lo hacían ya sin esperanza.

Cuando las sondas detectaron aquel planeta, el consejo científico se enfrentó a una decisión complicada. El consumo que suponía encender los motores de la nave para modificar su trayectoria y llegar hasta aquel lugar, conllevaría el racionamiento de los servicios más básicos para la población durante varios meses.
De haber continuado la ruta que llevaban en aquel momento, habrían llegado Rigven la estrella a la que se dirigían en menos de dos años, pudiendo recargar los acumuladores de la nave para proseguir su viaje durante otro par de siglos, pero sabían que en aquel sistema no había ningún planeta que pudiese ser habitado. Por fortuna, la estrella que coronaba aquel sistema también era del tipo G2, lo que les permitiría igualmente recargar la nave mientras la orbitarla a su alrededor junto con J34B223R. Caso de que el planeta tampoco pudiese ser habitado, podrían reemprender su viaje sin mayor problemas que las quejas de la población por un nuevo fracaso en su búsqueda, y las privaciones que habían sido obligados a sufrir para llegar hasta allí.

- Al menos no volvemos con las manos vacías.
Las palabras de Eric, pese a ser ciertas, apenas aportaban un atisbo de luz a los expedicionarios. Volvían con cientos de toneladas de hielo y suelo rebosante de vida. Agua sin reciclar, y terreno que podría ser cultivado para proporcionar alimentos no excesivamente procesados. Aquello les permitiría prolongar la autonomía de Sleipnir unos cuantos años, quizás un siglo, ampliando el espacio que podía recorren antes de necesitar una una estrella que la recargase... o eso es lo que querían creer.

Al llegar a la cubierta de desembarco no les recibieron con vítores o agradecimiento. Las noticias de “su fracaso” les habían precedido. Mientras los técnicos descargaban la mercancía, Astrid, a través de los visores de la nave, vio llegar a su marido y sus hijos y no pudo evitar llorar de agotamiento y frustración. Aún pasarían varias horas en la cámara de desinfección y las pruebas posteriores, antes de poder estar con ellos. Nadie más vendría a recibirles.

Tras finalizar el proceso de reconocimiento llegaría la hora de dar explicaciones al capitán. Los informes que habían enviado regularmente dejaban bien claros los motivos por los que el planeta no podía ser habitado, pero el protocolo exigía la reunión. La relación entre Björn y Haskel nunca había sido especialmente cordial, pero ambos se profesaban un gran y mutuo respeto. Sus puntos de vista tendían a ser opuestos, pero solían lograr que sus discusiones no llegasen a lo personal. Pese a que Björn sabía que su capitán era un buen hombre (equivocado, pero un buen hombre) no tenía muy claro como terminaría aquella reunión.

Tras entrar en el camarote, la primera reacción fue la acostumbrada. Silencio e incomodidad por ambas partes durante eternos segundos.
- Siento lo de tus hombres – Haskel fue quien rompió el silencio – Los médicos hicieron cuanto pudieron, pero para cuando llegaron a bordo ya era demasiado tarde.
- Sabían a lo que se arriesgaban – Björn trató de mantener la compostura, pero aquel tema aún le dolía. Habría preferido ser él quien eligiese el primer asunto a tratar.
- Hemos esperado a que regresarais para celebrar las exequias.
- No era necesario, la energía utilizada para preservar sus cuerpos podría haberse dedicado a algo más provechoso – trató de mantener la máscara lógica, pero era fácil ver a través de las grietas.
- En estos momentos podemos permitirnos el despilfarro, todos los acumuladores están a la máxima carga.
- ¿Y bien?
- ¿Perdona?
- ¿No vas a pedirme el último informe?
- Los que has mandado hasta ahora eran bastante claros. Esta reunión no es más que un mero formalismo.
- En ese caso tengo muchas cosas que hacer – aquella reacción le sorprendió incluso a él. Quería bronca. Que le atacasen para poder decir en voz alta que no fue culpa suya, que hizo cuanto estaba en su mano para llevar aquella misión a buen puerto. Necesitaba un desahogo para toda la rabia que llevaba dentro, no compasión.
- Björn...
- ¿Que? - gritó mientras se giraba. Ya no quedaba nada de la máscara de frialdad o la compostura científica.
- Si hay algo que pueda hacer...
- Encuentra un sitio en el que podamos vivir, porque este se está desmoronando.
- Eso ha sido un golpe bajo indigno de ti.
- Ahora mismo no me siento muy digno u orgulloso de ser quien soy.
- Entiendo que te encuentres mal, y soy capaz de pasar según que cosas, pero no voy a permitir que te degrades así. Descansa. Cuando quieras hablar civilizadamente ya sabes donde estoy.
- No quiero descasar. Quiero que me des más recursos.
- Olvídate de ese planeta.
- No estoy hablando del planeta, no quiero volver a pisar ese maldito sitio. La prioridad es Sleipnir. Hace años que tienes los informes y no has hecho nada con ellos.
- Perdoname si no soy tan fatalista como vosotros.
- No es fatalismo, sino tener un mínimo de perspectiva. Y no digas que es cosa nuestra, este es un mal que lleva arrastrando la nave desde antes de que naciéramos tú o yo. Tras cada nueva recarga perdemos autonomía y llegará un día en el que tendremos que limitarnos a orbitar un planeta esperando a que algún sistema crítico falle.
- Estás hablando de más de un milenio.
- Siendo muy optimistas.
- Ese será el problema de quien este al cargo entonces. Ahora mismo tenemos problemas más acuciantes que ese.
- Es o, pásale la pelota a otro. Escurre el bulto como han hecho tus predecesores.
- De acuerdo. Muy bien. Dime ¿a quién le quito los recursos que te voy a dar a ti?
- Ese es tu trabajo.
- ¿Quién escurre el bulto ahora?
- No utilices la demagogia conmigo. ¿Quieres un informe? Dame datos y lo tendrás sobre tu mesa en un par de semanas.
- ¿Como el que me proporcionasteis para venir hasta aquí? – Haskel dio un manotazo con ambas manos sobre la mesa mientras se levantaba.
- Serás... – se frenó. Aquell o había dejado de ser una conversación hacía rato y el intercambio de acusaciones estériles no iba a llevar a ningún lugar provechoso. Aún avergonzado de sí mismo, Björn no retiró la mirada desafiante de su capitán durante unos segundos, antes de darse la vuelta y salir de la sala.
Mientras recorría los pasillos de la nave, las ideas se agolpaban en su cabeza de manera desordenada. Los estudios que manejaba era públicos, pero la gente prefería ignorarlos. Quería un cambio de paradigma, una revolución, cualquier cosa que alejase de su mente los fantasmas de los hombres que había perdido.

Haskel abandonó su asiento y comenzó a dar vueltas por el camarote. El destino de la raza humana dependía de él y no dejaba de cagarla. Dos decisiones erróneas pesaban más sobre su conciencia que todas las que había tomado con acierto durante los últimos treinta años.
Los informes se los había proporcionado el consejo científico, pero la decisión final de cambiar el rumbo de Sleipnir era suya.
Contra las indicaciones de los doctores, había traído a dos hombres enfermos por una dolencia desconocida hasta la nave, y aquello había estado a punto de costar la propagación de un virus altamente contagioso entre toda la población.
Toda parecía indicar que se había logrado contener infección, pero en el proceso habían muerto otros treinta y cuatro hombres. Por orden suya se mintió a las familias para no causar el pánico general. Estuvo tentado de hacer saber la verdad y renunciar a su cargo, pero no encontró a su alrededor a nadie apto para asumir el cargo bajo aquellas condiciones. Aquello habría sido la salida fácil, hacer cierta la acusación de estar “escurriendo el bulto”. Algo indigno de él.
Furioso, pegó un puñetazo al muro rompiéndose la mano. Aquel ramalazo de dolor físico casi fue un alivio.
- Capitán ¿Está usted bien? – uno de sus escoltas no tardó en entrar atraído por el ruido.
- Sí, tranquilo Morten, todo va bien – mintió – Todo va bien.

Javier Albizu