Devolvedme mis magdalenas (cabrones)

Este sábado me reuní con el amigo Multimaniaco en una de sus visitas a la tierra que le hospedase durante tanto tiempo. Como no podía ser de otra manera (para dos nostalgiadores natos como nosotros) en una conversación de bar a las tantas de la mañana (bueno, tampoco eran las tantas de verdad, pero se acercaban. Diremos que las “casi” tantas de la noche) surgiría el tan peliagudo tema la memoria, los sentidos, la repostería/bollería industrial y el su vinculación con el señor Marcel Proust.
Una vez que me las he dado de intelectual, me doy paso a mí mismo para divagar un rato sobre lo de siempre.

Vivir, lo que se dice vivir, lo he hecho sólo en dos ciudades: Alsasua y Pamplona.
De la primera de ellas, tengo bastantes recuerdos y podría hacer un mapa de por donde me movía (nos mudamos a Pamplona cuando tenía cosa de ocho años, así que tampoco es que mi radio de acción fuese demasiado amplio)
Tengo (creo, confío y espero) buena memoria. Recuerdo a mis amigos, y a los padres de uno de ellos. Recuerdo la tienda de deportes y el bar en el que trabajaba una tía mía. Por supuesto, recuerdo mi casa y la discoteca de mi padre. Incluso guardo gratos recuerdos de los colegios por los que pasé, aunque no logro ponerles nombre más allá de los cursos que pase en ellos.
Para cada uno de aquellos lugares tengo una ubicación clara y definida en mi diminuto “Mapa conceptual de Alsasua”. Incluso podría localizarlos sin problemas en un plano de la ciudad (siempre que fuese uno de finales de los setenta)
Pero en mi cabeza hay otro mapa. Uno con unas cuantas “X” emocionales que indicarían las localizaciones de las que tengo un recuerdo más sentimental que visual. Lugares en los que no pasé tanto tiempo pero que dejarían una marca igualmente indeleble. Lugares que también sabría ubicar sin problema en ese mismo mapa, pero no sería capaz de describir. Gestadoras de mis futuras aficiones y museos fantasma de mi pasado.
Hace mucho que no voy a Alsasua, pero recuerdo perfectamente el girar la cabeza buscando aquellos emplazamientos místicos que ayudaron a forjar quien soy. Pero ya no están ahí. Han sido sustituidos por otros negocios y locales que, por más grandes o modernos que sean, no son capaces de ocultar a mis ojos los espectros de aquello que me marcó.
Ya no están los (“mis”) puestos de revistas donde mi padre me compraba los tebeos y los soldados paracaidistas de plástico, ni el salón recreativo (ahora hay otro, pero es un lugar lóbrego y botellonesco) ni el almacén donde el padre de mi amigo Rafa tenía las máquinas en toda su gloriosa desnudez electrónica.

Y nos vinimos a Pamplona; tierra ignota, tierra de maravillas sin fin. Una Pamplona distinta a la que vivimos hoy. Un lugar de expediciones y descubrimientos.
Al principio, cada esquina ocultaba una librería, un lugar en el que entrar y mirar “que había salido”. El tiempo era algo relativo, los tebeos no tenían cadencia. No eran semanales, quincenales o mensuales, sino “los que había”.
Cuando creías tener una ruta perfecta, veías por el rabillo del ojo una callejuela con un estanco o una papelería que no conocías, y entrabas, y el tendero te miraba mal mientras estabas de cuclillas revisando la mercancía.
Y llegaron los ordenadores, y a las librerías y papelerías se añadieron las tiendas de electrodomésticos o de electrónica. Y llegó la eclosión de los video-clubs, y cada día te sacabas el carné de uno nuevo. Y llegaba el momento en el que superabas tu timidez, y entrabas en los bares para ver que máquina tenían. Y empezabas a jugar a rol, y tu espectro de locales en los que descubrir “algo”, de locales con “posibilidades”, se ampliaba aún más.
El mundo era un lugar lleno de recovecos por investigar. Un lugar inundado por el “sentido de la maravilla”. Un lugar que ya no existe.

Ahora paso por esos sitios y también veo los espectros de lo que fueron. Nunca más diré en Perseo que le apunten a mi padre los tebeos que me llevo, ni descubriré en Macoe a los Alpha Flight de Byrne. No más caratulas de Mastertronic en Arévalo Micro Sistemas o Noain. No más carátulas Boris Vallejo para las películas de vídeo italianas en el Irache o el Urdax. No más alquileres en el Supermercado del cassette.
La especialización mató a la estrella de la descentralización. La certeza de lo que hay a la esperanza de lo que podría haber.

Camino por la ciudad y continúo girando la cabeza en los mismos lugares, pero ellos ya no están ahí. Se han ido y no puedo evitar echarlos de menos.

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Ge (no verificado)

Hace 13 años 3 meses

Qué bonito, copón.

efe (no verificado)

Hace 13 años 3 meses

Veo que vas acercandote a pasos agigantados a la crisis de los 40...

Javier Albizu

Hace 13 años 3 meses

En respuesta a por efe (no verificado)

F, si se tratara de eso, llevaría con la crisis de los cuarenta desde los quince años.