¡LOS ESTÁNDARES!

¡LOS ESTÁNDARES!
Sí. Así, en mayúsculas y con bien de exclamaciones.
Porque los estándares son una cosa muy seria.
Pero empecemos por el principio. Todos sabemos lo que es un estándar. Incluso los chicos de la DRAE
Pero ¿qué es un estándar cuando estamos hablando del cambiante mundo de los ordenadores?
¿Quién decide lo que usamos a diario? ¿en qué cabezas recae la responsabilidad de dictaminar el punto de partida sobre el que deberían trabajar los desarrolladores?

Pues la respuesta a estas y otras muchas preguntas es... ¡Tachaaaan! ¡Nosotros!. Sí. Tú y yo. Así de sencillo.
Porque sí. Puede existir la ISO la TIA o el organismo internacional que más te mole. Esos señores pueden decir lo que quieran que, Microsoft, Apple, Google y toda esos amables señores que sólo quieren nuestra “fidelidad” (y nuestros clicks sobre sus enlaces) va a hacer lo que le venga en gana. Y lo que les viene en gana a todos ellos es tratar de sacar cuanta más pasta pueda, mejor (mientras pone la zancadilla a la competencia sonriendo de cara a la galería)
Todo muy obvio, pero no perdemos nada por recordarlo.
Y la pasta que quiere toda esta gente es la tuya (y la de tu/nuestro gobierno, empresa o club gastronómico)
¿Que qué tienen que ver estas empresas con los estándares?
Muy sencillo: Quieren que sólo haya un estándar. El suyo.
¿Y qué pintamos nosotros en todo esto?
Pues todo, hombre, todo.
¿Tan pronto? diréis ¿Ya estás otra vez con esas patrañas comunistoides de Linux contra el mundo?
Se equivoca usted caballero, me estoy desviando un poco del tema del ámbito puro del sistema operativo, no porque no haya estándares a ese nivel, sino porque vamos a ir hasta aquellos con los que tratamos a diario. Más allá de la guerra Windows vs MacOSX vs Linux se producen otra serie de enfrentamientos que pasan más desapercibidos pero que son tanto o más importantes. Subo un poco a nivel de capa tecnológica y procedo a hablar de los formatos de archivo (de texto, para ser más concreto).
¿Lo cualo?
Venga, que no es tan complicado. Vayamos con un pequeño (de nuevo obvio, algo chusco y para nada sutil) ejemplo, vía una elipsis histórica. Si gustáis, podéis acompañar la lectura con alguna canción de motivación / entrenamiento / superación del AOR ochentero. Algo como esto:

Podemos comenzar con el primer tipo al que se le ocurrió dejar para la posteridad su último hechizo, cacería o chiste pintándolo o grabándolo sobre una roca de su caverna favorita por supuesto, aquel chiste, de no ser leído / interpretado por el autor, nadie le pillaba la gracia. Es lo que tiene el no haber establecido, o no tener interiorizado aún, un patrón por el que comunicarnos gráficamente.
Ahora hagamos un fundido hasta dos tipos que se ponen de acuerdo en el significado de unos garabatos que van a tallar en piedra, o a pintar en la piel curtida de algún animal muerto o sobre un cacho de hierba prensada y torturada al que se les ocurre llamar “papiro”. Luego, o al mismo tiempo en otro lugar, llegaría otro tipo y haría lo mismo con otros símbolos a los que atribuiría los mismos significados y ya la teníamos liada.
Mucho párrafo para decir más bien poco, lo sé. Aparte de eso, el Capitán Obvio ataca de nuevo, también lo sé, pero supongo que os iréis acostumbrando.
Venga, otro saltito temporal más.
Acto seguido, nuestra visión se llena de simbolitos. Unos los reconocemos porque han sobrevivido hasta nuestros días y los usamos a diario, otros nos suenan a cosas “de fuera”, el resto no tenemos ni idea de lo que significan, pueden o no molar, eso ya depende de criterios estéticos personales, pero no llegaron a alcanzar el estatus de “estándares” durante el suficiente tiempo como para que, en la actualidad, podamos hacernos una idea de manera sencilla de lo que significan.
Vemos como se mueven las manecillas del tiempo mientras un tipo que parece ir vestido con un saco, se deja los ojos a la luz de un candil mientras su mano va va dibujando garabatos sobre un pergamino. Desde aquí damos salto hasta ver a otro tipo, también escribiendo, pero en esta ocasión con el teclado de una máquina de escribir y terminamos con alguien dándole a la tecla de un terminal UNIX ante, probablemente, una pantalla de fósforo gris.

En efecto (por si no había quedado claro, lo recalco) el lenguaje es un estándar (bueno, son uno montón) y el lenguaje escrito otro. Estos estándares son libres y abiertos. Los puedes usar en tanto te venga en gana sin estar obligado a pasar por caja de nadie.
Con los estándares de ordenador no pasa eso.
Bueno, al menos no con todos. Si vamos hasta el tipo de nuestro último salto temporal, vemos que está escribiendo texto a palo seco, sin florituras, colorines, subrayados ni cursivas. Texto plano que lo llaman. Lo que se usaba cuando ASCII era “lo más” y no hacía falta más. En el principio de los tiempos (de las redes informáticas) el tema de la estandarización era muy importante. Necesitaban que los ordenadores de las diversas universidades conectadas, ordenadores de distintos fabricantes y con distintos sistemas operativos, pudieran comunicarse y entenderse entre ellos. Eso lo solucionaron, paradójicamente, inventando otros ordenadores con otros sistemas operativos distintos a los anteriores, y poniéndolos en medio de todos. Una vez solventado esto, tenían que conseguir que todas las distintas máquinas fueran capaces de “entender” y mostrar de la misma manera a su usuario, lo que se había generado en un cacharro que, para ellas, hablaba chino.
Para llegar a algo claro, se juntaron unos cuantos cerebritos que se dedicaron a intercambiarse RFCs cientos y cientos de RFCs, hasta llegar a un acuerdo de mínimos sobre los datos, campos y formatos que debían o no poseer los archivos y paquetes que conformaría un mensaje estándar. Y de ahí nacería el abuelo del correo electrónico. Este estándar se documentó de manera profusa y exhaustiva para que cualquiera pudiera implementarlo en sus máquinas, fueran del fabricante que fueran.
Demos un pequeño salto hacia adelante. Los ordenadores empiezan a usarse cada vez para más cosas y surgen programas para funciones como... maquetar texto y mandarlo directamente a una imprenta que no necesita de tipos móviles. En un mundo ideal no sé que habría pasado pero, en este en el que vivimos la cosa se nos fue de madre.
Por un lado, teníamos el software editor, ya fuera TeX, DisplayWrite, Wordstar o WordPerfect que generaba un tipo concreto de documentos (que, en un primer momento, sólo podía interpretar él mismo), por otro teníamos las fuentes, propiedad de los autores del software... o no, ya que podía pertenecer a otra entidad licenciataria en guerra (como las fuentes TrueType de Apple, contra las PostScript de Adobe) y, para terminar, teníamos un formato / lenguaje de programación intermedio, Postscript, para enviarlo a la empresa de artes gráficas, o usar según que impresoras.
Un cristo, vamos. Pero el hablar de las licencias lo dejo para un poco más adelante.

Al final, el estándar que prevaleció fue, como no podía ser de otra manera, aquel que facilitaba más la vida a los usuarios: WordPerfect, ya que sus autores permitieron a otros fabricantes la creación de conversores que permitieran abrir sus archivos en otros programas y TrueType al licencias Apple a Microsoft su uso en Windows de gratis. Por supuesto, dependiendo de que edad tengas, WordPerfect (y ya ni de digo de TeX, que es software libre y aún continua existiendo como estándar en ciertos entornos) no te va a sonar de nada porque...
Llegó Microsoft con su Office y su Word, y lo puso aún más fácil.
¿Qué puso más fácil? El uso normal, y la distribución... “extra” legal.
El problema de Word es que, sí, hay conversores para poder portar sus archivos a otros programas, pero están hechos de estranjis. Microsoft tendrá documentado su formato, pero se guarda esa documentación sólo para él y, cuando alguien consigue sacar un conversor decente, casualmente saca una mejora en el formato que hace inútil ese conversor. Y aquí es hasta donde quería llegar cuando decía que eres TÚ (nosotros) quien decide los estándares.

Espera ¿No estarás sugiriendo lo que creo que estás sugiriendo?
Sí, estoy sugiriendo usar otros programas para crear tus textos. Las opciones son múltiples, programas que no es sólo que no te vayan a “cobrar” por escribir, sino que te dan la libertad para llevar tus textos a donde quieras si encuentras otro mejor o que te guste más.
Pero Microsoft no me cobra.
Tú le das igual a Microsoft. Se hace el tonto cuando te copias el Office, pero eso no quiere decir que no esté cobrando a los organismos oficiales que lo usan, a los colegios o a las grandes empresas, mientras “facilita” mediante ofertas su compra a los formadores para que promulguen su uso. Y ya digo que el dinero no es el mayor de los problemas.
¡NO! ¡WORD ES UNO DE MIS DERECHS INALIENABLES! ¡ME AMPARA LA CONVENCIÓN DE GINEBRA! ¡SÓLO ME ARREBATARÁS MI OFFICE DE MIS FRÍOS DEDOS MUERTOS! ¡ROJO, MÁS QUE ROJO!
Y dale. Así nos va.

Imaginemos por un momento que Microsoft se va al garete. O que decide dejar de hacer la vista gorda contigo. De repente te quedas sin Office y no puedes acceder a ninguno de tus documentos hechos con tu fantabuloso Word 2xxx.

Eso no va a pasar.

De acuerdo, igual el ejemplo está un poco pillado por los pelos (pero dales tiempo), pero el hecho de fondo no varía y sigue tratándose tan sólo de un ejemplo (también te estoy mirando a ti, usuario de Photoshop). No se trata de estar en contra del software de pago, sino del software que busca tu exclusividad, no (sólo) por se un buen producto, sino por no darte una oportunidad sencilla de salir de él llevándote lo que has creado mientras lo usabas.
Existen formatos abiertos, documentados y perfectamente usables a disposición de quien quiera implementarlos en su software. Cambiar de producto cuando llevas tanto tiempo usándolo es complicado e incómodo pero, hay ocasiones en que, es la opción más inteligente.
Deberíamos dar gracias a gente como San Tim Bernes-Lee por crear HTTP, la WWW y HTML como la hizo en su momento (y dar las gracias a Microsoft por su cegera, no saber reconocer la web como el negocio que es y no entrar en la guerra de los navegadores hasta que ya fue demasiado tarde para establecer Explorer como el estándar)

Javier Albizu