Nunca a la última 006

Cuando aún sigo sin tener claro cómo gestionar este boletín, ya empiezan a aparecer los primeros cambios en la parrilla. Hemos tardado medio año pero están aquí.
Si alguien sigue estaba haciendo seguimiento, se habrá dado cuenta de que esta semana no toca Nunca a la última, sino Bajo un océano de bits, pero he decidido pegar un volantazo en el orden de publicación.

Toca reconducir el rumbo pero no sé muy bien hacia dónde. Aun así, y con mis acostumbradas dudas, la decisión está tomada. La presencia de Daegon desaparece de aquí por el momento, aunque volverá en el futuro bajo otra forma aún por determinar.
Para llenar este hueco en la parrilla semanal he decidido mover el resto de bloques. Así pues, donde era:

Daegon
Bajo un océano de bits
Nunca a la última
Proyecto periférico

El orden quedará como sigue:

Nunca a la última
Proyecto periférico
Bajo un océano de bits
Proyecto periférico

Lo sé, os he volado el cerebro con tanta innovación.
A día de hoy, “Proyecto periférico” es la Biografía rolera pero. Cuando esta termine… ya veré qué ocupa su lugar.
Si la lista de espera a día de hoy ya es larga, seguro que para cuando llegue ese momento de tomar la decisión ha crecido aún más.

El cambio del orden es más que nada para da un poco más de espacio (o menos, según se mire) a la separación entre cada iteración de lo que no tiene una duración determinada.

Como ya anunciaba la semana pasada, la entrada del mes que viene referente al avance de Daegon será la última y, por más que se trate de una elección propia, esto es algo que me entristece. No ha resultado una decisión sencilla.
Dentro argumentario.

Dicen que la labor del escritor es una tarea solitaria, una afirmación que, por más tópica que sea, no deja de ser dolorosamente cierta.

El proceso de creación es algo emocionante y frustrante a partes iguales. Un lugar en el que pasas mucho tiempo dando forma a ideas que luego eres incapaz de plasmar, dando respuesta a preguntas que nadie te ha hecho y que, una vez expuestas al mundo, muchas veces parecen carecer de sentido.

Me gusta leer sobre el proceso de creación en primera persona. Me gusta saber cómo otros se han enfrentado y superado trabas con las que yo me puedo encontrar, y me gustaría haber sido de ayuda para otros al narrar cómo me he ido sobreponiendo a las mías. Los libros y webs de las que más he disfrutado no son los que me muestran o comentan un producto, sino aquellas que me hablan acerca del proceso que ha llevado hasta él. Aquellos biografías en las que participan los protagonistas escritos desde un punto de vista desprovisto de divismo, la búsqueda de una épica impostada, o la narración de un destino manifiesto.
Quizás por eso me gusta tanto leer acerca de la historia de mis aficiones.

Cuando escuché a Richard Garriott1 hablar acerca de sus dudas e inseguridades mientras iba desarrollando la saga Ultima me sentía un poco menos solo, al igual que cuando leía sobre los fracasos y errores de Chuck Peddle previos a la concepción del Commodore 642. Leer acerca de los primeros pasos de la “industria” del rol y lo despistados que andaban todos3, me ayudó a darme cuenta de que nadie tiene ni idea de cuál es el camino correcto. Saber que mis juegos favoritos, aun sin apoyo del gran público, siguen contando con autores dispuestos a retomarlos me sigue dando esperanza a diario.

Todos la cagamos, es lo normal pero, es algo que soy increíblemente competente. La estructura osea de mi cráneo es tremendamente sólida y compacta pero, si no dejo de darme de cabezazos contra la pared sin parar, es muy probable que termine resquebrajada. No sería la primera vez.

Pero no hay una luz al final del túnel, así que algo tendré que hacer. Quizás es hora de usar el interior del cráneo y no el exterior. Porque también existe la posibilidad de que te fabriques tu propia luz al final del túnel. Igual es mejor buscarte otro camino.
O, yo qué sé, un bulldozer.

Eso es lo que he tratado de crear con ese diario mensual. Una herramienta para mi mismo, algo a través de lo que forzarme a sacar a la luz mis equivocaciones y que, al mismo tiempo, sirva para que otros creen su propio camino.
Pero no hay otros, por lo que esa bestia mecánica no tiene demasiada utilidad.

Si algo me han demostrado estos dos años y medio (y los veintitantos anteriores) es que Daegon no tiene público. Por supuesto, eso no va a impedir que continúe dando la turra sobre él, pero toca pensar en los errores cometidos a otro nivel. Ha llegado el momento de analizarlos desde otra perspectiva y ver cómo acabar con ellos.

Porque no todo es soledad por aquí. Porque, más allá de la ausencia de comentarios en la web, existen el correo (bendito correo) y el mundo real (que también tiene sus momentos). Porque otras cosas sobre las que escribo sí que tienen su público.
No sé si resultarán útiles para los demás, pero la interacción hace que (lo habéis adivinado) me sienta un poco menos solo ante el teclado. Me demuestra que esto tiene sentido. Que hay alguien al otro lado.
Me hace sentir que igual sí que soy capaz de crear un camino.

Como ya decía, no es la primera vez que que me abro la crisma metafóricamente. No es la primera vez que paso por baches de este estilo. También soy increíblemente competente en cometer una y otra vez los mismos errores.

Allá por dos mil diez un único comentario4 fue todo el combustible que necesité para lanzarme de cabeza hacia mi anterior gran reto escritor.
Gracias a aquel impulso logré terminar la primera encarnación del Macroverso5 y avanzar mucho en los Mundos Improbables6 y la Biografía computeril7 al mismo tiempo que también re-escribía ciento y pico páginas sobre Daegon que publiqué en un blog separado8.

Por supuesto, todas ellas están pendientes de una nueva versión (incluso el Macroverso que ya pasó por ese proceso hace unos años9)

Aquel fue un año prolífico, más prolífico y diverso de lo que han sido estos dos últimos. Bastante más prolífico y diverso... hasta que lo mandé todo a paseo.
Porque hacía ya mucho tiempo que no había nadie al otro lado. La conexión se había roto así que ¿qué sentido tenía todo aquello?
Ambas páginas desaparecieron de Intenet sin previo aviso (que no sin su correspondiente copia de seguridad, que uno tiene berrinches pero también Diógenes de datos).

Y veía que la situación presente iba a llevar hacia una conclusión similar. Estaba forzando otra vez la máquina y, si bien no sabía cuanto tardaría, veía claro el destino de todo esto.

Como decía, toca reflexionar. Toca ser pragmático.

En estos momentos algunos de los temas sobre los que escribo tienen a alguien escuchando al otro lado, y eso es algo que agradezco. Es esta la razón por la que he optado por potenciar o no abandonar esos aspectos.
Mi ego me decía que no lo hiciera, que hiciera caso al espíritu de James Earl Jones en una película que nunca vi10. Tú escríbelo y vendrán. Pero no, quienes querían venir ya están aquí.

La Biografía Fabuladora queda aparcada hasta que termine con la Rolera. Porque, cuando no escribo ficción o acerca de mi faceta como perpetrador de historias, tengo un público. Alguien que, no sólo parece disfrutar con lo que estoy contando, sino que también me lo hace saber.

Pero no sería yo sin mis neuras. Mientras escribo sobre ella no puedo dejar de pensar y reflexionar acerca de dónde he fallado con lo demás, acerca de dónde se rompe ese punto de conexión. Y las ideas peregrinas no tardan en llegar.

Pedradas neuronales que me llevan a pensar que, tanto la lectura, ya sea de libros, tebeos o juegos de rol, como el visionado de películas, la práctica de la informática o los momentos pasados machacando los botones de un joystick son experiencias externas. Actividades que, por más que cada uno hayamos experimentado de maneras personales, nos proporcionan una serie de elementos comunes. Una serie de factores gracias a los que podemos empatizar con quienes también las han practicado. Que nos han permitido crearnos un un baremo personal sobre el que ubicar la experiencia que han podido tener los demás.
Son experiencias que ha venido desde el exterior hasta nosotros. Quizás jamás lleguemos a conocer la intención del autor, pero los momentos de descubrimiento o la sensación de maravilla que conlleva el encontrar una obra o una actividad con lo que conectas es algo compartido. Algo que podemos extrapolar en los demás.

Yo también estaba ahí. Yo también descubrí esa obra gracias a una persona, una revista o un anuncio. “Sé” lo que sentiste.

Pero esto no pasa cuando la experiencia es la inversa. Cuando trato de explicar cuál ha sido el proceso que he seguido para construir una historia, esos vínculos comunes no existen. El proceso que lleva hasta la escritura es algo íntimo. Una actividad que no se puede experimentar de manera compartida.

Cuando se trata de algo que surge desde ti hacia el exterior todo cambia. Porque sólo tú eres y has sido tú. Puedes tratar de explicar el contexto, puedes tratar de describir el proceso, puedes tratar de glosar todo lo que pasaba en tu interior durante esos momentos de aislamiento, pero fracasas una y otra vez, y esa es una sensación de soledad que nunca te abandona.

Entiendo lo que quería transmitir, dicen, pero las conversaciones te demuestran que rara vez es así. Porque sabes, sé, lo que pretendía el autor con sus palabras, y no es lo que te vuelve reflejado desde el exterior.

Tengo amigos que devoran todo fragmento de superficie empapada en tinta que llega hasta ellos, pero nunca he conseguido conectar con ellos a través de Daegon, y rara vez lo he logrado con el resto de relatos. No he logrado despertar su interés o la sensación de maravilla que un día alumbraron otras obras que descubrimos juntos. No he logrado que deseen saber más.

Tengo claro que sí que entendemos de manera similar aquellas aficiones comunes. Que, sintonizamos en cierta manera cuando hablamos de ellas pero, cuando se trata de lo que escribo, lo único que percibo es que me aceptan tal y como soy, pero que no soy capaz de transmitir todo lo que pretendo.
Soy ambicioso, soy un capullo desagradecido. No me es suficiente con que me acepten, quiero más; quiero que me entiendan y más. Quiero que quieran ser partícipes de aquello que tanto me emociona pero no porque me emociona a mi, sino porque he logrado emocionarles a ellos.

Una parte muy importante de mi “corpus literario” entronca de manera directa con el resto de mis aficiones. Con esos elementos que tenemos en común. Pero, a pesar de tratar temáticas similares, no consigo llegar hasta ellos de la misma manera en la que lo han hecho otros autores.

Cuando he escrito acerca de mi proceso como escritor no he obtenido esa complicidad que recibo cuando lo hago sobre los juegos de rol o los de ordenador. Llevo mucho tiempo tratando de dar con el factor diferenciador de esta reacción y nunca logro dar con la clave.

Hasta donde soy capaz de analizarlo, el tono y la manera de expresarme que he utilizado en ellas ha sido similar. Puede haber cambiado a lo largo del tiempo, pero lo hace de manera uniforme en todo lo que escribo, así pues, ese no parece ser el problema.

Aunque igual toda esta psicología de todo a cien sobra porque, obviamente, el principio y el fin del problema está en mi.
El problema no es el cómo (escribo) o el sobre (qué lo hago), sino el acercamiento que adopto a la hora de hacerlo. Quizás el problema sea que los temas sobre los que doy vueltas cuando estoy en soledad sólo me interesa a mi.
No lo creo, aunque igual lo que pasa es que no quiero creerlo. Que me dedique a negar de manera sistemática ciertas partes de la realidad que me resultan incómodas. Que sea incapaz de aceptar esta verdad y esté fingiendo ceguera ante mi propio autoengaño.

No quiero creer que nadie más encuentre interesantes estas preguntas que me fascinan. Prefiero creer que se trata de mi incapacidad para expresarlas. Que se trata de algo que puedo corregir con la práctica. Que encontraré a otros con quienes no tendré que forzar a una parte de mi a quedarse aislada en ese rincón.

Porque no quiero creer que estoy solo.

Porque este fracaso no es algo que no se haya limitado a los círculos cercanos.

Casi treinta años ya con el tema y tampoco he logrado despertar el interés fuera de el ámbito más próximo. Ya sea en la red, en las editoriales o en otros círculos de creadores, en aquellas escasas ocasiones en las que ha habido alguna respuesta, me sigo encontrando con la misma desconexión. Con el mismo reflejo distorsionado o atenuado de lo que he tratado de plasmar.

Cuando soy presentado en sociedad dentro de algún grupo que me es ajeno, indefectiblemente acaba saliendo en la conversación que escribo, lo que lleva a la inevitable pregunta ¿y qué escribes?.
Y esta es una pregunta que no soy capaz de responder. No se trata únicamente de lo anárquico de mis intereses o de la amplitud de los espectro que trato de abarcar, sino de que, para hacerlo, tendría que monopolizar la conversación.
Entonces, mientras babluceo frases inconexas, alguien que me conoce, me ha leído y me aprecia suele decir "y escribe muy bien"
Y esto no es cierto. No dudo de lo espontaneo o lo sincero de su respuesta. Tampoco se trata de falsa modestia o de mi afán autodestructivo, sino de una conclusión a la que me ha llevado todo lo que he expuesto hasta ahora, pero no le corrijo. Dejo que la conversación muera y pase a otros derroteros.

A lo largo de estas tres décadas he enviado textos a editoriales, grupos de lectura, particulares, críticos y concursos. Cada vez que alguien me pregunta ¿has intentado...? la respuesta suele ser, sí.

Existe un problema de base en todo esto, y este problema obviamente soy yo. En este caso el problema no es está enlazado con la escritura sino con mi propia manera de ser. Siempre que soy capaz de lograrlo, me fuerzo a no insistir a los demás a que me den una respuesta en este terreno.
Si quieren leerlo lo leerán, si les ha gustado me lo dirán, si quieren saber más preguntarán. No se trata únicamente de mi tantas veces citado complejo de pelma que sino de que, por más veces que falle a la hora de refrenarme, me parece el curso de acción correcto. Y mientras tanto trato de no hacerme ilusiones.

Me dedico a asumir la ausencia de una respuesta como un "no ha gustado", a interpretar toda ausencia de un ofrecimiento explícito a leer lo que he escrito como un “no me des la turra”.
Quizás por eso prefiero un "no" explicito, o un "no me interesa" antes que un "mándamelo" sin una respuesta posterior, o a un "mándamelo, pero no prometo nada". Me gusta saber el terreno que estoy pisando.

Porque, más allá del complejo, no quiero consentirme el ser de otra manera. Algo en lo que también fallo a menudo y de lo que esta web no deja de ser una prueba palpable. Una pequeña válvula de escape, un pequeño brote más de incoherencia que me permito.

Y, después de todos estos bandazos en mis argumentos, volvemos al principio.

A mi dando vueltas a asuntos que no creo que vaya a poder solucionar. A no dejar de darle vueltas a que, en el fondo, nada de esto importa realmente. Lo que sepa o dese saber no cambia nada. Que no interesen a otros, escriba o no sobre ellos, no hace que dejen de resultarme interesantes a mi.
A mi queriendo hacer caso a James Earl Jones.

Porque mi relación con la soledad no deja de ser algo un tanto ambiguo. Y lo es tanto como para que mi único acercamiento hacia la poética fuese dedicado a ella11.
Porque, una vez dicho todo esto, tengo claro que tampoco es que se lo ponga muy fácil a cualquier aspirante a convertirse en un regular de este sitio.

Y creo que lo voy a ir dejando por hoy con la banda sonora. Mientras escribía me ha dado por pensar en Bowie llamando al centro de mando, y ese tren de pensamiento me ha llevado hasta otra gente que me emocionó y ya no está. En que, por más que ellos ya no estén, sus creaciones nunca nos abandonarán12

Enlaces:

1. Warren Spector lecture 12 - Richard Garriott

2. On the Edge: The Spectacular Rise and Fall of Commodore

3. Designers & Dragons: The '70s

4. El ignitor

5. Macroverso V1
- Macroverso Anotado I
- Macroverso Anotado II

6. Mundos Improbables

7. Biografía Computeril

8. Daegon Beta

9. Macroverso V2

10. Campo de sueños

11. El ejercicio

12. Los que ya no están
- David Bowie - Space Oddity
- David Bowie - Bring Me The Disco King
- David Bowie - Lazarus
- Prince - 1999
- Prince - Purple rain
- Snot - Sad Air
- Snot - I Know Where You're At
- Tom Petty - Free Fallin'

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.