Mi primer curso en Larraona fue cuarto de EGB (como os habrá sido fácil de deducir por las columnas anteriores) y ya de buenas a primeras comenzaron los problemas. Yo que me las prometía muy felices por haber estudiado un año de ingles en Alsasua sin “necesidad”, llegue aquí, que se daba ingles desde primero. O sea, que ya empezaba con un retraso.
Para corregir tamaña falla, me apuntaron aquí también a clases particulares de ingles, solo que, no se porque, esta vez no me hacía ninguna ilusión.
Aquí estamos, ya hemos llegado. Cambiamos una casa por un piso, y estamos flipando. A nuestro alrededor, prácticamente nada. Donde esta la ikastola, solo había barro y arboles. Donde se alza ahora el centro para minusválidos, una explanada con cuatro yerbajos.

Nada mas llegar, conocer a los vecinos (a los únicos que he conocido de todo el edificio), los de enfrente, Miguel Bueno, y su mujer Esther, con su hijo Alberto, algo mas joven que nosotros, y que hacía unos dibujos que me dejaban pasmado.

Pues aquí estamos, en Ecai, el pueblo de mi madre. Si los cálculos no me faltan, son siete casas, una iglesia, varios graneros, dos pilones de agua, y la sociedad.

Lo primero, lo de costumbre, la presentación de la familia. Aunque ya no todos viven allí, los enumero de golpe, y ya los iré presentando con mas detalle según sea menester en posteriores columnas.

Don Justo Lazcoz (mi abuelo)
Doña Juanita Arbilla (mi abuela)

Y llegamos al ultimo capitulo de mis memorias de Araia. Lo cierto es que salvo un par de anécdotas, no me quedan mas recuerdos con una mínima trascendencia que contar.

Empezaremos la leyenda urbana. El camión de los helados.

Comenta el amigo Zapata en referencia al párrafo final de Araia III.

Sería horrible si fueras incapaz de sentir algo, pero ya sabemos que eso no es así. El porqué de ese momento concreto lo ignoro, pero la infancia da sorpresas de ese tipo. Yo no sentí la pérdida de mi abuelo materno de la forma en que seguramente la sentiría ahora.

Hola de nuevo, niños y niñas, hoy tenéis ante vosotros, un especial con esos “encantadores” Momentos que dejan huella.
¿Acaso creíais que el pequeño accidente del mordisco en el labio había sido mi único percance en Araia?, ah pobres ilusos. Mi torpeza dio para eso y mucho más. Aunque esta vez lo dividiremos por secciones. Así, comenzaremos con:

Momentos ciclísticos

Ayer os hable un poco del pueblo, y ahora lo haré de sus alrededores.
En su momento no apreciaba en nada todo el monte con el que limitaba (bueno, supongo que seguirá limitando) la casa de mis abuelos. Pero ahora supongo que me gustaría dar una vuelta por ahí de vez en cuándo.
Comenzaremos con un clásico. Momentos que dejan huella.

Lo cierto es que este momento en concreto no lo recuerdo, y lo único que conservo de el es una peque? cicatriz en el labio inferior.
La cosa (por lo que me han dicho) debió ser mas o menos así. Llegamos delante de casa de mis abuelos, me dispongo a bajar del coche, me tropiezo (aún en el coche), y caigo de cara sobre la acera. ¿Resultado?, me muerdo yo mismo el labio inferior, y me lo abro.