Araia II (Erase una vez en…)

Comenzaremos con un clásico. Momentos que dejan huella.

Lo cierto es que este momento en concreto no lo recuerdo, y lo único que conservo de el es una peque? cicatriz en el labio inferior.
La cosa (por lo que me han dicho) debió ser mas o menos así. Llegamos delante de casa de mis abuelos, me dispongo a bajar del coche, me tropiezo (aún en el coche), y caigo de cara sobre la acera. ¿Resultado?, me muerdo yo mismo el labio inferior, y me lo abro.
Si es que el que es torpe, es torpe. Y a lo largo de este pequeño álbum, parece que estoy dando muestras de una torpeza casi infinita. Por supuesto, esta no sera mi última anécdota de este tipo, aunque creo que con el tiempo mi coordinación ha mejorado ostensiblemente.

Pese a que calculo que cosa de dos años de mi vida han transcurrido allí, no es que tenga excesivos recuerdos que pueda considerar como “memorables”. Si, tenía amigos (aunque solo me acuerdo del nombre de dos de ellos, aunque hay un tercero de cuyo nombre ha desaparecido de mi memoria, aunque no ha sido así la ubicación de su casa).
La casa de mis abuelos vendría a estar situada en la “periferia” del pueblo (vamos, que mas allá solo había monte y huertas), es mas cuando pienso en Araia, no visualizo el pueblo propiamente, sino solo el “barrio” en el que habitábamos. El centro del pueblo vendría a esta como a medio kilómetro, y allí se encontraban la iglesia, lugar aborrecible al que nos veíamos obligados a ir todas las semanas, como mínimo una vez (cuando no mas).
El ¿kiosko? (aunque no lo era exactamente), un lugar ubicado a escasos metros de la iglesia, en el que se podían comprar chucherías, petardos (aunque solo en fiestas), y algún que otro comic (siempre muy desfasados y en blanco y negro).
La plaza del pueblo (donde tirábamos los petardos durante las fiestas), la cual (creo) estaba rodeada por bares (el creo viene dado porque nunca pisamos uno de ellos, solo íbamos al pueblo bien en fiestas, bien a la iglesia), y la biblioteca, la cual solo visite el verano que recibí clases particulares en Araia (creo que fue en séptimo de EGB, cuando deje siete asignaturas para septiembre. No andarían lejos los insuperables ocho suspensos de octavo. Menos mal que no había noveno y décimo, pues a ese ritmo, me habría quedado sin asignaturas que suspender).
Finalmente teníamos el frontón (el frontón del pueblo), aunque apenas lo usamos un par de veces, ya que nosotros teníamos otro en “nuestro” barrio, el cual creo que se llamaba ¿Andramari? (me suena eso porque el barrio tenía sus propias fiestas, y creo que eran las fiestas de Andramari).

“Nuestro” frontón, era el centro de reunión del barrio. Allí se ponía la orquesta durante las fiestas, y se montaba una especie de “barra móvil” para que la gente se pudiera emborrachar.
Rodeando este “antro de perdición” había, a la izquierda, unos garajes (los cuales nos venían muy bien para subirnos sobre ellos, como paso intermedio a subir a la parte mas baja de la pared del frontón, para posteriormente recorrer tooooooda la pared hasta la parte mas alta, cada vez que una pelota se quedaba encajada en la rejilla de la pared frontal). A la derecha, estaba una especie de “bolera”, consistente en una rampa de madera bastante irregular, que acababa en unas bases de madera clavadas en la arena, donde se apoyaban los bolos. Mas a la derecha de la “bolera”, una arboleda.
Por delante del frontón estaba “el gran verde”, o sea, un montón de zarzas de todas clases, pasando de las hortigas (o como se escriba, pero como picaban las condenadas), toda índole de pinchos, y las pelotas que se nos perdían a nosotros, o a cualquiera que se arriesgaba a jugar en el frontón, y se pasaba con la altura y la fuerza en sus golpes. Había días en los que ibas con dos pelotas, y volvías sin ninguna, y días que ibas con una, y volvías con tres (sin ser ninguna de ellas la que habías llevado).
En la parte trasera, el río. O lo que es lo mismo, la ultima morada de muchas pelotas, cuando no eramos lo suficientemente rápidos como para detenerlas en su fatal trayectoria.

Una imagen recurrente en mi memoria, es la de mi abuela con sendos bocadillos, yéndonos a buscar al frontón, y gritando nuestros nombres en la oscuridad (en el frontón no había luces) y nosotros abochornados, dejando a nuestros amigos para acudir a su llamada.

Mas momentos de humillación y sana vida en el pueblo... Mañana

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