Macroverso III Mis problemas con las mujeres

Macroverso III Mis problemas con las mujeres
Agradece la ducha. Tanto el agua caliente como el vahó que genera, así no tiene necesidad de hacer gran cosa para mandar su cabeza hasta otro lado... aunque esta vez no se va muy lejos.
Se imagina en la “Centro de mando para la dominación mundial” A.K.A.: La habitación del ordenador. Está sentado tratando de escribir algo cuando, de repente (siempre suceden las cosas “de repente”) escucha como alguien tira la puerta abajo.
Mira hacia arriba, hacia la balda en la que se encuentran sus espadas... de acuerdo, sus réplicas de espadas y, durante un segundo, valora cuál de las dos coger. Finalmente opta por el ninjato. Es más compacta que su katana (esa cuya hoja se dobló el día que tubo la poco afortunada idea de usarla a modo de bastón). No la saca de su funda, tampoco quiere herir a quien quiera que sea su atacante, al fin y al cabo, esto es una fantasía transitoria, el pobre desgraciado no tiene ninguna oportunidad.
Durante otro segundo su mente busca entre el catálogo de arquetipos a su oponente. Serán dos... punkys de peli ochentera. ¿Por qué no? Han elegido un mal lugar para buscar su dosis de crack.
Sale a su encuentro en el recibidor y les apunta con el extremo de la vaina. Los individuos no parecen muy brillantes. Tras una conversación algo intrascendente en la que trata (sin demasiado esfuerzo ni detalle) de decirles que se queden quietos mientras llama a la policía, ellos se lanzan al ataque.
Nuestro héroe retrocede hasta el salón. No porque no pueda acabar con ellos allí mismo, sino porque en un espacio más amplio la coreografía del combate podrá ser más espectacular.
Mientras una parte de su consciencia ha salido de la ducha, se ha secado y se está vistiendo, otra de ellas está realizando cabriolas y llaves imposibles contra sus rivales un par de habitaciones más allá.
Para cuando se ha vestido y bajado hasta el portal, el enemigo ha cambiado varias veces. De dos punkys a tres mafiosos del Chicago de los años treinta, de estos a una banda de matones rusos llenos de tatuajes. Al final, como de costumbre, una horda de ninjas. Siempre suele terminar enfrentándose a ninjas.
Mientras sale a la calle invoca a la parte de su consciencia que permanece en casa, y esta atraviesa la ventana del salón para volver con él. Por supuesto, los ninjas van detrás suyos, pero los hace desaparecer con un simple gesto de negación con su cabeza.
Le ha parecido que uno de ellos iba de blanco con faja y pañuelico rojo. Ninja sanferminero, uno más para el repertorio.
Se ajusta los auriculares y se prepara para partir hacia su aciago destino: La parte vieja. Valora en su mente las posibles rutas tratando de predecir y evitar las zonas con mayor densidad de gente... excesivamente intensa. La tarea es complicada pero finalmente toma una decisión. Compacta los hombros, adopta la expresión de NO, no me importáis ni tú ni lo que me puedas decir, consulta de nuevo la hora e inicia el camino. Veinte minutos y una breve elipsis después, se encuentra con la espalda apoyada contra la pared que se encuentra frente al local en el que tendrá lugar la comida. Aún quedan más de media hora para que empiece a llegar conocida, así que estudia el lugar. Busca detalles que se le hayan pasado otras veces que ha atravesado esta calle. Comienza a imaginar la silueta recortada de una figura sobre lo alto de un campanario, cuando un decide que ahora le apetecen más robots gigantes. Una mano enorme y metálica aplasta a la figura y la catedral, mientras un rostro inexpresiva se alza tras de ella.
¿Qué tipo de robot usaremos? ¿pilotado o autónomo? ¿qué hace aquí?
No, resulta que no le apetece tanto el robot. Su consciencia se sumerge dentro del mausoleo de las historias aún por desarrollar y echa un vistazo. En el primer nivel se encuentran los bocetos de personajes. Imágenes genéricas definidas sólo por una acción que se repite en bucle. Allí, en un habitación con infinitas esquinas y recovecos, alguien practica katas de un extraño artes marciales. Junto a él, pero a universos de distancia, un guerrero salta desde un lugar indefinido dispuesto a entrar en combate aún no se sabe contra quién. En otro lugar de su mente se puede contemplar también el amanecer situado en un lugar desde el que se puede abarcar todo el universo. En otro de ellos, desde hace ya meses, un personaje se gira y tensa un arco.
Espera, ¿se gira o es la cámara la que gira a su alrededor?
Se acerca un poco más mientras el personaje sigue en su bucle.
¿Arquero rápido o arquero tranquilo?
Detiene el tiempo mientras piensa sobre ello.
Arquero tranquilo. Acerca la cámara tratando de averiguar algo más sobre él. Antes era una acción, ahora una pose estática. Está apuntando ¿cuánto tiempo lleva así?
Apenas respira y tiene los ojos cerrados. Él. No, ella, está esperando a que su víctima... no, víctima no, víctima suena a asesinato y acaba de decidir que ella no es una asesina. ¿Objetivo? No lo tiene claro, ya decidirá la palabra concreta más tarde.
El individuo o la criatura a la que está esperando pasará pronto, pero ella lleva mucho tiempo aquí, días esperando, apuntando. Ha ralentizado sus constantes vitales para reducir al mínimo sus necesidades corporales. La figura se va perfilando, meditación; una mujer oriental. Oriente, de nuevo, tiene que hacérselo mirar. Traza sus referencias hasta la viñeta de un tebeo. Una araña que ha comenzado a tejer su tela entre el arco y la flecha. Quiere la idea, el concepto, pero no a la araña. Comienza a trabajar a partir del frío. Sí, hace frío.
Ha nevado pero ella no lo nota. Tiene los ojos cerrados y la nieve es la que dibuja sus párpados. La cuerda está empapada y tanto sus hombros como la parte superior de sus brazos y la flecha es completamente blanca Finalmente llega su... lo que sea y todo se mueve a cámara lenta.
Sus labios se separan y ella vuelve a la vida Toma aliento y su pecho se hincha. Exhala creando una pequeña nube de vaho. Abre los ojos mientras sus dedos sueltan la cuerda y la flecha vuela veloz. La nieve que había sobre el proyectil se queda atrás como si fuera su estela, el agua que impregnaba la cuerda comienza a caer creando una fina cortina, la cuerda vibra cada vez más lentamente hasta que su oscilación se detiene.
Por las rendijas de su percepción ve un rostro familiar, No sabe su nombre pero sabe que trabaja en la empresa, parece que ha llegado la hora pero tiene suerte, el sujeto no se dirige hacia él. La procesión de seres vagamente reconocibles no se hace esperar, pero la dama fortuna sigue de su lado y todos se dirigen hacia el bar en lugar de en su dirección.
Una mano toca su hombro, emboscada por el lado contrario. Se gira para encontrarse con unos labios que, supone, emiten sonidos con la intención de que lleguen hasta sus tímpanos. Su consciencia termina de regresar al mundo exterior. Por encima de los labios percibe una nariz, el resto de los atributos necesarios para componer un rostro no tardan en ocupar su posición. Nombre código Felipe.
- Que te quites los auriculares de una vez, cojones ya - le escucha decir mientras sus actos se adelantaban a la petición. No detecta enfado real en la voz - ¿No entras?
- Na, aún faltan muchos por llegar y prefiero ahorrarme los pisotones, empujones y vertidos de líquidos diversos. La verdad es que todo eso es algo sin lo que puedo vivir.
- Tú mismo, nos vemos dentro.
- Vale - acompaña la palabra con un gesto de despedida de su mano.

Vuelve a ponerse los auriculares y trata de regresar a la nieve, pero la arquera ya no está ahí. Se ha movido a un lugar más lejano dentro del mausoleo, al lugar en el que se encuentran los personajes que necesitan un universo en el que encajar. Busca por los alrededores tratando de localizar a algún otro ser necesitado de contexto pero no se puede concentrar. Entre la distracción y el chunda chunda que existente más allá de su aislamiento autoimpuesto han roto el momento creativo. Entrar o no entrar, esa es la cuestión. Aún no ha entrado nadie con quien le apetezca lo más mínimo hablar. Entrar implica estar de pie rodeado de gente que no le importa una mierda. Hacer de hombre puerta cuando la gente incapaz de percibir su entorno no quiere asumir que estorban al colocarse en las rutas de paso. Chunda chunda aún más alto aderezado con berridos y expresiones de excesiva confianza.
No. Se queda fuera.
Entonces llega la duda ¿le apetece hablar con alguno de los compañeros del trabajo que han confirmado su asistencia a la comida?. Redefine la pregunta ¿alguna de las personas con las que le puede apetecer hablar se va a encontrar en un estado adecuado como para tener una conversación según sus términos?
Lo duda. Al menos no durante mucho rato. Quizás quince minutos, media hora como mucho, repartidos de manera esporádica a lo largo de toda una comida que se puede alargar durante algo más de dos horas sumando la sobremesa.
- ¿Me compensa?
Depende, aunque eso no importa. Dijo que iba a ir a la comida, con lo que largarse para casa tendría que eliminarse de la ecuación, pero no puede. Debería volver al origen de la primera pregunta ¿cuándo entra? pero su mente es caprichosa y se niega a eliminarla la reflexión previa. La mente domina al cuerpo, dicen. En su caso, la mente ni siquiera es capaz de dominarse a sí misma.
Si sabía todo esto ¿por qué ha venido?
Trata de no responderse usando la palabra que lo lía todo, la que empieza por “i”, el último recurso que indica que todo lo demás ha fallado. Fija su vista en un punto concreto aunque indiferente, uno que vaya a permanecer inalterado, y desenfoca la mirada para volver al interior de su cabeza.
Necesita acudir a algún lugar en el que todo sea fluido, uno de sus universos consolidados en el que conoce tan bien a los personajes que casi son seres autónomos. Necesita situarse en una de las historias que se encuentran en un estado de gestación avanzado, y continuar a partir de ese punto, pero por más que busca no encuentra ninguna que le saque del bucle.
¿Por qué ha venido?
Mala pregunta. Es un por qué que no es un por qué. No está buscando las razones, no las de hoy, no las de ahora. Ese necesidad siempre latente que trata de controlar bajo mil capas de lógica empieza a ganar fuerza. No puede controlar qué o cómo se siente, no puede cambiar cómo le afecta, pero sí que puede elegir cómo lo exterioriza. Cómo reacciona ante ello. Su expresión se vuelve más dura y su mirada más sombría. Todo parece indicar que hoy va a ser uno de esos días.
Entra en el bar cabreado consigo mismo mientras su mente busca un lugar intermedio desde el que saltar a otro de sus universos. No tiene que pensar en... no tiene que pensar en...
- Hombre, Javi - no reconoce la voz ni la cara de este individuo ¿quizás alguien de oficinas? - Silvia estaba preguntando por ti, lástima que no se haya enterado de que eres gay, porque me parece que anda detrás tuya.
- ¿Mande? - mientras trata de hacer memoria ¿quién narices es Silvia?, valora si le merece la pena decirle a este tarugo que no es gay - Pobrecica - decide que no le merece la pena y que, además, hoy no es un buen día para conocer mujeres.
Conocer mujeres, eso era sobre lo que no quería pensar. Gracias por todo, Tarugo, ya te puedes ir largando a la mierda.
No ha venido a eso, no ha venido “por” eso. Lo sabe, lo tiene claro, pero sus tripas le dicen a su mente que tiene que dudar.
¿Seguro? preguntan los estratos más primarios de su ser. Es posible, responde otra parte dentro de él que no es capaz (que tiene miedo) de identificar.
De nuevo busca la ruta de huída, el punto intermedio, el nexo entre sus realidades, hasta que lo alcanza.

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Despertó en el camastro de una habitación. Todo lo que veía a su alrededor parecía gritar “hospital” (por no mencionar que en las sabanas blancas que le cubrían se podía leer, en efecto, el nombre del hospital en el que se encontraba... aunque no era capaz de leerlo)
¿Cómo había llegado hasta allí?
La cabeza le dolía horrores y el resto del cuerpo le iba a la zaga.
De nuevo miró a su alrededor, esta vez tratando de ignorar el dolor y buscando algún dato más significativo, pero todo era de lo más clásico e indefinido. Hospital cien por cien. Cómo odiaba aquellos lugares.
¿Que le había sucedido para acabar allí?... ¿Por qué odiaba los hospitales?
En la mesilla situada a su derecha no había nada. Nadie parecía haber ido a visitarle. No habría revistas, botellas de agua o restos de alimentos. Nada que pareciese indicar que alguien había permanecido al lado de su cama durante su convalecencia.
¿Cuánto tiempo llevaba allí?
Entonces se dio cuenta. No había puertas ni ventanas, trampillas o aberturas. Ningún medio de acceso hasta allí, ninguna manera de escapar.
¿Dónde estaba?
Aquello no tenía ningún sentido. No era capaz de recordar nada. No había en su mente ninguna imagen anterior al momento que estaba viviendo.
¿Quien era él?
Trató de forzar su mente, de sobreponerse a las punzadas que perforaban su sien, pero no consiguió nada. Nada en absoluto. Desesperado se echó las manos a la cabeza mientras la agitaba gimoteando.
- Nonononononono.
No fue hasta que se fijo en sus manos, que se dio cuenta de la mayor obviedad que se le había pasado por alto.
El no era él.
Era ella.

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Trata de decidir hacia dónde salta desde ahí. ¿Dónde encaja esto, con qué personaje?
Contacto.
Microverso.

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Sarcástico: Bonita fiesta, ¿eh?
Javi: ¿Perdón?
Sarcástico: Que vuelvas aquí, que esto es un peñazo sin la posibilidad de meterme contigo.
Javi: La verdad es que no sé por qué he venido.
Lógico: Te invito un compañero del trabajo.
Javi: Ya lo sé. Lo que no sé es por qué acepte venir.

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No. Basta. Mal, no vayas por ahí.
El deja vu no augura nada bueno.

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Sarcástico: ¿Quizás porque es el único que te habla?
Javi: Es posible.
Sarcástico: A todo esto. ¿Cómo se llama él?
Javi: Si, estooo. Lo tengo en la punta de la lengua.
Sarcástico: No te esfuerces.
Javi: No, que me tiene que salir.
Sarcástico: Que no te esfuerces, que no tiene nombre.
Javi: No me seas capullo, claro que tiene nombre.
Sarcástico: Que no, que “el autor” ha pasado de ponérselo.
Javi: Pronto empezamos hoy con eso.
Sarcástico: Ya te puedes ir armando de paciencia, porque todo apunta a que hoy va para largo.
Javi: Déjalo.
Lógico: ¿Por qué no te vas de la fiesta?
Sarcástico: Por lo mismo por lo que ha venido.
Javi: ¿Ah, si? ¿Y por qué he venido? Listillo.
Sarcástico: Deux ex machina.
Pedante: No se escribe así.
Sarcástico: A callar.
Javi: ¿Mande?
Sarcástico: Nada, que mires hacia la pared de la ventana.
Javi: ¿Y por qué iba a hacer eso?
Sarcástico: Tú calla y mira.

Javi se volvió. Tratando de rodear con la mirada a la gente que atestaba la sala, logró vislumbrar lo que se encontraba en la pared señalada. Pegado a ella había un sofá, y sentada sobre este, se encontraba la solitaria figura de…“ella”.

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No. Basta. Mal.
Deja vu.

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Lógico: Oye, Sarcástico. Tu no tienes cuerpo propio, ni ojos propios con los que mirar, así que no tiene sentido que la hayas visto antes que Javi.
Sarcástico: Me lo han chivado.
Desesperado: Callos los dos. Dios, cuanto quiero a este dios. Venga tío, es tu oportunidad, vete a hablar con ella.
Analítico: Lo cierto es que es una oportunidad inmejorable. Parece que todo el mundo la esta ignorando, igual que a ti.
Paranoico: Esto no me gusta nada. Seguro que es una trampa.
Sarcástico: Sin duda.
Analítico: En fin, ¿qué, te animas?
Lógico: Coincido con analítico. Si quieres comenzar una conversación, este parece uno de los momentos más adecuados para hacerlo.
Cobarde: No lo hagas.
Pesimista: Sabes que nos va a mandar a un lugar poco agradable.
Javi: Voy.
Sarcástico: Chan chan, que suenen las fanfarrias.
Javi: Que alguien silencie a ese bocazas. ¿Consejos?
Lógico: Has preparado esta conversación desde que conociste a la primera chica que te gustó.
Optimista: Esta chupado.
Sarcástico: Estamos perdidos.
Pesimista: ¡Eh!, ¡esa frase era mía!
Sarcástico: Pero lo importante es la entonación.
Javi: ¡¡¡Callaos!!!.
Desesperado: Silencio todos.
Sarcástico: ¿Estás seguro de que quieres hacer esto?.
Javi: Joder, a ver si os aclaráis.
Sarcástico: No, si no te hablaba a ti.
Javi: Y dale. Anda, vete a hablar con tu “autor” imaginario, y déjame en paz un rato.

JAVI: ¿Que pasa?
Sarcástico: No me vengas con “que pasa”. Sabes perfectamente lo que pasa.
JAVI: Ojalá pudiera detenerlo.
Sarcástico: Pues estamos bien.
JAVI: ¿Alguna idea?
Sarcástico: Lo tuyo es putear a tus personajes, seguro que se te ocurre algo.
JAVI: … podría hacer que la historia avance y presentar a un nuevo personaje.
Sarcástico: Tú mismo, a ver si sale algo bueno de esta sítuación.
JAVI: No, con el día que tengo hoy, ten por seguro que no será nada bueno.

Javi: Pues lo que te decía. Yo creo que la mejor película de Kevin Smith es Mallrats. A partir de ahí ha ido a peor.
Ella: Persiguiendo a Amy se puede salvar, pero tienes razón.
Sarcástico: Que truco mas vil y rastrero.
Javi: ¿Truco?
Sarcástico: No hablaba contigo.
Javi: Vale, sigue hablando con quien quieras, y déjame tranquilo.

JAVI: Lo se, lo se. Pero ¿qué quieres? Nunca he sido muy bueno comenzando conversaciones.

Ella: Oye. No se de que, pero tu cara me suena.
Javi: Trabajo en el Burger Prince. Te sirvo tu menú Full Kingdom todos los jueves.
Ella: Es verdad. No te reconocía sin la gorra y el uniforme.
Javi: Espero salir ganando con el cambio de indumentaria.
Ella: Tenlo por seguro.
Javi: Oye. ¿Cómo es que has venido a esta fiesta?
Ella: Nada, mi novio es amigo del que la organiza.
Paranoico: Os lo dije. Esta fiesta solo era una trampa de “el autor”.
Sarcástico: Desesperado, suelta esa espada. Es demasiado larga como para que te puedas hacer el suppuku en condiciones.
Desesperado: Lo estas disfrutando, ¿verdad?
Sarcástico: No, pero tampoco me sorprende. Mientras el otro Javi no ligue, este seguro que no se come una rosca.
Desesperado: ¡Estamos perdidos!

JAVI: Jo, jo, jo, pero que graciosos que sois.

Javi: Pues igual le conozco. Ese tío es el único medio humano del curro, y he hablado con alguno de sus amigos.
Antagonista: No me conoces. Aún no había salido en estas micro historias. Soy tu antagonista.
Javi: ¿Eso es nombre o apellido?
Antagonista: No lo entiendes; he sido creado expresamente para ser tu tormento, arruinar toda esperanza de felicidad que puedas albergar en tu interior y esas cosas.
Sarcástico: Algo chusco pero bueno, para salir del paso.
Antagonista: Hombre, una cosa es ser el antagonista y otra ser un recurso chusco. Da un poco de tiempo a que me presente en condiciones.
Javi: Oye, ¿tu escuchas a mis otras personalidades?
Antagonista: Deux ex machina.
Pedante: Y dale.
Javi: Como mola.
Antagonista: ¿Perdón?
Javi: Que esta bien eso de encontrarme a alguien que no crea que estoy loco.
Sarcástico: Nadie cree que estés loco. Tú eres el único que cree que los demás creen que estás loco.
Javi: Si, vale, lo que digas.
Antagonista: No, no. Yo no estoy aquí para hacerte la vida mejor, sino para amargártela. ¿No te das cuenta de que si soy el novio de “ella” es para que no pueda estar contigo?
Javi: Entonces no estas enamorado de ella.
Antagonista: Sí, digo no. Joder. Que sí, que sí que estoy enamorado de ella.
Javi: Entonces no sales con ella para hacerme la vida imposible.
Antagonista: No, pero eso debería dolerte.
Javi: ¿Por qué?
Antagonista: Porque “ella” es la chica de la historia.
Javi: Mira. No negaré que es una chica muy guapa y, por lo poco que he hablado con ella, también parece muy simpática. Pero de ahí a que me haya enamorado en diez minutos va un mundo.
Antagonista: Entonces ¿no me odias?
Javi: ¿Por qué debería hacerlo?
Antagonista: Pues……No se me ocurre nada más……Ya esta. Me gusta el Shadowrun.
Friki: ¡Hereje!¡A la hoguera con él!
Javi: Vale, ahora si que te odio.
Antagonista: Que alivio.
Javi: No. Que te guste el Shadowrun sólo indica que tienes un criterio nefasto en lo que a juegos de rol se refiere, no que seas una mala persona.
Antagonista: Pero ¡tienes que odiarme!, ¡ese es mi papel!
Javi: ¿Tú me odias?
Antagonista: La verdad es que no.
Javi: Pues nada, asunto arreglado. Un día de estos quedamos, y jugamos a un juego bueno de verdad. Si quieres te puedes traer a tu novia.
Sarcástico: Te estás ablandando.
JAVI: A eso le llamo yo reconducir la situación a buen término.
A eso se le llama ser cobarde, a eso se le llama no ser capaz de afrontar la realidad.

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La nueva voz le devuelve a la realidad. Esa voz no pertenece al Microverso, no sabe de dónde ha salido. Se miente, sabe perfectamente de dónde ha salido. Forma parte de él y no se puede esconder de ella huyendo a otros mundos que existen en su interior.
- Cobarde - repite la voz.
- Sí, lo reconozco. Nunca lo he negado.
- Enhorabuena, eso lo hace aún peor.

Javier Albizu