¡LAS LICENCIAS! I (Glosando)

¡LAS LICENCIAS! I (Glosando)
¿Por dónde empezar?
Podemos probar el clásico inicio en el que miramos a ver qué dicen los chicos de la RAE:

Licencia
1. f. Permiso para hacer algo.

Licenciar:
5. tr. Dicho del titular de una patente: Conceder a otra persona o entidad el derecho de usar aquella con fines industriales o comerciales.

De acuerdo, me quedo con estas dos acepciones, y tenemos algo parecido a un comienzo.

Cada vez que instalamos un programa, cada vez que nos damos de alta en un nuevo servicio en la red... cada vez que entras en una web como, por ejemplo, esta misma, estás aceptando o siendo afectado por una licencia. Por una serie de condiciones de uso, más o menos restrictivas, redactadas y escritas de una manera más o menos artificiosa, que te comprometes a aceptar... aunque no lo sepas.
Sí, al entrar aquí también. Si vas hasta la parte inferior de la página podrás ver que pone:

Licencia de uso
Licencia Creative Commons
Mytgard por Javier Albizu se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

En el caso concreto de esta página, la licencia es de las sencillas e indica lo siguiente:
Que puedes leerlo, puedes compartirlo tal cual está (siempre y cuando adviertas a la gente de que ese horror que has usado, al igual que otros tantos horrores del mismo calibre, les esperan en este lugar caso de que decidieran pasarse por aquí, así que lo mejor para su cordura es que se mantengan alejados). Para terminar, si tienes la tan poca cabeza como para intentar sacar pasta de lo que hay aquí escrito, antes tienes que hablarlo con el nene para que te de permiso... o no.
Como digo, algo sencillito. Pero no siempre es así, porque las licencias son mucho más que un mero texto, más que una serie de relaciones contractuales que se establecen entre proveedor / vendedor y usuario / comprador. Las licencias también denotan una actitud y, sobretodo, un posicionamiento ético y filosófico (y legal). Algo que parece un tanto olvidado o superado en la “moderna”, “escéptica”, ¿por qué no decirlo?, apática (que no estática) y conformista sociedad de consumo actual, pero que nunca ha estado más presente a todos los niveles.

La gente dice “eso no va conmigo” o, directamente, prefiere obviar o ignorar esto. Todos sabemos que las “corporaciones” son “malvadas” pero a nosotros nos van a dejar de lado. Esas condiciones son para “los otros”, para peces más grandes. Para las instituciones o las grandes empresas (y es posible que tengan razón). Pero ese no es el asunto.
Cada vez que instalan un programa (ya sea legal o no), cada vez que te das de alta en un servicio, aparte de estar aceptando esas condiciones, también estás validando un modelo de negocio. Estás, en definitiva, no sólo aceptando, sino también fomentando que ese sea el modelo a seguir.
¿Suena drástico? ¿Suena exagerado? Vemos,

Instalar la copiar de un programa obtenido de manera... dudosa (al igual que uno legal), no es un acto de rebeldía, no significa hacerles la puñeta o un corte de manga a las grandes, es decir “te elijo a ti por encima de las demás opciones”. Implica crear un “estándar”; el tuyo.
No es una cuestión de dinero. De pagar contra no pagar. De gratuito contra el precio que sea.

Retomando el tema de los estándares de los que hablaba en la anterior entrada, y enlazándolo con eso: Si tus decisiones, tu conocimiento (o falta de él) o tus “poder” afecta a otros, tu estándar pasa a ser un estándar de facto para aquellos que se encuentran bajo tu responsabilidad.

Retomando, a su vez, a quien pretendo dirigir estas entradas, vayamos a un ejemplo. Vayamos a los hechos consumados, a un pequeño análisis de las consecuencias de una elección simple de cualquier profesor de primaria.

¿Qué implica el pedir que un documento se presente en formato Word?

Implica que el alumno (aunque también es aplicable a empleados, colaboradores o proveedores) tenga un ordenador (de acuerdo hasta aquí. Si no asumimos eso... casi mejor lo dejamos en este punto)
Asumimos que ese ordenador tiene instalado el sistema operativo Windows. Vale, también lo aceptamos como algo “normal” (aunque no sin reticencias) ya que viene preinstalado con la gran mayoría de los ordenadores que se venden montados.
Pero también estamos asumiendo que el alumno (etc, etc...) ha comprado una licencia de Microsoft Office, y ahí ya empezamos a patinar, porque sabemos que (salvo contadas excepciones) eso no es así.
Office se ha convertido en un estándar de facto en lo referente a paquete ofimático. Al fin y al cabo lo puedes conseguir en cualquier parte. Claro, el Office esta en la red, o te lo puede pasar cualquier compañero de clase.
La gente (los adultos) saben que es un software comercial, pero “lo normal” es tenerlo sin haber pagado por él, y eso es lo que transmiten a sus alumnos e hijos. Lo “comúnmente aceptado” es que, Windows y Office (gratis) son, a ojos de muchos, prácticamente patrimonio de la humanidad. Que no se te ocurra decir lo contrario (o negarte a instalárselo).

¿Estoy diciendo que todo el mundo debe comprar el Office?
No. Por supuesto. Estoy diciendo que, quien quiera tenerlo, debería pagarlo. Pero también estoy diciendo que hay soluciones alternativas, legales y gratuitas (y, algunos de ellos, creados bajo LICENCIAS más beneficiosas para todos) para realizar las mismas tareas. Opciones que se están ignorando por esa norma no escrita que ya se ha convertido en realidad consensuada.
Estoy hablando de que hay opciones que te permiten crear documentos compatibles con el Office. Más concretamente estoy hablando de LibreOffice (y OpenOffice, Abiword y otros programas que pueden cumplir esa función).

No voy a ser un hipócrita y decir que yo jamás he usado un Office (u otro tipo de software) i/o/u alegal. Durante mucho tiempo lo hice, así que entiendo perfectamente a parte de la gente que hace lo mismo.
La clásica excusa de “es que es esto o no poder hacer tal o cual trabajo” me sirvió durante todos aquellos años. Pero los tiempos cambian y ahora (bueno, desde hace ya un tiempo) sé que existen otras opciones. Se que hay gente que trabaja (y gente que paga a esa gente que trabaja) por unos productos por los que, no sólo no van a cobrar (al menos directamente) sino que permiten, de manera explicita, que cualquiera pueda usar, compartir o incluso modificar sus creaciones sin pedir nada a cambio.

Y ¿Qué queréis que os diga?
Estos tipos me caen bien. Así que, aunque me cuesta (a veces un poco, a veces un horror) trato de agradecerles el favor de las únicas maneras que puedo: Utilizando sus productos y difundiendo su obra y unos ideales que compartimos (también, de vez en cuando, dono algo de dinero a sus asociaciones, pero ese ya es otro asunto).

La posibilidad está ahí, es perfectamente válida y, en mi sincera opinión, tanto ética como socialmente más válida y necesaria.

Javier Albizu