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Son las reglas del juego. Las que me dicen que si el hombre de negro puede escalar los acantilados de la locura solo con las manos, pues es que podrá. Que por casualidad Fezzik tenía una capa del Holocausto que le regaló el Milagrero Max y que después de todo no hay espadazo que acabe con Iñigo Montoya.

Te dejo un cuentecillo de Galeano, no sé si lo habías leído ya, pero viene que ni pintado para tu columna de hoy.

CELEBRACION DE LA FANTASIA
Fue a la entrada del pueblo de Ollantaytarnbo, cerca del Cuzco. Yo me había desprendido de un grupo de turistas y estaba solo, mirando de lejos las ruinas de piedra cuando un niño del lugar, enclenque, haraposo se acercó a pedirme que le regalara una lapicera. No podía darle la lapicera que tenía, porque la estaba usando en no sé qué aburridas anotaciones, pero le ofrecí dibujarle un cerdito en la mano.
Súbitamente, se corrió la voz. De buenas a primeras me encontré rodeado de un enjambre de niños que exigían, a grito pelado, que yo les dibujara bichos en sus manitos cuarteadas de mugre y frío, pieles, de cuero quemado. Había quien queria un cóndor y quién una serpiente, otros preferían loritos o lechuzas, y no faltaban los que pedían un fantasma o un dragón.
Y entonces, en medio de aquel alboroto, un desamparadito que no alzaba más de un metro del suelo, me mostró un reloj dibujado con tinta negra en su muñeca:
- Me lo mandó un tío mío, que vive en Lima --dijo.
- ¿Y anda bien? - le pregunté.
- Atrasa un poco - reconoció.

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