El ermitaño

Por Javier Albizu, 11 Junio, 2011
- Se acerca una nave.
La dulce voz de Mya despertó a Abner. Una vez más se había quedado dormido en el sillón de la sala de control. La habitación podía parecer pequeña para los estándares, con todas sus funciones automatizadas y preparadas para ser controladas por una única persona, pero tras sus paredes se encontraba oculta una maquinaria muy superior a la que se utilizaba para dirigir los grandes cruceros.
- ¿Trayectoria? – Abner hacía un esfuerzo por enfocar sus ojos, y convertir la neblina que aparecía ante ellos en algo similar a las imágenes que sabía que Mya estaría proyectando frente a él.
- Parece que se dirige hacia el planeta.
Aquello logró que Abner terminase de reaccionar. No había nada en aquel planeta que mereciese la atención de nadie (salvo que quisiera esconderse). Retiró las legañas de sus ojos con urgencia, e incorporó el respaldo del sillón. Su diario cayó al suelo por la brusquedad del movimiento. Ya lo recogería más adelante.
Centró su atención en las imágenes que tenía ante él. Mientras una de las proyecciones mostraba las grabaciones del satélite y otra le mostraba la trayectoria que había tomado la nave extraña, así como el punto en el que había sido localizada, en una tercera se le mostraban los posibles puntos de procedencia, y la cuarta detallaba el proceso de búsqueda en los sectores cercanos de alguna nave mayor de la que hubiese podido partir.
- ¿Sabes si ha detectado alguno de nuestros satélites?
- Las probabilidades son inferiores a un diez por ciento – respondió Mya – Escasas, aunque la posibilidad no es completamente descartable.
- Activa el camuflaje óptico. Trata de mostrarme una imagen más nítida de la nave. Quiero saber de qué clase es.
En la primera proyección aparecía la imagen ampliada de la nave, cuyo morro alcanzaba la incandescencia por la reentrada en la atmósfera del planeta.
- ¿Ha realizado alguna transmisión?
- Ninguna que hayamos detectado.
- Es muy rápida. Ninguna de las naves que recuerdo habría hecho este recorrido a esa velocidad.
- Eso es porque hace setenta años que abandonaste la civilización – Una nueva voz femenina hizo que Abner girase su asiento hacia la puerta. Amy se encontraba apoyada en el marco de la entrada. Sus inconfundibles curvas se le mostraban perfiladas por la luz del pasillo. Mientras entraba en la habitación, sus labios mostraban su inseparable mueca sarcástica.
- Hola, Amy. Para pesar casi dos toneladas, eres un androide muy sigiloso.
- Tú sí que sabes halagar a una mujer.
- Eres un androide. No necesitas que te halaguen.
- Tampoco necesito esas miradas – Maldición, la estaba mirando otra vez “así”.
- Se acerca hacia nuestro emplazamiento – La voz de Mya intervino nuevamente, salvando a Abner de una nueva conversación que, con toda probabilidad, acabaría con él humillado y enfadado consigo mismo – Sus radares se han activado. Hay un ochenta por ciento de probabilidades de que hayamos sido descubiertos. Tiempo de llegada estimado, diez se…
- ¡Activa el pulso! – Eso sí que era un rescate en toda regla.
Las luces de la habitación se apagaron, y un silencio tenso se apoderó del lugar. Abner comenzó a respirar de manera pesada mientras esperaba a que se reestableciese la energía en la nave. Aquellos segundos se le estaban haciendo interminables.
Poco a poco su respiración se fue normalizando, y entonces se dio cuenta del silencio. Un silencio auténtico. Sin el leve zumbido de las máquinas tras las paredes, sin las voces de sus acompañantes artificiales.
Comenzó a moverse en la oscuridad, y su pie golpeó algo. Era su diario. Se agachó y tanteó el suelo tratando de dar con él. Muchas personas de los mundos “civilizados” no sabrían que era aquel “artefacto”. El papel era algo que había caído en desuso siglos antes de que él naciera, pero el momento en el que lo “descubrió” había cambiado su vida. Aquel tacto, y todo lo que transmitía, era algo que nunca había encontrado en el mundo tecnificado.
Invadido por una oleada de nostalgia, Abner se volvió hacia Amy. Allí, inmóvil, parecía un recuerdo hecho realidad de la mujer que le había inspirado a crearla. Casi de manera inconsciente, su mano se acercó para tocarla.
- Viejo estúpido – se detuvo pesaroso – No es ella.
El rugido del metal sin control sonó sobre su cabeza devolviéndole a la realidad. A continuación se escuchó el estruendo provocado por la colisión de la nave visitante. Instantes después se restableció la energía en la nave. El momento mágico ya había pasado.
El cercano impacto agitó toda la nave. Abner perdió el equilibrio, yendo a parar a los pies de Amy, que permanecía inmóvil.
- Como odio que hagas eso – dijo Amy, mientras el pequeño fulgor que desprendían sus ojos volvía a ellos. Entonces pareció fijarse en la situación en la que se encontraba Abner – ¡Esas manos…! – No podía evitar aquella clase de comentarios, él la había programado para ello.
- Mya ¿Has podido detectar si ha saltado alguien de la nave? – Abner trató de ignorar el comentario de Amy y lo que había estado a punto de hacer ocupando su mente en asuntos más urgentes.
- No he detectado nada. Aunque cabe la posibilidad de que haya sucedido entre mí desconexión y vuelta a la funcionalidad.
- ¿Distancia a la que se ha estrellado la nave?
- Cuatrocientos setenta y dos metros.
- ¿Temperatura exterior?
- Cuarenta y dos grados. No lloverá hasta dentro de cuatro horas.
- De acuerdo – Abner reflexionó durante unos momentos – Mya, asegúrate de que mi traje climatizado funciona correctamente. Amy prepárate, vamos a salir.

-Vamos allá.
La compuerta superior de la Raiyel se abrió dejando salir el pequeño deslizador. Abner mantenía la mirada fija en el rastro que había dejado la nave tras su impacto. No deseaba hablar. No quería darle a Amy más munición que utilizar contra él.
- Para esta distancia, podríamos haber ido caminando – Aunque a ella no le hacía falta mucho para lograr molestarle. Era una auténtica maestra en ese terreno.
Apenas tardaron un minuto en situarse sobre la nave caída. Su morro se había incrustado casi veinte metros en el suelo, formando ante ella una gran barrera de tierra. A pesar de lo brusco del choque el fuselaje parecía intacto.

Tras comprobar los índices de radiación Amy posó suavemente el deslizador tras la nave. Abner y Amy abandonaron su interior con precaución. La jungla había enmudecido y la ausencia de viento provocaba que las hojas estuvieran fantasmalmente quietas. De la parte delantera de la nave continuaba saliendo humo, y el suelo de la parte final del surco se había cristalizado.
- Abner, he encontrado la entrada. Está abierta.
- ¿Alguna huella?
- Por la zona cristalizada es imposible averiguarlo. Pero quizás por los alrededores…
- No importa. Entremos.
- Como quieras. Tú eres el genio.
- Cállate y mira por ese lado – Al menos así estaría tranquilo un rato.
Ambos se introdujeron en la nave con cautela, tratando de causar el menor ruido posible. De no haber sido por el ruido de sus pisadas, el silencio que reinaba en aquella nave le habría recordado a Abner el momento que había experimentado una hora antes.
Las puertas de todos los compartimentos se encontraban abiertas. La colisión había desperdigado por todas partes el contenido de armarios y cajones. Al ver las imágenes de su acercamiento, Abner había deducido que era demasiado grande como para ser un monoplaza. Una vez en su interior, sus impresiones se vieron reforzadas. De cualquier manera, pese a que parecía tener la autonomía suficiente como para realizar viajes largos, todo parecía indicar que había traído un único pasajero.
- Buenos días – una nueva voz detuvo la búsqueda. Abner se volvió para contemplar a su interlocutor, aunque lo primero que atrajo su atención fue la pistola que llevaba en su mano derecha.
- Una manera extraña de saludar – Abner trató de parecer confiado.
- Yo podría decir lo mismo – le replicó el hombre armado – Abner Biuler, supongo.
- Vaya, parece que mi fama me precede. ¿Con quién tengo la desgracia de hablar?
- Puedes llamarme Jenkins.
- Muy bien, Jenkins. Creo que el arma es innecesaria.
- Es posible, pero soy un hombre precavido.
- Sólo soy un pobre anciano.
- Muy anciano por lo que he oído.
- Por favor. Seamos civilizados.
- No soy yo el que vive aislado.
- Entonces tendrá que ser por las malas.
- No tengo ningún problema al respecto.
- ¿No te parece esta una situación un tanto tópica?
- No sé si te sigo.
- El bueno y el malo. El malo en posición de superioridad obvia. Parece sacada de la mente de algún escritor de segunda en horas bajas.
- No hace falta que sigas – le interrumpió Jenkins – Me han informado sobre ti. Que tratarías de confundirme. Para ser alguien a quien mis jefes, y parece que tú también, tienen en tan alta estima, esto es un tanto decepcionante.
- Déjame continuar – Aquello parecía que iba a ser algo fácil – Al fin y al cabo soy un genio. Déjame un poco de tiempo y te enseñaré alguna que otra cosa que desconoces.
- Como desees – El aire condescendiente que estaba tomando Jenkins hacía aquello aún más dulce.
- Como te decía – reanudó su monólogo Abner – Ambos sabemos que la situación es la típica en la que sucede algo “inesperado” – gesticuló usando las manos para dar mas énfasis a la palabra – y entonces, el bueno, o sea, yo, te desarma, cambiando con ello las tornas de toda la situación.
- Si esta fuera una, como tú lo has llamado, historia barata, no dudo de que esa sería la manera más fácil que tendría el escritor para sacar a su protagonista de una situación complicada. Pero ambos sabemos que eso es algo altamente improbable. De todas formas, y siguiendo tu mismo juego, quizás sea yo el protagonista.
Mientras Jenkins finalizaba su respuesta, Abner, moviéndose a una velocidad inusitada para alguien de su edad, se acercó hasta él propiciándole un golpe seco y preciso en su muñeca derecha.
Acto seguido, mientras la mano dolorida de Abner le daba cuenta del error que había cometido, Jenkins, con su mano libre, agarró al anciano. Tras un rápido movimiento de su rival, Abner se encontró a sí mismo indefenso y en el suelo.
- ¡Maldito bastardo! – se quejó – ¡Así que lo han hecho!
- ¿El qué han hecho? – le replicó Jenkins, con expresión de exagerada y falsa sorpresa.
- Un maldito hombre potenciado – respondió Abner más para sí mismo que para su interlocutor.
- No han “hecho” nada. ¿Quién ha hecho algo? Yo no he visto a nadie hacer nada. Ni yo, ni la sección de Mycroft Corp para la que trabajo “existimos”. Si existiéramos, habríamos violado unas cuantas leyes del Conglomerado, y ambos sabemos que Mycroft Corp es una corporación muy respetuosa con la ley.
- Lo que me faltaba – suspiró Abner – Un matón que se cree gracioso.
- Y bien, anciano. ¿Dónde esta tu acción “inesperada”?
- Cierto – le respondió Abner – Casi se me había olvidado.
- Sigo esperando – continuó Jenkins con aire de suficiencia.
- Gracias por recordármelo.
- Sigue sin pasar nadaaaa.
- ¿Amy?
La figura de Amy apareció detrás de Jenkins sin darle tiempo a reaccionar. Casi con expresión ausente, aplasto el arma, así como la mano que la sujetaba, con una sola de las suyas. Jenkins no tardó en reaccionar y le propinó un fuerte golpe con su mano izquierda mientras se daba la vuelta. Sólo obtuvo un fuerte ruido de metal chocando contra metal.
- ¡No eres una mujer! – La sorpresa de Jenkins era patente.
- Sí, eso, tú encima restriégamelo – Amy fingía ofensa mientras sujetaba el brazo izquierdo de Jenkins con su mano libre – Como si me hubiera costado poco tiempo el superarlo.
- ¡Has construido un robot humanoide! – Continuó Jenkins aún sin aceptar su situación – ¡Se decía que solo los Harakani tenían algo similar, pero sólo era un rumor!
- Tú no le des coba – dijo Amy – Ya se lo tiene bastante creído él solo, como para que vengas tú a hincharle el ego.
- ¿Para qué crees que me quieren tus jefes, listillo? – Abner se sumó a la conversación – ¿A qué crees que sustituyes tú? “No, nunca usaríamos tus descubrimientos en el campo militar”. Por supuesto, como soy estúpido, nunca llegaría a imaginar que los corporativos me iban a mentir. Hay muchos despojos como tú deseosos de mutilarse para ser mejores o más longevos.
- Claro – Maldición, se lo había puesto demasiado fácil a Amy – Por supuesto, no tiene nada que ver con atiborrarse de sustancias no probadas para envejecer más despacio.
- Amy – dijo Abner en tono resignado – Recuérdame que mire tus rutinas de sarcasmo cuando tenga un momento. Ahora, ¿quieres hacer el favor de dejar inconsciente a este tipo? Le patearía yo mismo los huevos, pero seguro que también está castrado, y acabaría haciéndome yo más daño que él. Por favor, patéale por mí.
- ¿Está programada para hacer daño a los humanos? – Jenkins aún no acababa de asumir la situación – Eso viola las leyes de la robótica.
- Cuando vuelvas a Vashul, manda a alguien para que me detenga.
Amy fue rápida, y relativamente piadosa con el pobre Jenkins. Tras dejarle inconsciente revisaron los bancos de memoria de la nave y sabotearon todos los sistemas salvo los de comunicación. Cuando se iban, Jenkins aún no había recuperado la consciencia.
- Mya – dijo una vez de vuelta en la sala de mandos de la Raiyel – Sácanos de este planeta.
- Destino – preguntó la voz de Mya. En aquel momento ya no le sonaba tan dulce.
- No tengo ni idea. Tú sólo sácanos de aquí.

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