Las líneas de la mano

Va de ejercicios de escritura semi rápida.
Ya que, con la reescritura del Macroverso, tengo un poco abandonadas el resto de secciones de la página, voy a aprovechar los deberes del grupo de escritura en el que estoy para varias un poco (aunque tampoco demasiado) la dinámica de estas últimas semanas.

Tras una charla sobre las definición y diferencias que daba nuestro último “ponente” a los conceptos de “Literatura” y “Best Seller”, nos tocaba tratar de escribir a la manera de los Best Seller una obra concreta de la denominada literatura.
En este caso concreto, se trataba del siguiente texto:

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Las Líneas de la Mano
Julio Cortázar- Historias de cronopios y de famas, 1962

De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que la línea continúa por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida, remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza hacia el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una pistola.

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Tras una primera lectura y pese, como con toda obra (literaria o no), se le pueden buscar distintas interpretaciones, puede parecer obvio de lo que habla el texto. Al menos a mi así me lo pareció nada más terminarlo.
Pero como soy como soy, he decidido tratar de darle otro enfoque... a la vez que he optado también por no escribirlo en estilo aséptico y directo que de absolutamente todos los datos. Llamadlo pereza o comodidad, pero prefiero llevarlo a mi terreno. No tanto por que crea que el texto cuente la misma historia dispongo a narrar como, más bien, por llevar un poco la contraria.
Así que, ahí vamos.

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¿Cómo empezar? No lo sé.
No sé cuántas veces he comenzado esta carta, cuantos pedazos de papel habré manchado, estrujado y arrojado al fuego antes de llegar hasta este, pero sigo sin saber cómo empezar. Cómo decirte lo que tengo que decirte sin hacerte daño, causándote el mínimo dolor.
Había pensado en mentirte, en decirte que te dejo, que las noches que he faltado de tu lado me he ido con otra y te abandono por ella.
Pero soy egoísta y no soportaría que me odiases por las razones equivocadas.
En tiendo que me odies después de esto, deseo que me odies y que seas capaz de recomponer tu vida como yo no he sido capaz, pero tengo que hacer que esto acabe.
No soporto las noches sin dormir, no soporto el contemplarte mientras las pesadillas te atenazan, no soporto el pasar por su habitación y no ser capaz de entrar para verla vacía.
Para cuando leas esto, probablemente ya haya muerto, pero es algo que tengo que hacer.
Lo siento.
Te quiero.
Adiós.

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Obtener la información fue sencillo, era un secreto a voces, hacerse con el arma y esperar han sido realmente las tareas más complicado que
le ha tocado acometer.

Todos querían hablar, pero nadie movería un dedo. La policía le había tratado con deferencia y lástima. Ellos lo sabían, tenían los datos, pero justificaban su inacción bajo la amparándose bajo el umbral de los procedimientos, las leyes y diversos tecnicismos que para nada servían. Estaba apuntando demasiado alto.
Aquellos que presenciaron el tiroteo agazapados tras sus puertas, también se apiadaron de él. Incuso en los lugares más sórdidos de la ciudad quedaba lugar para la empatía y las muestras de humanidad, pero su ayuda terminaba ahí.

Hoy es el día, hoy su oportunidad.
No se siente un héroe, no se imagina como un súper hombre o un justiciero, ni siquiera es ya él mismo. Sólo es el espectro de un hombre, una mera sobra de quien fue, alguien que siente que lo ha perdido todo.
- Con esto no lograrás nada - le dice su acompañante - Sólo conseguirás que te maten y ella quedará aún más destrozada.
No responde. Sabe que es verdad, pero eso es algo que ya no le afecta.
- Egoísta, cobarde. Buscas la muerte para dejar de sufrir, pero no te atreves a ser tú directamente quien termine con ella.
Quiere gritarle, decirle que esto es algo que debe hacer. Alguien debe pagar por su dolor y nadie está dispuesto a hacer nada al respecto. Pero no dice nada, esa voz son los últimos resquicios de cordura que quedan en su mente y pronto se apagará junto a todas las demás.
Sube por la pasarela del barco y se adentra en la fiesta. A su alrededor todo es bullicio, pero no es capaz de apagar la voz que le acompaña.

- Padre, no lo hagas - dice la voz finalmente - Sabes que esto no me devolverá la vida. Sabes que no existe otro mundo en el que volver a encontrarnos.
No se detiene, sino que acelera el paso entre la gente. Su objetivo está ahí delante.
Las últimas palabras que ha dirigido a su esposa por escrito resuenen en su mente como un epitafio mientras extrae la pistola de su funda y la amartilla.

Lo siento.
Te quiero.
Adiós.

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