Biografía computeril

Biografía computeril
Hola, sí, sigo siendo yo, Javier Albizu. Si no has leído las otras dos... no sé muy bien como has llegado hasta aquí, pero bueno, siéntate y prepárate para la paliza electrónico/lúdico/nostálgica.

Iré directamente al grano: Me encantan los ordenadores antiguos. Llámame raro, pero ninguno de los juegos que hay a día de hoy con sus personajes ultra realistas, sus inteligencias artificiales y sus paisajes formados con miles de millones de polígonos me dicen nada.
Dame un ordenador o consola de los ochenta y me harás feliz.
Será la añoranza, el recuerdo de los momentos pasados con aquellas máquinas o lo que sea.
¿Soy objetivo?
¡Por Crom!, ¡No!
¿Que falta hace? Estamos hablando de reacciones emotivas y viscerales, señora. No me pida lógica.
Así pues, si eres como yo, adelante, agarra el mando y nostalgia un rato conmigo.

Javier Albizu

Biografía computeril: 8 bits I (Yo 0)

Biografía computeril: 8 bits I (Yo 0)
Advertencia: Algunos de los hechos aquí narrados, ya lo fueron narrados antaño cuando me dedique a hablar sobre las distintas etapas de mi crecimiento, maduración y fermentación.
De cualquier manera, en esta ocasión me centrare tan sólo en los aspectos de mi crecimiento como ente apegado a los bytes y el mundo eléctrico-binario, tratando de alejar de estos textos toda emoción ajena a la que en mi provocaron, provocan y provocarán los entes derivados del silicio.
Una vez dicho esto, vamos al tajo.

Hasta donde me alcanza la memoria, siempre me han gustado las máquinas.
De crío, en Alsasua, era un asiduo del salón recreativo, y me encantaba visitar el almacén de recreativas que tenía el tío de mi amigo Rafita.
La primero maquina infernal que invadió mi casa (en aquella lejana época) fue una consola Atari de esas de los mandos con ruedita, y los juegos hechos con dos barras blancas y un píxel a modo de pelotita. De todas formas, aunque sí que recuerdo el juego, no recuerdo la forma exacta de la consola (lo de que era Atari también lo estoy suponiendo)
Pero aquellos eran otros tiempos, y entre mis hermanos y yo tampoco le dimos demasiado tute a aquel engendro del averno.
Ya en Pamplona, mi relación con la electrónica lúdica se limitó durante un tiempo a visitar los bares, cafeterías, heladerías y demás establecimientos del barrio que dispusieran de una recreativa. La verdad es que, aún a día de hoy, mi relación con el entorno urbano tiende a estar filtrado por la capacidad que tienen los locales para captar mi atención. Los nombres de las calles no se me suelen quedar, pero si logro asociar algún establecimiento que tenga relevancia para mí con los nombres que da el resto del mundo a las calles, plazas o avenidas, seré capaz de llegar hasta los lugares.
Así que, durante mis primeros años en Pamplona, los locales alcoholizantes carecían de nombres. Para mí eran “el del Terra Cresta”, "la del Green Beret" o "el del Commando".

El primero ordenador, merecedor de tal nombre, que visitó mi casa, fue un Commodore 64. Digo visitó porque me parece que no duró más de dos días en ella.
Recuerdo bastante bien aquellas navidades.
Como de costumbre había suspendido bastantes asignaturas. Como de costumbre, iba a tocar bronca en casa. Así que decidí retrasar la bronca, y oculte las notas en un lugar en el que confiaba que no mirase nadie: La funda de una guitarra española que había en mi habitación (la guitarra también estaba dentro, así las notas no se sentirían tan solas) Mentí y me sentí tremendamente culpable (para que voy a querer que me abronquen o castiguen, cuando para eso ya me basto yo solito)
Tras aquella primeriza muestra de ingenio para el mal, fui recompensado (junto a mis hermanos) con la máquina antes mencionada.
Durante un par de horas toda la familia nos dedicamos alternar nuestras miradas entre sus teclas, y el mensaje que aparecía en la tele.
No teníamos ni idea de que hacer. A alguno creo que se le ocurrió mirar el manual de instrucciones, a ver si en aquel texto arcano aparecía algún encantamiento que alterase el estado de la pantalla. Pero nada, aquellas páginas estaban encriptadas en algún código bizarro y meta-intelectual que éramos incapaces de descifrar. Así que terminamos de apagar aquel misterioso y místico artefacto y nuestras vidas (y mi sentimiento de culpa) continuaron con su monótono devenir.

Más ¡NO! Mi padre no se iba a dejar vencer por esa máquina… así que la cambió para tratar de no ser vencido por otra, así a los pocos días teníamos en casa un flamante Spectrum 48k. Era más pequeñito, más negro, y menos que el Commodore en todos los sentidos, pero daba igual, para nosotros era otra creación del maligno. Otro engendro de Belcebú que se negaba a ser doblegado por nuestras rectas y justas ganas de ladear.

Javier Albizu

¿¿¿¿Tuviste un Commodore 64 y lo cambiaste por un Spectrum??? Dios mío, nada es sagrado... menos mal que luego volviste por la senda correcta.

Un abrazo y felices fiestas.

Javier Albizu

Hace 16 años 3 meses

Era joven... necesitaba el dinero...
Pues espera, que aun queda otra jugada maestra similar.

Biografía computeril: 8 bits II (Yo 1)

Biografía computeril: 8 bits II (Yo 1)
Ayer (es un decir) lo dejamos en el momento en el que el primer Spectrum llegó a nuestra casa.
¿Primer Spectrum?
Efectivamente, después de ese, llegaría otro (y por después entiéndase uno o dos días).
Allí estábamos nosotros. De nuevo en familia, de nuevo alrededor de una máquina infernal. La escena que habíamos vivido días atrás se repetía de nuevo. El hombre contra la maquina, una lucha desigual. De haber tenido ojos, seguro que el Spectrum nos habría lanzado una mirada desafiante; "Échame todo lo que tengas" era el mensaje que se podía leer entre bits.
De algún manual esotérico surgieron las palabras para la invocación (load"") más nos faltaban los ingredientes para que el sortilegio fuese efectivo (el cassette estaba ahí al lado, pero no estaba conectado. No había cinta en su interior. No hubo amago de darle al Play)
Embobados, continuamos mirando la pantalla. No había movimiento alguno. La magia de la informática se nos demostraba tan falsa como la de los ilusionistas de feria. No había imágenes. El único sonido que escuchábamos era el de nuestra propia respiración.
¿Habríamos ofendido a los dioses de la ciencia?
¿Serían nuestras ansias lúdicas algo pecaminoso?
Poseídos por el espíritu de nuestros ancestros, nos negamos a aceptar aquel castigo que considerábamos injustos, y nos revelamos contra los designios divinos.
Pero nuestra negativa a aceptar el cruel hado nos granjeo la ira de las deidades de la electrónica, y su avatar pereció ante nuestros atónitos e impíos ojos.
Resumiendo: Aquello no tiraba (obvio, cuando haces las cosas mal) así que nos dedicamos a pulsar todas las teclas a la vez y la pantalla se llenó de colorines. Después de eso, la maquina no volvió a funcionar.
Round One: Spectrum Wins

Cualquiera se habría desanimado tras dos fracasos tan rotundos, pero mi padre no. Volvió a la tienda, y apareció de nuevo en casa con otro Spectrum.
No recuerdo como lo logramos pero, la cosa es que, en esta tercera colisión tecnología – nosotros (segunda contra el Spectrum, tercera en el cómputo global) terminamos saliendo indemnes y triunfantes. A partir de aquel momento, ya sólo quedaba jugar.

No trataré de engañaros. Es cierto, lo reconozco. Nunca vi, miré o concebí el ordenador como una herramienta de trabajo. Es más, mi mente se negaba a ver toda posibilidad ajena a su función lúdica. Ojeando estos últimos años las revistas antiguas, me he dado cuenta por primera vez de la existencia de anuncios en las que se ofrecían programas profesionales para aquellas plataformas.

La excusa de siempre para en aquellos tiempos (al igual que, en gran medida, ahora) para pillar algún horror tecnológico era, por supuesto, estudiar. La realidad, triste para los padres, feliz para los hijos, era que se trataba de un cachivache para dedicar el tiempo a cualquier otra cosa, salvo eso.
El mercado del pirateo no estaba tan desarrollado (o quizás debería decir "profesionalizado"), pero estando al precio al que estaban los juegos, siempre te las apañabas para que alguien te copiase las cintas, o alquilar juegos en video clubs o tiendas de juegos y copiarlos tu mismo.
En Pamplona, que yo llegase a conocer, había dos lugares en los que se podían alquilar juegos: Supermercado del cassette y Ramar. Estos lugares llegaría a conocerlos con posterioridad a la posesión del Spectrum, ya su estancia entre nosotros tampoco se extendió durante mucho tiempo. No, esta vez no nos lo cargamos, sino que, en otra de esas jugadas maestras que pasarán a la historia de las ideas brillantes, lo cambiamos por un MSX.
No me miréis así. Era un ordenador más grande tenía que ser mejor.

Javier Albizu

Biografía computeril: 8 bits III (Cuestión de tamaños)

Biografía computeril: 8 bits III (Cuestión de tamaños)
En casa estaba el nuevo y flamante MXS (Toshiba, para más datos) y en la tienda había un Apple II con sus dos unidades de 5 y cuarto y su monitor de fósforo naranja (que, por lo que sabía había costado una cantidad astronómica, más aún teniendo en cuenta las fechas de las que os estoy hablando)
La cosa es que, vale, el MSX era más grande y más bonito que el Spectrum, y el Apple era más grande y bonito (al menos espectacular o peliculero) que el MSX. Pero la cosa es que estaba complicado encontrar juegos para aquella máquina (para el MSX, porque para el Apple nunca me plantee la posibilidad de que existieran juegos)
Por supuesto, yo defendía mí (bueno, nuestro, que era de mis hermanos y mío) artefacto. Al fin y al cabo era nuestro (y era más grande que el de "los otros")
Con toda probabilidad, el MSX era una máquina mejor (por mejor entiéndase más potente) que el cachado ideado por Sir Ives Sinclair. Quizás fuese mejor que el CPC. Pero la cosa es que los juegos que hacían para ella eran escasos, caros y difíciles de encontrar (al menos en Pamplona)
Los juegos buenos eran los de Konami, pero estaban en cartucho y costaban un ojo de la cara y unas cuantas dioptrías en otro.
Apenas había conversiones de recreativas, y las que se hacían (y llegaban hasta aquí), eran bastante malas. Tan solo los programadores españoles parecían acordarse de aquella maquina, y hacían ports de casi todos sus juegos para ella.
Recuerdo los dos primeros juegos que alquilé para él. Fue en el supermecado del cassette y se trató de: Avenger y Jet Set Willy II.
Avenger recuerdo que lo pille sin dudarlo nada más ver la portada (salían un ninja y un tigre, ¿Que más se podía pedir?) El Willyc pues el Willy me lo pille porque no había mucho más entre lo que elegir, pero desde luego no fue por la portada (que si bien ahora me puede hacer gracia, en aquel entonces me parecio poco "impactante")
Recordando, recordando, aquello debió ser en el ochenta y seis / ochenta y siete. Pero mira tu por donde que podía haber sacado mirando la fecha en las que se publicaron los juegos, pero que ha sido por otra razón.
He recordado que fuimos a Andorra aquel invierno, y que mientras regresábamos, yo escuchaba en el walkman el Nikita, de Elton John, y que también me habían comprado el Back Rogers para el MSX (de ahí mi deducción de que aún, o ya tenía esa máquina).
Mirando en allmusic.com, he visto que pertenecía a su disco Ice on fire, que es del ochenta y cinco, pero también he visto que el Avenger es del ochenta y seis, así que no, obviamente no podía haberme hecho con él antes de ese año.
Veintiún añitos de nada. Yo tenía trece, debía estar cursando séptimo de EGB (lo cual también me cuadra, ya que Carlos Jordán, uno de mis compañeros de clase también era poseedor de MSX) Como pasa el tiempo.
Voy a soltaros un chascarrillo más para que veáis los mecanismos que hacen que funcione mi memoria en cuanto a la ubicación temporal de los hechos.
Recuerdo que estaba cojo, pero no recuerdo el porque.
Recuerdo que volví del masajista después de que me "arreglase"
Y recuerdo que lo primero que hice nada más llegar a casa, fue ir corriendo a casa de Jordán para jugar al Green Verte (que mira tú por donde, acabo de mirarlo, y su versión para MSX también es del ochenta y seis)
No soy capaz de recordar "tenía nosecuantos años cuando hice tal cosa" (bueno, tampoco es que me preocupen demasiado esos datos). Sólo soy capaz de realizar triangulaciones a partir de hechos, más o menos importantes, que sucedieron en el mismo momento, y que pueda rastrear.

Pero vamos, como de costumbre, ya me he puesto a desvariar.
Corrían tiempos difíciles para la piratería. Los juegos, no sólo daban problemas a la hora de ser copiados, sino que, muchas veces, incluso las cintas originales fallaban alegremente (eso cuando no tenías que andar ajustando los cabezales del casete con el destornillador para ver si había suerte y hacías funcionar aquello)
Cuando conseguías copiar los juegos, tenías que andar para adelante y para atrás con la cinta tratando de calcular donde empezaba un juego y acababa otro. Y, para terminar, las protecciones solían consistir en palabras concretas del manual (así que a gastarte los dineros en fotocopias) o alguna planilla de colorines (más complicado aún de fotocopiar)
Por si eso no era poco, ya os comentaba que los mejores juegos del MSX estaban en cartucho, y ahí si que no había solución. Vamos, que no se podían copiar (al menos sin dejarte un pastó)
En fin, complicadilla la cosa (aunque siempre acabas encontrando a alguien se las arreglaba para saltarse las protecciones, o tenía algún cachivache milagroso que copiaba los cartuchos en cinta.

Mientras tanto, en el mundo pofesioná…
Debió ser por aquel mismo año (a más tardar el siguiente) que apareció por la tienda otro nuevo artefacto maligno: Macintosh Plus.
No sólo era más pequeño que el Apple II, sino que tenía disco duro (no tenía disco duro, sino que era una disquetera de 3 y medio, pero yo había escuchado el palabro ese, y se lo adjudique a aquella cosa)
¡Albricias y zapatetas! Aquel engendro abisal era más pequeño (al menos el teclado) que cualquiera de las otras maquinas que había visto (bueno, más pequeño que el Spectrum o el Oric Atmos, no) y les daba sopas con onda ¡No tenías que escribir! (Menos trabajo aún, como cambian los tiempos y lo que me molan ahora línea de comandos) ¡Se podía dibujar con él! (En los otros también se podía, pero había que currárselo mucho más)
Entre eso, y los amigos que tenían el Spectrum, que vale, como maquina sería inferior, pero que tenían muchos más juegos, la cosa estaba clara:
Con las maquinas el tamaño no es importante.
Aunque la siguiente maquina que tendría sería la excepción que confirmaba la regla: Mi añorado y adorado Commdore 128.

Javier Albizu

Yo también tenía el MSX de toshiba, y el cartucho del Buck Rogers. ¡Y no veas lo que me acuerdo de aquel juego! Qué maravilla...
Un saludo, me ha gustado mucho leer este post; parece que compartimos nostalgias.

Biografía computeril: 8 Bits IV (Menamorau)

Biografía computeril: 8 Bits IV (Menamorau)
Que bonico que era él.
En ésta ocasión no se trataba de una compra, sino de un regalo. La tienda había decidido informatizarse en serio, y había pillado un servidor Bull con un par de terminales tontos. Como la cosa costaba un pastón, pues le regalaron (o mi padre consiguió sacarles, o lo que sea) un flamante Commodore 128, con su datasette, su disketera 1561 (de 5 y cuarto) y su monitor a color de 14".

No recuerdo que hicimos con el MSX, pero desapareció por siempre jamás de nuestras vidas. Quiso coincidir esto, más o menos, en el tiempo con dos grandes eventos: La bajada de precios de Erbe y el descubrimiento por mi parte de la existencia de Ramar.
Se acabó la tele en blanco y negro y el andar resintonizando. Se acabó el peregrinar por tiendas de electrodomésticos buscando alguna en la que vendiesen juegos. Se acabó el pagar dos mil o tres mil pelas por un juego. Aquello era el advenimiento del paraíso utópico-lúdico.
Cada semana realizaba mi peregrinaje hasta la meca tecnisciente para gastarme la paga en un nuevo juego para el Commodore. Con el tiempo hasta llegue a tener una cierta confianza con el tendero, lo que me granjearía un extra de juegos gratis.
Ellos sólo vendían ordenadores Amstrad y Spectrum (es posible que también PC primigenios en la otra tienda que tenían, que también era distribuidora de los productos de Logic Control) Así que, como no vendían Commodore, no podían probar los juegos que la gente les trataba de colar como defectuosos.
Ahí es donde entraba yo. Primero comencé como "catador" de juegos supuestamente rotos (había mucho listo que los compraba, los copiaba y luego, alegando que no funcionaban, esperaba a que no quedasen mas unidades de ese juego e iban a que se lo cambiasen por otro distinto) y, con el tiempo, me acabó pasando todos los juegos que llegaban nuevos para que los "probase". Era majo aquel hombre, creo que se llamaba Ramón, a saber por donde andará ahora.

El centro de Pamplona era como el paraíso para mí en aquellos tiempos. Por un lado teníamos los multicentros (como un centro comercial, pero en pequeñito. Vamos, unas cuantas tiendas juntas en el mismo portal): Roncesvalles, con Ramar como máximo reclamo y al otro lado estaban los Avenida, con Iguzquiza y su eterno escaparate lleno de juegos y cachivaches vários.
También estaban ahí los multicines Príncipe de Viana (descansen en paz) y el gran cine Carlos III (ahora multicines, si es que ya no se respeta nada)
A cuatro pasos tenías el salón de juegos Carlos III, a otros cuatro la librería Gómez y a otros cuatro más Tebeo. En menos de quinientos metros tenías todo lo que podías soñar y desear.

Es más, mis visitas al centro no eran excursiones meramente lúdicas, sino que poseían también un elemento educativo (ejem, bueno, es un decir) pues, otro de los grandes descubrimientos de aquellos lejanos días fueron las revistas extranjeras.
Fue verlas en las estanterías de la librería Gómez y no poder soltarlas. Estaban en ingles, y no me enteraba de gran cosa, pero me convertí en un asiduo de la Computer + Video Games y la Commodore User.
Luego pasaba lo que pasaba. En sus páginas veía juegos y periféricos que nunca llegarían a España. ¡HASTA HABÍA JUEGOS PARA COMMODORE QUE SALÍAN EN DISCO! El acabose, vamos.
Pero estábamos en Pamplona y, no solo no llegaban juegos en disco para el Commodore, sino que había juegos que simplemente no se traerían jamás.
De todas formas tampoco era necesario. Siempre me quedaban las fotos de las revistas y el inventarme la mitad de las cosas que decían de aquellos juegos.

A falta de otras aficiones (los tebeos siempre han estado ahí, pero aún no había descubierto tebeo pese a tenerlo a dos pasos) el ordenador era el elemento socializador de mi vida.
Tampoco es que hiciese grandes amigos allí, ni que se llevaran a cabo conversaciones sesudas sobre el estado de la comunidad jueguera, pero ahí estaba yo todas las tardes de sábado a ver que juego había salido y a charlar (o a que me aguantase un rato aquel pobre hombre)
Allí conocería también a otra persona (de cuyo nombre tampoco me acuerdo) que ampliaría mis horizontes electrónicos. Tendría dos o tres años más que yo, pero para mí era una especie de arcano / gurú de los ordenadores. No sólo ¡TENIA UNA SEGA MASTER SYSTEM! Sino que también era poseedor del artilugio que mayores satisfacciones me ha hecho pasar con un ordenador (en el terreno jueguil): El ACTION REPLAY (Arrodíllense todos y alaben a nuestro salvador) Yo no creo en dios, creo en el ACTION REPLAY (ahí, con bien de mayúsculas, que se merece todo eso y más)
¿Qué que es era el Action Replay?
La obra de un genio o un loco.
El exponente de la máxima grandeza a la que jamás podrá aspirar la humanidad.
Y claro.
Tenía que ser mío.

Javier Albizu

Biografía computeril: 8 Bits V (El arte no es morirte de frío)

Biografía computeril: 8 Bits V (El arte no es morirte de frío)
Era pequeñito y apañao. Negro él. Elegante. Sobrio.
Sólo tenía dos botones, pero tampoco necesitaba más.
Todo lo que alguien como yo podía desear.
El sueño de todo friki.
La máxima expresión del ideal austero.

Bueno, igual no era para tanto, pero molaba. Molaba mucho.
Era el ¡ACTION REPLAY! (Sí, continuo con las mayúsculas y, además, ahora con exclamación)
Y era mío.
Ya nada interponía en mi camino hacia el dominio el universo.

Vale, sí. Sigo exagerando (pero sólo un poquito)
El ¡ACTION REPLAY! (lo siento, no quiero evitarlo) vendría a ser una versión antediluviana del Ghost. Y ahora es cuando vosotros decís ¿Y eso es todo? (malditos infieles)
Pues no. Eso no era todo. Era eso y mucho más.
Era darle a un botón, y poder guardar la partida de cualquier juego. Daba igual que no tuviese opción de salvar. Daba igual que si estaba protegido o no.
El ¡ACTION REPLAY! guardaba el estado en el que se encontraba la memoria del ordenador, y te permitía hacer un volcado de él, para volver a cargarlo cuando a ti te diese la gana.
Lo bueno del asunto era que podías guardar esos archivos tanto en cinta (¡Buuuuuuuh!) comoc ¡EN DISCO! (y hubo gran regocijo)
Ya sólo hacia falta que los juegos cargasen bien una vez para poder jugar todas las veces que quisieras. La disquetera se convirtió en un elemento útil de aquel ordenador (y el perforador de hojas en un elemento más del ámbito informático)
Que tiemposc cuando los discos tenían dos caras, como las cintas. Antes del CD. Antes del DVD. Antes de la decadencia del mundo occidental.
Vale, sigo exagerando un poco. Yo soy uno de esos blasfemos herejes que prefieren los CD a los vinilos y los DVD a los VHS. No todo cambio implica un avance, y no toda mirada hacia los tiempos pasados debe estar teñida por la nostalgia (pero eso es algo totalmente alejado del espíritu de lo que estamos hablando estos días, y que queda para otra columna, sea cuando sea)

Pues eso. Gracias al ¡ACTION REPLAY! mis días de cargas inciertas con el Commdore se terminaron. También deje de escuchar las músicas que ponían los chicos de Imagine: The name of the game, en sus juegos. Pero es un precio que pague gustoso (aunque había músicas muy chulas, como la del Terra Cresta)

Más o menos por esa misma época llegaría a casa la Sega Master System. Si no recuerdo mal, se lo compramos al mismo morador de Ramar a quien le compramos el ¡ACTION REPLAY! (así que ambos fueron de segunda mano)
Recuerdo la conversaciones con él en el salón de juegos Carlos III en los que elucubrábamos sobre la calidad que tendría la versión del Altered Beast para aquella máquina (así que supongo que la consola llegaría a casa en navidades del ochenta y ocho, ya que la conversión para la Master System salió en el ochenta y nueve)
Al final, me hice con el juego cuando llegó hasta estas tierras norteñasc y la verdad es que fue un poco decepcionante. Era muchísimo mejor que las conversiones para el resto de maquinas de 8 bits, pero seguía estando muy lejos aún de lo que ofrecía la recreativa (por eso la Master System no esta en mayúsculas y entre exclamaciones) pero aún así, aquella consola era una gran maquina.
Peeeeeero, como todo aquello tocado por la balanza kármica, aquella adquisición acarrearía un pequeño problema (logístico): ¿Donde narices pillaba yo juegos para ella, si en las tiendas que solía visitar no sabían que era aquello?
Ni Ramar, ni Iguzquiza traían la consola (y de las tiendas de electrodomésticos ya ni hablamos) así que tras preguntar al vendedor me informo de un ignoto lugar llamado Radio Frías. Una especie de relojería-tienda-de-pequeña-electrónica-en-general (Sí, un bazar en toda regla, pero algo mas serio que los de ahora, antes de que comenzasen a proliferar por estas tierras) Como no podía ser de otra manera, también estaba en el centro (a escasos cien metros de la librería Gómez)
Me costo un cierto tiempo dar con aquel lugar (entre que estaba algo escondido, su nombre no estaba muy claro, y lo que se veía en el escaparate como que no era fácil de asociar con los videojuegos, la cosa no era sencilla) pero mis exploraciones tuvieron éxito.
Como ya os decía, el local era un bazar en toda regla, y al entrar como que me daba un cierto noseque el preguntar por "el asunto". Me daba la impresión de que me iban a mirar con cara rara y a señalar con el dedo.
Pero sí, aquel era el lugar marcado con la "X". Tras pasar por un pequeño pasillo al fondo de la tienda, hasta lo que parecía un taller de reparación de electrónica, ante mi se mostraron en una vitrina las características cuadricula que tenían todas las cajas de juegos de aquella consola. Lo cierto es que no había mucho donde elegir (y mira que eran caros, con lo que nos había costado que bajasen las cintas a 875) así que la elección de aquellos juegos si que era aventura cien por cien.
Pero luego los juegos molaban, y mucho. No había que esperar las cargas. No había que configurar teclados. Se podían guardar las partidas (en algunos de los juegos) y, quizás por lo que te había costado comprarlos, quizás por el tiempo que tenías que esperar entre hacerte con uno o con el siguiente, quizás porque realmente eran tan buenosc los disfrutabas como pocas cosas antes.

Javier Albizu

Me encanta cuando te pones Manga Khan al describir el ¡¡¡ACTION REPLAY!!! Se abrió para mi un nuevo mundo cuando adquiriste ese cartucho: el de las cintas con decenas de juegos condensados en una sola y estupenda carga.

Creo que nunca te lo he agradecido suficiente.

Javier Albizu

Hace 16 años 2 meses

Snif, snif.
Tantas cintas, con sus caratulas tan chulas.
En el fondo ahora los juegos tampoco son tan diferentes a los de aquellos tiempos. Antes las caratulas te ofrecian algo que el juego no llegaba a darte (pero a lo que te acercabas muy ilusionado) y ahora (al menos a mi) pasa lo mismo (o algo muy parecido, pero con una leve aunque relevante diferencia). Las portadas molan (aunque suelen ser todas muy similares) pero lo que llevan dentro no me llama lo mas minimo.

(Voz declamante)

Nunca volvera a encontrarse tal cantidad de diversion concentrada, como la que encontraba en aquel cajon rebosante de luz y color (y cintas, cienes y cienes de cintas)
¿Ande andaran ahora aquellos arcanos receptaculos de ilusion?
¿Las conservaran aquellos a quienes fueron legadas?

Biografía computeril: 8 Bits VI (Eligiendo bandos)

Biografía computeril: 8 Bits VI (Eligiendo bandos)
Había llegado el momento.
El terreno estaba listo, la tropa preparada, en enemigo frente a nosotros, los ánimos caldeados.
Las espadas en alto, el olor del sudor impregnando el campo de batalla, la furia en el rostro de los combatientes.
Nadie pediría clemencia.
Nadie la daría.
La tensión en el ambiente era asfixiante, hasta que saltó la primera agresión.
- ¡PUES EL CEPECE ES EL MEJOR!
¿Cómo podían decir que su maquina era mejor?
¿El cepece el mejor?
- Anda, amos, vete a cagá a la vía. Lo que pasa es que no tienes ni idea.
- ¡Y...Y... Y LA NINTENDO LE DA MIL VUELTAS A LA MASTER SYSTEM!
- Chaval, tú lo que eres es un troll.
(Psssst, oye, que en aquellos tiempos no existía internes, que no había ni foros, listas de correo, blogs ni na de eso)
(Ya lo sé, pero lo hago así para que la chavalería pille por donde van los tiros)
(Ah, vale, si es por esoc)
(¿Dónde lo habíamos dejado?)... (Ah, sí)
- Tú lo que eres es un trollc y un tarao. Además ¿Qué haces escribiendo todo con mayúsculas?
(Psssst, oye, que eres tú el que lo esta escribiendo así)
(Que sí, que ya lo sé, que es para que se hagan la idea de que es como los flames en los foros. Que la chavalería ahora no sale de casa y no sabe que es eso de discutir emitiendo sonidos)
(Ah, vale)
(Ya me has desconcentrao, ahora no se como seguía la cosa)
(Ya sabes, con el tono de disertación intelectualoide que te caracteriza)
(Vete a paseo)

En resumen. Antes del Commodore había sido un apartida, un renegado. Poseía una máquina, pero las otras me parecían mejores que la mía. Había poseído un C64 con anterioridad, pero mi ignorancia me había hecho despreciarlo. Cambiarlo por la maquina de Sir Clive y, a posteriori, volver a cambiar, esta vez por el hijo predilecto de los japoneses.
Podía parecer que me había vendido al enemigo amarillo, pero no era así. El MSX me había entrado por la vista, pero mi mente me demostraba la mentira de mis ojos. Sería más bonito, sería más grande, pero lo que importa es el interior, y las interioridades de la bestia nipona no se me mostraban superiores a las de mis anteriores posesiones (o al menos los programadores que trabajaban sobre, por y para ella no se lo curraban tanto)
Así que tuvo que ser el azar quien me llevase de vuelta a la Uber Máquina parida por Robert "Bob" Russell, Robert "Bob" Yannes y David A. Ziembicki (loada sea la wikipedia por sus datos y sapiencia) que me haría encontrar un hogar tecnológico.
A partir de aquel momento ya me podían decir lo que quisieran, yo sabía que mi maquina era las más mejor. No tendría (o no traerían) tantos juegos o cachivaches como para el Spectrum o el CPC, pero las versiones para el Commodore eran mejores (vaaaale, la versión del Gryzor para CPC está mas lograda, pero eso no cuenta)

En los ochenta tocaba elegir bando. Ya fuese en ordenador o en consola, ya fuese en los tebeos o en el formato del video.
Como ya habrá quedado más que claro en anteriores columnas, yo era de Commodore y de Sega (y del VHS y Marvel, pero esa es otra historia) No es que nos dedicásemos a pegarnos o dejásemos de hablar con aquellos que no compartían nuestros criterios, pero (básicamente) cada uno defendía el estándar que tenia en su casa.
Era una rivalidad amistosa. Ibas a casa de un amigo que, por ejemplo, tenía un Spectrum y le decías: Ese juego lo tengo yo, y la versión del Commodore es mucho mejor. Tal o cual pantalla es distinta. Se parece más a la recreativa.
Cosas por el estilo.
Pero todo cambiaría pronto.
Porque llegarían los noventa. La Micromanía cambiaría de formato, y llegaría el Apocalipsis de los 8 bits. Llegarían los juegos en cuyas carátulas ponía en pequeñito "Imágenes pertenecientes a la versión de Amiga"
El fin estaba cerca.
¡ARREPENTIOS, PECADORES!
Los cuatro jinetes de los 16 bits se acercan.
Tened miedo (mucho miedo)
Y preparad vuestras carteras.

Javier Albizu

Biografía computeril: 8 Bits VII (Armageddon)

Biografía computeril: 8 Bits VII (Armageddon)
Yo no tengo olfato, pero algo me olía a chamusquina en el ambiente.
La micromanía, con su nuevo tamaño en plan periódico, molaba. Era un incordio para llevar a clase y podías ver como las páginas se iban deshaciendo cada vez que lo doblabas, pero molaba. Era como si se tratase de una lectura "para mayores" (¿Que queréis que os diga? tenía quince años)
Pero ya os digo que algo comenzaba a oler mal.

Bueno, más que oler, la cosa daba al ojo. Al principio solo un poco, después ya era descarado. ¿Que a qué me refiero? Pues a los pantallazos de los juegos que aparecían en la revista y en la parte trasera de las cajas de los mismos juegos.
Antes, igual te aparecía una imagen de la versión de Commodore o del CPC en las cajas de las versiones de Spectrum o MSX, pero la cosa era perdonable. Pero cuando empezaron a aparecer las imágenes sacadas de las maquinas de dieciséis bits así, a traición, la cosa ya era de flipar.
gImágenes de la versión de Amiga" te ponían.
Pues yo quiero una amiga de esas, te decías tú.

La cosa no podía seguir así. No podías jugar a Street Fighter en el salón de juegos, ver las imágenes de la versión de Atari o Amiga en las revistas (y, como ya os comentaba, en la parte trasera de la cinta que te acababas de comprar) y luego encontrarte con lo personajes cuadrados (no, no de mazas, sino de poligonales) con los que te encontrabas después de esperar ansioso durante la eterna carga.

Ni siquiera aquellos poseedores de la Master System estábamos a salvo de los cantos de sirena de los dieciséis bits. Se acercaba el advenimiento de una nueva época, y esta sólo podía asentarse sobre los restos derruidos de su predecesora. Solo el clamor del sonido estéreo acallaría los llantos de aquellos que escuchaban los últimos estertores agónicos de sus máquinas.
Sólo las paletas de múltiples colores lograrían desterrarían las lágrimas de los ojos de los acólitos del antiguo paradigma binario.

Como no podía ser de otra manera, las nuevas máquinas trajeron una nueva polarización de la afición. O eras de Atari, o eras de Amiga (Que en aquel entonces no era lo mismo que ser de Commodore. Sólo era un rival más. Otra maquina que no tenías)

¿De que dependía tu posicionamiento?
¿De la potencia grafica de la máquina?
¿De la calidad sonora?
¿Del cariño con el que trataban los programadores la conversión a cada plataforma?
¿Del catalogo de juegos en exclusiva para ellos?
¿Del diseño del logo?
¿De lo que decían las revistas de cada uno de ellos?

Pues no. El posicionamiento venia dado por lo mismo que de costumbre. De la maquina que tenías en casa (O lo que era lo mismo. De lo que te comprasen tus padres)

En mi caso, lo que llego a casa fue un Atari STFM 1040 con un monitor monocromo SM124, por lo que, a partir de aquel momento, el Amiga sería una porquería (Y los PCs ni te cuento. Esos no pintaban nada. ¡Si sólo servían para trabajar!)
Sí, lo se. Fui un judas negando al Commodore en sus dos vertientes. Pero con el tiempo sería consciente de mi error, y regresaría a la verdadera fe (Incluso renegaría también de a la Master System, pecado éste por el que también sería castigado de existir otra vida. Menos mal que no la hay)

El monitor monocromo tenía más resolución que la tele, pero los juegos no se podían ver en él, así que no lo utilizamos para nada.
Se suponía que se podía dibujar, componer música y otro montón de cosas ultra molonas. Pero aquello no iba con nosotros.

Haciendo mías las inmortales palabras de Cindy Laupert (y cambiándoles el género, tiempo verbal y contexto):

“Los chicos sólo queríamos divertirnos”

(Para soltar esta pijada, también me podría haber ahorrado la cita)

Javier Albizu

Yo tambien tuve un Atari, un 520 st fm, en mi caso. Y lo que me hizo posicionarme: era mas barato y venia con 20 juegos, aquel famoso Power Pack, al que le saque bastante partido, pues habia buenos juegos. Eso si, luego al que mas jugue fue al 7 gates of Jambala y a uno de ir construyendo pisos en una obra.
El Amiga no queria ni verlo, obviamente.

Javier Albizu

Hace 15 años 5 meses

Con el Atari comence a tener contacto con la pirateria un poco mas en serio. Eso de que los juegos costasen mas de 875 pesetas no molaba.

Me ha gustado la reflexión; yo no toqué Commodore en mi vida, aunque la máquina Amiga sí que la deseé en más de una ocasión, de parte de algún amigo suertudo.

Javier Albizu

Hace 15 años 3 meses

Parece ser que mi mision en esta vida va a ser el cantar las alabanzas al Commodore, porque debo de ser el unico que tuvo uno y le sigue yendo lo retro :)

Biografía computeril: 16 Bits I (Advenimiento)

Biografía computeril: 16 Bits I (Advenimiento)
Los tiempos cambiaban, y nos teníamos que adaptar a ellos.
Tampoco es que aquello representase ningún trauma. Los nuevos tiempos (o al menos los gráficos que los acompañaban) molaban bastante. El cambio a la nueva década y las horas de diversión que se nos auguraban, parecían algo de lo más prometedor.
Pero algo falló. No se exactamente lo que fue lo que pasó pero, en lo que a mi respecta, la cosa fue a menos. La tecnología iba a más, pero no así la diversión.

Como os comenté al final de la anterior entrada, el Atari había llegado a casa, desterrando al Commodore a un triste e injusto exilio. Las cintas de aquel, fueron esparcidas por diversos lugares de la geografía hispana, para hacer hueco a los discos “duros” (que los llamaba yo) que llegarían con la nueva maquina.
Pero la cosa no era tan sencilla. Hasta Pamplona no llegaban tantos juegos para el Atari como lo habían hecho para las maquinas de la anterior generación. Si a esto le añadimos que, los pocos que había, eran también más caros nos encontrábamos con otro problema añadido.
Ya no podías comprarte un juego con la paga semanal y, si no te gustaba, esperar al sábado siguiente para acercarte a Ramar o Iguzquiza y probar suerte con uno nuevo. Es más, las tiendas tampoco podían permitirse el vender las dos maquinas de dieciséis bits (Atari y Amiga) así que se especializaron. Ramar vendía Atari e Iguzquiza vendía Amiga (y los PCs de Commodore)

No se trataba tan solo de que el mundo cambiase, sino que los cambios eran muy drásticos y demasiado rápidos como para que me adaptase a ellos.
Además, la Micromanía empezaba a también a cambiar, agregando secciones de juegos raros (por mucho que se empeñasen en llamarlos "de rol", a mi no me lo parecían) secciones de música chunga (o peor aún, música chunga española) y más y más secciones que a mi, personalmente me sobraban.
Y, por si con todo esto no fuese suficiente, los juegos no valían para gran cosa.

No me entendáis mal. Me lo pasé en grande con algunos juegos del Atari, pero los derroteros hacia los que se dirigían los nuevos juegos se distanciaban enormemente de aquello que me entretenía.
De todas formas, esto no era un problema nuevo para mí. En la época de los ocho bits también me había pasado algo similar con varios juegos. No es que me pareciesen "malos"; todo lo contrario. Había muchos juegos de ocho bits que me parecían muy buenos, bonitos, o sorprendentes, pero un peñazo de jugar. Sin ir más lejos, el Batman de Ocean, el Head over heels o (¡¡¡BLASFEMIA!!!) La abadía del crimen, me parecían preciosos, pero no era capaz de estar más de diez minutos con ellos antes de empezar a bostezar. Los de Ultimate me parecían una pasada. Por no hablar del Phantom Club o el Movies que me parecieron un gran avance en su momento (No, el Sentinel no entra en esta categoría. Nunca le pille el punto y simplemente me pareció raro) pero nada, no me hacía "tilín" ninguno de ellos.

Este problema aumento exponencialmente con los ordenadores de dieciséis bits (menos mal que las consolas permanecieron más acordes a mis gustos)
Los programadores debían de haber decidido que había llegado el momento de experimentar a lo bestia con los formatos. Ya no les limitaban los cuarenta y ocho, sesenta y cuatro o ciento veintiocho kas. Se podían olvidar de las cargas eternas de las cintas o inventos como la multi-carga la carga fx-que-te-cagas o nombres rimbombantes de esos, y meter a saco "toda" la información que quisiesen sin cortarse un pelo. Al fin y al cabo siempre podían poner un disco más, que lo mismo daban siete que ocho.

Así que, ahí estaba yo.
Sólo ante este nuevo mundo cruel y raruno.
Esperando deseoso el advenimiento de nuevos bytes que despertasen la nueva bestia que estaba conectada a la tele.
¿Escucharía algún piadoso programador mis silenciosas suplicas?

Javier Albizu

Yo también tuve un ST y me sentía un poco igual. Esos juegos no me enganchaban igual, creo que al que más jugue fue al High steel o algo así y al Seven Gates of Jambalaa. Al Dragon's Breath, con la pinta que tenía de molar, jamás pude jugar.
Ay, el Phantom CLub! Que tratamiento le dieron en la Micromanía tan hiperbólico!
A mí también me aburría La abadía del crimen. No me enteraba de nada.

Javier Albizu

Hace 15 años 2 meses

Lo que hicieron con el Phantom Club, el Movies y el Sentinel fue como la historia del traje del emperador.
Parecia que si no te gustaban te iban a tiladar los compañeros "entendidos" de inculto o imbecil para arriba (y eso, a aquellas edades podia ser bastante traumatico) ¿Qiuen eras tu para llevar la contraria a "LA" revista?
Pero bueno. Podian decir lo que quisiesen, yo seguia dandole a los Renegade, el Ghosts n Goblins, el Tetris o al Terra Cresta, que eran los que hacian que las horas pasasen como si fuesen minutos.

Biografía computeril: 16 Bits II (Malos tiempos para la lúdica)

Biografía computeril: 16 Bits II (Malos tiempos para la lúdica)
Ya os comentaba, en alguna de las anteriores entradas, que el cambio de generación binaria no significó, implícitamente, un salto cualitativo en lo que a la experiencia lúdica se refería.
Así como recuerdo montones de juegos para las plataformas de 8 bits, con los que me lo pasé en grande jugando, apenas recuerdos media docena a los que jugase en el Atari más de una partida. Es más, para más INRI, dos de estos juegos ya los había jugado en su versión de Commodore: Airborne Ranger y Pirates.

Ya os comenté en la anterior entrada que la distribución de juegos (iba a decir programas, pero, en mi caso, no dejaría de ser un eufemismo) para el Atari no era especialmente boyante por Pamplona. Aún así, pronto descubriría otros (ejem) “métodos” para obtenerlos.
En efecto, mi camino se desvió hacia la ilegalidad. No se trata de que, antes de aquello, no hubiese catado las mieles de la piratería. El los tiempos del MSX me hice con más de un volcado de cartucho a cinta, pero aquello era distinto; nunca había pagado por un juego no-original.
La cosa es que, la precariedad de medios monetarios y materiales hizo que aguzáramos el ingenio (iba a decir que nos obligó, pero eso no dejaría de ser otro eufemismo)
Para seros sincero, la verdad es que no recuerdo a través de quien logré contactar con “ÉL” pirata y digo “ÉL” porque solo hubo uno (de verdad, señor juez)
Supongo que lo localizaría gracias a alguno de los amigos que también tenían Ataris aunque, cabe la posibilidad de que obtuviese si teléfono de la sección de anuncios de la Micromanía. Viniese de donde viniese la información, lo que cuenta es que al final accedí a aquel nuevo mundo.
Aquello, en un principio era una maravilla. No tanto porque los juegos saliesen más baratos que originales (que lo eran, y mucho) como por la inmediatez con la que podía conseguirlos con respecto a la publicación en su país de origen.
Al abandonar el Commodore 128 también abandoné la Commodore User, pero continuaba comprando la Computer + video games y, cuando se ponía a tiro, la Computer gaming world. En estas revistas, aparte de bastantes páginas más, también aparecían títulos que jamás llegue a ver en las tiendas, o en las revistas españolas, pero que si que podía conseguir gracias mi (ejem) contacto telefónico.

Así lograría jugar a juegos como el Bards Tale, Curse of the azure bonds o el Pool of radiance, aunque nunca llegue a hacer gran cosa con ellos.
Del Bards tale había escuchado montones de historias de amigos que lo tenian para PC y Amiga. Gente que se dedicaba a hacer cosas que a mi me sonaban poco menos que a magia como editar los personajes y trampearles los puntos de vida, o conseguir que un Golem de piedra les acompañase como parte del grupo.
Como a mí todas esas cosas me quedaban un tanto grandes, me dedique a hacer otros pequeños apaños para que el grupo pudiese avanzar. Mirándolas desde el punto de vista rolero eran un tanto aberrantes, pero en el ordenador colaban sin problemas.

Atención, momento batallita del abuelo cebolleta.
Lo primero que hice fue crearme un guerrero hobbit, repitiendo las tiradas hasta que me coincidían la destreza máxima con los puntos de vida máximos y una fuerza medio decente.
Después de esto, creaba montones de personajes para el grupo a los que, tras hacer que le diesen su dinero de salida al hobbit, borraba.
Cuando el hobbit tenía el dinero suficiente, le compraba una coraza y una alabarda. No tratéis de imaginároslo, ya se que es una imagen de lo más patética.
Muy bien, tenemos una cosa de menos de un metro acorazada y con un arma que mide dos o tres veces más que él.
¿Qué hacemos?
Lo sacaba a la calle y lo llevaba a dos lugares concretos que había cerca de la posada. En uno de ellos había un samurai, y en el otro un Golem. Después de acabar con ellos regresaba a la posada a descansar y, al día siguiente, volvían a estar ambos en el mismo sitio dispuestos a ser humillados, mutilados y ejecutados, día tras día, por nuestra abominación acorazada.
Poco elegante, lo sé, pero increíblemente práctico.
Cuando nuestro hobbit había subido cuatro o cinco niveles gracias al sacrificio cuasi-ritual de aquellos dos pobres desgraciados, me hacía un personaje mago y lo sacaba de paseo con el tanque de medio metro, a visitar a sus dos viejos amigos. Una vez allí, el hobbit pegaba y el mago se defendía. No importaba, los puntos de experiencia se repartían a partes iguales entre ambos.
Repitiendo esto hasta unos niveles rallaban en la más completa e infinita absurdez, terminábamos teniendo un grupo de personajes medianamente competentesc dispuestos a ser exterminados entre gran dolor y sufrimientos en las catachundas que había bajo los templos.
Vale, ya dejo la batallita y continúo.

Mientras practicaba mi faceta de rolero aberrante y solitario en el Bards tale, aproveché más de un día para quedar con un par de amigos y jugar en modo “cooperativo” a los juegos de SSI.
Cada uno de nosotros creábamos un par de personajes y luego nos dedicábamos a discutir hacia donde los encaminábamos en el mapeado del juego, y que hacía cada uno de ellos en los combates (con resultados, generalmente, esperpénticos a la par que hilarantes)

Y… básicamente eso es todo lo que hubo de bueno con el Atari. A los anteriormente citados podría añadir otros grandes juegos como el Zanny golf, los Rick Dangerous o el Another World (del que no me cansaba de poner a todo el mundo su intro) pero todo lo demás era un aburrimiento supino.
Descubrí que, por lo general, los criterios de las revistas inglesas coincidían con los de las españolas (o que las distribuidoras se empeñaban en promocionar lo mismo en todas partes) y que seguían sin ser compatibles con los míos. Ni el Populous no el Mega Lo Mania me dijeron nunca nada, igual que me han aburrido sus descendientes.

Menos mal que los 16 bits también tuvieron entre sus filas a la MegaDrive, pero eso os lo contaré en la siguiente entrada.

Javier Albizu

Biografía computeril: 16 Bits III (El Valhalla pixelado)

Biografía computeril: 16 Bits III (El Valhalla pixelado)
Pamplona.
Navidades del noventa y uno (del siglo pasado)
Un tipo diciendo venir en representación de no se que regentes de alguna potencia petrolífera nos obsequia con un avatar de la deidad de la ludiscéncia (que ya se que el palabro no existe, pero como esas entidades que supuestamente nos lo entregaban tampoco existen...)
Si cuando declaré mi amor eterno hacia Sega, ya sabía yo lo que me hacía.
Estéticamente la Megadrive era un poco más armatoste que la Master System y sus formas tan redondeadas no me terminaban de entrar a simple vista, pero aquello no importaba en cuanto le pinchabas sus JUEGOS. Porque aquello si que eran juegos, con unas mayúsculas bien merecidas.
Después de la "decepción" que había supuesto la conversión del Altered beast para su hermana pequeña, el ver a aquellos tiarrones moviéndose como se movían en su versión para 16 bits, resultó toda una epifanía. Y lo mejor es que aquello no era todo.

Me daba igual el chip gráfico o sonoro que le hubiesen puesto a aquella cosa (en aquellos tiempos aquello me parecía de lo más irrelevante. Bueno, a día de hoy tampoco es que me importe demasiado) Lo mejor de aquella máquina es que sus juegos tenían la dificultad justa pata mí
¡Me los podía acabar!

Reconozcámoslo, nunca he sido un crack en esto de darle al joystick (o al OPQA), pero en la Mega aquello no importaba. Igual es que los juegos eran más fáciles que en el ordenador (o tenían menos bugs) pero el resultado era una notable mejoría de tú (bueno, de mí) autoestima.

En los tiempos de la Master system había estado cerca de acabarme alguno de los juegos (recuerdo el Zillion, el Lords of the sword, Wonder boy in Moster land o el Y´s) después de pegarme con ellos una sentada de varias horas. Pero al final no los acababa, y terminaba por pillarles un poco de paquete. Vamos, que no me apetecía pegarme otras cuatro horas del tirón para llegar al mismo punto (y que me volviesen a matar en él)
Con la Mega no pasaba eso.
Vale, los juegos (al menos los que me engancharon) no eran tan largos y el control de los personajes era bastante mejor. Aparte de esto, el mando que venía de serie también era más cómodo y su respuesta a tus deseos mas satisfactoria (puede sonar sucio, pero era algo de lo más hermoso. Es lo que tiene el amor)
Mirad si me cambiaría la Mega, que personajes a los que no tenía ninguna simpatía, como los de la Disney (más concretamente Mickey y Donald), lograron tenerme pegado a la pantalla mucho más que sus versiones animadas (lástima que no sacaran juegos de Patomas, mi personaje preferido de los Don Miki pero claro, era una creación de la sucursal italiana de la Disney y supongo que la casa madre no le hizo demasiado caso)
De todas formas, la parte lúdica de mi corazón pronto caería rendida ante la respuesta que dio Sega al fontanero bigotudo de la competencia: Sonic.

El diseño del bicho no era de los de quitarse el sombrero. Es más, siempre me ha parecido un tanto cutre (aparte de que la actitud chulesca que le dieron tampoco lo hacía santo de mi devoción) pero verlo correr y botar por la pantalla era una auténtica gozada.
A este nuevo ídolo binario se unirían otros tantos: Alisias Dragoon, Might and magic II, Streets of rage, Strider, el inmortal Golden Axe o las distintas encarnaciones de Shinobi – Shadow dancer.
La cantidad no era grande (eran caros los condenados) pero la calidad sí.

Pero tampoco os creáis que todo lo que sacaron para la Mega fueron clásicos instantáneos. También les di un tiento a los géneros que no conseguían decirme nada en su versión para ordenador… con idéntico resultado. El Rings of power tuvo el mismo éxito en mi que el Populous y el Where in time is Carmen San Diego creo que sólo lo pinché una vez.
Es más, aquellos años también tuvieron sus propios Hypes, como el Sword of Sodan, con una portada cojonuda de Boris Vallejo y unos gráficos que dejaban en bragas a los del Altered Beast, pero que luego era un truño injugable.

Pero bueno, estos pequeños deslices no lograron empañar el cariño que le tengo a esta maquina.
Pero por hoy ya es suficiente. En el siguiente capitulo de mi biografía computeril toca el comienzo de mi fin (lúdico): El advenimiento del PCverso.

Javier Albizu

Biografía computeril: 16 Bits IV (Preludio al PCverso)

Biografía computeril: 16 Bits IV (Preludio al PCverso)
La llegada de los 16 bits a mi casa (al menos en su vertiente, llamémosla, “seria” o “con teclado”) había sido un tanto “bluff”
Sí, los gráficos eran como los que veía en las revistas, el tiempo de carga (comparado con el de las cintas) era una maravilla, pero los juegos apenas me decían nada. Eso si, yo defendía mi Atari a muerte antes aquellos que fardaban de sus Amigas o PCs... Pero, en el fondo, un poco de envidia si que me daban. Si disfrutaban tanto con ellas, algo debían de tener aquellas maquinas.
La solución a mis dudas existenciales apareció, como no podía ser de otra manera, en la mítica Micromanía.
En un anuncio de MailSoft (actual GAME, previa existencia bajo el nombre de Centro del Mal) ofrecían un cachivache que convertía tu Atari (también lo había para el Amiga pero, ¿a quien le importaba aquella maquina?) en un PC. Por arte de brujería binaria iba a tener dos ordenadores en uno. Mi pequeño STFM iba a ser un también un 286, no tenía ni idea de que significaba aquello, pero tenía que ser mucho mejor (o, al menos, cruzaba los dedos para que así lo fuese)
Tras unos momentos de duda (monetaria) realicé el pedido.
Un par de semanas después me dirigía a correos con toda mi ilusión (y el resguardo) para recoger el objeto de mi deseo.
Al abrir el paquete llegó la primera decepción: El cacharro era diminuto. Al abrir el ordenador llegó la segunda: No veía donde cojones encajaba aquello.
Inasequible al desaliento y desconfiando de mi capacidad observatoria, lleve el equipo a los técnicos que trabajaban en el negocio familiar, y llegó la peor de las decepciones: Tampoco ellos supieron que hacer, o donde colocar aquel amasijo de circuitería.
Un poco más asequible al desaliento, llame por teléfono a los amables vendedores (ya sabéis, no había internet, así que tocaba contactar con la peña zapatófono-mediante) y sólo en esa ocasión se les ocurrió decirme que aquel cacharro no valía para el STFM (majos ellos) Así que mi posible gozo lúdico volvió al pozo del que parecía no ser capaz de escapar.

Con el tiempo, el Atari también acabaría desapareciendo de mi casa. Pero bueno, siempre me quedaba mi fiel MegaDrive. Los juegos eran caros de cojones (en ese sentido las consolas no han cambiado hoy en día) pero los juegos eran rejugables una y otra vez (algo en lo que sí que han cambiado las consolas de hoy en día)
Esto también nos sirvió para desempolvar el Commodore 128. Las cintas las habíamos regalado, pero aún nos quedaban los juegos que habíamos volcado a disco (que, en el fondo, eran a los que más habíamos jugado en su momento)
Como si se tratase de un Ave Fénix, la maquina del señor Tramiel desbancó sin dificultad incluso a la muy superior (técnicamente hablando) consola de Sega. Y no sólo lo digo como una apreciación personal, sino como algo que afectó a todo el que pasaba por casa.

Venga, vamos con una de esas anécdotas de abuelo cebolleta:

En aquellos tiempos solíamos quedar para jugar a rol en casa de mis padres las tardes de los domingos. Hasta entonces todo había sido normal. Mientras la gente iba llegando, echábamos alguna partida al ordenador o consola que hubiese por casa y cuando llegaba el último, apagábamos el aparato y nos poníamos a jugar alrededor de la mesa.
Pero todo esto cambió tras el segundo advenimiento del Commodore.
La primera parte del proceso continuaba siendo la misma; Gente llegando, una partidita que otra y luego a viajar por mundos imaginarios ataviados de papel y dados.
En nuestras partidas solía pasar que algún jugador decidía separaban del grupo para ir por otro camino y hacer otras cosas.
Como no estaban con el grupo, obviamente no sabían lo que hacíamos los demás, y se iban a otra habitación hasta que nuestros caminos de todo el grupo se volvían a encontrar.
Pero dio la (ejem) “casualidad” que, desde que alguno de los jugadores descubrió el Traz, el Pirates (que ya lo conocían del Atari pero…) el Deflektor o cualquiera de los juegos de Hewson (a ver cuando hago una entrada sobre todos estos juegos, que se lo merecen, y mucho) solían “separarse del grupo” a la mínima ocasión.
Vamos, lo que no habían conseguido el Atari, la Master System o la MegaDrive (o los PCs o Amigas en casa de otra gente) lo consiguió el pequeñín de la gran C.
Pero… ¿Quien podía culpar a aquellas criaturas encandiladas, cual marineros de los tiempos antiguos, por el poder de los cantos de sirena de los 8 bits?
Luego ya pasaríamos a jugar los domingos en otras ubicaciones, y la cosa volvió a la normalidad. Ni siquiera la llegada de los PCs o de Internet en el local volvería a desestabilizar el grupo de juego.

Y es así como terminó la primera gran época de mi vida lúdico-informática. Con un regreso a los orígenes y la recuperación del estatus y grandeza de la maquina que más me ha aportado como aficionado a los videojuegos.

Javier Albizu

Javier Albizu

Hace 14 años 5 meses

Lo de probar un Commodore en condiciones es fácil: En la próxima noche retro te enseño lo que es un ordenador de verdad.

Oooh, qué putez lo del trasto transformador. Pero bueno, a todos nos a pasado lo de adquirir algún cachivache que luego no nos sirve o no utilizamos nunca. Cosas de la vida.

Tío, yo sólo he catado los Commodore mediante insulsos emuladores. Ya sabes que yo fui de Spectrum y MSX.

Lo que no es habitual es que una máquina "inferior" desbanque a las flamantes consolas de Sega. ¡Otro punto a favor de la retroinformática!

Biografía computeril: PCverso I (Se acabó el juego)

Biografía computeril: PCverso I (Se acabó el juego)
Tras dejar los estudios (es más, al día siguiente) comencé un curso de mantenimiento de ordenadores en el Fondo de Formación (que, creo, tenía alguna relación con el INEM) El curso ya llevaba tiempo empezado para cuando entré, y la verdad es que llegué bastante perdido, y nunca terminé de encontrarme en él.
Básicamente, la formación se dividía en tres vertientes: Dos de sistemas operativos (DOS y UNIX) y otra de desguace y goce con la casquería electrónica (vamos, reparación de hardware)
En las de sistemas operativos no me enteraba de nada. De DOS sabía un par de comando (más que nada intuía alguna que otra cosa gracias a saber un poco de ingles, y de los tiempos del Basic) y alguna cosa más me sonaba. Por ahí utilizaban las PCTools, aunque no sabía muy bien para que.
No pedían que hiciéramos cuadrados y círculos de colorines con aquella herramienta, pero a mi me sonaba que mis colegas la utilizaban para trampear las características de sus personajes del Bard´s Tale, así que no terminaba pillar por donde tenía que ir aquello.
Lo único que sacaría en claro de aquellas clases serían algunas cosillas:
Que el gore electrónico era algo que nunca tendría que haber abandonado. Me seguía encantando ver maquinas desmontadas, juntar las piezas y que aquello hiciese cosas.
Que el Prince of Persia era un juegazo. Bueno, con esto creo que no descubro nada a nadie.
Que el Atomic runner era otro juegazo (No, a este no jugaba en los PCs del curso, sino en el bar al que íbamos a tomar algo en los descansos)
Y que la programación y yo no éramos compatibles (aunque, cabezón como soy, de vez en cuando trato de demostrar como falsa esta afirmación)

En aquel momento los más de los más que había en PCs (al menos en aquel lugar) eran los 386, que se utilizaban en exclusiva para la sala dedicaba a Autocad. Nosotros nos teníamos que conformar con unos 286. Aquellos números entonces no me decían gran cosa. Lo único que sacaba en claro era que los tíos que los fabricaban y comercializaban tenían alguna fijación rara con los números y el año ochenta y seis.
También empezaban a moverse por la clase unos discos con una cosa que se llamaba Ventanas 2.x , lo cual me decía que los tiempos cambiaban, y que los tipos que empezaban a diseñar y comercializar los sistemas operativos debían de ser colegas de los que ponían nombre a los superhéroes.

Cuando acabé el curso, llegó el doloroso momento de abandonar de nuevo al Commodore y poner un PC en casa. Ya desde aquel momento tomaría la decisión que se mantendría en todos los PCs que he ido comprando (salvo con los portátiles): Nada de ordenadores de marca. Es más, mi primer PC ni siquiera sería Intel, sino que optaría (bueno, aconsejaría a mi padre, que con aquella edad uno no tenía esos dineros) por un procesador de la ya desaparecida Cirix: Un 386 a cuarenta megaherzios, con un mega de RAM y un disco duro de ciento veinte megas. Luego, ya por mi cuenta, le doblaría la RAM, le pondría (bueno, lo harían los de la tienda) un coprocesador matemático, y le pondría una disquetera de cinco y cuarto.
Con este equipo también comenzaría otra tradición: La desconfianza hacia las versiones modernas de los sistemas operativos.
Ya durante el curso había visto como mis compañeros sufrían los estragos causados por aquella cosa de las “Ventanas”, con sus pantallazos de error continuos y su casi completa ausencia de programas para utilizar.
De todas formas, terminaría por caer con la versión 3.1, porque el wordperfect para DOS era feo e incomodo de cojones y los cantos de cisne del entorno gráfico de los Mac llamaban con fuerza.
Pero antes de llegar hasta ahí, tendría mi primera experiencia mística con los virus, acabaría hasta el gorro de los mensajes de memoria insuficiente para ejecutar tal o cual juego (y me haría un ferviente devoto del memmaker) y nacería en mí un odio cada vez más acentuado hacia las disketeras.
Pero de eso ya os hablaré en la siguiente entrada.

Javier Albizu

Ge (no verificado)

Hace 14 años 3 meses

Fuuu, la eterna batalla por rascar un poco más de memoria EMS y convencional, anda que no habré manipulado líneas y comandos del Autoexec.bat y el Config,sys para lograr que tal o cual juego funcionara.
¡Ah, la nostalgia!

Anónimo (no verificado)

Hace 8 años 5 meses

"desguace y goce con la casquería electrónica"
No se me ocurre una descripción más deliciosa de la reparación de hw
; D

Biografía computeril: PCverso II (Poniéndonos serios)

Biografía computeril: PCverso II (Poniéndonos serios)
Tenía un ordenador nuevo.
Un Pecé.
Un tres-ocho-seis.
¿Y ahora, qué?

La verdad es que las primeras experiencias con aquella maquina no fueron especialmente halagueñas.
Empecé comprando tres juegos: Impossible mission II, Barbarian y Action service.
Los dos primeros ya los conocía de mis tiempos del Commodore y la verdad es que las versiones para PC eran bastante malas. Entre que mi equipo no tenía tarjeta de sonido (en aquellos tiempos aún eran un accesorio de lujo así que tocaba sufrir con el PC Speacker) y que, al ser juegos viejos, como mucho funcionaban en modo CGA, aquellas cosas no se parecían mucho a lo que había jugado antes (y no precisamente para mejor)
Por su lado, el Action service que me compré tenía un virus. Vamos, aquello era una primera toma de contacto cojonuda.

Podríamos decir que mi problema con los juegos de PC era que estaba utilizando juegos viejos. Que aquellos programas no aprovechaban las súper capacidades del PC, pero iba a ser que no. De manera “alegal” acabaría llegando hasta mí una copia del Alone in the dark. Aquel que las revistas proclamaban como el salvador del ocio lúdico de aquella generación. Del que decían que era la bomba, el acabose, el no-va-más. Vamos, todo lo que decían en su momento del Movies, Phabtom Club o la Abadia del crimen. Y no, aquello tampoco era para mí.
De nuevo, técnicamente aquello era impresionante (para alguien que lo miraba con los ojos de aquella época) Si que podía provocar un cierto desasosiego con su uso de la oscuridad. Pero gran parte de aquella “incomodidad” (al menos en mi caso) venía porque no había cristo que pudiese manejar en condiciones al personaje. Veías acercarse a los bichos, pero eras incapaz de darte la vuelta para dispararles o huir. Para mejorarlo aún más, las cámaras estaban colocadas en los peores lugares posibles, y acababas quedándote detrás de una columna o un mueble en el que no eras capaz de saber hacia donde miraba el personaje.

Pero el ordenador duró poco en casa, y pronto lo llevaríamos al trabajo. Ya había un Mac, pero era un SE. Había servido para hacer dibujitos y utilizar alguna base de datos, como Filemaker, pero se había quedado un poco desfasado para lo que se suponía que era el futuro de la música: La musica por ordenador.
Estuvimos mirando el pillar algún Mac más moderno, pero (entonces aún más que ahora) el precio de aquellas máquinas era desorbitado para el uso que le íbamos a dar.

Así que como mí misión estaba clara, me mandaron a Barcelona a hacer un cursillo rápido de MIDI e informática musical (en el que se utilizaba un Atari, así que sólo me sirvió parcialmente)
Por suerte para mí (porque a mí me iba a tocar vender la “informática musical”) en aquel año (el noventa y dos) se comenzaría a publicar la revista Future music.
Gracias a ella (y a algún que otro libro y al señor Alberto Senosiain) lograría que palabros como MPU-401, MIDI, SMPTE, polifonía, multitímbrico o sistema exclusivo adquiriesen algo de significado.

Así que, para aprovechar aquel conocimiento, en la próxima entrada de la biografía computeril nos pondremos técnicos, y os vais a tragar un poco de teoría del MIDI y demás zarandangas que entonces eran el futuro y que aún se continúan utilizando en la actualidad dentro del mundo de los sintetizadores (que, cada día más, son ordenadores dedicados exclusivamente a la musica)

Avisados quedáis.

Javier Albizu

Ge (no verificado)

Hace 14 años 1 mes

¡Blasfemo! ¡Alone in the Dark es una jodida obra maestra atemporal y acojonante!

Eso ibaa comentar yo, que lo suyo era hacerse con un ST...
Ay, el Phantom Club, no era gran cosa, el pobre.

Javier Albizu

Hace 14 años 1 mes

Viru: ya había tenido un ST, pero para entonces ya estaba bastante de capa caída y prácticamente se había dejado de fabricar.

Ge: ya sabes no creo en más dioses que aquellos que yo creo.

Biografía computeril: PCverso III (MondoMIDI I)

Biografía computeril: PCverso III (MondoMIDI I)
El MIDI fue un gran invento. Un tanto anárquico y deslavazado en sus inicios (como casi todas las cosas) pero una gran idea que sacaba partido a las limitaciones tecnológicas del momento. Sí, estaba muy bien eso de crear un modo de comunicar los aparatos de todos los fabricantes... siempre que eso no te quitase ventas a ti. Que una cosa es crear un estándar y otro ser tontos.

Vale, antes de empezar, vamos a hacer de diccionario y a explicar algunos términos que iré usando a lo largo de la entrada (así sólo la interrumpiré con mis tronchantes y ocurrentes comentarios)

Canal MIDI: En un principio, vía MIDI se trabaja con dieciséis canales. ¿Que quiere decir esto? Cada uno de los canales transmite información compartimentada desde un aparato (controlador) hasta el mismo canal de otros aparatos (ya sean teclados, samplers, secuenciadores, módulos de sonido, etc...)
Conectores MIDI: La comunicación vía MIDI no es bidireccional, por lo que hay tres conectores: IN, OUT y THRU. Asumiremos que sabéis un poco de ingles y no os diré para que sirven el IN y el OUT. El THRU cumple la función de “puente”. Todo lo que llega al IN, va directamente al THRU, por lo que se pueden hacer cadenas de varios dispositivos.

Multitímbrico: Nos dice la cantidad de canales que puede reproducir de manera simultánea un aparato MIDI capaz de generar sonidos. Dependiendo del aparato, podían utilizar dos, cuatro, ocho o dieciséis “partes” (de usarse sólo una, obviamente, el “multi” sobraría y sería monotimbrico, que no es lo mismo que monofónico). Generalmente se asignaba un sonido diferente a cada una de estas partes (se podría usar el mismo para todas... pero sería un tanto... no se... poseso) y a cada una de estas partes se les asignaría un canal MIDI distinto. Ya os comentaba que vía MIDI se utilizan dieciséis canales, pero esto no implica que todos los aparatos estén preparados para utilizarlo todos a la vez (bueno, ahora sí, pero en los primeros tiempos la cosa no daba para tanto)

Polifonía: Es la cantidad de notas que pueden llegar sonar a la vez, sumando todas las partes del aparato.

Sintetizador: Según la RAE: Instrumento musical electrónico capaz de producir sonidos de cualquier frecuencia e intensidad y combinarlos con armónicos, proporcionando así sonidos de cualquier instrumento conocido, o efectos sonoros que no corresponden a ningún instrumento convencional.
Pues bien, no voy a rebatir la definición, pero general y comúnmente se suele utilizar el palabro para referirse a los teclados que cumplen estos requisitos.

Controlador: Es un teclado sin sonidos.
Secuenciador: Es un grabador multipistas de datos MIDI.
Modulo de sonidos: Vendría a ser un la acepción más estricta de sintetizador que nos da la RAE, que hablamos de la fuente sonora, o generador de sonidos, pero sin teclado.
Workstation: Es un sintetizador que tiene integrado un secuenciador.
Sampler: Es un “creador” de sonidos para dispositivos midi. Graba los sonidos, y los procesa (moldea y traspone, añade efectos, envolventes, armónicos etc) para que respondan a las ordenes de un dispositivo MIDI.

Frecuencia de muestreo: Como su mismo nombre indica... pues eso. Este valor viene dado por la cantidad de muestras por segundo que el sampler toma del sonido original.
Bueno, creo que con esto es suficiente. Tampoco me voy a centrar en los cachivaches MIDI en general, sino en la parte tocante a su integración con la informática (y como me fui adaptando y enterando de que eran esas cosas)

En el principio (al menos en el principio de los PCs) estaba el PC Speaker.
Pero a los dioses de los jugones no les agradaba aquel pitido irritante (que había sido diseñado para transmitir códigos de error de la placa, no para intentar reproducir sonidos inteligibles) así que, en el año mil novecientos ochenta y siete, desde el norte (Canadá, para ser más exactos) el panteón de AdLib Inc. creó la tarjeta de sonido a la que llamarían: AdLib (ocurrentes ellos)
En su interior insertarían un chip de sonido Yamaha YM3812, para darle las avanzadas, increíbles y milagrosas capacidades sonoras que los ordenadores de ocho bits ya poseían desde hacía unos cuantos años (pero sin llegar a lo que podían hacerlos Atari o Amiga… también anteriores)
Los chips que se usaban hasta entonces no se basaban en el sonido sampleado (digital), sino que utilizaban la síntesis FM (analógica) que utilizaban los primeros sintetizadores. Esto consistía en coger por banda unas formas de onda generadas electrónicamente y modularla con una segunda onda hasta que salía un sonido, al que podían llamar Piano, Guitarra, Balalaica o algo parecido (la similitud no solía ser demasiado… similar. Pero, eso sí, tiene un encanto que, en tiempos posteriores, los fabricantes llevan mucho tiempo tratando de emular… digitalmente)
En el ochenta y ocho saldría al mercado el primer juego para PC que soportaba esta tarjeta: El King´s Quest IV.

También en el ochenta y siete (aunque no tan al norte. Singapur, para ser más exactos) nacería otra compañía de nombre Singapore Creative Technology. Esta empresa comercializaría una tarjeta que sería similar a la AdLib, aunque en esta ocasión dispondría de dos chips Philips SAA 1099 en lugar del Yamaha. Esta tarjeta sería distribuida un año después fuera de sus fronteras por la fenecida Radio Shack bajo el nombre de Game Blaster.
Un añito más tarde y bajo el nombre de Creative Labs sacarían algo que ya nos suena un poco más: La Sound Blaster.
Esta tarjeta dispondría del Yamaha YM3812 (haciéndola compatible con la AdLib) y le añadiría un DSP (lo que vendría a ser el núcleo de los módulos de sonidos) con un microcontrolador Intel MCS-51. La calidad de sonido era la misma que la anterior (seguía funcionando a ocho bits) pero la forma de generar los sonidos hacía que el resultado cambiase drásticamente.
También daría a los usuarios la posibilidad de ¡GRABAR AUDIO! aunque a una calidad inferior a la que tenían los bancos de sonido de la propia tarjeta.

Para hacer aún más goloso el aparato, en el noventa y uno le incluirían una controladora IDE compatible con los estándares de los CDs de Mitsumi, Matsushita y Panasonic (recordemos que, en aquellos tiempos los discos duros o los recién nacidos CDs no se conectaban directamente a la placa base, sino que necesitaban de una controladora aparte) matando definitivamente a los pobres Canadienses de AdLib que no pudieron competir con todas aquellas cosas.

Pero ya desde el primer momento la Sound Blaster incluiría una función adicional: Un puerto de juegos (para conectar un joystick, vamos) que más adelante se usaría para el tema que vamos tratando por aquí… Pero de eso ya os hablaré en la siguiente entrada.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso IV (MondoMIDI II)

Biografía computeril: PCverso IV (MondoMIDI II)
Habíamos dejado la cosa con el nacimiento de la segunda generación de tarjetas de sonido para ordenador: La mítica Soundblaster.
Y ahora damos otro pequeñito salto hacia atrás, porque lo que muchos utilizaban solo para conectar el joystick, en el noventa y dos acabaría siendo algo más.

En el ochenta y cuatro, Roland había creado un interface externo para los ordenadores NEC PC-94. Esta caja dispondría de entrada y salida MIDI, así como de entrada y salida de cinta y sincronía MIDI.
¿Para que servía todo esto?
Muy sencillo.
En aquellos lejanos tiempos, los grabadores multipistas domésticos, como mucho disponían de cuatro pistas. Esto quiere decir que grabar a tu grupo era algo harto complicado.
Claro, podías utilizar uno o varios sintetizadores para, por arte de magia digital poseer dieciséis pistas más, con lo que sin comerlo ni beberlo te encontrabas con un sistema de grabación bastante más completo.
La cosa habría sido perfecta si, a la hora de sacar la mezcla definitiva, andabas bien de reflejos para dar al “play” al mismo tiempo en los dos aparatos. Sino, tu canción se podía convertir en algo un tanto psicodélico.
Para eso servían las cajas de sincronía; sacrificabas una de tus escasas pistas de audio, para grabar los datos que permitirían a los maquinas trabajar al unísono (bueno, más o menos)
Aquella cajita recibiría el nombre de MPU-401.
Más adelante la misma Roland había sacaría más tarjetas-interface MIDI para PC, entre las que se incluiría en el ochenta y ocho la LAPC-1 (tarjeta que, aquí, servidor de ustedes poseyó) que, aparte del interface MIDI, también poseía un banco de sonidos propio, en este caso el MT-32 de la misma Roland.
Como calidad de banco de sonidos, esta tarjeta les daba sopas con onda a la Adlib o las de Creative, pero tenía un problemilla (uno minúsculo, pequeñito pequeñito) El orden de los sonidos no era el estándar.
Y es que, claro, ese era uno de los problemas del MIDI en aquellos tiempos; los estándares aún se estaban creando, y cada uno quería imponer el suyo.
Los músicos hacen las canciones con su sintetizador, y los sonidos que tienen ellos no tienen porque coincidir con los del aparato que tienes tu. Vale, hasta aquí aceptamos barco. Pero hete tú aquí que la cuestión no trata sobre que el “piano” de su sinte suene distinto que el del tuyo. El problema viene cuando tú “invocas” un sonido en un sintetizador, no estas llamando al “señor piano” para que venga a escena, sino que estas llamando al sonido número X (no, al diez no, sino a un número concreto) que, en tu aparato se corresponde con “piano”.
Así que, si el compositor llama al sonido dos (digamos, piano) y en tu aparato el numero dos corresponde a una balaláika... habemus problemo.

Cuando se fabricó la tarjeta, aún no se había establecido un orden de sonidos “común”, pero para cuando me hice con la LAPC-1, ya se había creado ese estándar, al que llamarían “General midi”
Así que tenía una tarjeta con unos sonidos mejores que los de las tarjetas, llamémoslas “comunes”, pero que no me servía para gran cosa. ¡YUPI!

Pero bueno, abandonemos mis lloriqueos personales, y continuemos con la historia que os estaba contando.

Los protocolos que habían implementado para aquel aparato (el MPU-401 que os comentaba antes) se acabaría convirtiendo en un estándar de facto para la informática musical de los Pcs y comenzaría a emular y utilizarse en las tarjetas de sonido de otros fabricantes. Creative los incluiría en el noventa y dos para su Soundblaster 16.
Así que con una tarjeta “barata” podías tener las funcionalidades de una de las de “las ligas mayores” (bueno, no tenías las entradas y salidas de cinta o la sincronía, pero las funcionalidades más usadas se encontraban a tu disposición)
Estas tarjetas también vendrían con un banco de sonidos “General midi” (que sí, que vale, que los sonidos eran un tanto de aquella manera, pero las necesidades básicas estaban más que cubiertas) así que cualquiera podía hacer sus pinitos en aquello de la composición musical en la tranquilidad de su casa (que no era mi caso, pero sí el de mis clientes)
Luego la cosa fue a más, y Creative en el noventa y ocho terminó comprando a la compañía Ensoniq (fundada, entre otros, por Bob Yanes, diseñador del chip de sonido SID de los Commodore), fabricante de samplers y uno de sus competidores en el mercado de las tarjetas de sonido, un poco mas caras pero bastante mejores. Para terminar fundiéndose con E-mu, uno de los fabricantes con más renombre en el campo de los módulos de sonido con los míticos “Proteus”

Por su parte Roland intentaría hacer la competencia con tarjetas como la RAP-10 (que aparte de un banco de sonidos Geneal midi, también disponía de capacidad de reproducción y grabación de audio, aunque no era todo lo compatible que podía desearse con los juegos) y más adelante con varios módulos de sonido “virtuales” por software, pero que tenían severos problemas con el consumo de recursos de la maquina y los retardos.

A día de hoy, ver un ordenador sin una tarjeta de sonido integrada se nos hace impensable, pero ya veis que el camino hasta aquí ha dado algún que otro rodeo.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso V (Interludio consolero)

Biografía computeril: PCverso V (Interludio consolero)
Ya era un tipo serio y adulto.
Había dejado de estudiar, y al día siguiente ya estaba currando. Había abandonado los ordenadores “para jugar” y tenía a mi disposición todo un señor Pecé.
Bueno, el PC estaba en la tienda, con los instrumentos MIDI, y yo aún rondaba por el taller donde había un Mac Classic (que, pese a ser pequeñito, aún así molaba) donde podía hacer el maula con el Paint, o meter cacharros en el inventario hecho con Filemaker.

Por otra parte, en casa seguía estando la Mega Drive, pero la pobre estaba un poco de capa caída. Sí, de vez en cuando caía un Golden Axe o un Altered Beast, pero eran muy esporádicas. Mi faceta lúdica habían sido prácticamente copada en su totalidad por los juegos de rol tradicionales.

Pero claro, uno puede aparentar ser un tipo serio, cabal y maduro, pero no deja de ser lo que es: Un maldito adicto (por decirlo de una manera suave) al ocio electrónico (entre otras muchas cosas)
Si a esto le añadimos que empiezas a tener unos ingresos superiores a los que habías tenido hasta entonces, todo lo que no se iba en pedidos a Gigamesh, visitas a librerías a la busca y captura de los tebeos que saliesen esa semana, vídeo clubes, cines o guarradas diversas para comer (la verdad es que si me hubiese cortado un pelo con los gastos, igual ahora estaba forrado) se iba en revistas de ordenadores.
Como habéis podido comprobar, en esa lista, o sobra algo, o falta algo.

Seguía comprando revistas, pero ya no compraba juegos (ni originales ni piratas)
Después de las decepciones de los juegos “jot” que me había comprado siguiendo los consejos de las revistas, y comprobar que las tendencias no parecía encaminarse hacia nada mejor, mi destino parecía encaminado a la abstinencia.
Más ¡NO! Al final del túnel resurgiría alguien que no me había fallado. Un aliado para aquellos tiempos complicados. Cuando no parecía quedar vida más allá de los FPS, de los juegos de crea tu pueblo, tu nación o tu dimensión. Cuando me encontraba rodeado por vídeo aventuras y simuladores. Cuando todo atisbo de diversión electrónica parecía haber desaparecido, una luz iluminó el horizonte.
Y aquella luz divina provenía, por supuesto, de SEGA, cuyo avatar terrenal en aquellos complicados tiempos fue pequeño, pero no por ellos menos poderoso. Os estoy hablando de la colosal Game Gear.
Aquello no dejaba de ser una versión portátil de la Master System (es más, llegarían a sacar un adaptador para poder conectar los juegos de esta consola en su hermana pequeña. Cacharro que, por supuesto, también me compraría) pero era un cambio a mejor. En aquel erial de “modernidad”, pseudo tres-dé y clones del Populous, a los que se le sumaría el advenimiento del PC Futbol y sus mil y un seguidores, resultaba un pequeño y plácido (y, porque no decirlo, retro) oasis de éxtasis digital (nunca se es demasiado joven para ser un viejo gruñón)

Así que, como no podía ser de otra manera, uno de mis primeros sueldos se destinó a la adquisición de aquel místico artefacto de gozo y pasión.

Vale, quizás no todos los juegos eran gloriosos (y al precio al que estaban, tampoco estaba la cosa como para excederse, que uno tenía un sueldo primerizo) pero primaba lo que primaba: Plataformas y arcade. Lo que mola.

Además, también sacaron un sintonizador de televisión para la consola (que también me compré)... que consumía tantas pilas como un una nave espacial para despegar y tenías que andar resintonizando cada vez que te movías dos metros (y eso, en un aparato pensado para ser “portátil” es decir mucho. No veáis que viaje me dio hasta Barcelona en el tren)
Vale, sí, igual la Game Boy de “la competencia” (que había salido unos años antes) tenía más juegos, más cacharros, más publicidad y era más barato. Vale, los juegos también eran del mismo estilo, sencillos y “casuales” (aunque casi todos estaban impregnado con la estética Nintendera, lo que entonces y ahora, me ha echado bastante hacia atrás) Pero aquello era “juguetito para niños” que no se podían ni comparar. Por no tener, no tenía ni color.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso VI (Multimediando)

Biografía computeril: PCverso VI (Multimediando)
Vale, ahí tenía mi PeCé, funcionando, sufriendo sus víruses (que venían incluso en los disketes de los juegos originales, como el del Action Service) comprándome juegos que ya había tenido antes (como el Barbarian, el Targhan o el Impossible Mission II) y cruzando los dedos cada vez que copiaba algo al disco duro para que no saliese ningún mensaje de error de disco.
Como ya hicieran antaño, los juegos seguían entrándome por los ojos. Por sus carátulas me compraría el Cobra Mission y el Metal & Lace, y ambos resultarían igualmente decepcionantes. De gratis conseguiría el Wolfstein 3D, el mejor FPS jamás creado (no, no me gustan los FPS, me aburren enseguida) ya que, al ser una demo, (¿una que?) solo tenía un par de pantallas no demasiado cansinas con el laberinto. Ante aquel panorama, parecía que tocaba comenzar a mirar los ordenadores desde otro ángulo. Yyyyyy ese nuevo ángulo era el que se encontraba ubicado dentro del ámbito laboral, por supuesto. Un terreno de vedes pastos para alguien más verde aún. Nos encontrábamos bajo el paradigma de la línea de comandos, un ambiente apto sólo para tipos duros. A falta de ludismo informático al que meterle mano, siempre me quedaba el terreno puramente sonoro.

En el tema musical para MSDOS no es que hubiese gran cosa entre lo que elegir. Mientras el Atari y el Mac tenían los míticos Cubase, Encore, Finale o Notator (luego Notator Logic, para acabar siendo Logic a secas) en el PC teníamos el Ballade, el Musicator o el Band in a box (que también tenía su propia versión para Atari.
La verdad es que los programas no es que fuesen malos, pero eran feos e incómodos como ellos solos. De todas formas, tenían la ventaja de ser más baratos que los programas “Profesionales”. Recuerdo que en la tienda tuvimos una copia del Cubase para Atari y otra para Mac pero, si no me falla la memoria, aún deben seguir por ahí. Cada uno de esos programas superaba las cien mil pesetas (de entonces) y el Finale rondaba el doble, mientras que los programas para PC eran más asequibles (lo que no quiere decir que se vendiesen muchos)
Por otro lado, los interefaces MIDI para PC aún estaban caros, chungos de configurar y no eran precisamente fiables (aparte de que sólo eran eso, interfaces, y necesitabas también un modulo de sonidos externo para que aquello pudiese sonar mínimamente en condiciones) así que tuviéramos un mercado muy boyante en aquel momento (menos aún en Pamplona)

Sería en aquellos días que hasta mi llegaría (no recuerdo por que medio) un disquete. Pertenecía a una empresa de la lejana Barcelona. Al invocar su contenida aparecería grabado en mi pantalla el nombre del concilio de brujos que lo había conjurado: AMB (decía) the SQL (ponía más abajo, y yo me preguntaba ¿La Secuela de qué?)
En su interior encontraría precios de tarjetas de sonido y Cederones ¡A PRECIOS ASEQUIBLES!. Como es obvio, no tardaría mucho en pedir uno de ambos: Una tarjeta compatible con AdLib, y un CDROM externo x1. Al llegar ellos, también llegaría la decepción. Como ya decía por ahí arriba: ¿Como... diantres se hacía funcionar aquello?
Vale, yo pinchaba la tarjetas en sus ranuras respectivas, pero aquello no chuflaba. Conectaba los auriculares a la tarjeta de sonido, pero de ahí no salía ningún acorde o palabro. Metía un disco en el lector, pero no sabía como acceder a su contenido. Con ellos venían unos disketes, “conductores” ponía en guiri en sus pegatinas, pero ejecutando sus contenidos no lograba que me llevasen a ningún lado. Aquello de la informática “seria” estaba empezando a tocarme un poco las narices.

Por fortuna tenía a mano a alguien que era capaz de desencriptar aquel galimatías y hacer funcionar aquellos cachivaches. La verdad es que, por mucho que me empeñase (a quien vamos a engañar, nunca me esforcé demasiado) nunca aprendí a hacer un autoexec.bat o un config.sys desde cero (otra cosa era ya el copia de aquí y allá para hacer mi pequeño ejército de Frankensteins binarios)
Al fin conseguiría que aquello sonase y que los posavasos plateados sirvieran para algo, pero aquello tampoco mejoraba demasiado la cosa.
Vale, no tenía que desconectar físicamente el PC Speacker de la placa para no incordiar (al menos, no siempre, ya que había algunos programas que no te dejaban otro remedio) pero los juegos aburridos, con sonido “modelno”, no se volvían entretenidos.

Pero se acercaban tiempos de cambio. Como respuesta (tardía, muy tardía) a los colorines e iconitos de la competencia, se acercaba el (ejem) “Salto cuántico” para el PCVerso. Más allá de los comandos arcanos como pkzip o arj, comenzaba a vislumbrarse el reino dorado de las Ventanas (¡oh sorpresa! ¡nunca habíamos visto nada parecido!) y su místico paladín; el ratón (no bostecéis tan alto)
El mundo informático se iba acercando a las masas. Nos esperaba una buena.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso VII (Ventana sobre ventana)

Biografía computeril: PCverso VII (Ventana sobre ventana)
Pues sí, tras la larga espera, por fin estaban entre nosotros: Ventanitas de colores. No era la primera vez que Microsoft intentaba colarlas, pero las anteriores versiones no es que fueran malas, sino que eran más inestables que un demonio mal invocado en el Warhammer.
Pero bueno, como se suele decir, a la tercera parecía que era la vencida (más o menos, porque la primera versión que corrió como la pólvora, al menos por mi entorno, fue la tres punto uno)
Las malas lenguas hablaban de “copia”, “plagio” y “robo” (no, de taquiones no hablaba aún nadie, el advenimiento de ROB se había producido, pero aún no se había terminado de asimilar toda su Genialidad en toda su magnificencia) pero sólo hablaba la envidia. Que las teclas rápidas fuesen las mismas que las del MacOS no era casualidad, nada tenían que ver el azar o la mala praxis. El señor Gates, en su magnanimidad se había apiadado de los pobres usuarios de Mac y les había permitido hacer las cosas de la misma manera, así no perdían tiempo aprendiendo el nuevo sistema (más adelante les daría una “Tecla Windows” en homenaje a la “Tecla Manzanita” para hacerles aún más sencilla la adaptación)
Aquel Windows primigenio cabía en ¡cuatro disketes! (más los tres que eran necesarios para instalar el MsDOS, que sin él no podíamos hacer nada) y podía hacer cosas increíbles. Podías instalar de manera gráfica y sencilla cualquier dispositivo, ya fuese un CD o una tarjeta de sonido (claro está, sí antes las habías configurado en los archivos de configuración de DOS)
Seguías sin poder cargar las cosas adecuadamente en memoria ¿Quién necesita más de seiscientos cuarenta Ks de RAM de base? Podías arrancar los juegos haciendo doble click desde tu administrador de archivos (otra cosa es que funcionasen)
Pero bueno, no todo eran innovaciones imprescindibles y alucinantes. También había pequeñas concesiones, inútiles para los usuarios de PC de toda la vida, pero utilizadas por los caprichosos usuarios de Mac como el porta papeles para copiar texto entre aplicaciones o (paparruchas) programas creados para el entorno gráfico. Eso no eran cosas para hombres, sino para vagos que lo querían todo mascadito. Para nenazas (… como yo) Los hombres de verdad usaban linea de comandos y, los superhombres Unix. Linux empezaba por aquellos tiempos, pero yo aún estaba lejos de que ni siquiera me sonase el nombre.

Así pasaría del Word Perfect al Word (a secas, que no sería “perfect” pero era mucho más cómodo) del Musicator para Dos al Pro 4 (un diskete), Encore (dos) y Finale (tres disketes. Entonces si que tenían que currárselo para hacer los programas) al Cubase y el Logic aún les quedaba tiempo para aparecer para PC). Aparte de eso programas también usaba... también usaba... vaya, parece que no usaba ningún otro programa (y no os creáis que a los que he mencionado les daba mucho uso). Por lo demás, tampoco es que jugase demasiado al PC. La MegaDrive aún seguía por casa, pero estaba en la habitación de uno de mis hermanos y había caído un poco en desuso, así que mi única vía de escape jugón era la Game Gear (y el rol tradicional, que casi había copado mi tiempo de recreo y esparcimiento)

Mientras hacía la PSS y, gracias al una versión primitiva del spam que consistía en mandar faxes de publicidad de cualquier cosa a todo cristo, llegaría hasta la tienda publicidad de una gente de Madrid que vendía ordenadores a unos precios de los más razonables. Así que me animé a hacerme con uno (y logré convencer a mis dos hermanos para que me echasen una mano para pagarlo).
Así me haría con mi primer ordenador (pagado con mi dinero): Un fantabuloso 486 DX2 66 con un monitor SVGA de catorce pulgadas y ocho megas de Ram y doscientos diez de disco duro.

La cosa prometía, aunque empezó con un pequeño problemilla: Sólo venía con un diskete y este diskete traía sólo el command.com (de algún lado tenían que rascar ese precio) En aquel momento me sentí de nuevo como aquel lejano día con el primer Commodore, esperando a que... no sé, que hiciese algo, lo que fuese.
Pero bueno, esta vez ya tenía un poco más de callo y logré hacerme con una copia de los disketes de instalación del MsDOS 6.20 y del Windows 3.1 (ya que con el ordenador que había comprado la tienda no venían los discos para reinstalar el sistema) y liándome la manta a la cabeza me curre la instalación completa desde cero (previa brasa a los colegas “ilustrados” sobre cosas como un fdisk y demás)

Aún me quedaban algunos miedos electrónicos por superar, pero aquel fue un gran paso para mi. Pero eso os lo iré contando otro día.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso VIII (De estrenos y viejos conocidos)

Biografía computeril: PCverso VIII (De estrenos y viejos conocidos)
Había conseguido hacer funcionar a mi nuevo súper-monstruito, pero aquello no cambiaba nada. Lo seguía utilizándolo para lo mismo; como procesador de textos... pero tampoco es que escribiese demasiado.
Por suerte, en aquellos tiempos descubriría el Shareware, dando un vuelco considerable a las funciones para las que usaba la máquina (y la informática en general) También comenzarían a popularizarse las revistas de share y freeware. Publicaciones que (obviamente, tras comprarlas) te regalaban... algo por lo que no había que pagar. Claro, en una época en la que internet tal y como la conocemos se encontraba en un estado casi de gestación, y los oscuros y arcanos misterios de las BBS sólo se encontraban a disposición de unos pocos elegidos, era harto complicados de recopilar o conseguir aquel material por tu cuenta, así que hasta agradecías pagar por ello.

Mi curiosidad informática crecía, y resurgía mi nunca desaparecido gusto por el gore electrónico. Hasta entonces sólo había tenido cacharros con los que jugar de una manera, pero aquellos trastos despertaron en mí algo más. Igual era porque me encontraba vendidísimo para hacer cualquier cosa básica. Antes, era encender la máquina y ¡ZAS! ¡MAGIA! Se encendía y funcionaba, punto. Ahora no. Ahora se podía jorobar la disquetera, el disco duro (que no, no eran lo que yo había creído hasta entonces) u otro montón de palabrería técnica que me sonaba a algo a medio camino entre el albano-kosovar y el soajili cerrado. Y lo peor era que aquello me molaba. Me sentía contento cada vez que pinchaba una tarjeta y conseguía que funcionase. Cada vez que copiaba una linea del autoexec y sabía (más o menos) lo que me decía y para que servía. Aquello prometía.
Así que me compré una torre enorme para trasplantar a mi pequeñin y poder enredar en sus tripas a gusto. La cosa no parecía complicada: Marcar cables, soltarlos, quitar la placa de una caja y conectarla en la otra. Chupado incluso para un bárbaro como yo. Con lo que no contaba era con que las conexiones de los buses en aquellos tiempo no eran lo que se dice “precisas”. Tras el trasplante, el condenado no sólo no quiso encenderse sino que metía un pitido que no presagiaba nada bueno. Mi escasa autoconfianza y raquítico ego se hundieron hasta simas nunca antes horadadas; me había cargado un cacharro que no iba a ser fácil (ni, sobre todo, barato) de reemplazar. Tendría que haber prestado más atención en el curso de destrucción y reconstrucción de horrores tecnológicos.

Por suerte no me lo había cargado, y el amigo Z logró hacer que aquello volviese a mover bits por su interior. Eso sí, tardaría unos añitos en atreverme a revolver entre las tripas de un ordenador (más allá de para instalarle una tarjeta de sonido).

Tras el susto, el pavor y todo lo demás, decidí que tocaba estudiar medio en serio sobre aquello, pero no tenía ni idea de donde. Tampoco estaba tan emocionado como para ponerme a estudiar otro ftp, así que empecé a buscarme la vida por mi cuenta. A falta de internet (y wikipedia) que echarme a la boca, me apunte a un curso Ceac de Basic, que no tenía nada que ver con lo que yo quería, pero era lo que había (y el comercial se empeñaba en que era imprescindible antes de meterme en cosas más serias)
Ese curso aún sigue por mi casa (se vino conmigo en la mudanza) y... estoy convencido de que algún día lo haré (hey, es casi todo programación para ordenadores de ocho bits, y eso mola bastante más que Visual Studios, Javas, Punto nets o Pythons)

Mientras me (ejem) mentalizaba para empezar a estudiar “en serio”, en una de las revistas de shareware encontraría las herramientas que han guiado mis pasos informáticos hacia la senda que aún transita: La emulación. Mucho cachi procesador, triangulitos que se mueven a la vez y teras de información, pero con lo que mejor me lo paso es con la informática viejuna.

Por un lado tenía un emulador de algo moderno... el entorno gráfico del OS2Warp de IBM. Lo más curioso del asunto era que Windows iba mejor y tenía más posibilidades con ese emulador que sin él (lo no hacía sino engrandecer las leyendas sobre la generosidad de los señores de Microsoft para con la competencia)
Por el lado encontraría los primeros emuladores de ordenadores de ocho bits (Commodore y Spectrum) lamentablemente, aún no había a disposición del gran público en general una librería de juegos con los que poder darle uso (aparte de que aquellas versiones sólo funcionaban diez minutos si no comprabas la versión completa)
Era ver la pantallita azul del Commodore y ponérseme un sonrisa tonta en la cara (y la cara de tonto me dura hasta hoy)

Así, con esta expresión de lerdo y la lagrimita a punto de caer, me despido por hoy... Creo que voy a echar una partidita al Traz antes de ir a dormir.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso IX (Ludeando de nuevo)

Biografía computeril: PCverso IX (Ludeando de nuevo)
Se dice que la cabra tira para el monte y, cabezón cual macho cabrío que es uno, de vez en cuanto trataba de regresar a los elevados picos que mi añoranza de los tiempos (más) mozos se empeñaba en recordaba como Nirvanas lúdicos.

Con el tema del software “laboral” solucionado (no había mucho entre lo que elegir, y sólo era cuestión de pedirlo a los distribuidores) y en el aspecto de los programas “creativos” solventado a su vez gracias a (ejem) otros “canales de distribución” que consistían básicamente en “donaciones” de amigos y conocidos
Ndt para aquellos que no entienden el texto “entrecomillado”: Para hacerte con un procesadores de texto o un programa de dibujo, llamabas a alguien que sabías que lo tenía, y te copiabas sus discos que, a su vez, el había copiado a algún otro poseedor del programa en cuestión (después, alguien te lo pedirían a ti, continuando así el ciclo que se prolongaría hasta el absurdo, el infinito, o la llegada de las grabadoras de cedeses)
¿Qué queréis? conseguir según que programas no era algo que pudieses hacer por cauces “oficiales”... a no ser que te sobrase mucha pasta o esperases ganarte la vida con ellos.
A lo que iba, que me disperso. Con la faceta “seria” de mi vida informática “arreglada” mi misión volvía a centrarse en la búsqueda del ludismo perdido.

Pues sí, demostrando mi escasa inteligencia, de vez en cuando dejaba que los aguijonazos que trataban de perforar mi reforzada coraza de “hombre de bien” llegasen a impactar en mi vena lúdico-electrónica. En aquellos momentos tocaba gastarse los ahorros, buscando cual yonki las anheladas mieles de goce digital perdido.
De todas formas y, afianzando las raíces de mi recién descubierta vertiente retro, lo que me dedicaba a comprar eran versiones modernas (que no mejores... bueno, igual un poco mejores, sí) de juegos que ya había tenido. Así, aparte de clásicos como el Pirates Gold o el Unlimited Adventures, grandes juegos a los que apenas les dedicaría tiempo (más allá del que necesitaba para instalarlos y configurarlos, ver las “animaciones” de introducción y decir: “Que bonicos”) también (y tras larga espera) caería uno de los Ultima (el ocho, Pagan).
Con esta saga tenía una deuda pendiente: Tras años de ver las portadas de la saga en las revistas extranjeras (C+VG y Commodore User), nunca había jugado a ninguno de ellos. Así que, tras abrir la caja, contemplar sus ocho disquetes, y cruzar cada uno de los dedos de mi cuerpo (para que no fallase ninguno) durante la instalación... no pude jugar.
Alegría, me cago en la memoria extendida y la madre que la trajo. Tocaba cacharrear (otra vez) con el memmaker si no quería necesitar de un noveno disco (de arranque). Después, jugar cinco minutos, hacer copia de los discos (por si acaso) y ponerlo sólo cuando venían visitas (que bonico que era, pero que peñazo también)

Pero tampoco os creáis que ocho discos era algo fuera de lo normal. Tenías otros programas como el Corel Draw que ocupaba cosa de trece, o la joya de la corona: El Office, que te venía en veinticuatro y cuya instalación era una autentica prueba de paciencia y nervios de acero (y de dedos a cruzar)

Pero claro, uno seguía viendo en las revistas (tanto nacionales como extranjeras) juegos que tenían muy buena pinta... pero que no encontraba en las tiendas de Pamplona. Así que, si quería hacerme con ellos, debía volver a transitar las neblinosas sendas que guiaban mis pasos de vuelta al lado oscuro (bueno, sólo un poco mas “oscuro” que el que me conseguía los programas “serios”) Un camino que ya había recorrido en los tristes tiempos del Atari: A buscar al tipos con “parche y “contactos”. De esta manera contactaría alguna que otra vez con uno de los clientes de la tienda (que era el que había logrado configurar el CD en el ordenador) que traía montones de folios grapados con enormes listados repletos de juegos de prometedores nombres, pero decepcionantes resultados. Lo más entretenido de todo aquello era leer aquellos títulos e imaginar lo que podían significar, calcular cuantos podían caber en “mi lado del CD”, ya que hacíamos los pedidos de manera conjunta, y la espera hasta la llegada del cargamento.

Como veis, los hay que no escarmentamos y nos lanzamos una y otra vez contra la misma piedra. Lo que pasa es que es una piedra que parece tan bonita desde lejos, y se parece tanto a esa que teníamos hace tiempo, que mucho me temo que seguiré tropezándome con ella durante toda mi vida.
En fin, supongo que hay cosas peores.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso X (Y empieza el baile)

Biografía computeril: PCverso X (Y empieza el baile)
Era joven e inexperto y el tipo era un conocido de mi padre (empezando así, esto parece el comienzo de un relato de relaciones poco adecuadas, pero tranquilos, mis traumas nada tienen que ver con cosas de esas)
El tiempo pasaba, y la familia de ordenadores que tenía a mi disposición iba ampliándose y mutando.
El tres ocho seis del trabajo digievolucionaría a pseudo pentium a setenta y cinco megahercios, y digo pseudo, porque me timaron (a cuento de esto venía el párrafo de introducción)
De todas formas no me enteraría del engaño hasta un tiempo después, cuando el disco duro (¡DE UN GIGA!) se fastidiase y el amigo que me lo reparó me lo comentase. Llenos de justa ira miraríamos la factura a ver si podíamos reclamar algo, pero sólo ponía “Ordenador a setenta y cinco megahercios” El hombre, por teléfono me aseguraría que él nunca había dicho que nos había vendido un pentium, así que ante un plan de horas de discusión estúpida, optaría por colgar cuando veía que el ciclo de monólogos comenzaba su segunda fase.
No sé si aquel incidente alimentaría mi desconfianza ante los ordenadores “pre-montados”, pero la cosa es que, entre esto y lo que nos pasaría unos pocos años después con la siguiente tanda de equipos “te-los-vendo-como-están” todo el parque de ordenadores personal, de amigos y del trabajo lo he ido montando pieza a pieza.

Pero claro, mi confianza electrónica aún se estaba desarrollando, la información de la que disponía para meter mano entre la circuitería era más bien escasa, y las máquinas eran demasiado caras como para andar practicando método de prueba y error.

Con aquel ordenador vendría otro cachivache nuevo: Un escáner no-se-qué.
A ver, que sí que sabía que era aquello, pero era lo que más fácil me salía cuando trataba de decir el tipo de conexión que utilizaba. Porque en aquellos tiempos, como que “escasi” no me decía mucho a mi ni a casi nadie que se lo dijese. Así que, entre la traducción/vocalización de SCSI que me salía entonces (que era... pues eso; ese-cé-ese-i) o decir “Un palabro u acrónimo guiri que no tengo ni idea de como pronunciarlo y que tampoco me dice nada” pues optaba por el camino de en medio.
Pues bien, gracias a aquel artefacto iba a cargarme los lomos de mis libros de ilustraciones de TSR y artistas diversos, y realizando retoque cutres con el Picture Publisher que venía de regalo.
Aquello era un tanto agónico y casi te costaba tanto dibujar a mano aquellas imágenes que lo que tardaban en ser escaneadas. Además, luego tenías que andar comprimiéndolas y partiéndolas en cachitos para poder pasarlas a otro ordenador (y rezar para que los discos no se jodiesen en el trayecto) así que útil, lo que se dice útil, no era en aquel momento (pero todo llegaría)
De todas formas lo que me encantaba de aquel cachivache era trastear con los interruptores de la controladora, mirar el manual y aquellos números en hexadecimal (que tampoco me decían nada) y cambiar la configuración una y otra vez (no me miréis así, cada uno tiene sus vicios, aunque luego el maligno señor Gates me robase ese placer)

Por otro lado, mi pequeñin (el de casa) también se haría mayor. De cuatro ocho seis mutaría en pentium noventa. No, aún no me tocaría a mi pegar el salto, sino que confiaría en otras manos expertas. En aquella ocasión, las manos que obrarían el milagro serían las de algún técnico de una tienda valenciana que se anunciaba en los tochos semanales de la “Guía de compra de ordenadores”
Fue tan sencillo como empaquetar mi über torre, mandarla por transporte, que me llamasen por teléfono preguntarme si las tripas de mi ordenador tenían que estar revueltas, cagarnos en los muertos de Seur, y recibir mi flamante viejo ordenador con un nuevo interior.

En el ámbito de la gestión empresarial, cambiaríamos del Bull con su vetusto Unix y pantallas en fósforo verde, a un servidor Fujtisu con sus terminales tontos funcionando bajo Theos y su flamante... monocromo y un programa de búsquedas que era un dolor (en fin, que le vamos a hacer). Más adelante (mucho más tarde, más concretamente en el nuevo milenio, cuando me lo llevase a casa) descubriría que el “flamante” súper-servidor un cuatro ocho seis. Con arquitectura propietaria de Fujitsu y que sólo aceptaba su propia (y obscenamente cara) memoria, pero no sé que me da que nos la volvieron a colar (malditos, malditos, informáticos) (Ups, igual no tendría que haber dicho eso) Pero bueno, que le vamos a hacer.

Para terminar de redondear el asunto, mientras todo esto sucedía, en una trama secundaria, algo sucedía en la oficina que ocupaba mi hermano dentro de la tienda. Algo terriblemente misterioso que tendría cataclísmicas e inesperadas consecuencias a nivel universal. Llegaba un nuevo inquilino electrónico hasta el negocio. Nada hacía pensar que aquel pequeño pentium cien ocultase en su interior (bueno, en realidad en su exterior) aquel terrible poder. Porque conectado a su puerto seria había un misterioso artefacto: Un módem (externo)
No, en aquel momento no relacionaba aquello con el cacharro que usaban en Juegos de guerra (... no tenías que colgar el auricular del teléfono encima) pero pronto. Muy pronto, se desencadenaría todo su potencial.

Pero bueno, para eso habrá que esperar un poco, porque en la siguiente entrada volveremos a tropezar con la piedra de costumbre.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XI (Maldito gorila)

Biografía computeril: PCverso XI (Maldito gorila)
Pues sí, maldito gorila.
¿A que gorila me refiero?
Al de Nintendo. Al puñetero Donkey Kong, que me hizo reincidir. Que me haría tropezar otra vez con la piedra de costumbre.
Vamos, que después de ver los anuncios del Donkey Kong Country en la tele (a todo esto, juegazo), aquellas mismas navidades me compraría una Super Nintendo.
A ver, no me entendáis mal. La máquina bien merecía la pena un tiento (y alguno más también) pero estaba negando una vez más a uno de mis señores. Sin un Commodore a quien negar ante la cruz, esta vez traicionaría a Sega.
Bueno, tampoco es que la traicionase de una manera exacta (al menos no del todo) Al fin y al cabo la MegaDrive seguía en casa y ¿que queréis que le haga? del MegaCD, que había salido un par de años antes, ni me había enterado.
Lo mismo pasaría con “La respuesta de Sega ante la SNES”, el 32X, de cuya existencia no sabría hasta mucho tiempo después (y que, seamos sinceros, de haber visto en su momento dudo mucho que me hubiese comprado)
Y hasta en año siguiente no saldría la Saturn, que pasaría de una manera bastante discreta por las tiendas de la zona. A veces me pregunto ¿Habría corrido la Saturn la misma si a los señores de Sega España, en lugar del “Canal Pirata” le hubiesen dado un tiento por estas tierras a los anuncios del amigo Segata Sanshiro?
No lo sé... pero nos habríamos echado unas risas.
Más adelante, tras tropezar de nuevo con la misma piedra, tropezaría de nuevo volviendo al redil de mi señora de los ludismos. Pero eso os lo contaré cuando toque cronológicamente.

Pues bien, a lo que íbamos.

Mi tropiezo con la piedra de costumbre me llevaría hasta los amorosos brazos de la gran “N”, pero sería una recaída muy prolongada (pero bien aprovechada)
Durante mi etapa con Nintendo, la verdad es que probaría pocos juegos. No tanto por elección premeditada, como por imposición, llamémosla “social”. Los juegos para la SNES (como todos los de la época) eran caros de cojones.
Si a esto sumamos que tampoco había mucho entre lo que elegir (en Pamplona) y que, pese a que internet estaba a punto de llamar a mi puerta, no era lo que es hoy día, el resultado fue que sólo me compré cuatro juegos para aquella máquina.
Por un lado estarían el mencionado Donkey Kong Country, su segunda parte y el R-Type, grandes juegos todos ellos. Por el otro, me haría con el Killer Instinct, que no es que fuese malo, pero que no dejaba de ser un Mortal Kombat con todo lo malo que aquello acarreaba. Vamos, que se dejaba jugar pero tampoco me emocionaba (ni él, ni el CD que te regalaban con su banda sonora)

Lo cierto es que en aquellos años no recuerdo haber visto por las tiendas la saga de los Super Mario pero, de haberlos visto no creo que les hubiera hecho mucho caso. No os creáis que era por un sentimiento de “madurez” mal entendida, sino que con esas mirando sus portadas no creo que me hubiesen llamado lo suficiente como para darles la vuelta (toooonto que puede llegar a ser uno)

Salvo el R-Type, me los acabaría todos (era chungo el condenado, y hasta que lo jugué con el MAME con sus “truquillos” no habría manera de terminarlo) alguna que otra vez. Lamentablemente, en lo que parece haberse convertido en una (triste) tradición por mi parte, ahora soy incapaz de dedicarles partidas de más de unos minutos, antes de dedicarme a correr p'alante en lo que es más una carrera por llegar cuanto antes posible al final de la pantalla, que disfrutar del juego en sí.
Pero que le vamos a hacer. La chavalada se queja ahora de que los juegos “sólo” les duran veinte horas, y a mi me entran sudores fríos si dedico a (casi) cualquiera de ellos más de veinte minutos. Será que no estoy a la moda.

Javier Albizu

Ge (no verificado)

Hace 13 años 8 meses

¿Donkey Kong Country? Pssss... bueeeeeno, no está mal.

¡Skyblazer, tío! Juegazo supremo para la SuperNES.

AlexKidd91 (no verificado)

Hace 13 años 8 meses

Yo también recuerdo haber visto anuncios de Donkey Kong Country en Telecinco antes de que tuviera en mis manos el VHS del Cómo se Hizo que Hobby Consolas regalo en Diciembre de 1994.

Biografía computeril: PCverso XII (Inteneeeee)

Biografía computeril: PCverso XII (Inteneeeee)
Que no. Que soy un chico muy sano y no he fumado nada raro. Lo que pasa es que el evento que estoy a punto de narraros bien merece un título en consonancia, así que permaneced atentos.

Como os contaba hace unas entradas, un nuevo artefacto, cuyo poder sólo era superado por su arcano misterio, había llegado hasta mis dominios (bueno, en realidad los de mi hermano mayor)
¿Un transfuncionador del continuo? Os preguntaréis ¿Un nulificador supremo? Murmuraréis aterrados.
Pues no. Nada tan banal.
Lo que había llegado hasta mis manos (bueeeno, las de mi hermano) era un poder sin parangón. La rueda o el fuego que nos transportaría hasta el nuevo siglo: Un modem.

Porque aún nos hallábamos en los albores (bueno, casi ya habíamos alcanzado su equinoccio) de la última década del siglo pasado. Para ser mas exactos, mil novecientos noventa y cuatro.
Nada sabíamos de lo que nos depararía aquel místico talisman. De lo que nos aguardaba a la vuelta de la esquina tecnológica.

En tiempos pretéritos (aunque tampoco mucho) visitando a los amigos Z y Mercenario, les había contemplado escribir místicas ordenes en los terminales de misteriosos programas. Decían que, gracias a aquellas arcanas runas, eran capaces de comunicarse con gente de más allá. Con entes que se hallaban “al otro lado de la línea”, aunque por entonces no asociaba el termino “línea” con “telefónica” cuando se trataba de las lides informáticas. Al fin y al cabo, Juegos de guerra, no dejaba de ser una película. Ciencia ficción como lo era Starfighter o Cortocircuito.
La gente no podía hablar con las máquinas, al igual que no había reclutadores de “la liga de las estrellas” merodeando por los salones recreativos, ni robots con una vida interior más rica que la de muchos humanos.
Con el tiempo, de aquellas pesquisas virtuales que realizaban mis amigos por las brumosas estepas de las BBS, como si de chamanes gloranthinos se tratase, regresarían con el conocimiento almacenado en “la máquina”.
Nos traerían la reinvención del fuego, la reformulación de los leyes del universo. Noticias de lejanas tierras, reglamentos desechados por editoriales o revistas sin imágenes que imprimían en sus impresoras de agujas.
La nueva panacea. La cornucopia del ávido devorador de información. Nos traían... EL FUTURO (venga, bien de fanfarrias)
Pero aquel FUTURO pronto se quedaría atrás (entre otras cosas porque a nosotros nos había llegado un poco tarde) porque adelantándole de manera fulgurante llegaría hasta nosotros el hermoso retoño de los ceros y unos.
Como suele ocurrir con todas estas cosas que os suelo contar, mi único merito en estas cosas es el de “pasar por ahí” cerca de alguien que tiene los ojos abiertos. En esta ocasión, el amigo Mercenario y su inestimable apoyo técnico.
No recuerdo muy bien como sucedió. Supongo que sería gracias a las partidas que solíamos echar los domingos en la tienda. Imagino que vería el modem y diría “si yo tengo una conexión”.
Así que, ni corto ni perezoso se vino un día entre semana y nos la configuró en nuestro flamante Ventanitas 3.11.
Tras pegarse con el winsok, los inis y la madre que lo trajo. Tras unos cuantos reinicios. Tras instalar un navegador (supongo que el Netscape 4.08) Ya estaba. Por fin lo teníamos:

INTENNEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE

Claro, aquella conexión se hacía con sus datos, así que no podíamos estar “en linea” a la vez que él, por lo que básicamente nos conectamos cuando el se pasaba por la tienda.
Aquellos momentos de emoción contenida: ¿Se conectará?
Aquellos momentos de juramentos incontenibles: YA SE HA VUELTO A CAER LA CONEXIÓN
Aquel sentimiento de maravilla: Mira, mira, ¡¡¡está descargando a cien bites por segundo!!!
Aquellos momentos de ensoñación: ¿Te imaginas poder descargar algún día ese programa de dos megas?
Todo estaba ahí. En aquella pequeña cajita. En aquel puñetero trasto.
Aquello parecía insuperable pero, aunque nos parecía casi imposible, la continuó yendo a más.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XIII (Va de crossovers)

Biografía computeril: PCverso XIII (Va de crossovers)
Llegamos a finales del noventa y cuatro. Para ser más exactos, trece de noviembre de ese año. Debían de ser algo así como las tres y pico de la tarde y yo estaba en el autobús de vuelta a Pamplona.
¿De donde volvía?
De Barcelona. De las primeras GenCon que se celebraron allí (y las primeras jornadas roleras a las que iba en mi vida) Pero bueno, de eso igual os hablo mejor otro día, porque también fueron moviditas y tampoco me quiero meter en más berenjenales temáticos.
En el bus, junto a lo que había comprado en las jornadas, la Pantiplora que había rellenado de horchata (y la mochila con la ropa y esas cosas) se encontraba el material que había recogido de Gigamesh.
Gigamesh... que recuerdos. La de cosas que les había pedido por correo y dejaron de vender de esa manera. Mira que hasta había aprendido a hacer giros postales por ellos. Pero bueno, me vuelvo a desviar.
La cosa es que, entre ese material que se encontraba en mi mochila, se hallaba el número doscientos nueve de la revista Dragon (la americana, esa que no lleva acento) que correspondía al mes de Septiembre de ese mismo año (una cosa es que ya no vendiesen por correo, y otra que no me reservasen los números para cuando me pasaba por allí)
Comencé a leer aquella revista durante aquel trayecto, y en su interior encontré una comparativa de varios programas de cartografía por ordenador.
A todo esto... y por si no lo había comentado antes por aquí... estoy haciendo un juego de rol.
Pues entonces también llevaba unos cuantos añitos haciendo un juego de rol. Más concretamente... Sí, ese mismo: Daegon.
¡Vaya! – Me dije – Igual alguno de estos me sirve para mi pequeñin.
Así que leí y releí aquella comparativa hasta coincidir con el opinador de la revista que el Campaign Cartographer era el mejor de los programas comentados y, cuando llegué a casa... no hice nada.
¿Que iba a hacer? No tenía VISA y tampoco me atrevía a pegarles un telefonazo a aquella gente y balbucearles el pedido.
Así que esperé y esperé. Planifiqué y planifiqué. Hasta que llegó el momento en el que alguien dio la más mínima pista de que podría estar interesado en algo similar, engañamos a un tercero que no balbuceaba el ingles, sino que lo hablaba con más fluidez que nosotros y lo compramos entre los dos (el que llamó por teléfono no estaba interesado en el programa) gracias a la tarjeta de mi compi Sí, soy uno de esos bichos raros que paga por (alguno de) los programas que utiliza (más que nada cuando tienen un precio que considero razonable)
Por favor, no me repudiéis por ello.

Unas cuantas semanas (por no decir meses) después llegaron dos cajas (también habíamos pedido el Dungeon Designer)
Cual sería nuestra desilusión cuando fuimos a instalar el programita en cuestión y comprobamos que el disco estaba jorobado (maravillas de la tecnología de la época, y el estado de la caja tendría que habernos servido como aviso) con lo que estábamos un poco vendidos.
¡Yupiii!
Más inasequibles al desaliente (y utilizando algo un poquito de las fastuosas tecnologías de las que disponíamos) les mandamos un fax para informarles del percance y, loados sean los hados binarios, nos mandaron otras dos cajas sin cargo (con lo que se ganaron mi amor eterno y la compra por mi parte de posteriores versiones. A todo esto, la semana pasada pedí la última versión)
El que el programa sólo se pudiese instalar dos veces no es que me emocionase demasiado, pero entonces no reinstalábamos el sistema tan a menudo, y te daba la opción de desinstalarlo para volver a tener intacto tu número de instalaciones.

Luego... la cosa no fue tan sencilla. El programa no dejaba de ser un CAD para DOS con iconos pregenerados para hacer mapas de fantasía. Vamos, que para hacer los mapas que venían en los anuncios tenías que currártelo mucho (así que aún estoy en ello)
De todas formas, hay que ver lo que han avanzado desde entonces (y lo que voy a tener que rehacer para aprovechar las funcionalidades que han añadido.
Como muestra, aquí tenéis una serie de video-tutoriales que han puesto en su página. No seáis impacientes e ir pasando de uno a otro. Mirad la de cosas que se hacen con unos pocos clicks.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XIV (Por el … te la hinco)

Biografía computeril: PCverso XIV (Por el … te la hinco)
Y llegamos al año del Apocalipsis. Cuando el gran mal largo tiempo aprisionado sería desencadenado sobre la humanidad. Año de rimas, año de cambios.
Llegó el noventa y cinco y con él, la siguiente evolución del sistema de las ventanitas. Plug & Play, decían. Pincha y juega. Conecta y trabaja. Señora, se terminó el poner interruptores a mano en las tarjetas de ampliación. Bill nos iluminaba con su nueva obra (y la de sus ingenieros)
Su evangelio decía: El configurar se va a acabar.

Y claro, todos corrieron a su tienda más cercana para hacerse con los bits sagrados.
¿Todos?
No.
Yo seguía apegado a lo que ya conocía. Irreductible y estoico ante los cantos de sirena procedentes de los Impíos salones de Redmon (que ya estaban cómodamente asentados en mi sistema... pero eso es otro asunto. No me cambiéis de tema ahora)
Vamos, que experiencia pecera aún era escasa, pero no me fiaba de aquellos señores que me querían colar su última “idea genial”
¿Qué era eso de poner a los archivos nombres más largos de ocho caracteres más los tres de la extensión?
Yo quería seguir arrancando en DOS y sólo poner las ventanitas cuando me viniese en gana.
Que no. Que no iba a dejar que el sistema “adivinase” en que posición había puesto yo los selectores de la tarjeta de sonido (que, además, lo hacía con el culo, como así quedaría demostrado en la instalación del equipo de mi hermano)
Además, el emulador de OS2/WARP no funcionaba. Vamos, que no me ponía aquel engendro “multimedia” (en aquellos días comencé a odias esa puñetera palabra) ni de coña.

Pero, como os comentaba ahí arriba, pronto me vería rodeado.
Mis dos hermanos se instalarían aquella aberración tecnológica en sus equipos del curro. Para más INRI, gracias al señor G lograríamos conectar los tres en red (previo agujereado de suelos y tabiques) Pero mi pequeñin se portaba muy bien y nunca se rindió. Podía ser una generación de hardware y de software anterior a los otros dos, pero no tenía nada que envidiarles.
La presencia del retro era muy poderosa en él.

Mientras tanto, y ya en casa, también había cambios. La placa de Pentium noventa era heredado por un amigo y yo me hacía con uno a ciento veinte. No era un gran cambio, pero lo mejor vendría después: Me haría también con un sintonizador-de-televisión para-el-ordendor-pero-no.
El aparato en cuestión se colocaba dentro de la torre, utilizaba su fuente de alimentación, pero ahí acababa toda su interactuación. No podías grabar los programas de la tele ni nada parecido (ni me lo planteé ¡como si tal cosa fuese posible!) pero debías tener el ordenador encendido si quería ver cualquier programa.
Entre la potencia que tenían aquellas máquinas de la época, que no existían el DVD o los divx (aún tardaríamos un tiempo en comenzar a escuchar de algo llamado MP3) y la capacidad de los discos duros, la posibilidad de poder, no grabar, sino simplemente “visualizar” vídeo en un ordenador se me hacía algo de película (sí, igual que lo de poder conectar los ordenadores entre ellos, pero aquello, a base de usarlo, más o menos ya lo iba asumiendo)

De todas formas, la experiencia con aquel trasto empezó con susto.
Después de convencer a mis padres para hacer un agujero entre nuestras habitaciones (la mía no tenía toma de antena para la tele) Después de hacer el susodicho agujero y pasar el cable. Después de montar el aparato y lograr averiguar como se suponía que tenía que funcionar.
Después de todo aquello, la tele no se veía.
Venga, alegría.
¿Tendría algo que ver con el sistema operativo? ¿Me vería obligado a claudicar ante la tiranía de los designios mediáticos del tito Gates?
No, y no (por el momento)
El problema era que el sintonizador se había quedado un poco obsoleto, y el refresco de los monitores SVGA no soportaba la señal que le mandaba (claro, esto lo deduje después de semanas de prueba y error)
¿Solución?
Tras probar con varios monitores (véase, dar algún que otro cambiazo con los ordenadores del trabajo) di con uno que sí que era capaz soportar aquella frecuencia. Casualidades de la vida, el monitor del primer ordenador que me había comprado.

Aquello debía ser una señal. El poder del retro siempre había estado muy presente en mi “familia”

Javier Albizu

Ge (no verificado)

Hace 13 años 6 meses

¿Gracias a mí conectásteis los tres ordenadores en red?

Javier Albizu

Hace 13 años 6 meses

Nop, gracias al G calvo.

Biografía computeril: PCverso XV (Cayendo en la red del mal)

Biografía computeril: PCverso XV (Cayendo en la red del mal)
La red que se iba tejiendo a mi alrededor cada vez era más tupida y complicada de sortear. Tendría que haberme comprado el coleccionable aquel de Comandos. Porque el enemigo me estaba rodeando, y me parecía que no iba a ser capaz de sobrevivir.

Por un flanco se encontraba el ventanitas noventa y cinco. Estaba ahí, como el lado oscuro. Atrayéndome. Tratando de seducirme con sus resoluciones de pantalla superiores a seiscientos cuarenta por cuatrocientos ochenta (en el tres once también se podía, pero rara era la ocasión en la que funcionaba un driver a una resolución no nativa del sistema) y sus controladores para aparatos no soportados por la anterior versión (aparatos que, casualmente, vendíamos)
Por el otro, Internet. Bueno, por aquel lado estaba más o menos atrincherado y tampoco me causaba demasiados problemas (llámadlo tentaciones, si preferís) ya que no teníamos conexión propia y, caso de tener una, iba a salir por un pastón en llamadas a Madrid o Barna.
Pero el tiempo pasaba y antes de fin de año los dos habrían acabado asentándose en mi entorno. Al final, como no podía ser de otra manera, acabaría cayendo en las garras de ambos depredadores.

Primero vendría el cambio de sistema, no antes de que mi ordenador resucitase (previa defunción, obviamente)
En realidad, la pieza en perecer no sería el ordenador en sí, sino el disco duro. Un giga de información a paseo (o eso me temía). Por fortuna, ahí estaba el amigo G al rescate de nuevo con un disco del mismo modelo (que tenía por el centro del mal). Cambiar controladora de disco y problema solucionado.
Ese sería también el momento en el que me enteraría que nos habían tangado colándonos un cuatro ocho seis a setenta y cinco en lugar de un pentium. Dos problemas solucionados: El ordenador, y el no pillarle nada más a aquel tipo.
Una vez salvado este pequeño escollo tocaba instalar el sistema. Tras una ardua labor (cerca de tres horas después de dedicarnos a mirar como mi fantabuloso CD por uno copiaba con parsimonia todos y cada uno de los archivos, dándonos tiempo a leer el nombre de cada uno de ellos mientras iban subiendo por la pantalla) ya estaba “actualizado”
En aquel momento tocada configurar la tarjeta de sonido y la controladora del escáner que, al no ser “pincha y juega” en sistema se empeñaba en darles las direcciones que le daba la gana y ellas, como no estaban allí, pues como que no respondían.
Aún después de ponerlas manualmente, tampoco os creáis que le hacían mucho caso. Llegó a darse el caso de escanear (y hacer OCR) de un libro para el trabajo de la universidad de una amiga, y tener que reiniciar el ordenador con cada par de páginas escaneadas porque si no no había manera.
Grandes avances, sí señor (pero no iba a reinstalar el sistema viejo, escanear el libro, y pegarme luego otras tres-cuatro horas para dejar el sistema como estaba.

Ya que estábamos, y para dar uso a aquel entorno de “alta tecnología” que me había montado (y que el ordenador de casa era algo más potente) me compraría también un juego nuevo al que, como de costumbre, no dedicaría más de unos minutos: Dragon Lore (que tampoco era tan nuevo, no tan “altotecnológico”, ya que tenía un añito y también funcionaba bajo DOS, pero bueno...)
Lo ponían por las nubes: Uno de los primeros juegos de rol, en ofrecer un entorno realista, decían. Impresionantes 3D. Y bueno, para la época no estaba tan mal. Bastante mejor que el Alone in the dark, pero había visto demos en al Amiga bastantes años antes que no tenían nada que envidiarle.
No eran listos ni nada estos “jodios” de la publicidá.

Vale, fase uno solucionada. Ahora tocada la número dos.
Por suerte (o desgracia) llegarían tres nuevos aliados a mi vida: La primera de ellas, dos modems, uno para casa y otro para el trabajo. Después de la gratificante experiencia con la “autodetección” de windows, ambos dos externos.
La segunda INFOVIA, que era un poco churro, pero que al menos pagabas siempre llamada local. Así, de regalo, y aprovechando que el Pisuerga para por Valladolid, me saqué mi primera cuenta de correo y espacio web en (la difunta y que en paz descanse) Geocities.
Acto seguido, tras unas rápidas lecciones de html, revisar programas como el HotDog Pro, HotMetal y demás aplicaciones “super pro de la muerte”, me quedaría con el una demo del Pagemill de Adobe, que era un editor visual, y así no tenía que comerme la cabeza con el código, para hacer la primera versión de la página de Daegon: http://www.geocities.com/Area51/Corridor/6689/
(Podéis pinchar el enlace si queréis, pero sólo llegaréis al vacío cósmico)
Lo que es la vida. Con el cariño que le tenía yo a aquella cuenta, y ahora (desde que mutó en una de Yahoo) sólo la utilizo para redireccionar ahí el spam.

Hay que ver. Como pasa el tiempo, y que poco respeto mostramos a los clásicos.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XVI (El acelerón)

Biografía computeril: PCverso XVI (El acelerón)
Si el noventa y cinco había sido un año descubrimientos, el año siguiente sería el que daría comienzo a las “Crisis de las versiones infinitas”
Cuando estabas tan a gusto con un programa con el que, más o menos, te defendías, te sacaban una versión nueva. O un programa que hacía lo mismo “pero mejor”. Cuando ya habías “estabilizado” tu parque de programas, salía un procesador nuevo. O una tarjeta de sonido mejor. O un cacharro que dibujaba montones de triángulos pequeñitos.
Siempre había algún “O” rondando por ahí. Tentándote con sus cantos de sirena y pujando por hacerse con tus ahorros (bueno, esto último podríamos considerarlo un eufemismo, porque nadie podría permitirse el pagar lo que costaban el noventa por ciento de los programas que utilizaba)

En mi caso, el estándar era: Cuatro ocho seis con Ventanitas noventa y cinco (aquí no había mucho entre lo que elegir... porque no tenía ni idea de lo que era Linux y los Mac se escapaban del presupuesto) Word siete (y sus catorce discos) Photoshop tres (el cuatro ya estaba en el mercado, pero no había llegado hasta mis dominios) Corel Draw cinco, QuarkXpress tres punto tres, Pagemill uno, Netscape navigator cuatro, Eudora (no recuerdo que versión) y Campaign cartographer uno punto dos.
Como podéis ver, todo muy apañado.

Pero claro, las compañías tenían que comer y, con el reciente advenimiento de internet a nivel “público”, la información volaba a una velocidad de vértigo. Vale, aún no nos podíamos descargar las cosas alegremente (la velocidad no daba para mucho y el espacio web del que se disponía tampoco era como para tirar cohetes) pero sabíamos enseguida a lo que podíamos aspirar.

El año anterior apenas sabía que era el correo electrónico, los “gifs”, los “jpegs”, el html o el IRC (los palabros me sonaban de los amigos universitarios, pero no los había “catado”) y en menos de un parpadeo ya estaban integradas en mi vida como si siempre hubiesen estado ahí.

El ordenador de la tienda evolucionaría a un pentium doscientos adquirido en el Centro del Mal aunque, junto a él, vendría también un visitante no deseado: Un virus. Al fabricante del ratón se le había colado, y todos sus dispositivos habían salido con el disco del controlador infectado (parece que el apodo de Centro Mail no iba muy desencaminado)
Aprovechando mi “mejoría técnica” y tratando de alimentar los primeros pasos que estaba dando en el diseño web, empezaría a comprarme un curso que había visto en uno de los quioscos que me pillaban al lado del trabajo; el “ Curso IBM de Animación diseño gráfico y multimedia”

En un principio, la cosa prometía (y el anuncio de la tele, como no podía ser de otra manera, te mostraba una serie de cosas que te hacían decir “Yo quiero ser capaz de hacer eso”) pero las promesas, al final, no se cumplían.
Con cada uno de los cincuenta ejemplares que componían el curso, venía un disco (lo que tendría que haberme hecho sospechar, ya que los Cds eran ya algo común) con una pequeña parte de uno de los programas que nos enseñaban a utilizar.
¡Mola! te decías. Además te regalan programas y ¡también te regalaban el sistema operativo!.
Pero la cosa no era tan bonita. Aquel curso estaba compuesto por otros dos que habían publicado vete tú a saber cuanto tiempo antes. Uno de diseño gráfico y otro de programación de C++.
Los programas estaban desfasadísimos (y el sistema operativo era un Windows tres uno) y trabajar con los disquetes era un dolor.
Al final, el curso sólo me sirvió para descubrir un nuevo programa (una alternativa legal y asequible al Photoshop) que sería el Picture publisher (y cuyo CD con una versión “lite”, aunque bastante posterior a la que venía en el curso, encontraría por unas dos mil pesetas en el mismo quiosco)
Gracias a él, y a la versión shareware del Paint Shop Pro, desterraría por una temporada a la criatura de Adobe de mi equipo.

De todas formas, a aquel año aún le quedaban muchas cosas por depararme pero, como ya es tradición, dejaré eso para la siguiente entrada.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XVII (Te veo)

Biografía computeril: PCverso XVII (Te veo)
Si la anterior entrada la dejamos con el descubrimiento y adquisición de un nuevos programas para realizar, de manera correcta, una tarea que, como muchas otras, ya tenía solventada de manera “alegal”.
La comunicación remota era un aspecto de mi nueva vida conectada que tenía bastante descuidada. Sí, me había conectado a algún canal rolero de IRC para ver que era aquello de lo que se hablaba en las listas de correo, pero aquello no era para mí. Aquello era el equivalente virtual de una cena multitudinaria en la que todos hablaban con todos pero, en el fondo, nadie hablaba con nadie. Si a todo esto le sumábamos las ansias de notoriedad de las nuevas “celebridades” que aspiraban al trono del famoseo electrónico, la mayor parte del tiempo daba un poco de “cosica” el pasarse por ahí.
Además de todo esto, si ya acostumbro a diluirme y desaparecer en las conversaciones a varias bandas que tienen lugar en el mundo real, allí, directamente, ni siquiera traté de encajar.
Por fortuna para mí (y para otros tantos como yo, que dudo ser “tan” raro como para ser el único que se sintiese así) surgió el ICQ (que ya sé que, traducido, sería más “Te busco” que el “Te veo” que corona esta entrada, pero como a mí me parece más cercano a la función que desarrollaba el programita, y este es mi blog, y no quiero justificarme más, pues uso la que más me apetece). Una desconocida empresa llamada Mirabilis acababa de ¿inventar? (supongo que no, pero sí que sería la primera en popularizar la idea) la mensajería instantánea unipersonal (y hubo gran regocijo, al menos por mi parte)

Claro, en aquellos tiempos, el asunto aún estaba un tanto en pañales y cosas que hoy damos por sentadas aún tenían que terminar de plantearse y desarrollarse.
Por un lado, para buscar a la gente, tenías que ir a su página (la de Mirablis) y buscarlos. Allí te daban un número identificador que, tras agregar al programa que tenías instalado en tu equipo, enviaba la petición a la otra persona para que te autorizase.
Vale, no es “tan” distinto a como se hace con los programas de ahora (salvo por el hecho de tener que buscar a los contactos en una página web) El problema venía cuando reinstalabas el equipo (que, creedme, con Ventanitas noventa y cinco era algo bastante habitual) Houston no tendría un problema, pero nosotros sí (tampoco nada cataclísmico, pero no por ello menos molesto)
Porque nuestra lista de contactos se guardaba localmente. No había ningún servidor en la red que almacenase aquella información. Así que, o hacías una copia de los archivitos antes de instalar, o tenías que empezar el proceso de nuevo.
Aparte de la funcionalidad “normal”, también estaba la opción que yo bauticé como “a lo loco”, que no existe en los programas de mensajería posteriores y que fue la que me deparó unas cuantas anécdotas curiosas.
Por lo que se ve (nunca me dediqué a explorar esos aspectos de la página, ya fuese para buscar u ocultar esa información) como los datos de quienes usaban el ICQ se encontraban allí, a disposición de quien quisiera buscarlos, había gente que se dedicaba a realizar búsquedas por criterios diferentes a los clásicos Nombre-apellido-correo-electrónico.
En los casos que me tocaron a mí, hasta mi ordenador llegaron tres personas que realizaron búsquedas basadas en País-provincia. Una enfermera (no sé si estudiante, becaria o trabajadora fija) un alemán que había pasado una temporada viviendo en Pamplona, y un administrador de sistemas (no recuerdo si koreano o taiwanés) que tenía a su novia estudiando en la Universidad (privada, supongo) de Navarra una filología.

Con los dos primeros encuentros, apenas charlé. La enfermera me saludó un par de días y el alemán alguna que otra vez más. Pero con el... asiático, cuyo nick recuerdo que era Ars (al parecer un personaje de una serie de novelas muy populares por allí) sí que tuve más trato.
Al parecer, el pobre hombre se dejaba una pasta en llamadas internacionales para hablar con su novia. Entre que por nuestras tierras aún no se habían extendido los cyber-cafés y que la chica no hablaba demasiado bien nuestra lengua, el teléfono parecía ser su única vía de comunicación. Le comenté de un par de lugares desde lo que se podía conectar pero, cuando su novio se lo decía a ella, la chica no se animó a pasarse por ellos.
Al final y aprovechando que las conexiones “gratuitas” que ofrecían las operadoras (esas en las que sólo pagabas el tiempo que estabas conectado) y que usaba yo desde casa, le saqué una cuenta a la muchacha y, tras unos rodeos un tanto rocambolescos (ella me llamó por teléfono al trabajo, pero no nos entendíamos, por lo que me pasó con una compañera de piso suya que es con quién quedé finalmente aquella misma noche) logramos quedar para configurárselo.
Demos gracias a los menús gráficos y la estandarización de la configuración de la conexión a internet porque, obviamente, el ordenador de la chica estaba en chino (o algo similar, y no hablo metafóricamente) Por fortuna, al estar los iconos en los mismos lugares y con los mismos dibujitos, configurar aquello fue de los más sencillo (explicarle a ella y a sus compañeras de piso como utilizarlo, y que se pusiesen de acuerdo sobre los horarios en los que podría usarlo para no dejarles sin teléfono, fue una tarea bastanteo más complicada)

Y, como con esta entrada se me ha ido un poco la mano, en la siguiente terminaremos con el noventa y seis (creo)

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XVIII (Pecando y Triangulando)

Biografía computeril: PCverso XVIII (Pecando y Triangulando)
Las cifras bailas y los números se vuelven confusos en mi mente. Es lo que tiene esto de la (falta de) memoria cronológica (y de dejar la documentación en profundidad para última hora, pero es lo que hay)
El noventa y seis fue un año movido y, podríamos decir que, sería un momento (largo, pero momento al fin y al cabo) definitorio en la implantación y consolidación de la innovación tecnológica (llamémoslo Interneeeee) en mi entorno más inmediato.
Como colofón y, alejándonos un poco del tema informático, podríamos poner como punto final del año el lanzamiento de un pequeño grupo de irreductibles del Cyberpunk (¡¡¡Muerte al Shadowrun!!!) de I/O; el fanzine dedicado al juego grandioso juego de Talsorian en el que colaboré (y que sería presentado en ciertas jornadas roleras de Barcelona que pasarían a la historia como las de la GENte CONgelada como “Fanzine rolero de Cyberpunk en lujoso blanco y negro” por el señor Z)

Pero si aquel año había sido intenso, el siguiente le iba a dar varias vueltas de campana y superaría con creces. La carrera tecnológica se expandía en todas las direcciones y dimensionas posibles. El pasado se hacía futuro, el presente ayer, el mañana hace unos años. Tiempo y espacio convergían para traer hasta nosotros los mejor de todos los cualquier realidad. Pero la pinza se me va, y quedan muchas cosas por contar. Así que vamos por partes.

Empezaremos con la zona “mala” del año (sí, entre comillas)
Quizás os preguntéis que evento merece tal apelativo.
Yo... volví a negar a mi señor ante la cruz... y eso me hizo muy feliz.

Tras “el acelerón”, el impulso tecnológico no cesaría. Cada día salían más aparatos y todos ellos estaban (o parecían estar) al alcance de mi mano.
Claro, todo aquel ímpetu no iba dirigido en una única dirección y, mientras parte de él iba a decantarse por lo que parecía el asentamiento definitivo de internet en mi vida, el otro parecía despertar lejanos fantasmas del pasado.
Entre tanta seriedad, ttrascendencia y nuevos hábitos, uno de los viejos regresó de manera fulgurante a mi vida. Como no podía ser de otra manera, la piedra en la que “tropecé” (bueno, que busqué para tropezar de nuevo con ella) fue mi vertiente electrónico-lúdica.
La tentación (irónicamente) no llegaría en aquella ocasión a través de la pantalla del ordenador, sino por medios tan convencionales como la televisión y la visita asidua de(l) centro (del) Ma(i)l.
Al igual que en mi anterior momento de flaqueza, sería encandilado por los cantos de sirena de la última aberración tecnológica que había tomado al asalto el mercado. Tras mucho resistir, acabaría comprándome un cacharro desarrollado por un fabricante de teles y cadenas de hi-fi: “La pley”
Sí, en un nuevo e imperdonable acto de inmunda e impía blasfemia, había ayudado a otro de “los enemigos” a vencer en la batalla que se producía entre bambalinas. Mi imperdonable herejía había ayudaría a poner un clavo más en la tumba de la yaciente Sega. Me había saltado la pobre e incomprendida Saturn (como había hecho ya antes con el MegaCD y el 32X). No hay excusa para tan atroz traición y por ello merezco todo el dolor que pueda infligirme Segata Sanshiro.

Pero, ¿qué queréis que os diga? El Soul Blade era mucho Soul Blade y el anuncia de la tele del Final Fantasy VII prometía incontables horas de aventura y emociones (una promesa que luego no cumpliría)
Caí, enamorado de la moda juvenil (triangular y poligonal) de Sony. Me compre (obviamente) la consola, los dos juegos antes citados y... poco más. Recuerdo el Psychic Force (como no podía ser de otra manera, con triángulos como puños, pero muy divertido) y ya está. Supongo que me compraría algún juego más pero ninguno ha dejado huella en mi memoria emocional. Para mi memoria física, aún conservo el arcade stick de Namco (la consola la vendería, pero el mando sería heredado por mi hermano y terminaría por volver a mí hace unos pocos años)
¿Habría sido la cosa distinta de haber seguido “El camino de Sega” (y las consolas Pro-2D”?
Pues no lo sé, pero lo dudo.
En mis visitas a(l) centro (del) Ma(i)l jugué alguna que otra partida a un juego que recuerdo que me recordó mucho a Record of Lodoss War (que he buscado, sin éxito, desde que me compré una) pero lo poco que he podido ver de su catálogo ha sido más bien decepcionante. A ver si pongo un día de estos el Panzer Dragoon o la trilogía de la Jungla de cristal y desmiento esa impresión.

Por lo demás, en la siguiente entrada hablaremos de la zona “media” o “caldeada” de aquel año.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XIX (Cuando los gordos dan el cante)

Biografía computeril: PCverso XIX (Cuando los gordos dan el cante)
En la zona templada o “media” del noventa y siete, encontramos la evolución de las máquinas. Una evolución que no sólo se produciría en el ámbito físico (que también) sino que, al mismo tiempo, se nos vendría encima en el terreno binario con una nueva versión del sistema operativo.
No. No salió ningún versión del sistema de Microsoft llamado ventanas noventa y siete, lo que sí que había salido el año anterior era la versión “OSR2” del noventa y cinco.
¿OS qué? Oem Service Release “número” Dos (nombre código “Detroit” que los señores programadores son muy suyos para eso de las nomenclaturas).
¿Que traía para darle semejante nombre?
Pues, a simple vista, no gran cosa (otra cosa era lo que traía en su interior. Algo muy malo (aunque bueno al mismo tiempo)
Pero me estoy adelantando.

Se decidió renovar todo el parque de ordenadores de la tienda, pasando. Así, tras el paso que habíamos hecho del Bull con su Unix y sus terminales tontos, al Fujitsu, con más terminales tontos y su THEOS (acrónimo de THE Operative System, modestos que eran sus creadores) a un flamante un servidor HP (PII) que corría bajo ventanitas NT y un programa de gestión llamado Avance que funcionaba... bajo DOS.
Tocó cambiar todo el cableado de red (No-Más-Conectores-Centronics) por cableado UTP con sus RJ45. Claro, también tocaría poner ordenadores al otro lado de aquellos cables, por lo que se pillaron varios PCs (Pentium doscientos, en teoría, aunque más adelante descubriría que nos habían tangado y había un poco de todo, tanto en placa como en procesadores, dentro de aquellas cajas idénticas)
Aprovechando aquella situación, también aprovecharía para cambiar mi ordenador de cada. De mi querido Pentium ciento veinte, al un PII (en una preciosa y enorme caja que aún hoy alberga el ordenador “serio” que tengo por casa)
Como no podía ser menos, ahí también me tangaron. Pedí una buena tarjeta de vídeo (iluso de mí, pensando que la usaría para jugar o hacer animaciones en Tres Dé) y me pusieron una Matrox Millenium con cuatro megas de ram (que también danza por mi casa pinchada en uno de los ordenadores viejunos). Aquello no habría estado mal, de no ser porque era una tarjeta PCI y la placa que me vendieron venía con AGP.
Visto todo aquello, todas las remesas de ordenadores que han ido pasando por mis manos desde entonces, han sido montados por piezas. Que suelo tirar a lo barato, pero al menos sé lo que estoy comprando (y cuando debo pagar por ello)

Ahora volviendo al tema del sistema operativo (y a la coletilla que acompaña esta entrada) una de las sorpresas que traía la versión OSR2 del ventanitas noventa y cinco era que cambiaba los dieciséis gordos que particionaban sus discos duros, por treinta y dos (que, irónicamente, permitían hacer divisiones más pequeñitas)
¿Que quiere decir todo esto?
Vamos con una pequeña lección de historia de la cercana de la informática:

Gordo16 (traducción muy libre de F.A.T. "File Alocation Table" 16) era el sistema de formateo de discos que había usado desde el ochenta y cuatro por Microsoft con su MS-DOS versión tres. Entre otras lindezas y limitaciones, permitía un tamaño máximo de partición de dos gigas (lo cual no estaba nada mal para una época en la que el tamaño normal de los discos duros era de veinte megas)
Claro, el tamaño de los discos había crecido un poco desde entonces. No tanto como para que esa imitación fuese insuficiente, pero ya rondaban por ahí discos que doblaban ese tamaño (por ejemplo el de nuestro servidor que era de cuatro gigas)
Así que Microsoft se sacó de la manga Gordo32 para la versión “barata” de su sistema operativo, en lugar de usar NTFS (NT File System) que usaba en su versión “profesional (y que aún sigue usando en la actualidad)
¿Que qué tiene esto de malo?
Nada... salvo que no puedes usar OSR2 en un disco formateado (o que crea estar formateado) en Gordo16 y algo parecido sucede de manera inversa.
¿Que seguís sin ver el problema?
Venga, me voy a explayar un poco más.

La primera versión que tenía de ventanitas noventa y cinco, era una actualización. Ergo, necesitaba tener instalado antes MS-DOS 6.22 y ventanitas 3.11 antes de poder ponerte con él.
Todos estos sistemas funcionaban bajo Gordo16 y ninguno de ellos era capaz de “ver” un disco duro formateado en Gordo32 (vamos, que para ellos no existía).
OSR2 sólo funcionaba bajo Gordo32, por lo que formateaba el disco duro usando este estándar al instalarse. Esto no estaría mal... de no ser porque, si detectaba que había una versión anterior del sistema antes de ser instalado, en el arranque te dejaba la opción de “Arrancar con el sistema anterior”
¿Que seguís sin ver la parte mala?
Esperad, que aún no he terminado.
Al arrancar con la versión anterior, se hacía un lío con la tabla de particiones (recordar que el DOS 6.22 necesitaba Gordo16 para funcionar) y en el siguiente reinicio aquello no tiraba por ningún lado.
OSR2 creía que aquello estaba en Gordo16, así que no arrancaba. Al DOS le pasaba al contrario... con idéntico resultado. Los discos de arranque y recuperación que tenías estaban hechos con MS-DOS, ergo te decían que no tenías disco duro.
Pero... pero... pero...
Lo vais pillando, ¿no?
Pues imaginaros el caos que fue aquello hasta que logré llegar a aquella conclusión. Reinstalar el sistema a diario en todos y cada uno de los equipos en los que hacía aquello (y lo de arrancar con la versión anterior del sistema era bastante habitual por problemas de compatibilidad de programas)
Ahora el chascarrillo me hace gracia, entonces la cosa era una agonía constante (por “suerte” “sólo” eran cuatro ordenadores)

Bueno, que se me está hinchando la vena.
En la siguiente entrada de mi biografía computeril: La razón por la que el noventa y siete tendría que estar enmarcado como uno (sino como ÉL) año clave en la historia de la informática.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XX (Échale la culpa al Diablo)

Biografía computeril: PCverso XX (Échale la culpa al Diablo)
Si la semana pasada nos poníamos sentimentales hablábamos de Proust y las propiedades nostalgiadoras de sus proveedores calóricos, hoy hablaremos de los mios.

Quizás, debido a mi falta de olfato y mi defectuoso sentido del gusto, mi principal detonante emocional no tiene que ver con las sensaciones olfativo-gastronómicas, sino que se centra en otro par de sentidos; la vista y el oído. Estos dos se harían que mi cerebro se pusiese a producir endorfinas como loco a finales del año en del que llevo hablándoos en las últimas entradas de esta biografía computeril

Así llegamos hasta la zona álgida de ese año noventa y siete.
¿Qué pasó en esas fechas para que se despertase en mi tal euforia?
Pues pasó el Diablo. Bueno, no. Ese es sólo un pequeño componente de la historia que pretendo contaros hoy.
Sucedieron también los “Días de juego de Madrid”. Jornadas roleras a las que también acudiría, pero que también representa un mero papel tangencial en las eventos que os voy a contar.
Pero me estoy precipitando y liándolo todo, así que centrémonos y vayamos por pasos.

El Diablo del que os hablaba por ahí arriba poco tiene de mitológico (salvo para algún que otro friki de la computación que lo adoran como si de un regalo de los dioses se tratase) sino de un juego de ordenador. Sí, “ese” Diablo, la criatura de los señores de Blizzard.
Lo cierto es que el juego había salido el año anterior, pero yo no lo vería hasta pasados unos cuantos meses de su advenimiento.

Fue verlo y decir... Vaya timo, esto es un Gauntlet mal hecho, sólo que en perspectiva isométrica. Con todo el bombo que le habían dado, verlo en funcionamiento fue más bien decepcionante. Ahí no había rol ni había nada. Era bonito, sí, pero después de jugar diez minutos con él me pareció un coñazo.
Pero, como las cosas son así, y las asociaciones de ideas van por donde les place, surgió en mí una pregunta trascendental: “¿Hace cuanto que no miro el tema de los emuladores?”
A lo que me respondí “Hey, igual algún generoso internauta se ha pegado el curro de pasar de-cinta-a-PC el Gauntlet del Commodore”. Incluso me atreví a aspirar a un poco más “Oye, igual hasta hay algún emulador completo-y-gratuito” (y no shareware como lo habían sido los que había encontrado en mis anteriores pesquisas)

Casi cinco años, amigüitos, durante un lustro, un quinquenio, o como prefiráis llamarlo, había tenido abandonada, latente y languideciendo en un pequeño recoveco de mi interior mi vertiente retro (el lo que tiene el rol, que cuanto te da, consume todo lo que le eches) Pero aún resistía, vive Crom que a aquel reducto de nostalgia aún le quedaban energías para continuar dando guerra durante mucho tiempo.

Primero lo retomaría con pasos tímidos. Recorriendo de nuevo los caminos ya conocidos y transitados. Pero luego llegaría de nuevo la audacia, la curiosidad y... y “esa” sensación que creía ya perdida: El “¿Y sí...?”
Desconfiando de la euforia proveniente de aquella nueva esperanza, fui un poco menos específico. Nada de “Gauntlet Commodore” en el buscador. Dejémoslo en “Gauntlet emulator”, a ver que sale.
Y vaya si salió algo. Salió esto: http://www.neillcorlett.com/mge/ bueno, no esta dirección exacta, sino esta otra: http://lfx.org/~corlett/ que ya no existe, pero el emulador y su autor son el mismo. El Gran (aunque tristemente desconocido) Neil Corlett y su M(ulti) G(auntlet) E(mulator)
Mi (re)despertar a la emulación había llegado en el día “D” y hora “H”. El amigo Neil había hecho el emulador ese mismo año. Y no sólo él. Otro montón de personas habían coincidido en sacar otro montón de emuladores para todo tipo de máquinas ese mismo año.

Amigos, el noventa y siete fue el año del BOOM de la emulación de recreativas y, como me parece muy mal tan magna fecha no aparezca en los libros de historia, en la siguiente entrada haré un repaso por su historia.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XXI (Entre naves y palitos)

Biografía computeril: PCverso XXI (Entre naves y palitos)
Desde el alba de la creación. Desde que el tiempo es tiempo, el agua moja y el fuego quema, el hombre ha sido envidioso. Así que, cuando un buen día a un hombre se le ocurrió ponerse a jugar a tenis, o simular una batalla espacial en un osciloscopio, todos los demás dijeron: Yo también quiero eso (a ser posible en mi casa y baratito)

Sí, amigos míos. Se podría decir que la historia de la emulación es tan vieja como la de la informática (o la electrónica lúdica)
Cuando en los setenta comenzasen a germinar los “Clubs de amigos de la electrónica” como el Home computer club (del que saldría gente tan ilustremente desconocida como John Draper, Steve Wozniak y Adam Osborne o lamentablemente célebres como Steve Jobs) todos tenían muy claro lo que buscaban.
De acuerdo, aceptaremos que también querían aprender, divertirse y conocer a otros tipos como ellos, pero el objetivo principal era lo que decíamos ahí arriba: Quiero hacer en mi casita lo que puedo hacer con el súper ordenador de la uni.
El pequeño problema que tenían era que... aquello no podía ser.
La tecnología disponible para su uso doméstico aún estaba a años (y miles de dólares) luz de la “profesional”... ¿O no era así?
Pues... depende.
Los súper ordenadores, aparte de monstruosamente grandes, eran obscenamente caros. Hasta ahí aceptamos barco, pero los mares del ludismo no finalizaban en aquellas remotas e inaccesibles costas.

Curiosamente, en los albores de la industria videojueguil, lo que podías encontrar en el interior de las cabinas de aquellas primeras recreativas no difería demasiado de lo que se podía encontrar en una tele o equipo de alta fidelidad.
En aquellos primeros (o primerizos) tiempo, sí la gente quería divertirse en casa, aparte de la tele (vale, y los libros, tebeos y demás) tenía a su disposición... básicamente lo mismo que encontrarían el año siguiente en los bares: el Pong. No tenía ese nombre, pero la primera consola personal jamás comercializada,: la Magnavox Odyssey de Ralph Baer, sería la que inspirase la primera recreativa (exitosa)

¿Quienes serían los creadores de tal innovación?
Los señores Nolan Bushnell y Ted Dabney, fundadores de Syzygy (posteriormente rebautizada como Atari) Pero no todo sería un camino de rosas para estos dos señores.
Antes de copiar (y, admitámoslo, mejorar) la creación de Ralph Baer quien, a su vez, se había inspirado en el Tenis para dos de William Higinbotham.

Pequeña interrupción
¿Quién era este tío?
No tenéis más que mirar en la Wikipedia, pero como ya sé que sois unos vagos os hago un pequeño resumen por aquí. Este buen señor fue un físico yanky que, entre otras cosas, participó en la creación de la bomba atómica (hecho este del que más adelante se arrepentiría públicamente)
En el año cincuenta y ocho, se debía aburrir mucho... y creó el que se considera el primer juego electrónico de la historia (el arriba mencionado Tenis para dos) en un osciloscopio. Ahí es nada.
Fin de la interrupción.

Bien, como íbamos diciendo, antes de que Bushnell y Dabney se forrarse con su copia-de-la-copia-del-otro, habían sufrido un pequeño tropiezo en su intentona para “alumbrar” un mercado del ocio digital. Suya sería la primera recreativa “comercial” que poblaría universidades y algún que otro establecimiento dispensador de bebidas alcohólicas, Computer Space, un diseño que realizarían para la compañía Nutting Associates (inspirado en SpaceWar, un juego que habían realizado unos universitarios once años antes.
Como supongo que ya habréis adivinado por lo que comentaba hace nadano fue un gran éxito, y su carrera no “despegaría” con aquel trabajo (lo sé, el juego de palabras ha sido facilón, pero estaba a huevo)

No es que fuese un completo fracaso, en las cafeterías de las universidades sí que gozaría de cierta aceptación, el problema fue cuando la compañía trató de vender aquello en los bares. Sí, su diseño podía ser estiloso y “futurista” (es más, el diseño de las cabinas con las que tan gratos momentos hemos pasado no difiere en mucho de aquel) pero aquel aparato venía con un frondoso manual de instrucciones que los asiduos al levantamiento de vidrio no estaban dispuestos a leer antes de ponerse a jugar.
Una vez visto esto, Bushnell lo tenía claro: Necesitaba un juego que incluso los borrachos pudiesen manejar. Tras ver unas pruebas de concepto de la Odyssey, supo lo que necesitaba (y como lo necesitaba, se lo quedó)
Al fin y al cabo, ellos habían salido relativamente indemnes del batacazo del Computer Space (la peor parte se la había llevado su cliente) y nuestros héroes no se amedrentaría ante aquel tropiezo y se levantarían de nuevo dispuestos a remontar el vuelo (lo sé, lo sé, tengo que dejar estos juegos de palabras)

Tras contratar con alguna que otra mentirijilla a Al Alcorn (un ex-compañero de Bushnell de los tiempos en los que trabajo para Ampex) y, ante la imposibilidad de vender la idea de juego que tenía a la empresa Bally, decidieron sacar ellos por su cuenta la recreativa. Así nacería Pong y a él le seguirían desde el primer momento la industria del (ejem) homenaje/piratería/clonado de tecnología.

Porque, como ya os decía hace un rato, la tecnología que llevaban aquellos aparatos no dejaba de estar construidos con piezas de electrónica discreta (no, no es que tratasen de pasar desapercibidas) Tanto era así que, nada más aparecer por los bares el Pong, surgirían como setas mil y una copias y derivados del mismo concepto.

Después de esta introducción tan larga que me acabo de cascar, me parece que dejaré el tema de la pequeña historia de la emulación de recreativas para el siguiente post. Eso sí, todo esto tenía su razón de ser (por si no ha quedado claro, os lo resumo)

Se podría decir que la emulación (o copia, homenaje o lo que prefiráis) nació ya con las recreativas... pero mentiríamos, ya que, también podríamos afirmar que las recreativas nacieron a su vez de como copia de un juego de consola.
Al mismo tiempo, tampoco es descabellado decir que ambos dos nacieron de algo que no tenía mucho (o nada) que ver con el ansia de amasar dinero, sino que sería el fruto de las ganas de experimentar de un grupo de señores con bata (y, posiblemente, gafas y pipa). Y así hasta el infinito.

Así que, ¿qué fue antes?

Pues lo primero, hombre. Lo primero.

Javier Albizu

Biografía computeril: PCverso XXII (La movida emulativa)

Biografía computeril: PCverso XXII (La movida emulativa)
Habíamos dejado esta pequeña historia de la emulación de las recreativas en los albores de su alumbramiento; los setenta.
De ahí deberíamospasar a los ochenta... pero, si pretendo ser fiel a lo que os quería contar, nos los podríamos saltar. En aquellos años la emulación (obviamente, lo que yo llamo y entiendo por emulación) no existiría, ya fuese de recreativas, ordenadores o consolas.

¿Como que no? Dirán algunos llevándose las manos a la cabeza.
¿Y esas conversiones de Konami para MSX?
¿Y las de Ocean para el resto de máquinas?
¿Y la NES? ¿Qué me dices de los juegos de la NES?
Venga, tío, no te columpies. En los ochenta se hicieron emuladores. Sin ir más lejos joyitas como el que publicaron en la Micromanía que permitía que Commodore funcionase como un Spectrum. ¿Eh? ¿Qué me dices a eso?

Quieeetos, quieeetos, que no estoy diciendo que no se hicieran buenos juegos para nuestras adoradas máquinas. Ni siquiera sugiero que fuesen grandes versiones, pero eran eso, versiones.
Vayamos por partes:
Konami hizo un montón de juegazos para el MSX (aunque nunca les perdonaré ese Green Beret tan jujano) pero eran eso: versiones.
Lo mismo se puede aplicar a Ocean, Imagine (y en mucha menor medida a US Gold, que lo suyo tenía delito) con las licencias oficiales, o Topo y Dinamic de manera un poco más... (ejem) “controvertida” con sus West Bank y Desperado,
La NES...
La NES tenía (algunos) juegos clavados a los de la recreativa como los Super Mario o el Punch Out, pero no tenía las roms “originales” de la recreativa, sino unas creadas para correr en el hardware de aquella consola.
Es más, la versión original del Super Mario sería la de consola, que (entre otras muchas) sería “portada” (convertida o reprogramada) para la plataforma de recreativas que sacaría Nintendo... basada en la NES (ahí es nada, Nintendo, como siempre, llevando la contraria al resto de la industria)
Con respecto al c64spec... bueno, fue un alarde, no lo niego, pero lo único que hacía era correr el Basic del Spectrum en un Commodore. Los programas originales de ese ordenador no llegaban a cargar, así que lo dejaremos en buen intento y lo catalogaremos como no sé... ¿simulador?

¿Y a que llamas tu emulación, listo?
Ya tardabais en hacerme la pregunta. Con emulación me refiero a la capacidad de... eso, “emular” una serie de componentes físicos concretos mediante software, para que el propio software (y por software me refiero al sistema operativo) diseñado para esa máquina, crea que “está” corriendo sobre ese hardware.
Ah, como el Vmware, Virtualbox o Qemu.
Que no. Eso es otra cosa y se llama virtualización.

Mira que eres especialito con los términos. Venga, dinos en que se diferencian (según tú)

Muy sencillo, con la virtualización se crea un entorno “generico” de hardware “virtual” sobre el que corre un software concreto (los sistemas operativos)
No emulas una placa base concreta, una tarjeta de vídeo concreta o... unos simms de memoria concretos (que ya os venía venir con “¿A que te refieres con hardware genérico”?.
¿Contentos?
Vale, pues sigo.

En los ochenta no se hicieron enuladores. Sí, se hicieron grandes conversiones, que exprimían los cuarenta y ocho o sesenta y cuatro ks de aquellas máquinas al máximo, no dejaban de ser “versiones” “con”(finadas) (sé que es un juego de palabras un tanto forzado, pero me gusta verlas así, encerradas y condenadas por haber cometido el crimen de tratado de “trascender” de su naturaleza. Vale, sí, igual me he puesto excesivamente filosófico con esto) en un hardware mucho más limitado que aquel para el que habían sido originalmente concebidas.
Tendría que llegar la siguiente década para que la tecnología fuese lo suficientemente potente (y asequible) y el conocimiento se expandiese con rapidez (y, también, de manera asequible) ncomo para que pudiese surgir el... emm ¿movimiento emulador? ¿frente emulativo de liberación?.
Bueno, ya me entendéis.

Y ya lo habéis conseguido otra vez. Esta iba a ser una única entrada, y al final van a acabar siendo tres (si no me enrollo con la siguiente)
Hala, nos leemos.

Javier Albizu

Hola Javier

cuánto escribes ultimamente!
Bueno, ánimo con el blog. Nostalgiazo que me ha pegao con la entrada de los video-clubes