Biografía fabuladora XIX: Rescatando a la chica

Por Javier Albizu, 3 Abril, 2022
La vida es una sucesión de ciclos. De edades que te moldean. De eventos que perfilan quien has sido y eres. Que condicionan a la persona que llegarás a ser.

El flujo de estos ciclos es irregular. No son uniformes ni exclusivos. No son excluyentes ni antagónicos. Pueden desaparecer de la misma manera en la que tienen la capacidad de resurgir sin previo aviso. Algunos pueden llegar a solaparse solapan. Coincidir momentáneamente en el tiempo. Pero no por ello el inicio o el final de cualquiera de ellos tienen que verse ligado con los de aquellos con los que conviven.

Así pues, y comenzando con el tema que nos ha traído hasta aquí, llegamos hasta el ochenta y ocho. Hasta el momento en el que se solaparon varios de estos ciclos. Alguno venía de lejos, y otros nacerían en aquel momento. A su vez, alguno finalizaría en breve, y otros se prolongarían durante mucho más tiempo. Ley de vida.

Por un lado, aquel año terminaba el periodo que englobó mi primera convalecencia por problemas de espalda. Algo que debería haber supuesto la llegaba el un momento de calma, pero que solo resultó poner fin a una parte del dolor y el sufrimiento. Porque, por otro lado, se abría un nuevo ciclo formativo. Quizás me quedasen cuatro o cinco asignaturas por aprobar, pero la EGB terminaba para mí. Abandonaba Larraona y los compañeros de clase, pero no así mi periplo por la formación reglada. Sin importar mis protestas, mis padres se ciñeron a la legalidad y me hicieron continuar con los estudios.

Con esto, tocaba elegir un nuevo camino. Uno en el que no disponía de ninguna opción que me resultase apetecible. Podía optar entre “la formación de los listos”; BUP o “la de los tontos” (o, teóricamente, la de aquellos que “no querían estudiar”); FP.

Obviamente, elegí la opción “B”.

Muy bien. Una vez determinado esto, abramos un nuevo árbol de decisiones:

- Contabilidad (para trabajar en la oficina del negocio familiar)
- Electrónica (para trabajar el el taller)
- Informática (para cacharrear con los ordenadores)

Una vez más, la opción elegida fue la “B”. La “A” no me atraía en lo más mínimo, y la “C” se me hacía demasiado compleja y pegada a las matemáticas tras el poco erótico resultado de las clases particulares de programación a las que había asistido con anterioridad.

Así pues, terminé estudiando la opción “D”; Electricidad. Mis notas eran tan malas que no podía optar a prácticamente nada. El único sitio donde me admitieron fue en el instituto de Potasas (situado en las instalaciones que ocupa a día de hoy la “Escuela de Seguridad de Navarra”1). Fuera de Pamplona. Abandonaba el poder ir hasta clase andando.

Y es aquí donde se comenzaban a enlazar varias cosas. El momento en el que el título de esta entrada comienza a tener algo de sentido. Cuando retomamos un ciclo que comenzaba tiempo atrás. Uno al que hacía mención en anteriores capítulos de esta “Biografía fabuladora”1 cuando decía:

“Cambiando una vez más las coordenadas, aquel sería también el lugar en el que mi cabeza comenzaría a crear un nuevo tipo de historias. Donde tendría su origen un nuevo tipo tramas que no se centraban únicamente en la aventura; aquellas eran historias cuyo foco se encontraba en “rescatar a la chica”.”

Pues sí. Las chicas.
Las chicas del autobús, para ser más exactos.
Del autobús que me llevaría a clase cada día.
Personas con las que tendría una interacción mínima, pero con las que no llegaría a tener ningún tipo de relación.
Porque aquella chica no iba a mi clase. Ni ella ni ninguna otra. En electricidad solo había tíos.

Por supuesto, aquel no era el primer momento en el que me fijaba en una fémina. Había tenido “crushes” antes de aquello. Mucho antes de que esta palabra fuese algo de uso común aquel concepto ya era algo antiguo. Mis hormonas ya se habían alterado con anterioridad tras conocer a una chica que respondía al exótico nombre de “Sheila”. Una persona que, entre otras características, era extranjera. También era algo mayor que yo. Pero el mayor problema de nuestra relación siempre fue que se trataba de un dibujo animado3.

Antes de aquello… lo cierto es que la cosa había estado complicada. Sí que recuerdo haberme relacionado con féminas de mi edad en Alsasua, Ecai o Araia, pero parece que por aquellos entonces aún no se había iniciado mi ciclo hormonal. Por otro lado, Larraona era un colegio de curas, ergo, no había alumnas.

Supongo que mi primer “crush” con una persona real tendría lugar también en aquella misma época. De cualquier manera, al igual que con Sheila, la persona que captó mi atención era alguien a quien no veía con frecuencia. En aquella ocasión se trataba de la hermana de un amigo de mi hermano mayor (el mismo en cuya casa había descubierto a Dreadstar y el Tutankhamun4). Una persona a la que me dedicaba a rescatar de ataques arbitrarios e imaginarios de ninjas en su casa, la nuestra, o los lugares a los que nos llevaban nuestras familias.
Y aquello era todo. Yo la(s) salvaba, ella(s) me daban las gracias y, en alguna rara y loca ocasión, incluso en beso en la mejilla.

Y, no. No se trataba de una necesidad de sentirme “poderoso” (en mi mente) ante sus ojos. No tenía la necesidad de mostrarme como alguien “superior” físicamente en mi imaginario. No se trataba de ellas, sino de mí. De mi incapacidad para encontrar una manera en la que interactuar con ella (o, al menos, de una manera que considerase razonable, lógica y no forzada).
Así pues, luchaba contra hordas de ninjas y orcos. Contra dragones y tipos con alas y faldas que tiraban bolas de energía. Quizás incluso contra roboces gigantes.

El único lugar en el que podía relacionarme con ella era en la ficción. Creando un contexto en el que yo fuese otra cosa y ella… supongo que ella también. Porque no la conocía lo suficiente. No tenía una manera de saber si aquel personaje que creaba se parecía en lo más mínimo a la persona real. Si la persona real podría llegar a interesarse por mi o, en el caso de que esto sucediese, si se podía tratar de alguien con quien me habría gustado estar (aunque, a buen seguro, esta última es una reflexión que en aquellos lejanos días no pasaba por mi cabeza).

Y regresamos al ochenta y ocho. Regresamos hasta un escenario similar aunque distinto. Hasta el autobús que me recogía en la calle Esquiroz y me dejaba en Potasas. El mismo vehículo que la recogía a ella en Noain. Hasta otro lugar constantemente atacado por amenazas de todo tipo. Hasta otra persona que no conocía y tampoco llegaría a conocer. Cierto es que sí que llegaríamos a intercambiar alguna palabra, pero aquello fue más consecuencia del mero azar que de mis acciones voluntarias, mis méritos o mis capacidades.

Lo dicho. Un nuevo ciclo daba inicio. Uno que se entrelazaba con otros tantos. Uno que se prolongaría a lo largo de los dos cursos que duró mi paso por Potasas.

Enlaces:

1. Biografía fabuladora XV: Lugares por asociación

2. Escuela de Seguridad de Navarra

3. Dragones y Mazmorras, la serie

4. Tutankhamun

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