El navegante

Por Javier Albizu, 11 Junio, 2011
- Jane, es la hora.
La voz de su Inteligencia Artificial personal la despertó. A regañadientes, se forzó a abandonar el catre.
- Me cago en el diseñador de estas putas naves nodriza.
La superficie metálica del suelo estaba helada, como siempre. Aquel contacto la despejó, obligándole a abrir los ojos, y buscó sus zapatillas. Echaba de menos su viejo camarote en la Stiletto. En aquel momento concreto echaba de menos la vieja alfombra situada junto al camastro.
Se introdujo en la cámara de limpieza y relajación, y una vez completamente despejada, desayunó y realizó su recorrido matutino en el simulador, sólo que esta vez dobló su duración. Dos vueltas a la cubierta virtual más tarde volvió a la cámara de limpieza.
- Bueno. Esta nave tampoco está tan mal.
Ventajas de “subir” temporalmente de rango. En aquel destino no tenía que ir a las duchas comunales, ni sortear obstáculos (ya se tratase de gente o bultos) mientras realizaba sus ejercicios matinales. Si es que a aquello se le podía llamar “mañana”, claro. Jamás se acostumbraba a la hora estándar espacial.
- ¿Qué hora es en casa, James?
- Las treinta y dos cero nueve.
Perfecto. A estas horas estaría de permiso tomándose algo en la cantina. Algo así le estaba diciendo su cuerpo desde hacía más de una hora. Como odiaba el espacio profundo cuando no se encontraba pilotando una nave monoplaza.
En fin. Aquel era el gran día (por aquellas horas la gran noche en la Stiletto, la nave orbital que había sido su hogar a lo largo de más de la mitad de su vida). El punto final a los meses de prueba en el simulador. Aquel día averiguaría si todas aquellas horas le habían preparado para pilotar el vuelo de prueba del primer caza con capacidad de salto. La navegante de primera Jane Cameron hizo memoria. Aquella debía de ser la única nave de la flota que le faltaba por tripular. Normal. Aquel era el primer prototipo que iba a ser lanzado al espacio.
Si aquello podía surcar el vacío, ella podía pilotarlo. Veinticinco de sus treinta y dos años los había vivido en el espacio. Nadie como ella para pilotarla. Los altos mandos afirmaban: Jane Cameron ha nacido para vivir en el espacio (lo cual no era del todo falso. Los tres años que estuvo asignada a un destino planetario habían sido toda una tortura). Otros, movidos por la envidia, la acusaban de ser una privilegiada, que haber nacido en órbita le había dado una percepción espacial como no poseía ningún otro. Piloto o no.
Vaya estupidez. Aquello no le venía de nacimiento, sino de estudiar cartas de navegación desde que tenía cinco años. Ser la primera en pilotar aquel trasto era algo que se había ganado a pulso.
Su padre, el navegante de primera Kyle Cameron Reese era alguien a quien le gustaba su trabajo, y que había sabido transmitir a su hija aquella pasión.
Mientras se vestía con el uniforme de gala, trató de recordar el rostro de su padre, pero éste ya comenzaba a hacerse difuso. Ya habían transcurrido ocho años desde su muerte.
- James. Holo de Papa.
Mientras la proyección de su padre se materializaba ante ella, se abrochó los últimos botones de la chaqueta.
- No me mires así – le habló a la imagen estática – Ya se que es una estupidez. Échale la culpa al protocolo. Yo también preferiría el uniforme normal.
Terminó de colocar en su lugar cada pieza del uniforme, y se cuadró de manera marcial ante su padre.
- Holo fuera.
Jane comenzó a caminar hacia su destino. La puerta de su camarote se abrió silenciosamente tras confirmar su identidad, y ella atravesó el umbral hasta el pasillo, repitiendo mentalmente todos los pasos que debía seguir durante aquel vuelo. Aquello era algo mecánico para ella. No estaba nerviosa, sino ansiosa. Estaba convencida que la experiencia de un salto sería algo completamente distinto dentro de un caza monoplaza, que dentro de una nodriza o un crucero de batalla.
Una vez en la cubierta de lanzamiento, contempló el caza. Aún quedaban un par de horas hasta que llegasen los encargados de los preparativos. La forma de aquella nave no terminaba de gustarle. Era demasiado afilada para su gusto. Prefería la forma de los modelo Shelter, de curvas mas pronunciadas, sin tantas aristas. Se detuvo un momento ante el grabado con el nombre de la nave; “Torg”. Aquel nombre si que le gustaba. Dio una vuelta más alrededor del caza, acompañando las líneas del armazón con la palma de su mano.
- ¿Nerviosa? – sabía que Svenson sería de los primeros en llegar.
- No. ¿Debería estarlo? – Aquel tipo era uno de los “padres” de la criatura.
- Sólo si no eres capaz de manejarlo como es debido – no aguantaba a los ingenieros.
- Entonces no hay razones para que esté nerviosa.
Durante diez minutos, ambos se evitaron cordialmente. Svenson se introdujo en la cabina, y chequeaba por vez número dos millones todos los controles, mientras Jane comprobaba los niveles de las tres células energéticas, cuando llegó el resto de la comitiva.
No conocía a la mitad de aquellos tipos, pero sus insignias los delataban como peces gordos. Tampoco tragaba a aquella clase de gente. Los saludó según el protocolo, y se dirigió hacia los vestuarios del hangar.
- Ya sé que es una estupidez – la imagen de su padre volvía a estar ante ella – Podría haber venido hasta aquí con el traje para pilotar. Pero tenía que saludar a esa panda de imbéciles con el uniforme de gala.
De regreso al hangar, ya sólo estaba el caza. Se subió a la cabina y comenzó con el ritual. Sabía que estaba siendo observada desde otra habitación por los jefazos, que una proyección de todo lo que sucedía en el aquel cubierta estaba siendo contemplada por todos ellos. Pero le daba igual. La nave fue transportada hasta la tobera de salida. Se enlazo con la computadora de navegación y dio la orden. El caza experimental clase Torg salió por primera vez al espacio.
Los controles iban muy bien. Le entraron deseos de probar hasta donde podía llegar aquella maquina, la maniobrabilidad y el tiempo de reacción de los controles. Pero eso sería otro día. Su mente transmitió las coordenadas de destino al ordenador de salto, y entonces todo lo que tenía alrededor desapareció.
Algo iba mal. El salto en las grandes naves solía ser instantáneo, apenas un segundo, pero su estancia en el espacio cero parecía prologarse demasiado (por no mencionar que aquello la estaba desgarrando). No veía nada, no podía pensar con claridad ni hablar. No podía acceder a ninguno de los ordenadores de la nave, y su enlace con James también parecía bloqueado. Sólo sentía dolor. Un dolor que recorría el interior de su cuerpo y que parecía pugnar por abrirse camino fuera de él, como si una tormenta se hubiese generado dentro de su cuerpo. Finalmente se desmayó, pero el dolor la acompañó en su inconsciencia.

- ¿Jane? – la voz de James en su cerebro la despertó. Trató de abrir los ojos, pero los parpados se negaban a obedecerla. A esta sensación la acompañó la oleada de dolor que le recordó la cantidad de músculos, huesos y nervios que recorrían su cuerpo. Trató de hablar, pero le interrumpió un nuevo espasmo de dolor. Se rindió de nuevo a la inconsciencia.

- ¿Jane? – Esta vez trató de no arriesgar demasiado, y abrió un ojo. El dolor continuaba ahí, pero parecía haberse alejado de primera línea de combate.
Su ojo abierto le describió la cabina del caza. Más allá de ésta, las estrellas.
- ¿Dónde estamos?
- Nuestra ubicación actual es desconocida.
- ¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
- Dos días estándar.
- ¿Daños internos?
- Ninguno.
- Pues me siento como si tuviese todo roto. ¿Cuánto tiempo hemos permanecido en el espacio cero?
- Cuatro segundos.
- Hubiera jurado que eran cuatro años.
- ¿Eres capaz de ver algún sistema familiar?
- Negativo.
- ¿Que dice el ordenador de navegación?
- Que estamos en las coordenadas de destino.
Jane se conecto a los ordenadores de la nave y realizó un barrido de los alrededores buscando algo parecido a la nave que debería estar esperándole. No encontró nada, pero tampoco le sorprendió. Al fin y al cabo estaba muy claro que las estrellas que les rodeaban, miradas desde cualquier ángulo, no formaban el dibujo que había memorizado.
- Prueba esta nave – dijo en la soledad de la cabina – Es un prototipo muy avanzado, lo último en tecnología de salto – continuó con tono burlón, mientras su rostro gesticulaba para acompañar a las palabras – Esto me pasa por fiarme de ingenieros militares.
- Vale, admítelo Jane. Estás jodida.
Aquel maldito trasto le había llevado hasta el culo del universo, en lugar de a las coordenadas marcadas. No se podía fiar de aquellos instrumentos, y en la nave base no tendrían ni idea de donde había acabado. Ya lo estaba viendo. Dentro de unos años encontrarían su cuerpo putrefacto y le echarían la culpa del fracaso de la prueba. Como si los oyese: “No deberíamos haberle dado el mando de esta nave a una mujer”.
Claro, eso en el caso de que en algún momento del futuro aquel lugar formase parte de alguna ruta.
Pues no. No les iba a dar el placer a aquella panda de cabrones. Se iban a joder. Aún no sabía como, pero iba a salir de allí. Y cuando pillase a Svenson y los suyos, les iba a arrancar los huevos.
- ¿Tiempo de soporte vital?
- Tienes aire y alimentación venosa para veinte días.
- ¿Energía?
- Para dos saltos más, o un año de travesía.
- Por ahora dejaremos los saltos – era cierto. Aquella experiencia no se parecía en nada al salto con una nave grade. Y tampoco era algo que quisiera repetir – ¿Puedes calcular si alguno de los sistemas que tenemos delante está cartografiado?
- Podría comparar cada grupo de estrellas de manera independiente con los que tengo en mi base de datos.
- ¿Tiempo estimado?
- Diez días.
- ¡No me jodas!
- Ese es el menor de nuestros problemas.
- Alégrame un poco más el día.
- Aunque logre identificar un sistema cercano, lo más probable es que se encuentre a un par de décadas de distancia a velocidad máxima. Y eso con suerte.
- ¿Alguna posibilidad de triangular nuestras posición, y calcular lo que nos hemos desviado en el salto?
- Nos harían falta varios puntos de referencia más.
- Me parece que Svenson va a poder reproducirse después de todo.
- ¿Decías?
- Cállate y empieza a calcular. Yo voy a dormir un rato.
- Puedo reducir tu consumo de oxigeno y alimento para que estés dormida, y prolongar su duración.
- Sería de agradecer. Despiértame cuando tengas algo.
Aún le dolía todo. El sueño no tardó en llegar y esta vez, el dolor se alejaba poco a poco.

- ¿Jane? – el sueño había sido demasiado corto.
- ¿Has encontrado algo? – aun soñolienta no había sido capaz de olvidarse de la situación en la que se encontraba.
- Aún no ha habido coincidencias. Pero no te he despertado por eso.
- ¿Más buenas noticias?
- Podría decirse que sí.
Jane abrió los ojos con cuidado. Al menos el dolor había desaparecido. Ante ellos apareció una nave. Su diseño no se parecía a nada que hubiese visto antes. Los indicadores del caza le dijeron que se encontraba a unos cincuenta kilómetros de ellos. También le decían que era mayor que cualquier nave de la flota. Sus ojos le decían que aquello no era de construcción humana.
- ¿Cuándo ha aparecido?
- Hace diecisiete minutos.
- ¿Has establecido contacto con ellos?
- He enviado mensajes en todas las frecuencias y lenguas conocidas, pero aún no he obtenido respuesta.
- ¿Nos ha detectado?
- No he detectado ningún sondeo. Pero yo diría que si.
- ¿Alguna actividad anómala?
- No. Ha permanecido inmóvil desde que ha llegado.
- ¿Armamento?
- Nada que haya podido identificar.
- Voy a acercarme. Tú sigue a lo tuyo.
No sabía demasiado bien que hacer, pero al menos tenía algo con lo que mantener la mente y las manos ocupadas. Se acercó a una velocidad moderada y una vez cerca realizó varias pasadas a lo largo del casco de aquel artefacto. No parecía poseer armas, no parecía poseer hangares, no parecía poseer ventanales que le permitiesen atisbar en el interior de aquel artefacto. En lo que dedujo sería la parte frontal había un gran orificio, y en la parte trasera, cerca de un centenar de orificios más pequeños. Quizás los motores.
Dos horas después seguía sin respuesta de ningún tipo. Aburrida y cansada, decidió que aquella nave estaba abandonada. Quizás en alguno de los ordenadores de aquel trasto se encontrase el mapa de aquellos sistemas. Quizás su tripulación había programado aquel salto antes de abandonarla. Lo cierto es que aquello no le importaba demasiado. Aunque pudiese encontrar cualquier mapa (o los ordenadores que los almacenasen) estaba segura de que no lograría descifrar el funcionamiento de aquel artefacto. Al borde de una inminente depresión, Jane optó por introducirse en el gran orificio frontal. Quizás a través de él pudiese acceder al interior de la nave.
- Algo en el interior de este orificio esta generando una gran cantidad de energía.
- ¿Eso es bueno o malo? – quizás se había equivocado, y aquello era el motor.
- Aconsejo que salgamos de aquí. Los medidores se están saliendo de la escala – eran raras las ocasiones en las que aquella IA podía transmitir urgencia en su voz.
Jane dio la vuelta rápidamente a la nave y se dispuso a salir. Frente a ella había comenzado a surgir una luz que no parecía demasiado halagüeña. ¿Cómo no lo había visto? Lo tenía delante de sus narices y no se había dado cuenta. Aquello era una especie de cañón gigantesco. Sonaría estúpido, pero no le cabía la menor duda.
- ¿Quién cojones está tan grillado como para construir nada así?
Pese a la distancia, el armazón de la nave, y el traje, comenzaba a sentir el calor que se generaba tras de ella. Si aquella temperatura era causada tan sólo por los generadores, no quería estar ahí cuando aquella cosa disparase lo que fuera.
- ¿Qué clase de arma es éste?
Aquello era ridículo. Durante más de dos horas había estado inmóvil acumulando energía para un único disparo. No tenía el más mínimo sentido. Aquel “arma” jamás sería capaz de acertar siquiera a la nave más lenta de cualquier flota.
Entonces, un haz de luz surgió de la nave alienígena. No había ningún objetivo a la vista. Nada a lo que impactar. Nada durante unos minutos, hasta que se lo dijeron los sensores. Había alcanzado a una estrella. La estrella más cercana. El sol de aquel sistema.
Las consecuencias de aquel disparo no tardaron en hacerse evidentes. Incluso desde la distancia a la que se encontraba del astro, Jane pudo comprobar visualmente parte de los resultados. Y aquello no prometía nada bueno.
Se conectó a los sensores de la nave y lo que vio hizo que se asustase más de lo que había estado en toda su vida. Aquel sol estaba muriendo. En breves momentos se convertiría en una supernova, y arrasaría cualquier cosa que se encontrase en un radio de miles de millones de kilómetros. No pudo evitar que unas lágrimas de pánico escapasen de sus ojos.
Mientras tanto, la nave extraña desapareció.
El sol estalló. Pese a darle la “espalda” Jane quedó cegada.
- ¿Cuánto tiempo nos queda?
- La onda nos alcanzará en cinco minutos treinta y nueve segundos, contando con que nos alejemos a velocidad máxima en dirección contraria a la expansión.
- Vamos a saltar.
- ¿Coordenadas?
- Me da igual. Genéralas aleatoriamente.
- Las posibilidades de dar con un sistema habitado son…
- Ninguna, ya lo sé, pero me da igual. Serán mayores que las de encontrarnos en un sistema que esté muriendo, y aún nos quedará otro salto. ¿Puedes “sedarme” antes de saltar?
- No hay tiempo.
- Maravilloso. Dale.

Esta vez el despertar fue distinto. No le dolía nada. El uniforme y la cabina ya no estaban, y habían sido sustituidos por un med-traje y una habitación que tenía toda la pinta de ser la enfermería de una nave militar.
- ¿James?
- ¿Si?
- ¿Dónde estoy?
- En la Obliterator.
- Genial. De no estar tan jodida, me sentiría afortunada. Dime que la caja negra de la nave registró todo lo que ha pasado.
- La caja negra no estaba activada.
- En otra ocasión me sorprendería. Pero en esa puta nave nada iba bien.
- ¿Cuanto tiempo de inconsciencia esta vez?
- Dos días.
- ¿Cómo es que regresamos aquí?
- Introduje unas coordenadas al azar, pero el ordenador de la nave las ignoró, y las sustituyo por unas que tenía prefijadas.
- ¡¿Me estas diciendo que me la han jugado?! – estaba extrañamente serena para la putada que le acababan de hacer.
- Sí.
- Svenson. ¿Donde esta ese cabrón?
- Pronto lo verás. Hay programado un tribunal para cuando te encuentres bien. Tienes que explicar dónde has estado los últimos días con una nave experimental. Se mencionan por algún lado las palabras “traición” y “espionaje”.
- Qué bonito. Cómo me alegro de haber regresado a casa.
Los médicos no tardaron en aparecer en la habitación tras su vuelta a la consciencia, y la acribillaron a preguntas y pruebas físicas de toda índole. Al final, nada que ella no supiera antes de comenzar los exámenes. Salvo agujetas en cada uno de las fibras nerviosas y musculares por la tensión del salto, no tenía nada. Salir del med-traje (y sus sedantes) fue una tortura, pero no lo fue menos que el embutirse de nuevo en el uniforme de protocolo para encaminarse hacia su juicio. Al menos los dos soldados que le acompañaban hasta el juzgado eran monos. Aunque demasiado serios para su gusto.
El paseo no fue demasiado largo. Se la iba a juzgar en la Obliterator. Antes de entrar a la habitación que pondría fin a su carrera militar se encontraron con Svenson, y alguno de los jefazos que la despidieron. Sabía que dentro de la habitación tratarían de sacarla de quicio, pero no le hizo falta entrar.
Tan pronto pasó junto a Svenson se giro con rapidez y le agarró las pelotas con una mano mientras, con la otra, le arrebataba la pistola a uno de los escoltas.
- No se quién te ha comprado, hijo de puta – le dijo – Pero espero que te haya pagado lo suficiente como para que te clonen esto que va a dejar de colgarte de aquí – y entonces disparó.
El guardia le golpeó con la culata de su fusil.
- Esto no es lo más inteligente que has podido hacer, Jane – se dijo a si misma mientras se sumía en la inconsciencia de nuevo.

El juicio, al que acudió esposada dos días después, fue rápido. Explicó lo sucedido con el caza experimental “Torg” (al que había rebautizado como “Tormento”), saltándose la presencia de la nave alienígena y el cometido que desempeñó en aquel lugar. Aquello no se lo iba a creer nadie, y lo último que necesitaba era que la encerrasen también por desequilibrio mental.
Fue expulsada del ejército con deshonor, y condenada a dos años de prisión por espionaje y a cuarenta más por asalto y agresión a un superior.

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