Beriain III (Descubriendo el nuevo mundo)

Recuerdo coger el autobús, la linea dos. No era capaz de creérmelo, me dirigía hacia Ramar. Es curioso lo que cambias con el paso del tiempo. Aquel minúsculo viaje me tenía emocionado, cuando ahora mismo hay muy pocas cosas que me emocionen. Si, puedo sentir ansiedad cuando espero un envío, o el estreno de una película, puedo sentir impaciencia por la llegada de una fecha, pero estas son sensaciones distintas.
Había “algo mas” en lo que sentía en aquel momento, ese hormigueo en el estomago que presagia la cercanía de los “momentos”, ese deseo, ese auto engaño que hace que los “momentos” sean algo especial, aunque las exageradas expectativas que hemos imaginado para él no se vean alcanzadas. Algo que me entristece no sentir (o permitirme) mas a menudo.

Pero a lo que iba.
Hasta aquel momento, solo había conocido tiendas que compartían su espacio para juegos, con otras actividades menos interesantes para mi. Me habían hablado tanto de aquel lugar, que mi mente ya había para él cien mil imágenes distintas.
La cosa es que, mirado fríamente y con mi mentalidad actual, la cosa no es que fuera para tanto (es mas, me parece algo de lo mas chorra), pero aquella era otra época, y aquel era otro yo.
Sea como fuere, el autobús me dejo en el “centro” (la ultima parada de la linea dos, tras el teatro Gayarre). Tarde un momento en orientarme, hasta que me hice a la idea de la dirección hacia la que tenía que dirigirme. El objetivo estaba fijado, nada detendría mi camino hasta el centro comercial Rocesvalles, incluso estaba dispuesto a preguntar a la gente de la calle por su ubicación (aunque esto solo como última medida de extrema desesperación).
Tras dar lo que me parecieron millones de vueltas por los alrededores, finalmente llegué hasta la puerta del centro comercial. En las paredes de la entrada había cientos de carteles (bueno, en realidad no creo que superasen la decena, pero para el ansia que habitaba en mi en aquel momento, aquello era demasiado). Tras varias arduas lecturas de todos lo nombres, dí con el que estaba buscando, pero no fui capaz de dar con su ubicación física. Ante mi se hallaba una basta superficie por explorar. ¿sería capaz de recorrerla toda antes de que me alcanzase la fatídica hora de cierre?.
¿Que pensaría la gente sobre aquel “crío” que pululaba desorientado por el lugar? (que poco echo de menos la preocupación por que opinaran o dejaran de opinar de mi, aquellos a los que no conozco).

¡Por dios!, os diréis, ¡Tenías quince años!, ya eras un poco mayorcito como para buscarte la vida tu solito.
Y es bien cierto. Pero si ahora me consideráis una persona tímida y poco habladora, no podéis haceros idea de como era antes de empezar a jugar a rol. De lo grande que me se me hacía el mundo, y no inalcanzable que me parecía la gente. Del esfuerzo que me suponía tomar la mas simple de las decisiones que me alejara lo mas mínimo de mi mundo conocido.

Es posible que aquella fuera la razón por la que aquella tontería tuviera tanta relevancia para mí, no lo se. Hasta que no me he puesto a escribir esta columna, no me lo había planteado de esta manera. Aquel era un lugar al que había llegado por mi mismo, sin haber ido hasta él con anterioridad de la mano de otra persona. Era un logro “solo mio”.

Mi pequeña odisea finalmente daría sus frutos. Por un tiempo, aquel lugar se convertiría en mi pequeño refugio. Acudiría allí casi todas las tardes de los sábados durante mas de un año, y lograría establecer una relación amistosa con el dependiente, alguien ajeno al resto de mi mundo.
Quizás no se tratara de un gran descubrimiento para la humanidad, pero para mi fue un paso de gigante.

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