Cuando se trata de explicar esta afición a los curiosos, se suele hacer referencia a que se trata de una actividad que, de una u otra manera, todos la hemos practicado durante nuestra infancia. Así, cuando se dan estas explicaciones iniciales, se tira del imaginario colectivo y con frecuencia se hace mención a cuando, de niños, jugábamos a ser vaqueros e indios, policías y ladrones o piratas.
Bien, por más que no se encuentre en mi ánimo el negar tal verdad, he de decir que durante mi infancia no recuerdo haber asaltado ningún barco, disparado a un indio, o atrapado a un ladrón.
No sé si estas afirmaciones vienen heredadas de nuestros padres y la ficción que se encontraba a su disposición, si se trataba de prácticas habituales en las capitales de provincia, o que ni yo ni mis amigos estábamos expuestos a aquellas influencias, pero yo nunca participé en ese tipo de juegos.
Por supuesto, hubo ficción durante mi infancia, pero mis primeros referentes venían de oriente y no de occidente. Ya proviniesen estas de la tele1 o del vídeo club2, mi imaginario y mi tiempo de ocio estaba más centrado en el espacio o el folclore de distintas culturas asiáticas que en señores con sombreros, ya fuesen estos fedoras o de alas más anchas.
Esta no era la única ficción que consumía. Más adelante, según fui ganando pericia en la lectura los tebeos y la influencia procedente tanto del otro lado del océano, como de la zona franco belga del otro extremo de los Pirineos o de la pérfida Albión también pasaron a ocupar gran parte de mi tiempo de asueto, pero nunca llegué a desarrollar junto a mis amigos actividades que recreasen lo que leía.
Sí que recuerdo jugar en las calles de Alsasua a ser un piloto de súper robot o un monstruo que luchaba contra él, un astronauta o un artista marcial capaz de alcanzar las cumbres más altas de un solo salto, pero no recuerdo crear historias a partir de aquello.
Lo más similar a un juego de rol que puedo recordar de aquellos años ni siquiera tenía lugar en casa, sino en el pueblo de mi padre. Allí, durante los veranos, entre los muchos juegos físicos que tenían lugar en sus calles había uno que se practicaba sin necesidad de moverse del lugar.
Sentadas varias personas a lo largo de un banco, alguien iniciaba una historia, y este comienzo era transmitido al oído a la persona que se encontraba a su izquierda. Aquella persona, a su vez, continuaba la historia y se la transmitía al oído de quien tenía a su lado, pero sólo transmitía su añadido desprovisto del la parte de quien le había precedido.
Una vez que cada uno había finalizado con su participación, cada uno de los integrantes del grupo procedían a exponer en voz alta y de manera secuencial su aporte dentro de aquella creación, dando como resultado obras de los más surrealistas.
Tras llegar a Pamplona, nuevas influencias continuaron alimentando mi imaginario, moldeando a su vez mis inquietudes. Recuerdo perfectamente cuando vi por primera vez en el cine El Señor de los anillos de Ralph Bakshi3, lo que ya no tengo tan claro es cuántas veces volví a verla tras alquilarla una y otra vez en el vídeo club.
Me impactó tanto que, cuando apareció en el catálogo de Círculo de lectores, les pedí a mis padres que lo comprasen, en el que a buen seguro fue el primer pedido de texto sin viñetas que les solicité. Entonces no fue capaz de leerlo, y cuando años después logré terminar aquella labor, me pareció que le sobraban muchas páginas, pero aquello no hizo que mi amor por la fantasía o por la película original disminuyesen.
Con el paso del tiempo la lectura de tebeos fue ganando peso dentro de mi tiempo libre, dejando a la televisión en un plano más secundario. Aun así, aquello no impidió que alguna de las emisiones animadas de los fines de semana se ganasen mi afecto4 y resultasen centrales en mi evolución posterior. Tanto es así que resultaron mucho más relevantes en mi proceso formativo que los conocimientos adquiridos durante la estancia en el colegio.
Porque mi paso por la EGB no fue un camino de rosas, sino una escalada de suspensos. No era ni un empollón ni un malote. Demasiado tímido y callado para ser popular, demasiado grande para ser el pardillo o el receptáculo de bromas pesadas. Sólo fui alguien que no tuvo otra opción que la de asistir a una serie de clases que no lograron dejar especial huella en él. Alguien que desarrolló un terror paralizante a la hora de presentarse a un examen, y que sentía un pánico justificado ante la llegada de las notas.
Un niño que seguía leyendo tebeos, cuando la gran mayoría de sus compañeros eran demasiado niños como para admitir que los tebeos eran algo que les gustaba. Alguien que no se iba a fumar debajo del puente, o a beber a escondidas para hacerse el mayor. Alguien a quien no le importaba demasiado lo que pensaran los demás de él. Alguien que, de poder identificarse con alguno de los personajes que leía, lo habría hecho con “La Masa” en su deseo de que le dejasen tranquilo. Un deseo este que, en mayor o menor medida había conseguido, aunque no por ello dejaba de sentirse raro y solo.
El orden de los sucesos que siguió es algo difuso, ya que no tengo claro qué llegó en cada momento o cuál de mis aficiones resultó la desencadenante de la búsqueda posterior. Para este fin sólo tengo las fechas de publicación de los libros que fue comprando, pero desconozco si el orden en el que los fui comprando corresponde con el momento en el que aparecieron en las tiendas.
Así pues, no sé si fue la serie de dibujos de Dragones y Mazmorras quien dio el pistoletazo de salida, si fue algún anuncio aparecido en algún tebeo, o si este paso vino dado por la recomendación de algún compañero de clase, pero comencé a comprar libros. Después de la experiencia previa con El señor de los anillos, y teniendo muy presentes las limitaciones que parecían indicar mi progresión en los estudios, los primeros fueron textos que adquirí no venían en volúmenes demasiado gruesos, pero aquello fue algo que cambiaría con el paso del tiempo. Lo que sí que era claro era el rango temático que abarcaban.
Obviamente, por más que comprase libros relacionados en cierta medida con los juegos de rol, aquellas decisiones fueron totalmente fortuitas porque, ¿qué podía saber un chaval con aquellas características sobre lo que era el rol?
Por más que las pistas necesarias para comprenderlo ya se encontraban presentes y diseminadas a lo largo de su breve experiencia vital, más bien poco.
Dalmau había sacado ya la caja básica de Dungeons and Dragon5 y sus anuncios habían aparecido por los tebeos6 que Cómics Forum había publicado como explotación de la serie de televisión, pero nadie (y por nadie me refiero a mi) se había preguntado si aquella serie venía derivada de algún otro tipo de producto.
Tom Hanks ya había participado en aquella aberración panfletaria llamada Mazes and Monsters7, aunque, por aquel entonces no era lo suficientemente conocido, ni la afición lo suficientemente denostada por estos lugares, como para que le diéramos mayor importancia.
Sí, en ET el hermano mayor de Eliot y sus amigotes salían jugando a rol pero, sin conocimiento previo del asunto, de aquella escena tampoco se podía una idea concreta acerca de qué estaban haciendo.
Aunque no todas las pistas habían pasado desapercibidas. Quizás no fuese capaz de componer el puzzle completo en mi cabeza, pero sabía que ante mi habían pasado las piezas de algo mayor.
Por un lado, uno de los capítulos del Gran héroe americano había despertado mi interés8. En él se mostraba de una manera un tanto… particular, qué era un juego de rol. Visto en retrospectiva, no parece que los guionistas del capítulo tuviesen muy claro en qué consistía aquello, mezclando una especie de Gimkana, con libros de pistas y juegos de ordenador, pero sí que lograron llamar mi atención.
Por otro lado, tenía la saga Ultima de Richard Garriot9. El poder evocador de sus portadas era con mucho superior a cualquier otra cosa que me hubiese encontrado con anterioridad. Supongo que el hecho de haber tenido acceso a ellas de manera exclusiva a través de las revistas de ordenadores inglesas hicieron que el halo de misterio que las rodeaba ante mis ojos las convirtiese en un icono que aún perdura en mi imaginario.
Para terminar, tenía los libro juegos. Esos volúmenes no demasiado extensos de los que hablaba hace un momento. Las colecciones de Elige tu propia aventura, La máquina del tiempo, Lucha Ficción y, por supuesto, Dragones y Mazmorras.
Irónicamente, aquellos libros que se leían con tanta facilidad no sirvieron para que quisiese profundizar más en su origen. Siempre me dejaban con una sensación de frustración aún mayor que que no había podido terminar. Al ofrecerme una serie de elecciones que no se correspondían con ninguna de las que yo habría tomado, me prometían una libertad que no eran capaces de darme.
Tuvo que ser un agente externo quien lo iniciase todo de manera indirecta.
Porque todo comenzó con un amigo de mi hermano pequeño10. Un chaval que aparecía de vez en cuando por mi casa y que, con la excusa de ordenadme los tebeos, los devoraba con una pasión casi mayor que la mía.
El primer acercamiento no fue algo sencillo. Éramos demasiado diferentes, él era locuacidad y yo estoicismo, leía, procesaba y exteriorizaba la información a una velocidad que yo me veía incapaz de seguir.
Un día indeterminado del año ochenta y ocho mi hermano me preguntó si sabía qué era un juego de rol, algo a lo que mi respuesta fue no. Había leído aquella palabra en distintos sitios, pero nunca había investigado acerca de su significado.
Le habían invitado a jugar a aquello y, desconozco porqué razón, asumió que aquello podía interesarme. Así pues, a aquella pregunta le siguió otra, me preguntó si me apetecería ir a mi también.
No recuerdo con certeza cuales fueron mis sensaciones en aquel momento. A la persona que recuerdo de aquellos días no le gustaba conocer a gente nueva, así pues, la respuesta lógica por su parte habría sido un segundo no, pero mi respuesta no fue una negativa. Quizás fue porque aquello iba a tener lugar en mi casa, no lo sé, pero aquella fue una decisión que cambiaría mi vida a mejor.
Así que allí nos encontramos todos. Una suerte de chavales algo más jóvenes, aunque más listos, despiertos y curiosos que yo, junto a alguien con mi escasa sociabilidad y bagaje cultural.
No me sentía cómodo, y no sabía muy bien qué pintaba en aquel lugar. No sabía durante cuánto tiempo permanecería en aquel lugar, escuchando una serie de instrucciones que no era capaz de asimilar, pero no me fui.
Y ahí comenzó todo.
Enlaces:
1. La tele
- Waldo Kitty
- Mazinger Z
- La batalla de los planetas
2. El vídeo club
- Grendizer
- Groizer X (o Máxinger X)
- >Getter Robo
- Gran Mazinger
- Devilman
- Conan, el niño del futuro
- Höls Prince of the sun
- Taro el niño dragón
- Tarzerix
- Alas doradas
- Captain Future
- Ultraman
- Las amazonas contra los supermanes
3. El señor de los anillos de 1978
4. Los nuevos referentes
- Ulises 31
- Dragones y Mazmorras
5. La caja roja
6. Los tebeos basados en la serie
7. Mazes and monsters
8. The Greatest American Hero - Wizards And Warlocks
9. Ultima I, Nostalgiato andante
10. El Alfa y el Omega
Una vez leí en un número de
Una vez leí en un número de la revista Líder que para poder escribir un juego de rol había que saber DE TODO. Y no le faltaba razón. Gracias a esta afición he terminado estudiando historia, física, sociología y todo tipo de saberes, solo por comprender mejor cómo funciona el mundo y poder simularlo en la partida. Luego descubres que no es necesario simular cómo funciona el mundo, sino cómo funcionan las historias, pero bueno, un poco de verosimilitud es apropiada para ciertos tipos de narración.
Yo he pasado por muchos períodos en los que he jugado o dirigido menos pero creo que nunca lo he llegado a dejar del todo nunca. Quizá hubo algunos años en los que jugué poco o nada, pero nunca consideré que hubiera dejado la afición. En palabras de Alejo Cuervo: "Los roleros son como los Vengadores; una vez rolero, siempre rolero".
Yo también comencé a finales de los ochenta, aunque en mi caso paré un poco a finales de los 90 y volví a cogerlo con fuerza desde mediados de los 2000. Y desde entonces, creo que ya no lo he dejado nunca.
Tengo muchas ganas de ver cómo fue tu historia. Vamos allá.
Al final, o al menos en mi
Al final, o al menos en mi caso, la creación de un universo de ficción se termina por convertir en un prisma a través del que miras el mundo.
Con cada dato que descubres acerca de "la realidad" te preguntas; ¿cómo encajaría esto en el mío? ¿tiene cabida en él?
Quizás ya no juegue a rol, pero me sigo considerando un rolero, así que Alejo no le faltaba razón.
El tema de jugar... es complicado.
Recuerdo la sensación de estar esperando a que llegase el fin de semana para seguir con las campañas, pero esa sensación ha desaparecido. Supongo que es por eso que el compromiso que implica estar metido en una o varias campañas se me hace ahora excesivo.
Por otro lado, y como ya digo por ahí arriba, sigo teniendo curiosidad por saber cómo sería la gente en una mesa de juego. Aunque, claro, mucho me temo que esta no deja de ser una afirmación un tanto sesgada. Lo que realmente me produce curiosidad es el saber cómo serían como jugadores o directores de Daegon pero, al mismo tiempo, mi complejo de pelma me lleva a no insistir en mis ofrecimientos (a lo que habría que sumar que llevo tanto tiempo sin dirigir que me da miedo el decepcionarles en caso de que acepten).
Por último, tal y como me temía, me duelen los ojos sólo de leer este texto. Por suerte aún queda tiempo hasta que me plantee el reescribirlo.
Con respecto al cómo sería la
Con respecto al cómo sería la gente en la mesa de juego... tengo una anécdota. Durante muchos años jugué una partida de rol por foro con un grupo de gente. Pasados los años dejé de jugar dicha partida, pero quedé en persona con dos de estos compañeros para tomar una caña (en la era pre-covid). Y aunque hacía años que no hablábamos, era como si nos hubiéramos despedido el día siguiente. Uno de ellos me comentó que es que jugando al rol llegas a conocer muy bien a la gente, sobre todo si compartís partida durante mucho tiempo. La conoces de un modo mucho mayor que quedando para tomar copas, hacer deporte o casi cualquier actividad ;).
Todos los amigos "de infancia
Todos los amigos "de infancia" que conservo son los que he conocí una vez que comencé a jugar a rol. Las relaciones que establecí mientras estudiaba terminaron por devanecerse una vez que ese nexo común se rompió.
Hay amigos que siguen aquí a los que veo de ciento a viento (cumpleaños y similares) con lo que sucede algo parecido a lo que comentas. Una cosa es que ya no juegue con ellos, otra que todo lo que hemos compartido haya desaparecido (aunque la relación sí que ha sufrido cambios).
A lo largo de las campañas, según vas conociendo a sus personajes, también conoces a quienes los manejan.
Eso es lo que siempre me ha gustado más del rol. El crear las relaciones a diferentes niveles (y la razón por la que ya no me llaman las aventuras individuales o el dedicarme a probar juegos nuevos)
Eso sí, la gente con la que conservo una relación más cercana es aquella con la que también compartía otras aficiones (ya fuese el primer contacto con ellos en persona, a través de alguna lista de correo o las redes sociales).
Por desgracia, una gran parte de ellos es gente a la que veo más de ciento a viento. Colegas que se han mudado a (o son de) Barcelona o Madrid por trabajo, pero con los que la reconexión es automática en cuanto nos vemos, con la que intercambio mensajes con mayor frecuencia, y con la que hago planes de vacaciones.