Como recurso dramático, el destino es un concepto que siempre me ha gustado (al igual que la reencarnación, otro concepto en el que no creo). Pero nunca me ha gustado el destino como un camino marcado por “otros” por el que la gente transcurre a su pesar. Me gusta el destino como resultado de una sucesión de decisiones. No como colofón inevitable, sino como resultado lógico de las acciones.
Esta es la manera en la que trato yo el destino en mis escritos. Bueno, mas que el destino, el futuro y las consecuencias que provoca su conocimiento antes de tiempo.
Tal y como yo lo veo (y siempre como elemento dramático) el conocer, por el medio que sea, el futuro con antelación, convierte a este en una losa inamovible. Una carga excesiva para los hombros del portador de tal conocimiento. Por supuesto, el conocimiento del porvenir, tiene que ser de un provenir trágico, caso contrario, le quitaría todo el dramatismo a la historia.
Desde el mismo momento en el que tal conocimiento es adquirido, se convierte en motor (ya sea involuntario o no) de las acciones de la “víctima”. Si realmente se ha visto el futuro, ese es un evento que va a llegar, ya sea a través de los intentos del individuo por evitarlo, ya sea por la decisión de éste de continuar su vida normal.
Si ese “futuro” es cierto, es el resultado de las acciones del implicado, a las que habría que sumar las del resto del mundo que no es él. Nosotros podemos ser dueños de nuestras acciones, pero nunca podremos serlo de los actos de los demás. Esto no convierte al resto del mundo en “la mano del destino” (aunque, mirándolo desde una cierta perspectiva, se podría interpretar de esa manera), sino en individuos con sus propias motivaciones.
Pero si realmente es el futuro, el “destino” lo que se ha mostrado, eso es lo que tiene que suceder, sino todo ha sido sólo un timo.
Ya en el mundo real, donde no podemos ver el porvenir, sino que, para nuestra fortuna, sólo percibimos el “ahora”, el destino me parece la gran excusa. La justificación más burda y fácil que se puede poner ante el fracaso. Las cosas no han sido así porque tenían que ser así. Las cosas han sido así, porque así las hemos hecho (entre todos).
Si no logramos hacer algo, será porque no éramos capaces, no estábamos preparados, no nos hemos esforzado lo suficiente, o simplemente, porque hemos tenido mala suerte.
Sí que creo en la suerte. En la conjunción de elementos fortuitos, en la coincidencia. Nadie tira de los hilos de nadie (al menos no de una manera metafísica). Hay quien trata de jugar con los demás. Quien trata de dirigir las vidas de otros, de encauzar sus decisiones, pero al final es uno quien decide lo que hacer, quien tiene la última palabra (No una señora con capucha que se dedica a tejer un tapiz infinito. No un tipo con barba blanca sentado en una nube. No una cosa con cuernos y tridente, que te hace escuchar voces).
Vamos a ver:
Hablar de la superstición… hecho.
Hablar de la religión… hecho.
Hablar de la subjetividad… hecho.
Hablar de la independencia… hecho.
Bueno, ahora que he dicho lo mismo, sobre lo de siempre, pues toca la frase “molona y profunda” para terminar.
El futuro no es algo inmutable. Es algo que vamos creando con cada paso que damos, con cada decisión que tomamos.
El futuro es dentro de un rato.
No hace falta mirar tan lejos.
No hace falta esperar tanto para verlo.
Nos vemos allí.