Educando a los educadores

Educando a los educadores
Estoy convencido de que, cuando yo estudiaba (es un decir), el mundo docente era muy distinto al que me encontraría en cualquier aula de primaria en la actualidad.

Y es que parece como si, durante los últimos años, el universo se hubiese dedicado a tratar de implementar pequeñas variantes de la Ley de Moore en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida cotidiana.
Porque ya no se trata de una cuestión de dinero, estatus o requerimiento labora. Los ordenadores (echadle la culpa a Internet) han venido para quedarse y, queramos o no, cada día vamos a usarlo y necesitarlos más.
Podríamos decir que esto no es un problema. “Yo me defiendo muy bien con ellos” dirán unos “Esto de internet está chupado” añadirán otros. “Ahora en cualquier cacharro de la casa tenemos un ordenador” concluirán los últimos “Y no veo donde está la complicación”.
Pero sí que hay un problema: Un ordenador no es una tele. No es un microondas. No es un aspirador. Aunque en la actualidad prácticamente todos los electrodomésticos de la casa tengan componentes “informáticos”, no es lo mismo.
Y la principal diferencia entre los electrodomésticos “convencionales” y ese nuevo electrodoméstico que están tratando que sea ordenadores, es el más básico de todos: El dato.

Si yo hablo de “El dato” (o, si lo preferís, “La información”), su uso y relevancia, su almacenamiento y ubicación o la necesidad de asegurar su privacidad, estoy convencido de que cerca de un ochenta por ciento de la gente que tiene (y usa a diario) un ordenador, no sabría de qué les estoy hablando, no serían capaces (o sentirían la necesidad de) prestar atención a mis explicaciones. El ordenador es eso que usan a diario pero sólo es una herramienta más. Es esa caja cerrada en la que meten o extraen datos... que están ahí dentro. Aunque se rompa, los datos van a seguir en su interior.
Además, no hay nada interesante ahí dentro. ¿Quién va a querer mirar las cuatro cosas que manejan?
Este desconocimiento lleva a mucha gente a realizar asunciones erróneas no sólo a la hora de trabajar, sino también cada vez que realizan tareas cotidianas y, según su percepción o conocimiento, intrascendentes.

Así pues, si tomamos como cierto este riguroso estudio que me acabo de inventar (pero de cuya validez de fondo no dudo), el resultado es que tenemos un problema de base muy gordo.

En esta serie de artículos no pretendo se trata de ser alarmista, ni de alimentar la paranoia del respetable. Tampoco es mi intención la de ponerme en plan integrista del software libre. El objetivo no es el de sacar el dedo de señalar y dedicarme a meter el mismo en la llaga de los “equivocados”. El tema de fondo de lo que pretendo hacer aquí es ayudar (punto).

La implantación de la informática, tanto a nivel doméstico, como en el entorno educativo o laboral ha sido tan rápido y brutal que nos ha pillado a todos con el pie cambiado.
En las escuelas se enseña a los niños a manejar los ordenadores para realizar las tareas diarias, y se les dan unas nociones de buenas prácticas “sociales” a la hora de realizar las mismas. Pero hay una serie de prácticas “heredadas” y “asumidas como normales” por sus mayores que, ya sea por desconocimiento o dejadez, se están propagando como ciertas cuando pueden llegar a ser punibles.

Prácticamente todos nos hemos subido a este mundo de la información a final del primer curso y con el profe mirando para otro lado sin hacernos demasiado caso. Lo que “sabemos” nos lo ha dicho en compañero de al lado, que es repetidor y que este año tampoco aprobará. Así que terminamos por convertirnos también en repetidores porque, total, con lo que “sabemos” ya nos vale pare defendernos.

Sé que, tal y como están las cosas, el convencer a alguien de sus error o tratar de mostrárselos, va a servir de más buen poco. Como en todo, hacer las cosas bien requiere de un esfuerzo que no todos están dispuestos a hacer. Aún así, si has llegado a leer hasta aquí, supongo que, por lo menos sí que tienes un mínimo de curiosidad.
No se trata de hacer exámenes para que te den el carné de “Usuario de ordenador” o “Navegante de internet” (tampoco tengo la potestad ni los conocimientos para hacer tal cosa), pero hay múltiples lagunas tanto de concepto, como de ética, responsabilidad o legalidad sobre las que acostumbro a meditar.
Soy un informático vocacional que debe lo que sabe al esfuerzo que otros generosamente han realizado y donado en internet. Soy perfectamente consciente de mis propias carencias, por lo que tampoco pretendo bajar en estos artículos a un nivel muy teórico. Mi objetivo es centrarme en tratar de explicar los qués y porqués de diversos conceptos y filosofías relacionadas con la tecnología que usamos a diario.

Mi objetivo final no son tanto “los adultos” como las nuevas generaciones. Esos alumnos de las aulas de primaria que mencionaba al principio. Me gustaría que este fuese mi pequeño granito de arena para mejorar un poco la sociedad. Devolver de alguna manera todo eso que me han aportado todos esos desconocidos que comparten sus conocimientos en la red de manera desinteresada.

Mi objetivo es ayudar a los padres y profesores a hacerse nuevas preguntas y solventar aquellas dudas que les puedan haber surgido y que, ya sea por falta de tiempo, de una base teórica en la que basarse o la ausencia de alguien en quien apoyarse, no han sido capaces de responder por si mismo.

Así que, bienvenidos. Sentiros con toda la libertad del mundo para sugerir temas a tratar, o corregir los errores que pueda cometer.

Javier Albizu

Luis (no verificado)

Hace 12 años 6 meses

¿esto es la introducción de una serie de artículos para educar a los profesores?

es un esfuerzo loable, no te digo que no. la educación siempre es la manera más efectiva de influir en la sociedad y, sobre todo, en la sociedad futura. iremos viendo qué propones...

El pueblo (no) quiere saber

El pueblo (no) quiere saber
Vamos a empezar esta serie de entradas con una ronda de preguntas.
Comenzaremos con ¿Qué es un ordenados?
¡Esa me la sé, esa me la sé! Es muy fácil. Es un cacharro con el que te conectas a internet.
Emmmm, esto. Me refería a un nivel algo más sofisticado.
Vale, también sirve para jugar, y para copiar entradas de la wikipedia, pegarlas en Word y entregarlas como un trabajo tuyo (o como una entrada de tu blog).
Bueno, sí, también es todo eso. Pero pretendía ir a algo un poco más básico.
¿Para ver porno?
También, pero no me refería a ese tipo de “básico”.
Mejor me ahorro las preguntas retóricas y voy al grano: Un ordenador es una máquina cuya función es la de ejecutar programas.
¿Eso no es un poco de perogrullo?
Sí, pero no.

El ordenador se podría dividir en dos grandes bloques (sí, listillo, tiene muchos más subdivisiones posibles, pero estoy hablado de las dos grandes): Hardware y software.
Mas concretamente (y centrándonos en lo que pretendo tratar): Hardware y sistema operativo.
¿El sistema operativo no es software?
Sí.
No es, en sí mismo, un conjunto de programas.
Sí. Me alegra que me hayas hecho caso.
Entonces ¿no estás siendo redundante?
No, sólo puntualizo.

El hardware es la parte física. El hierro que tocamos, movemos de un lado a otro, se calienta y deja un olorcillo a churrasco cuando revienta.
El software... es complicado de explicar (no es que el hardware sea fácil de explicar, pero sí más fácil de visualizar y quedarse con el concepto)

A su vez, podríamos dividir los ordenadores en dos tipos: Servidores y clientes.
Un ordenador cliente, es el que tienes en tu casa, tu smartphone o tu tablet. Un servidor es un ordenador que da servicio a otros ordenadores. Dependiendo del servicio que quiera prestar, ni siquiera necesita nada especial. Es más, tu mismo ordenador es a su vez servidor de muchos servicios para sí mismo. Pero me estoy enredando y mejor dejo la explicación de todo eso para algo más adelante.

Mucha gente, a su vez divide los ordenadores de o para “casa”, como Mac y PC. Lo cual no deja de ser una división bastante arbitraria (tanto como las que estoy realizado yo, pero yo ando buscando un objetivo que ya está cerca)
Lo que diferencia a los “Mac” de los “PC” no es el hardware, sino el sistema operativo. Más aún en estas fechas en las que el hierro debajo de todos ellos es el mismo y se puede instalar cualquiera de los tres sistemas operativos mayoritarios en prácticamente cualquier máquina.
¿Tes sistemas operativos mayoritarios?
Sí. Exactamente: Windows, Mac OSX y Linux.

¿Linux? Espera, espera. Creo que ya veo por donde vas. Eres uno de esos anarquistas izquerdosos antisistema. Uno de esos tipos raros a los que les gustan los bichos árticos. ¡Un rojo! ¡Un comunista!
Primero... rojos e izquierdosos sí que puede ir junto. Lo de anarquista y antisistema como que no encaja tan bien. Pero bueno, sí, al final has acertado. Soy uno “de esos”. Unos de los peligrosos terroristas del comando pingüino (todo lo demás... bueno, igual un poco también).
¿No te estás subiendo un poco a la parra llamando “mayoritario” a Linux?
Vale, eso tampoco te lo voy a negar. Pero si sumamos los cacharros con Android y los servidores la cosa ya cambia un poco.
Sí, vale, lo que tú digas.
¿Ahora es cuando nos das el coñazo con cuánto mola el Linux?
No. Tranquilos. Mi vena panfletaria y evangelizadora la dejaré para más adelante.
En esta primera entrada me voy a centrar en algo práctico. Una serie de consejos perfectamente válidos para todos los sistemas operativos que, no por obvios, dejan de ser aconsejables y muchas veces no llevamos a cabo.

Pero primero lo primero, un pequeño glosario: El dato; qué es, donde está y para qué lo pueden querer otros.

¿Qué es el dato?
A día de hoy “el dato” es prácticamente cualquier cosa. Ya está claro, ¿no?.
Bueno. Lo matizaré un poco más. Tu nombre, tu dirección (ya sea física o electrónica), tu teléfono, tu libreta de contactos, tus aficiones y tu historial de navegación por la red. Por supuesto, tu número de cuenta, tu DNI y ese documento que guardas con celo en tu ordenador en el que detallas lo_que_sea_que_consideras_importante, también son “el dato”.
¿Más claro ahora?
Bien. Seguimos.

Donde está “el dato”.
Obviamente, donde tú lo hayas dejado (salvo en el caso de que te lo hayan robado, pero ese ya es otro tema)
Comenzaremos con un ejemplo sencillo: ¿Donde está esta página?
Pues depende.
Si la URL en la barra de direcciones de tu navegador empieza por http://www.mytgard.com, entonces has llegado hasta mi casa (espero que te hayas limpiado las zapatillas antes de entrar). No, no hablo de manera metafórica, este servidor está ubicado físicamente en mi casa.
No en “la red”, no en “la nube” como lo quieren llamar ahora. La información no se encuentra en un lugar etéreo donde los bits se reúnen esperando a que los llames, sino que se almacenan en ordenadores y discos duros como el tuyo y el mio (bueno, igual los suyos son algo más caros).
Si utilizas algún lector de RSS, estarás en algún otro servidor al que te hayas suscrito, donde se ha replicado la información publicada en mi sitio.
Si alguien ha fusilado mi texto y lo ha publicado como suyo, entonces habrás llegado hasta el servidor en el que tenga alojada su página.
También está, aunque sea de manera temporal, en tu ordenador, pero en cuanto cierres el navegador se eliminará de ahí (aunque eso dependerá de como tengas configurado tu equipo).
Hasta aquí, todo sencillo, ¿no?

La pregunta que toca ahora es: ¿Hasta qué punto nos importa a nosotros eso?

Hasta el punto en el que yo soy un tipo majete que no quiere venderos nada, no quiere colaros ningún bicho raro en vuestras máquinas y, no sólo no os va a obligar a suscribiros a mi página para poder leerla, sino que tampoco os va a requerir ningún dato para que comentéis en ella. Pero no a todo el mundo que anda por la red le importan tan poco vuestros datos.
Aún así, si me esfuerzo un poquito, podría rastrear las direcciones de todas y cada una de las direcciones de las máquinas que llegan hasta aquí.
Porque cada vez que llegáis hasta una página (cualquier página), dejáis un pequeño rastro de datos por cada punto por el que habéis pasado (y, creedme, habéis pasado por unos cuantos cientos, sino miles, de puntos intermedios antes de llegar hasta aquí. Aunque tan sólo hayáis seleccionado esta página de los favoritos de vuestro navegador)

Pero tranquilos, esto no es una peli de miedo. El tráfico que pasa a diario por la red es tal, que nadie ser va a fijar en el vuestro (salvo que la liéis, en cuyo caso, o sabéis bastante más de estos temas que yo y habéis tenido mucho cuidado, u os van a cazar fijo)
Al fin y al cabo, tanto las operadoras de telefonía, como los proveedores de internet como el gran hermano Google, se lucran gracias a que confiáis en ellos. En el momento en el que la cadena de confianza se rompen, ellos empiezan a perder dinero, y eso es algo que no les apetece lo más mínimo.
Aún así, es bueno que seáis conscientes de que, cada dato que agregáis a vuestra cuenta de correo, ya sea de Gmail, de Hotmail, Yahoo, Facebook, Tuento, Twiter o Telefónica, se encuentra en sus servidores. No en una dimensión alternativa donde los datos pastan felices lejos de las injerencias de los informáticos.
Esos datos se replican a diario, se respaldan, y están a muy buen recaudo (salvo en el caso de que el sistema de alguno de ellos se vaya a paseo y los pierdan, que al fin y al cabo también son humanos)

¿Nos quieres decir que nuestros datos están seguros?

Sí. Más o menos. Están seguros siempre que no cometáis alguno de los siguientes errores:
Ya te ha costado llegar a lo de los consejos.
¿Qué queréis? Tenía que explicaros, aunque fuese un poco por encima, los terrenos por los que os movéis.
Ahora sí, los consejos:

Si tenéis un portátil, por favor, poner contraseña a vuestro usuario.
Si tenéis un portátil con Windows, por favor, ponerte también una contraseña a la cuenta de administrador. Y si no sabéis como hacerlo, pedirle ayuda a alguien que sí que sepa.
Esta cuenta se crea con la instalación del sistema operativo y, por lo general, nadie suele ponerle una contraseña.

¿Por qué la paranoia?

Veamos. Imaginad que perdéis u os roban vuestro portátil.
Alguien con permisos de administrador en vuestro ordenador, puede cambiar la contraseña de vuestro usuario, y acceder al equipo como si fuerais vosotros.
Aparte de las cosas comprometidas que podamos tener guardadas en el propio ordenador (datos para los que ni siquiera le haría falta cambiar vuestra contraseña para poder verlos) como todos somos muy cómodos, tendemos a decirle al navegador que recuerde la contraseña de todos los sitios que solemos visitar.
A partir de ese momento (salvo que hayáis ido corriendo a casa de alguien con una conexión de internet y hayáis cambiado todas vuestras contraseñas), quien quiera que tenga vuestro equipo, pasa a ser vosotros ante los servicios que utilizáis normalmente. Así que, dependiendo de lo juguetón que se sienta, puede hacer que os ganéis una mala reputación entre vuestros conocidos a base de soltarles toda clase de lindezas en vuestro nombre o, dependiendo de lo que vea en vuestro historial, podría dedicarse a comprar cosas en vuestro nombre y pagar con esa visa que tenéis puesta en Amazon, Ebay u otros lugares en los que compréis habitualmente.

Consejo número dos (aunque relacionado con el primero):
Si vais a hacer investigación en algún ordenador público, y revisáis en ellos vuestro correo, red social, o realicéis alguna compra (cosa que nunca deberíais hacer en con una conexión pública) cuando hayáis terminado, cerrar la sesión. No cuesta nada y os ahorrará algún posible disgusto.
Consejo número tres:
Cuando os conectéis a una red wi-fi abierta con vuestro ordenador, bueno, mejor antes de hacerlo, aseguraos de que tenéis activado el cortafuegos de vuestro sistema operativo.
Cuando os conectáis a una wi-fi, es como si pinchaseis un cable a la red informática a la que habéis accedido. Esto implica que cualquiera que esté dentro de esa red podría tener acceso a vuestro disco duro.

Consejo número cuatro:
Aquí sí que depende de vosotros (los poseedores de smartphones, tablets y demás). Andaos con cuidado con esos dispositivos. Traduciendo; no los perdáis (vale, ya sé que si podéis evitarlo no lo haréis) y si los perdéis, correr a casa a cambiar las contraseñas de todas las aplicaciones que tengáis configuradas en ellos (ya sabéis, correo, redes sociales, etc.) si no queréis que cualquier afortunado nuevo_dueño_de_vuestro_antiguo_aparato cotillee todas vuestras intimidades y luego tengáis que andar dando explicaciones por correos poco finos que lleguen hasta vuestros conocidos.

Con esto terminamos con las medidas de seguridad más básicas.
En la siguiente entrada nos pondremos más filosóficos e iremos directamente a...
¡LOS ESTÁNDARES!
Esos gritos, que aquí hay gente tratando de leer.
Ups, perdón. Hasta la siguiente.

Javier Albizu

¡LOS ESTÁNDARES!

¡LOS ESTÁNDARES!
Sí. Así, en mayúsculas y con bien de exclamaciones.
Porque los estándares son una cosa muy seria.
Pero empecemos por el principio. Todos sabemos lo que es un estándar. Incluso los chicos de la DRAE
Pero ¿qué es un estándar cuando estamos hablando del cambiante mundo de los ordenadores?
¿Quién decide lo que usamos a diario? ¿en qué cabezas recae la responsabilidad de dictaminar el punto de partida sobre el que deberían trabajar los desarrolladores?

Pues la respuesta a estas y otras muchas preguntas es... ¡Tachaaaan! ¡Nosotros!. Sí. Tú y yo. Así de sencillo.
Porque sí. Puede existir la ISO la TIA o el organismo internacional que más te mole. Esos señores pueden decir lo que quieran que, Microsoft, Apple, Google y toda esos amables señores que sólo quieren nuestra “fidelidad” (y nuestros clicks sobre sus enlaces) va a hacer lo que le venga en gana. Y lo que les viene en gana a todos ellos es tratar de sacar cuanta más pasta pueda, mejor (mientras pone la zancadilla a la competencia sonriendo de cara a la galería)
Todo muy obvio, pero no perdemos nada por recordarlo.
Y la pasta que quiere toda esta gente es la tuya (y la de tu/nuestro gobierno, empresa o club gastronómico)
¿Que qué tienen que ver estas empresas con los estándares?
Muy sencillo: Quieren que sólo haya un estándar. El suyo.
¿Y qué pintamos nosotros en todo esto?
Pues todo, hombre, todo.
¿Tan pronto? diréis ¿Ya estás otra vez con esas patrañas comunistoides de Linux contra el mundo?
Se equivoca usted caballero, me estoy desviando un poco del tema del ámbito puro del sistema operativo, no porque no haya estándares a ese nivel, sino porque vamos a ir hasta aquellos con los que tratamos a diario. Más allá de la guerra Windows vs MacOSX vs Linux se producen otra serie de enfrentamientos que pasan más desapercibidos pero que son tanto o más importantes. Subo un poco a nivel de capa tecnológica y procedo a hablar de los formatos de archivo (de texto, para ser más concreto).
¿Lo cualo?
Venga, que no es tan complicado. Vayamos con un pequeño (de nuevo obvio, algo chusco y para nada sutil) ejemplo, vía una elipsis histórica. Si gustáis, podéis acompañar la lectura con alguna canción de motivación / entrenamiento / superación del AOR ochentero. Algo como esto:

Podemos comenzar con el primer tipo al que se le ocurrió dejar para la posteridad su último hechizo, cacería o chiste pintándolo o grabándolo sobre una roca de su caverna favorita por supuesto, aquel chiste, de no ser leído / interpretado por el autor, nadie le pillaba la gracia. Es lo que tiene el no haber establecido, o no tener interiorizado aún, un patrón por el que comunicarnos gráficamente.
Ahora hagamos un fundido hasta dos tipos que se ponen de acuerdo en el significado de unos garabatos que van a tallar en piedra, o a pintar en la piel curtida de algún animal muerto o sobre un cacho de hierba prensada y torturada al que se les ocurre llamar “papiro”. Luego, o al mismo tiempo en otro lugar, llegaría otro tipo y haría lo mismo con otros símbolos a los que atribuiría los mismos significados y ya la teníamos liada.
Mucho párrafo para decir más bien poco, lo sé. Aparte de eso, el Capitán Obvio ataca de nuevo, también lo sé, pero supongo que os iréis acostumbrando.
Venga, otro saltito temporal más.
Acto seguido, nuestra visión se llena de simbolitos. Unos los reconocemos porque han sobrevivido hasta nuestros días y los usamos a diario, otros nos suenan a cosas “de fuera”, el resto no tenemos ni idea de lo que significan, pueden o no molar, eso ya depende de criterios estéticos personales, pero no llegaron a alcanzar el estatus de “estándares” durante el suficiente tiempo como para que, en la actualidad, podamos hacernos una idea de manera sencilla de lo que significan.
Vemos como se mueven las manecillas del tiempo mientras un tipo que parece ir vestido con un saco, se deja los ojos a la luz de un candil mientras su mano va va dibujando garabatos sobre un pergamino. Desde aquí damos salto hasta ver a otro tipo, también escribiendo, pero en esta ocasión con el teclado de una máquina de escribir y terminamos con alguien dándole a la tecla de un terminal UNIX ante, probablemente, una pantalla de fósforo gris.

En efecto (por si no había quedado claro, lo recalco) el lenguaje es un estándar (bueno, son uno montón) y el lenguaje escrito otro. Estos estándares son libres y abiertos. Los puedes usar en tanto te venga en gana sin estar obligado a pasar por caja de nadie.
Con los estándares de ordenador no pasa eso.
Bueno, al menos no con todos. Si vamos hasta el tipo de nuestro último salto temporal, vemos que está escribiendo texto a palo seco, sin florituras, colorines, subrayados ni cursivas. Texto plano que lo llaman. Lo que se usaba cuando ASCII era “lo más” y no hacía falta más. En el principio de los tiempos (de las redes informáticas) el tema de la estandarización era muy importante. Necesitaban que los ordenadores de las diversas universidades conectadas, ordenadores de distintos fabricantes y con distintos sistemas operativos, pudieran comunicarse y entenderse entre ellos. Eso lo solucionaron, paradójicamente, inventando otros ordenadores con otros sistemas operativos distintos a los anteriores, y poniéndolos en medio de todos. Una vez solventado esto, tenían que conseguir que todas las distintas máquinas fueran capaces de “entender” y mostrar de la misma manera a su usuario, lo que se había generado en un cacharro que, para ellas, hablaba chino.
Para llegar a algo claro, se juntaron unos cuantos cerebritos que se dedicaron a intercambiarse RFCs cientos y cientos de RFCs, hasta llegar a un acuerdo de mínimos sobre los datos, campos y formatos que debían o no poseer los archivos y paquetes que conformaría un mensaje estándar. Y de ahí nacería el abuelo del correo electrónico. Este estándar se documentó de manera profusa y exhaustiva para que cualquiera pudiera implementarlo en sus máquinas, fueran del fabricante que fueran.
Demos un pequeño salto hacia adelante. Los ordenadores empiezan a usarse cada vez para más cosas y surgen programas para funciones como... maquetar texto y mandarlo directamente a una imprenta que no necesita de tipos móviles. En un mundo ideal no sé que habría pasado pero, en este en el que vivimos la cosa se nos fue de madre.
Por un lado, teníamos el software editor, ya fuera TeX, DisplayWrite, Wordstar o WordPerfect que generaba un tipo concreto de documentos (que, en un primer momento, sólo podía interpretar él mismo), por otro teníamos las fuentes, propiedad de los autores del software... o no, ya que podía pertenecer a otra entidad licenciataria en guerra (como las fuentes TrueType de Apple, contra las PostScript de Adobe) y, para terminar, teníamos un formato / lenguaje de programación intermedio, Postscript, para enviarlo a la empresa de artes gráficas, o usar según que impresoras.
Un cristo, vamos. Pero el hablar de las licencias lo dejo para un poco más adelante.

Al final, el estándar que prevaleció fue, como no podía ser de otra manera, aquel que facilitaba más la vida a los usuarios: WordPerfect, ya que sus autores permitieron a otros fabricantes la creación de conversores que permitieran abrir sus archivos en otros programas y TrueType al licencias Apple a Microsoft su uso en Windows de gratis. Por supuesto, dependiendo de que edad tengas, WordPerfect (y ya ni de digo de TeX, que es software libre y aún continua existiendo como estándar en ciertos entornos) no te va a sonar de nada porque...
Llegó Microsoft con su Office y su Word, y lo puso aún más fácil.
¿Qué puso más fácil? El uso normal, y la distribución... “extra” legal.
El problema de Word es que, sí, hay conversores para poder portar sus archivos a otros programas, pero están hechos de estranjis. Microsoft tendrá documentado su formato, pero se guarda esa documentación sólo para él y, cuando alguien consigue sacar un conversor decente, casualmente saca una mejora en el formato que hace inútil ese conversor. Y aquí es hasta donde quería llegar cuando decía que eres TÚ (nosotros) quien decide los estándares.

Espera ¿No estarás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo?
Sí, estoy sugiriendo usar otros programas para crear tus textos. Las opciones son múltiples, programas que no es sólo que no te vayan a “cobrar” por escribir, sino que te dan la libertad para llevar tus textos a donde quieras si encuentras otro mejor o que te guste más.
Pero Microsoft no me cobra.
Tú le das igual a Microsoft. Se hace el tonto cuando te copias el Office, pero eso no quiere decir que no esté cobrando a los organismos oficiales que lo usan, a los colegios o a las grandes empresas, mientras “facilita” mediante ofertas su compra a los formadores para que promulguen su uso. Y ya digo que el dinero no es el mayor de los problemas.
¡NO! ¡WORD ES UNO DE MIS DERECHS INALIENABLES! ¡ME AMPARA LA CONVENCIÓN DE GINEBRA! ¡SÓLO ME ARREBATARÁS MI OFFICE DE MIS FRÍOS DEDOS MUERTOS! ¡ROJO, MÁS QUE ROJO!
Y dale. Así nos va.

Imaginemos por un momento que Microsoft se va al garete. O que decide dejar de hacer la vista gorda contigo. De repente te quedas sin Office y no puedes acceder a ninguno de tus documentos hechos con tu fantabuloso Word 2xxx.

Eso no va a pasar.

De acuerdo, igual el ejemplo está un poco pillado por los pelos (pero dales tiempo), pero el hecho de fondo no varía y sigue tratándose tan sólo de un ejemplo (también te estoy mirando a ti, usuario de Photoshop). No se trata de estar en contra del software de pago, sino del software que busca tu exclusividad, no (sólo) por se un buen producto, sino por no darte una oportunidad sencilla de salir de él llevándote lo que has creado mientras lo usabas.
Existen formatos abiertos, documentados y perfectamente usables a disposición de quien quiera implementarlos en su software. Cambiar de producto cuando llevas tanto tiempo usándolo es complicado e incómodo pero, hay ocasiones en que, es la opción más inteligente.
Deberíamos dar gracias a gente como San Tim Bernes-Lee por crear HTTP, la WWW y HTML como la hizo en su momento (y dar las gracias a Microsoft por su cegera, no saber reconocer la web como el negocio que es y no entrar en la guerra de los navegadores hasta que ya fue demasiado tarde para establecer Explorer como el estándar)

Javier Albizu

¡LAS LICENCIAS! I (Glosando)

¡LAS LICENCIAS! I (Glosando)
¿Por dónde empezar?
Podemos probar el clásico inicio en el que miramos a ver qué dicen los chicos de la RAE:

Licencia
1. f. Permiso para hacer algo.

Licenciar:
5. tr. Dicho del titular de una patente: Conceder a otra persona o entidad el derecho de usar aquella con fines industriales o comerciales.

De acuerdo, me quedo con estas dos acepciones, y tenemos algo parecido a un comienzo.

Cada vez que instalamos un programa, cada vez que nos damos de alta en un nuevo servicio en la red... cada vez que entras en una web como, por ejemplo, esta misma, estás aceptando o siendo afectado por una licencia. Por una serie de condiciones de uso, más o menos restrictivas, redactadas y escritas de una manera más o menos artificiosa, que te comprometes a aceptar... aunque no lo sepas.
Sí, al entrar aquí también. Si vas hasta la parte inferior de la página podrás ver que pone:

Licencia de uso
Licencia Creative Commons
Mytgard por Javier Albizu se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.

En el caso concreto de esta página, la licencia es de las sencillas e indica lo siguiente:
Que puedes leerlo, puedes compartirlo tal cual está (siempre y cuando adviertas a la gente de que ese horror que has usado, al igual que otros tantos horrores del mismo calibre, les esperan en este lugar caso de que decidieran pasarse por aquí, así que lo mejor para su cordura es que se mantengan alejados). Para terminar, si tienes la tan poca cabeza como para intentar sacar pasta de lo que hay aquí escrito, antes tienes que hablarlo con el nene para que te de permiso... o no.
Como digo, algo sencillito. Pero no siempre es así, porque las licencias son mucho más que un mero texto, más que una serie de relaciones contractuales que se establecen entre proveedor / vendedor y usuario / comprador. Las licencias también denotan una actitud y, sobretodo, un posicionamiento ético y filosófico (y legal). Algo que parece un tanto olvidado o superado en la “moderna”, “escéptica”, ¿por qué no decirlo?, apática (que no estática) y conformista sociedad de consumo actual, pero que nunca ha estado más presente a todos los niveles.

La gente dice “eso no va conmigo” o, directamente, prefiere obviar o ignorar esto. Todos sabemos que las “corporaciones” son “malvadas” pero a nosotros nos van a dejar de lado. Esas condiciones son para “los otros”, para peces más grandes. Para las instituciones o las grandes empresas (y es posible que tengan razón). Pero ese no es el asunto.
Cada vez que instalan un programa (ya sea legal o no), cada vez que te das de alta en un servicio, aparte de estar aceptando esas condiciones, también estás validando un modelo de negocio. Estás, en definitiva, no sólo aceptando, sino también fomentando que ese sea el modelo a seguir.
¿Suena drástico? ¿Suena exagerado? Vemos,

Instalar la copiar de un programa obtenido de manera... dudosa (al igual que uno legal), no es un acto de rebeldía, no significa hacerles la puñeta o un corte de manga a las grandes, es decir “te elijo a ti por encima de las demás opciones”. Implica crear un “estándar”; el tuyo.
No es una cuestión de dinero. De pagar contra no pagar. De gratuito contra el precio que sea.

Retomando el tema de los estándares de los que hablaba en la anterior entrada, y enlazándolo con eso: Si tus decisiones, tu conocimiento (o falta de él) o tus “poder” afecta a otros, tu estándar pasa a ser un estándar de facto para aquellos que se encuentran bajo tu responsabilidad.

Retomando, a su vez, a quien pretendo dirigir estas entradas, vayamos a un ejemplo. Vayamos a los hechos consumados, a un pequeño análisis de las consecuencias de una elección simple de cualquier profesor de primaria.

¿Qué implica el pedir que un documento se presente en formato Word?

Implica que el alumno (aunque también es aplicable a empleados, colaboradores o proveedores) tenga un ordenador (de acuerdo hasta aquí. Si no asumimos eso... casi mejor lo dejamos en este punto)
Asumimos que ese ordenador tiene instalado el sistema operativo Windows. Vale, también lo aceptamos como algo “normal” (aunque no sin reticencias) ya que viene preinstalado con la gran mayoría de los ordenadores que se venden montados.
Pero también estamos asumiendo que el alumno (etc, etc...) ha comprado una licencia de Microsoft Office, y ahí ya empezamos a patinar, porque sabemos que (salvo contadas excepciones) eso no es así.
Office se ha convertido en un estándar de facto en lo referente a paquete ofimático. Al fin y al cabo lo puedes conseguir en cualquier parte. Claro, el Office esta en la red, o te lo puede pasar cualquier compañero de clase.
La gente (los adultos) saben que es un software comercial, pero “lo normal” es tenerlo sin haber pagado por él, y eso es lo que transmiten a sus alumnos e hijos. Lo “comúnmente aceptado” es que, Windows y Office (gratis) son, a ojos de muchos, prácticamente patrimonio de la humanidad. Que no se te ocurra decir lo contrario (o negarte a instalárselo).

¿Estoy diciendo que todo el mundo debe comprar el Office?
No. Por supuesto. Estoy diciendo que, quien quiera tenerlo, debería pagarlo. Pero también estoy diciendo que hay soluciones alternativas, legales y gratuitas (y, algunos de ellos, creados bajo LICENCIAS más beneficiosas para todos) para realizar las mismas tareas. Opciones que se están ignorando por esa norma no escrita que ya se ha convertido en realidad consensuada.
Estoy hablando de que hay opciones que te permiten crear documentos compatibles con el Office. Más concretamente estoy hablando de LibreOffice (y OpenOffice, Abiword y otros programas que pueden cumplir esa función).

No voy a ser un hipócrita y decir que yo jamás he usado un Office (u otro tipo de software) i/o/u alegal. Durante mucho tiempo lo hice, así que entiendo perfectamente a parte de la gente que hace lo mismo.
La clásica excusa de “es que es esto o no poder hacer tal o cual trabajo” me sirvió durante todos aquellos años. Pero los tiempos cambian y ahora (bueno, desde hace ya un tiempo) sé que existen otras opciones. Se que hay gente que trabaja (y gente que paga a esa gente que trabaja) por unos productos por los que, no sólo no van a cobrar (al menos directamente) sino que permiten, de manera explicita, que cualquiera pueda usar, compartir o incluso modificar sus creaciones sin pedir nada a cambio.

Y ¿Qué queréis que os diga?
Estos tipos me caen bien. Así que, aunque me cuesta (a veces un poco, a veces un horror) trato de agradecerles el favor de las únicas maneras que puedo: Utilizando sus productos y difundiendo su obra y unos ideales que compartimos (también, de vez en cuando, dono algo de dinero a sus asociaciones, pero ese ya es otro asunto).

La posibilidad está ahí, es perfectamente válida y, en mi sincera opinión, tanto ética como socialmente más válida y necesaria.

Javier Albizu