Cinder y Ashe

Cinder y Ashe

Eran otros tiempos. En los cómics parecía que aún tenían algo que decir los autores por encima de las voces de los mandamases de las editoriales. Surgían editoriales pequeñas, que publicaban material que no tenía porque ser estrictamente superheroico. La paranoia sobre para quien quedaba la propiedad intelectual de sus creaciones aún no estaba tan desarrollada. Los autores se preocupaban más por contar una buena historia, que por los royalties que les darían el merchandising y las recopilaciones. Eran los ochenta. Que bien le sentaron los ochenta al mundo del cómic. Por un lado, el intento de hacer cómics mas “maduros”, por otro, la libertad creativa que se permitía a según que autores, con según que personajes. Y por otro, se hacían grandes historias, de esas de toda la vida, que no pretendían ser más ni nada menos que eso: Buenas historias, bien contadas.
Surgieron grandes obras en aquellos años. Obras de las que todo el mundo habla, que todo este micromundo en el que nos movemos se ha hablado hasta la saciedad. Pero también surgieron obras de las que nadie habla. En ocasiones porque no eran tildadas de “obras maestras” por los portadores de verdades universales. En otras ocasiones, porque sus autores no fueron encumbrados hasta las cimas de los artistas “hot” (cuando aún no se les llamaba así), como grandes maestros, por esos mismos (y autoproclamados) portavoces de sapiencia universal que han sido, son y serán los críticos (o en su defecto, la tiranía del Top 100).
No a todas las obras de las que voy a hablar aquí las considero “obras maestras”. Algunas sí, pero otras son tebeos enormemente entretenidos, en los que sus autores no querían más que eso: Que el lector pasase un buen rato. Y a fe mía que lo consiguieron.

No pretendo ceñirme en exclusiva a los ochenta. Hay (en mi opinión) buenas series (también en mi opinión) injustamente olvidadas para dar y regalar a lo largo de todas las épocas. Sólo he elegido esta década como ejemplo porque fue en la que yo empecé a leer cómics de manera “consciente”, y de la que más nostalgia siento. También ha sido la elegida, porque el primer cómic sobre el que voy a hablaros en esta sección fue publicado entonces.

¿Por qué nadie habla de…
Cinder y Ashe?

Corría el año ochenta y ocho cuando fue publicada. Los autores de esta miniserie de cuatro números no eran ningunos novatos: Gerry Conway y José Luis García López (Ambos llevaban ya algún añito que otro haciendo cómics antes de aquel año). No era la primera vez que colaboraban, ya que de su mano había surgido con anterioridad otra obra merecedora también de ser reivindicada: Atari Force (ya podrían aprender los autores de los últimos años a hacer una buena historia a partir de un video juego).
Cinder y Ashe no era un cómic de superhéroes (pese a ser publicado por DC). Fue una miniserie de cuatro episodios en la cual se nos narraban los avatares de una pareja de detectives (de quienes tomaba nombre la serie) en el caso que tenían entre manos en aquel momento.
La historia que se nos contaba se iba alternando con flashbacks que, avanzaban poco a poco en el tiempo, nos narraban el pasado de los dos personajes protagonistas, como se habían conocido, y como habían llegado a la relación que tenían en la actualidad.
Salvo el villano de la función, que podía resultar un tanto arquetípico, el resto de los personajes están perfectamente definidos. Los protagonistas no son perfectos ni mucho menos, mostrándonos a dos personas muy humanas con sus defectos y virtudes.
De cualquier manera, esta no pretende ser una historia intimista. Los cuatro números están repletos de acción. Comenzando con una pelea que sirve para que vayamos conociendo a los personajes, y terminando con una persecución y posterior tiroteo, para finalizar con un combate cuerpo a cuerpo muy bien narrado.
La miniserie tiene de todo. Momentos duros (algunos de ellos muy duros, sobre todo considerando que fue DC la editorial que la publicó, y que por aquel entonces el Cómic Code aún era algo a lo que las editoriales aún temían), momentos de introspección, desarrollo de personajes y mucha acción.
Todo ello en solo cuatro números, de los cuales me atrevería a decir que no sobra una sola viñeta, ni se echa en falta información para comprender lo que se nos esta contando. El señor Conway escribió un guión muy sólido, y el señor García López dibujó como sólo él sabe (que es mucho).
Sólo fue una historia policíaca, un thiller. Ni fue ni pretendía ser Watchmen (ni falta que le hace). No pretendía reinventar la rueda, ni la manera de narrar cómics. Leerla no va a cambiar tú mundo, pero si que te hará pasar un buen rato, y que con el tiempo te acuerdes de ella con agrado.
¿Qué más se puede pedir?

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