El observador

Por Javier Albizu, 11 Junio, 2011
- Y decían que estaba loco – se dijo para sí mismo eufórico – Ya estoy viendo los titulares en todos los informativos: “William H. Kirk llega donde el hombre no ha llegado jamás y nos muestra a los harakani. El rostro tras el mito”.

Ellos habían estado ahí mucho antes de que el hombre llegase al espacio. Primero habían sido descubiertas las ruinas de sus antiguas colonias: Restos de edificios antaño colosales, devastados por el tiempo, la climatología, y la larga guerra que mantuvieron contra los desaparecidos namul.
Durante siglos los científicos e historiadores de la galaxia se preguntaron por su apariencia, pues no se había encontrado obra artística alguna perteneciente a ninguna de las dos razas. Durante este tiempo se dio por hecho su completa desaparición. Se barajaron cientos de posibilidades, entre las que se incluía su exterminio durante una posible guerra fratricida (en aquel momento nada se sabía de los namul), o bien una plaga que hubiera acabado con toda la especie.
Surgían leyendas que los describían como criaturas etéreas. Seres que siempre habían estado “ahí”, guiando los pasos de la raza humana desde el alba de los tiempos. Por todas partes aparecían “iluminados” que afirmaban haberse comunicado con ellos.
Las sectas pseudo-religiosas florecían con facilidad en aquellos tiempos, pues la gente volvía a estar deseosa de nuevos guías. El espacio abría nuevos horizontes, y siempre ha habido y habrá personas dispuestas a aprovecharse de las necesidades espirituales recién nacidas.

Los emisarios de los harakani no se mostrarían hasta mucho tiempo después.

Su primera nave apareció sobre Ramasu, creando una mezcla de pánico y expectación. Se había encontrado vida inteligente en otros planetas, pero ésta, salvo en el caso de los nyali, rara vez había alcanzado un nivel tecnológico similar al humano.
Aquella nave era algo completamente desconocido, tanto en diseño como en tecnología. Se materializó aparentemente de la nada sobre el espacio del planeta, sin que las estaciones orbitales que lo rodeaban la hubieran siquiera detectado.
Para sorpresa de las autoridades, no sólo hubo respuesta a los mensajes enviados por radio en todos los idiomas conocidos, sino que esta respuesta fue hecha en lexú, la lengua que se había creado como puente de unión entre las distintas especies.

La llegada de la lanzadera harakani a la isla neutral de Nueva Sapiens, lugar elegido por los dirigentes de las potencias del planeta como punto neutral para aquel primer contacto, congregó a millones de personas. Desde autoridades políticas, hasta grandes pensadores de las nuevas filosofías. Desde los omnipresentes periodistas, hasta los inevitables nuevos iluminados.
Todos ellos sin excepción fueron atrapados por un infantil sentimiento de decepción cuando de la lanzadera sólo descendieron tres androides de aspecto humanoide. Así pues, ni en aquel momento, ni hasta la fecha, miembro alguno de las razas inteligentes del universo conocido ha visto personalmente a uno de los harakani.
Por supuesto, aquel evento creó nuevos mitos. Los había que decían que eran criaturas gaseosas, y que los androides eran realmente un traje de contención. Los había que decían que bajo aquellas carcasas se escondían los cerebros de aquellas criaturas, y los había que decían que ellos mismos eran los androides, pues nunca se había visto una creación artificial tan sofisticada.

El nerviosismo recorrió la espina dorsal de Kirk (así como su estomago). Había colocado sensores en todas las saqueadas ruinas harakani conocidas, con la pobre y vana esperanza de que algún día volvieran a ellas.
Durante años sólo recibió falsas señales provocadas por nuevos saqueadores, y alguna que otra peregrinación de los adoradores de los llamados “Arquitectos de las estrellas”.

- Lo cierto es que los nuevos religiosos son igual de pomposos que los de la antigüedad - se decía para si mismo Kirk, ateo convencido, cada vez que tenía que volver a reajustar los sensores.

Pero la espera por fin había sido exitosa.

- El planeta: Hache cinco cuatro ocho siete - comenzó a grabar – sólo a los planetas habitados por el hombre se preocupan de darles nombres “molones”, aunque los acólitos lo llaman “Amanecer del conocimiento”. De todas formas, sólo son religiosos, así que, ¿a quien le importa como llamen ellos a cualquier cosa?
- Mierda – se interrumpió – Yo y mi bocaza. Ahora tendré que empezar de nuevo. Menos mal que acababa de comenzar.
- El planeta: Hache cinco cuatro ocho siete – comenzó de nuevo – Fecha: veinticinco de soún del cuatro mil seiscientos cincuenta y cuatro D.P.C.
Me encuentro delante de las ruinas harakani, unas ruinas que todos ustedes habrán contemplado más de una vez, ya sea en nuestro noticiarios o en las postales y carteles de agencias turísticas. Pero tras de mí se encuentra algo que jamás ha contemplado el ojo humano.
Kirk se giró, e hizo que su cámara remota le siguiera en su giro, para grabar, en toda su magnificencia, la gran nave que flotaba a treinta metros del suelo tras de él.
- Quizás no lo puedan apreciar debido al tamaño de sus pantallas – comenzó a describir – pero debe medir más de kilómetro y medio. A pesar de la gran resolución de nuestras cámaras Sayon LX-8400, la mejor actualmente en el mercado, la imagen parece fluctuar, pero les transmito lo que están contemplando mis ojos.
Su contorno parece difuso, pero yo diría que su forma recuerda a una estrella de cinco puntas, aunque no todas las puntas parecen estar situadas a la misma altura. No se ven aperturas ni ventanales en las secciones que tengo ante mí, pero sí que se pueden observar desniveles por toda su superficie. Su color fluctúa entre el marrón y un verde similar al del fondo marino.
No se observan por ningún lado toberas, reactores o algún modo de propulsión conocido, así como tampoco puedo adivinar si está equipado con alguna clase de armamento.
Una visión abrumadora, ¿no es así? Pero no es ésta la principal razón por la que nos encontramos hoy aquí - volvió a girarse, haciendo que la cámara apuntara esta vez hacia el suelo - Esto que pueden observar, este pequeño sendero hecho sobre la arena, es muy posible que sea el primer rastro de pisadas harakani visto jamás por la humanidad. Si continúan con nosotros, yo, William H. Kirk y la cadena de noticias Enterprise, les mostraremos hasta donde conduce este rastro.

Kirk apagó la cámara y tomó aire.
- Como odio esta maldita publicidad – dijo tras escupir al suelo.
- Bueno, William – se dijo tras unos segundos de reposo – vamos a ello, y después de esto, unas laaargas vacaciones en Voligair.
El piloto de la cámara le indicó que ésta funcionaba bien, así que ajustó el monitor que tenía sobre su ojo izquierdo para ver lo que estaba grabando. Tras revisar la grabación de lo sucedido hasta aquel momento y probar de nuevo el audio, se adentró en las ruinas siguiendo el extraño rastro.
Lo cierto era que aquel lugar nunca le había resultado demasiado interesante. Es más, le resultaba de lo más anodino. Cientos de metros de piedra lisa; Ni ventanales que dieran a mundos fantásticos, ni asombrosos restos de tecnología surgida de la mente febril de algún programador de comics. Lo único que había allí eran paredes de piedra derruida, piedras cristálicas de diversos colores y cientos y cientos de metros del más completo y absoluto aburrimiento.
Los museos tampoco es que fueran santos de su devoción, pero al menos de vez en cuando encontraba alguna reproducción, o grabación de momentos históricos impactantes, como la toma de Lagto´Soa por parte de las tropas del conglomerado, o la muerte del sol de Xaind.
Sin embargo aquella vez todo era distinto. Aquella vez todo le resultaba nuevo y excitante. La blancura de las paredes le parecía sacada de algún anuncio del “destructor de suciedad definitivo” y cristales más brillantes y bellos que las joyas que portaba la ultima estrella de Holowood en la ceremonia de premios de este año.
- Tengo que ver menos programas de cotilleos – se dijo, mientras agitaba la cabeza, y reanudaba su camino.
Un ruido captó su atención, y alteró su rumbo para dirigirse hacia su fuente. Aquella zona estaba más oscura que el resto. Parecía que las sombras se hubieran apoderado de ella. La luz que proyectaba la cámara apenas lograba iluminar tenuemente un metro por delante de Kirk, como si la oscuridad reinante absorbiera la luz. Y de repente lo tuvo delante de sí.
Debía medir cerca de cinco metros de altura, incluso encorvado como estaba. Su cabeza era enorme y alargada hacia delante, siendo la prolongación natural del cuello, el cual no parecía diferenciarse de su tronco. Según descendía, su torso se iba haciendo más y más delgado, hasta llegar a unas piernas extremadamente finas en proporción al cuerpo, pese a tener aún el grosor del tronco de Kirk.
La cabeza se giro hacia él, permitiéndole ver que aquel ser no poseía ojos o cuencas para estos, así como tampoco orejas, vello o labios. En el lugar donde debería haber una boca, cientos de hileras de gruesos filamentos sugerían la forma de unas fauces rebosantes de colmillos.
De la parte superior de su tronco, poco debajo del comienzo de la cabeza, surgían dos delgados brazos, cada uno de ellos finalizado en cuatro finos y alargados dedos rematados en afiladas garras.
Todo su cuerpo era de un tono marrón y verde similar al de la nave que había visto en el exterior, aunque sensiblemente más oscuro, cercano al negro.
El primer impulso de Kirk fue echar a correr, pero sus piernas no le respondían. Contradiciendo esos impulsos, en su mente se repetía una y otra vez:
- Por favor, por favor. Que la cámara esté grabando.
Durante varios minutos Kirk permaneció en esa posición, mientras la criatura le ¿miraba? Fijamente.
- Saludos – logró articular finalmente – Soy William H. Kirk, del canal de noticias Enterprise.
- Lo sé – le respondió una voz a su espalda – He presenciado alguno de sus reportajes.
Kirk se enfrentó a su interlocutor, y se encontró con un androide. Éste no se parecía en nada a los emisarios de los harakani que había visto con anterioridad, pues mientras que aquellos tenían aspecto humanoide, el que se encontraba ante Kirk en aquel momento parecía una versión reducida y más angulosa de la gran criatura que acababa de encontrar.
- Disculpe el retraso – continuó el androide – Pero no esperaba visitas, y no había traído conmigo un traductor.
- ¿Quién está hablando? – preguntó confuso Kirk.
- Mi especie no se comunica de la misma manera que la suya – dijo el androide – no producimos sonidos articulados, pues carecemos de sus cuerdas vocales o sus pulmones. Creamos estos androides para comunicarnos con especies como la suya.
- ¿Es usted un harakani? – preguntó Kirk, mientras su ojo izquierdo se aseguraba que la luz de grabación de la cámara estaba activada.
- Así nos llaman – respondió el androide.
- Por lo que se puede apreciar – comenzó a decir Kirk, sin saber muy bien a quien mirar mientras hablaba – Tampoco disponen de ojos.
- Podemos percibir un espectro de frecuencias más amplio que el suyo – le respondió el androide – Así como también tenemos un perímetro de alcance más amplio.
- ¿Por qué no se han puesto nunca en contacto directamente con la raza humana, o las demás razas inteligentes del universo conocido?
- Por lo que a mi respecta, nunca me han causado demasiada curiosidad las demás especies. Los humanos mucho menos que otras. Tienen la molesta costumbre de creerse el, usando una expresión suya, ombligo del universo.
- En ese caso, ¿Por qué han mandado emisarios?
- Yo no he mandado ningún emisario, pero no soy el único miembro de mi especie.
- ¿Qué puede contarme de los tiempos antiguos de su especie? De la guerra contra los namul.
- ¿Qué edad le parece que tengo? – preguntó el androide.
- No sabría decírselo – respondió Kirk.
- Me está preguntando por sucesos que tuvieron lugar, según su medida de tiempo, hace ya más de diez mil años. ¿Podría darme detalles de lo que le sucedió a su especie en aquellos tiempos?
- La verdad es que no – respondió un perplejo Kirk.
Lo cierto es que nunca se había planteado cual era la esperanza de vida de aquella especie. El misterio y la veneración que despertaba le habían hecho pensar que se trataba de criaturas casi intemporales.
Aquella situación se le hacía tremendamente extraña, a la par que la experiencia más excitante de su vida. Tenía ante sí una criatura gigantesca que agitaba sus manos sobre lo que parecía una especie de nicho, pero que al parecer, por lo que acababa de descubrir, podía ser la máquina mas sofisticada que hubiera visto en su vida.
El ¿rostro? de aquella criatura ¿miraba? con atención hacia una pared en la que no se podía apreciar nada mientras que, de alguna extraña manera, emitía alguna clase de señal ¿telepática? a un androide que se encontraba tras de él.
- ¡Demonios! – pensó Kirk – ni siquiera sé si me esta escuchando, o es también ese trasto el que oye lo que digo, y se lo devuelve de la misma manera.
Aprovecha tu oportunidad, tío. ¿Cómo podría hacer para llevármelo hasta la central?
¡Espera, espera, espera, espera, espera! ¡Mierda, si es telépata, igual esta leyendo todo lo que estoy pensando!
Joder, deja de pensar, y pregúntale algo.
- En ese caso – volvió a decir el androide – Comprenderá que yo tampoco sea capaz de remontarme tan atrás en la historia de mi especie. No soy ni historiador ni antropólogo, sólo un simple científico.
Ahora, si me disculpa, le borraré todo recuerdo de esta conversación, y me iré.
- ¡¿Qué?! – exclamó aterrado Kirk – ¡No puede hacer eso!
- Por supuesto que puedo – respondió el androide – Dispongo de la tecnología necesaria para ello.
- ¡Joder! – exclamo nuevamente Kirk, mientras su mente le decía que más tarde tendría que borrar esa expresión de la grabación – No me refiero a eso. ¡Mierda! - esto también tendría que borrarlo – Joder – … – ¡No esta bien! ¡Eso vulnera todos los derechos que me confiere el conglomerado!
¿Y que le importará eso a este tipo? – pensó – ¡Joder, joder, joder, joder, joder! ¿Qué hago? ¿Echo a correr?

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Desde el exterior de la atmósfera de Kunsul, Kriig´Shall´Rakunn observó como la nave del humano se alejaba.
- Veamos – pensó – Borrado de memoria, borrado de la información de video y audio, alteración de los relojes de grabación, borrado de la grabación de la bitácora de los sensores de la nave, esterilización de ropas y piel. Si, creo que está todo.
- Estos humanos – se dijo – nunca aprenderán.
De pie en el centro de su nave, puso rumbo hacia Elistan, su hogar. Los datos recogidos en Kunsul no le indicaban nada bueno. En la antigüedad a los suyos les pareció una buena idea crear el destructor de soles, pero ese arma debería haber muerto con la guerra.
Hasta aquel momento había sido un observador, y ninguno de los eventos de los últimos tres siglos le había hecho abandonar esta función. Pero esta vez era distinto. Esta vez los suyos estaban involucrados.
Ahora había vuelto a ser activado y le tocaba a él, y a los pocos descendientes de aquellos harakani, el detenerlo.

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