Biografía fabuladora v2

Biografía fabuladora v2
Hola, me llamo Javier Albizu y soy un bárbaro, un filisteo, un maltratador del lenguaje.
Junto palabras de una manera anárquica en un intento de que adquieran coherencia. Las hacino unas sobre otras tratando que se conviertan en frases. Aspirando a que sus formas y sonidos logren despertar emociones en los demás.

Me gustaría decir que entre mis múltiples aficiones se encuentra la de la escritura, pero mentiría. No sólo no me gusta sino que es una de las actividades más frustrantes que acometo. Y este es un hecho contrastado. Algo que llevo practicando durante el tiempo y la frecuencia suficientes como para considerarlo una verdad innegable.
Pero siempre vuelvo. No importa durante cuánto tiempo lo deje, siempre termino regresando a la pantalla en blanco. Me sumerjo una y otra vez en esta espiral de agonía marcándome objetivos que sé imposibles de cumplir. Fracaso tras fracaso siempre regreso para arrojarme a esta sima masoquista porque es el mal menor. Porque, de no hacerlo, aquellas ideas e historias que sólo habitan en mi cabeza jamás serán contadas.

Porque entre mis múltiples aficiones sí que se encuentra la de fabular. Crear historias e inventar personajes. Juntar las piezas dispersas que aparecen por mi mente a la espera de lograr otorgarles coherencia. Ser capaz de convertirlas en narraciones que compartir con los demás. Lograr transformarlas en ideas que inspiren o despierten emociones de todo tipo. Pero soy un comunicador pésimo.
Si mis habilidades como escritor son limitadas, mi pericia como orador y mi capacidad para verbalizar estas ideas son simples quimeras.

Afirmar que odio escribir sería una hipérbole, pero no disfruto del proceso. Cada vez que estamos a solas mis ideas y el cursor parpadeante el comienzo es sencillo, pero la frustración no tarda abrirse camino. Volver la mirada atrás implica recriminaciones a mi yo de ayer. Una vez leído el texto, detesto la forma en la que he acometí la tarea. El resultado siempre es un fracaso, y eso es algo que sé desde antes de empezar a escribir.

Aún así, no todo aquí es una exposición gratuita de auto-odio. Porque quizás sea un mal escritor o un narrador mediocre, pero sí que me considero un argumentista competente. Quizás no sea capaz de contarlas como se merecen, pero considero que las historias son buenas.

Llevo escribiendo... cosas, de manera más o menos continuada desde que alcancé la mayoría de edad (un hecho desde el cual ha transcurrido ya mucho tiempo), pero mi faceta de fabulador llevaba ahí desde mucho antes. No pretendo ser ejemplo o referente de nada, pero es indudable que he recorrido un camino considerable desde que comencé.
Más allá de la inseguridad, más allá del síndrome de impostor, o del atacarme a mi mismo como mecanismo de defensa, es indudable que he avanzado desde mis comienzos. He mejorado a base de cometer errores.
Quizás mis referentes no sean los más ortodoxos o convencionales, nunca fui un buen estudiante o un lector ávido, pero no por ello mi mente ha dejado de estar expuesta a estímulos excepcionales. Puedo sentir rabia al contemplar lo que he plasmado, pero no me arrepiento o me avergüenzo de haberlo hecho. Puedo odiar el resultado, pero nunca odiaré haberlo escrito.

Este lugar no deja de ser una oda a mi fracaso y mi inseguridad, pero también es una muestra de mis progresos.
Comencé a escribir poco después de dejar de estudiar y esta siempre ha sido una losa que llevaré encima. Podría haber prestado más atención, podría haberme formado más, podría leer más, podría esforzarme más. Nuestras vidas está lleno de “podrías”, de “deberías”, de “serías”, de cosas que nunca sabremos, de decisiones que nunca tomamos, de personas que nunca seremos.

Somos quienes somos, la suma de las elecciones que hemos tomado y la consecuencia indirecta de las decisiones que han tomado otros.

Mi decisión es que mis errores sirvan para algo. Que aquellos que lleguen hasta aquí con unas dudas similares a las que me han asaltado a lo largo del camino sepan que no están solos. Ahorrarles, si está en mi mano, el cometer algunos de los errores que he cometido.

Mientras tanto seguiré escribiendo. No acerca de temas trascendentales, profundos o populares, sino acerca de aquello que logra que me enfrente una y otra vez a la frustración.
Seguiré contando mi historia de la mejor manera que sepa. Hablando acerca de quienes me han precedido e inspirado, de quienes me han ayudado a querer ser mejor en cualquier cosa que haga.

Bienvenido seas, si es que aún sigues por ahí.

Javier Albizu

Biografía fabuladora I: Héroes de metal y grafito

Biografía fabuladora I: Héroes de metal y grafito
No recuerdo cuándo fue la primera vez que escribí algo con la intención de contar una historia propia. La primera que recuerdo se remonta a los tiempos de la educación primaria, pero no sé si existió alguna previa.
En aquella ocasión fue un encargo. Un trabajo del colegio que hice tan mío que aún recuerdo con claridad lo que sentía mientras escribí. No recuerdo el enunciado del trabajo al igual que tampoco recuerdo la reacción del nadie ante el resultado. Era una historia de dos amigos obligados a enfrentarse en un circo romano.
Su extensión no llegaría a tener una página, pero el trasfondo de esos personajes ocupa mucho más. De vez en cuando vuelvo a ellos y me hago más preguntas sobre las razones que les llevaron hasta allí, pero eso ya es otra historia. Una que ya llegará en su momento, o que quizás no vuelva a retomar jamás.

Por ahora volvamos al principio. A los momentos previos a que, con doce años y estudiando en un colegio de curas, hiciese una historia en la que un cristiano acababa con la vida de su amigo.
Porque hubo muchos historias previas. Historias jamás escrita, pero vividas como pocas. Aquellas en las que pilotaba a un robot gigante.

Porque fui un niño de los setenta. Uno que no sentía especial afición por la lectura de todo aquello que no fuese acompañado de dibujos. Alguien para quien las musas llevaban mallas o misiles. Para quien se movían al mismo ritmo los personajes de la tele y los de los tebeos.

Mis primeras referentes, quienes resultaron ser mis musas en aquellos tiempos fueron Go Nagai y Jack Kirby.
Entonces no sabía ni necesitaba saber lo que eran las musas, el arte, la creatividad o el deseo de contar historias. Ante mis ojos no existían los autores, la trama o el medio, sólo sabía que todo aquello que se encontraba ante mi era emocionante. Algo de lo que quería ser partícipe. Unos impulsos y unos referentes que apenas han cambiado desde entonces.

Porque nunca he buscado la inspiración sino que esta siempre ha estado frente a mí. Ante mis ojos son tan relevantes los autores que acabo de mencionar como Shakespeare o Cervantes. Tengo claros los valores y el impacto histórico de cada uno de ellos, pero esto no les hace más atractivos a la hora de escoger que ver o leer.

También tengo claro que estoy siendo injusto. Que de haber sido adulto la primera vez que leí a estos creativos mis visión cambiaría radicalmente. Que tendría que leerlos con un interés y una mirada arqueológicas para poder comprender lo que significaron, pero eso no importa. Yo estaba ahí cuando Mazinger voló por primera vez. Yo estuve ahí cuando una bota gigante trataba de aplastar a La Cosa en su viaje a la Zona Negativa. Yo estaba ahí con ellos y con muchos otros.
También viajé junto con Hols, y luché contra Craneo Rojo en la luna. Estaba con los Vengadores cuando trataban de detener al Rojo Ronin, y con Ultraman o Flash Gordon, Grendizer o Groizer, con Bud Spencer o Yoko Tsuno.

Mis referentes son esos clásicos y mi manera de entender la épica, el humor o el heroísmo viene dictada por ellos. Mi camino siempre ha ido parejo al que ellos marcaron y el descubrir a los “otros clásicos”, a “los buenos” o “los serios” no ha cambiado este hecho.
Y esto no es algo que se limite al campo de lo literario o lo fílmico. Puedo reconocer el valor histórico de Tezuka o la ambición de Moore, pero no consiguen despertar mi interés de la misma manera. No quiero escribir como ellos ni busco cambiar el medio, lo que no implica que no me hayan enseñado nada.

Pero me estoy adelantando y esto sólo acaba de empezar. Apenas me has visto aprender a leer y ya pretendo empezar a romper el espacio y el tiempo.

Hay muchas preguntas cuya respuesta reside en aquellos tiempos que jamás seré capaz de responder, pero esas respuestas tampoco son especialmente relevantes. No sé cuál de estas influencias fue la responsable de encender la llama, pero estoy convencido de que todo empezó ahí.
Seguramente no sería una sola sino la suma de todas ellas, pero aquella llama tardaría aún muchos años en viajar desde mi cabeza hasta las manos.
Entonces ni tenía ni necesitaba preguntas sino que tenía todas las respuestas que necesitaba. Aún faltaba mucho para que diesen comienzo los proyectos, el deseo por compartir aquellas historias… y la frustración por no conseguirlo.
Las historias no necesitaban de estructura, continuidad o coherencia, los personajes no tenían trasfondo o personalidad. Aquellas no eran historias complejas y muchas veces su creación era algo compartido. Cuando el medio pasaba de ser mi mente la calle era el lienzo donde quedaban plasmadas.
Los barrios de Alsasua eran planetas lejanos o países con nombres inventados, los personajes eran intercambiables y sus diálogos dependían de quien los declamaba con absoluto convencimiento, la emoción y la destrucción de lo que nos rodeaba cesaba con la llegada de la hora de cena pero la historia continuaba en nuestras cabezas.

En ocasiones echo de menos aquello. Trato de buscar en mi interior a aquella persona pero hace mucho que desapareció. Que se fusionó con el resto de mis yoes pasados.
Cada vez que he tratado de recuperarlo para escribir alguna historia destinada a niños me veo incapaz de dar con él en el maremagnum de quien soy, y me apena no ser capaz de crear historias para que mis amigos cuenten a sus hijos. Siempre acabo haciendo algo más complejo, algo de lo que sentirme orgulloso, que pueda ser capaz de satisfacerme a mí. Un imposible.

Así como acepto que aquello que publico en la red no sea perfecto, el hacer algo destinado a un niño que no cumpla unos mínimos es algo que no me permito.

Pero estoy divagando y me adelantando una vez más.
Ese es un tema sobre el que hablar en otro momento y otro lugar.

Javier Albizu

Biografía fabuladora II: El saber, el lugar y el momento

Biografía fabuladora II: El saber, el lugar y el momento
Me encantaría decir que me gusta leer sin sentir que estoy mintiendo. Me encantaría que me gustase leer, pero mi relación con la palabra escrita siempre ha sido complicada.
El deseo de conocer y comprender está ahí y me mueve a hacer acopio de libros que sacien estas necesidades, sólo para que terminen formando parte de una pila de lecturas infinita. Me gusta saber y me gusta aprender, pero estudiar es un soberano coñazo. Aunque no sé si esto siempre fue así.

Mis recuerdos de los tiempos previos a llegar a Pamplona son difusos. Fogonazos poblados por gentes, lugares y acciones concretas, pero entre esos recuerdos apenas tengo memoria de los profesores o las clases.
La sensación general a ese respecto es la de tranquilidad. El aprobar las asignaturas sin esfuerzo. Más allá del momento en el que mi madre me dejó a solas con las monjas en pre-escolar, no recuerdo que, en aquellos tiempos, el colegio fuese algo traumático. Tampoco lo recuerdo como una actividad agradable, sino como un mero lugar de tránsito que no me marcó especialmente. Todo eso cambió tras mudarnos a la capital, pero eso será tratado más adelante.

En ocasiones bromeo diciendo que mis padres cometieron un error de cálculo a la hora de llevarme al colegio. Me obligaron a aprender a leer, me forzaron a interactuar con otros y dejaron de ser el único sustento para mi curiosidad. A partir de aquel momento mis padres comentaron a ser un elemento prescindibles para el ocio. Ya no me hacían falta para comprender las historias que se ocultaban entre las palabras.

Pero aquí hemos venido a hablar de influencias y acerca del camino recorrido. En aquellos primeros años mis musas fueron la televisión y los tebeos, las dos grandes “Ts”. Escribir no era algo que se me pasase por la cabeza, pero esto no implica que en su interior no se desarrollasen cientos de historias.
No importaba el origen, el formato o la edad No importaba la autoría, la nacionalidad o el medio, todo aportaba. A día de hoy, si bien sería capaz de listar la manera en la que me impactó cada obra, no sería capaz de determinar la secuencia concreta en la que tuve acceso a cada una de ellas.
Aunque muy probablemente estuviese ahí, no soy consciente de la existencia de una biblioteca en Alsasua durante aquellos días, pero tampoco la eché falta. Allá donde miraba todo era susceptible de ser asimilado. Desde los tebeos historietas anteriores a mi existencia, hasta las películas de chinos que nos llegaban desde Pamplona todo sumaba.
Haciendo memoria me sorprende la diversidad de lo que recuerdo. A excepción de tebeo japonés, el material a mi alcance pertenecía a todas las grandes escuelas clásicas. Una diversidad que ha tardado mucho en volver a estar accesible, y que ahora ya no se encuentra al alcance económico de todos.

Recuerdo ir al pueblo de mi padre y recorrer todos los armarios de la casa en busca de lectura. Superar momentáneamente mi miedo a la oscuridad y subir hasta la buhardilla a la caza de nuevo material cuando ya había terminado por vigésima vez lo que tenía entre manos. Al principio casi todo eran tebeos heredados de mi padre y mis tíos. Material de todos los tamaños y colores. Desde los cuadernillos de Hazañas bélicas, El Aguilucho o el Guerrero del Antifaz hasta revistas humorísticas como el TBO, Jaimito, Pulgarcito, Pumby y, por supuesto, la escuela Bruguera.
Recuerdo discusiones absurdas son mis hermanos acerca de qué tebeo era “mejor” de acuerdo a… ningún criterio claro u objetivo que, con el paso del tiempo, han resultado tener una base. Como en todo lo relacionado con tan tierna edad, había que tomar bando. Mientras que mis hermanos optaban por Zipi y Zape o Carpanta, yo era un acérrimo defensor de Mortadelo y Filemón o Rompetechos. No sabíamos nada de autores pero ya entonces, sin ser conscientes de ello, éramos capaces de distinguir entre Escobar e Ibañez.

Pero el de la autoría sólo era uno de los muchos misterios aún por desentrañar. Los tebeos ocupaban un espacio físico en nuestros cuartos y salones, y un lugar especial en mis sinapsis, pero no dejaban de ser entidades cuasi mágicas.
Mis padres podían ser prescindibles para su disfrute, pero sólo ellos conocían su lugar de procedencia. De vez en cuando aparecían con algún nuevo ejemplar o con algún estuche de VHS con una portada que anticipaba acción y emoción a raudales. El mundo seguía siendo un lugar lleno de magia donde, en la lejanía, existían tipos vestidos con atuendos coloridos haciendo el bien. Gente con ideales tan férreos como su determinación y sus músculos.
Los personajes de Bruguera podían ser graciosos, pero los súper héroes eran algo más. No se lanzaban bombas entre ellos o se perseguían con martillos gigantes. Ya entonces la tensión y el sufrimiento me resultaban emociones más interesantes que la risa y, al igual que en el caso de los autores españoles, sin ser consciente de ello ya entonces era capaz de discriminar entre la manera en la que cada editorial afrontaba la creación de sus historias.

Porque no eran lo mismo las historietas de ciencia ficción de los cincuenta que un tebeo de Marvel. No era lo mismo el Superman que publicaba Novaro que los tebeos de la Fleetway. La escuela franco belga no tenía nada que ver con las tiras de prensa americanas de principios de siglo.
Kelly o Zarpa de Acero eran muy distintos de Batman, de la misma manera que Spirou no tenía nada que ver con Flash Gordon o el Hombre enmascarado.
Quizás las portadas de López Espí tratasen de ofuscar aquella verdad pero, aún sin ser consciente del por que, sabía que cada historia era diferente.

Javier Albizu

Biografía rolera XXI: Ceros, y unos, ruido e información

Biografía rolera XXI: Ceros, y unos, ruido e información
Antes de la fibra, antes del ADSL, antes de las tarifas planas o las conexiones gratuitas, existió la conectividad a través de las llamadas interprovinciales.

Para el momento al que llegaron hasta mi vida ya llevaban mucho tiempo ahí pero, aun así, no recuerdo cuándo fui consciente de la existencia del mismo concepto de "la red". Porque, por lo que a mi respectaba, lo que se mostraba en obras como Juegos de Guerra1 siempre había sido indistinguible de la ciencia ficción de Asimov. Existían como palabras complejas, como acrónimos indescifrables, como quimeras de la imaginación. Habían estado ahí desde antes de mi nacimiento, pero nuestros caminos no se habían cruzado de manera explícita.

Como de costumbre, mi primer contacto directo con esta parte de la tecnología vino por parte de los universitarios. Para el año en el que estamos, el noventa y cuatro, alguno de los integrantes del Club ya llevaban un tiempo utilizando como parte de su argot palabras como "modem", "BBS" o “conexiones Winsock”2, pero las implicaciones de todo aquello se me escapaban.

Fueron el azar y el trabajo quienes quisieron que una gran parte de los factores que he ido describiendo hasta el momento confluyeran en una conexión telefónica. Tras una actualización del software de gestión que usábamos en la tienda, el proveedor nos hizo comprar un modem externo. De aquella manera podían instalarnos los parches que corrigiesen los problemas de su producto de una forma mucho más ágil… y ellos se ahorraban el desplazamiento.

Yo no fui consciente de aquello hasta un domingo de partida. Hasta que uno de los universitarios vio aquel aparato y se puso a hacer su magia. La primera vez que vi una conexión en funcionamiento fue allí y, en aquel momento... nada cambió.

Los datos de conexión que utilizó para aquella configuración eran los suyos, por lo que no podíamos estar conectados bajo el riesgo de tirar su conexión.

No fue hasta una conversación en alguna de las jornadas roleras que supe de otra utilidad para aquello. Que supe de las listas de correos roleras3.
A partir de aquel momento todo comenzó a moverse muy deprisa. Las piezas se movían sin necesidad de mi participación. En la tienda se contrató una conexión con ReadySoft, uno de los pocos operadores que tenía nodos locales en Pamplona. Después llegó Infovía, mi primera cuenta de correo en GeoCities y, de premio, mi primer espacio web4.

Gracias a la colaboración de mis hermanos y la exigua paga de la PSS pude comprarme un ordenador para mi. Un ordenador en el que me dediqué a pasar a binario lo que tenía en papel. En el que aprendí a utilizar la herramientas5 que me permitirían crear una web paupérrima y subirla desde el trabajo viendo cómo los bits salían en ordenada sucesión desde mi ordenador hasta llegar a los servidores donde estarían disponibles para todo el mundo.

Todo salió de acuerdo a un plan que no había elaborado.

Las listas de correo terminaron siendo un lugar demasiado bullicioso para mi. Demasiado dogmatismo, demasiada lucha de egos, demasiada gente deseosa por ser el centro de atención y sentar cátedra. Se convertía en un lugar en el que era imposible tener una conversación sosegada y con un mínimo de profundidad. Aun así, esto no impidió que en ellas lograse encontrar a gente con la que aún mantengo el contacto. Gente con la que comencé a cartearme virtualmente en privado cuando jamás en mi vida había escrito o enviado una carta física.

El correo electrónico, al igual que después harían la web 2.0 y los blogs me permitieron ser otra persona más parecida a quien me habría gustado ser, me permitieron descubrir mi propia curiosidad, marcar los tiempos de mi aprendizaje. Me dieron la oportunidad de ser alguien que no había podido o no me había permitido ser hasta aquel momento.

Comencé a guardar y estructurar la información de una manera casi compulsiva. A preocuparme por la preservación de las obras de mis amigos más que ellos mismos, por más que algunos de ellos se puedan llegar a avergonzar de ellas o me haya llegado a prohibir el republicarlas.

Gracias a esto se ha conservado el SLV6 el juego de rol de ciencia ficción que comenzó a crear mi amigo Dani, alguien a quien no he llegado a conocer en persona ya que vive en el otro extremo de España.
Recorrí los FTPs de todo el mundo buscando material de Tekumel, Talislanta o Jorune en los tiempos de sequía sin saber cuánto tiempo permanecerían en aquellos lugares, transcribí conversaciones de correos para convertirlas en trasfondo y me ofrecía a traducir material de aquellos juegos.

Tiempos interesantes, que decía aquel. De incertidumbre, descubrimiento y emoción. Tiempos que, por más que afortunadamente ya no sean necesarios, no puedo evitar el echarlos un poco de menos.

Enlaces:

1. Juegos de guerra

2. El argot
- Bulletin board system
- Winsock

3. La Esencia del rol

4. Surcando la red
- Infovía
- Geocities
- Daegon v2, archive.org no llega tan atrás

5. Las herramientas
- Hot Dog
- Page Mill
- Eudora
- WS Ftp
- Total Commander
- Paint Shop

6. - SLV

Javier Albizu