Larraona IV (La aventura continua)

Hay quien dice que los años ochenta son una década para olvidar (hola, Iñigo), pero en lo referente a vídeo juegos, para mi fue la década mas grande que ha existido. Los bares de Pamplona estaban abarrotados con las las maravillas que los japoneses nos traerían a los viciados de las recreativas. Las pantallas de máquinas como 1942, Commando, Kung Fu Master, Ghosts and Goblins, Green Beret, Terra Cresta, Terra Force, Chelnov y tantas otras mas, quemaban las retinas de mis ojos mientras trataba de alcanzar la siguiente pantalla.
Yo no sabría como se llamaban los bares, pero si me preguntabas por una maquina, te podía dar su localización sin problema alguno.

Mi (bueno, nuestro) Spectrum, daría paso al MSX (si es mas grande, tiene que ser mejor. Que equivocados estábamos). De ocupar esporádicamente la tele del salón, pasamos a tener una tele para el ordenador (hábil maniobra de mi padre para quitarse la tele en blanco y negro que tenían en la habitación, y ponerse una de color), eran catorce pulgadas, pero todas ellas eran para nosotros.

Mientras la gente comenzaba a salir por ahí, yo me pegaba las tardes de los sábados en las tiendas de que vendían juegos de ordenador, mirando las portadas de aquellas cintas. Incluso había tiendas que tenían ordenadores funcionando todo el día para que la gente jugara. Por supuesto aquellos lugares siempre estaban abarrotados de críos haciendo cola para jugar, mientras los “abusones” que habían jugado mas que otros, apuraban al máximo su tiempo de juego. Una partida por persona, era la norma. Solo que dependiendo de quien jugara, el tiempo de una partida podía variar de treinta segundos a tres cuartos de hora.

Un fin de semana fuimos a Andorra “de compras”. Mis padres nos compraron sendos walkman a cada uno de nosotros, y nos dieron un pequeño “extra” para que comprásemos algo. Creo que mis hermanos se compraron alguna cinta de música, pero yo me compre el “Buck Rogers” para el MSX.
Recuerdo a la vuelta, cuando estábamos haciendo cola en la frontera, que mi padre nos dijo que le quitáramos el precio y el precinto a las cosas. Que parecieran usadas. Era 1985, y en mi walkman sonaba Nikita de Elton John, mientras aferraba con todas mis fuerzas el juego que tanto me había costado, y al que tantas ganas tenía de jugar. Aquellos tipos de uniforme, solo me lo arrebatarían de mis frías manos muertas.

Mas adelante, no se muy bien como ni a través de quien, me enteré de que había un chaval del colegio que se dedicaba a piratear los cartuchos de este ordenador (que costaban como cuatro veces lo que una cinta, y no aseguraban juegos cuatro veces mejores). Así conocería a Javier Arellano, al que perdería la pista cuando cambiamos el MSX, y con quien volvería a juntarme hace un par de años al entrar a trabajar en la nave, ya que nos hizo él toda la instalación eléctrica. Ahora trabaja bastante con nosotros. Lo pequeño que es Pamplona, y las vueltas que da la vida.

Es curioso el efecto que causaban los juegos en aquellos que no tenían ordenador, y no acostumbraban a jugar a las máquinas de los bares. Guillermo Errea, era un chaval pequeño y pecoso. De pelo rubio y expresión tranquila. Era uno de los empollones de la clase, y creo que nunca le había visto gritar.
Un día vino a casa, y le puse el Ghost and Goblins. Empezó a jugar con un cierto “distanciamiento”, pero cuando se había cargado a un par de zombis, su expresión cambió, y mientras asía el joystick como un poseso, de sus labios comenzaron a surgir expresiones como:

“Muere puto zombi” o
“No podréis conmigo”

En fin, que todos tenemos muchas caras ocultas.
Todo es cuestión de presionar los resortes adecuados.

El contenido de este campo se mantiene privado y no se mostrará públicamente.

Plain text

  • No se permiten etiquetas HTML.
  • Las direcciones de correos electrónicos y páginas web se convierten en enlaces automáticamente.
  • Saltos automáticos de líneas y de párrafos.