Y llegamos a Pamplona

Aquí estamos, ya hemos llegado. Cambiamos una casa por un piso, y estamos flipando. A nuestro alrededor, prácticamente nada. Donde esta la ikastola, solo había barro y arboles. Donde se alza ahora el centro para minusválidos, una explanada con cuatro yerbajos.

Nada mas llegar, conocer a los vecinos (a los únicos que he conocido de todo el edificio), los de enfrente, Miguel Bueno, y su mujer Esther, con su hijo Alberto, algo mas joven que nosotros, y que hacía unos dibujos que me dejaban pasmado.
El el piso de arriba, Manolo Cólera, y su mujer Maruja, con dos hijas bastante mayores que nosotros, Rosario y Maria Eugenia.
También estaba la tienda “nueva” (la ya desaparecida tienda de la vuelta del castillo), que también tenia potencial para ser un lugar divertido, aunque también sufriría modificaciones con el paso del tiempo.
Y finalmente, el nuevo colegio, Larraona. Aquello si que era un cambio raro. Para comenzar, todas las mañanas teníamos que esperar a Alberto para llevarle hasta el colegio (Larraona, como nosotros), porque sus padres no se atrevían a que cruzara la carretera solo. Hasta ahora no lo había pensado, pero si tomaba otra ruta (poco unos pocos metros mas larga), no tenía que cruzar la carretera, sino que esta pasaba por el puente situado sobre ese tramo.

No recuerdo si en Alsasua mi madre nos preparaba el desayuno, pero aquí en Pamplona eramos nosotros quienes lo hacíamos. Primero sobre las placas de la cocina, y mas adelante con un calentador de leche eléctrico. Aitor y yo íbamos a Larraona (así que dormíamos en la misma habitación), e Iñigo fue a otro colegio, creo que Escolapios (mis padres no consiguieron plaza para el para el primer año aquí). Todas las mañanas nos hacíamos el desayuno y, tras tomárnoslo teníamos que ir a casa de los vecinos y esperar que Alberto se tomara el suyo, a él si que se lo hacía su madre, y siempre lo encontrábamos con su bandeja, el tazón de leche, el frasco de mermelada y sus galletitas (no me acuerdo de cuantas eran, solo de que teníamos que esperarle siempre).

Me acuerdo de mi primer día de colegio. De la cola en el patio, delante de la puerta para entrar en el edificio. No conocía a nadie, estaba asustado, aunque trataba de ocultarlo. Sin mas ni mas, un chaval me habló, y de repente el día pareció menos problemático. Se podría decir que fue mi primer “amigo” en Pamplona, porque durante el tiempo que estuve en Larraona, mantuve una buena relación con él. Me acuerdo perfectamente de sus rasgos, pero no así de su nombre, tengo la “sensación” de que era un nombre compuesto, pero solo eso. Tenía el pelo castaño y largo, y era de complexión normal, no gordo ni flaco.
Con el tiempo, fue haciendo mas “amigos” en el colegio, aunque al salir de él no he mantenido relación con ninguno de ellos. Por supuesto, estaban los clásicos tipos arquetípicos. Estaba Oscar Alegría (el “cabecilla”, bueno en los estudios y los deportes a la par que “graciosillo” y algo rebelde, vamos, el “chico popular”), Jesus Blanco y Pedro Alegre (los “empollonoes” no dotados para el deporte), Iñigo Beguiristain y Guillermo Errea (los chicos ejemplares, buenos estudiantes, buenos deportistas, y buenos chicos), estaba Gou (no me acuerdo de su nombre, solo de que algunos le llamábamos así, aunque otros le llamaban Hugo Vaca. Era el “gordo gracioso”. Su padre era el dueño del desaparecido video club Laser), Mikel Fuertes Bermejo (este era uno con los que mejor me llevaba, era el “rebelde gracioso”, el que no solía caer bien a los profesores), y estábamos los “chicos normales” como Carlos Jordán, Pedro José, el chico del que os he hablado antes, o yo mismo.

Durante todo el tiempo que permanecí en Larraona mantuve una relación amistoso cordial con todos ellos. No recuerdo a un “matón” del colegio ni tuve problemas de ese estilo con nadie.
Yo era como el chico todoterreno. No pertenecía a ninguna cauadrilla, pero tenía relación con algún componente de todas ellas. Con Pedro Alegre hablaba de naves y esas cosas (no me suena que en aquel entonces usáramos el termino ciencia ficción), y fue el quien me hablo de Asimov, y me animo a leer un libro suyo (un libro no demasiado grueso, y de argumento bastante simple). Con Blanco y Beguiristaín solía hablar de comics, y con Carlos Jordan de series de dibujos animados (principalmente manga aunque, de nuevo, no usábamos ni conocíamos aquel termino), con Gou, de películas de Bud Spencer y similares. Con Mikel descubrí los ordenadores de ocho bits, gracias a su Oric Atmos. A parte de eso, él solía dibujar tiras cómicas sobre los profesores, mientras o creaba y abocetaba personajes nuevos con la intención de que él los dibujara. De ahí surgirían creaciones como Tarugh el cavernícola o Sir Tontorron (no se como me pudo parecer gracioso aquel nombre) el caballero.
No recuerdo que me unía al resto, pero si que me llevaba bien con ellos.

y ... Mañana seguimos con Larraona.

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