Palabras desde otro mundo

Un mes más seguimos para bingo.
El resultado de la última entrada de este “Nunca a la última” no me gustó. No me interesan las webs que se limitan a recopilar enlaces sin aportar nada por su parte. Así pues, sigo sin saber muy bien qué hacer con esto.
Hace calor, estoy en modo bruja malvada del oeste y no sé por donde tirar.
Pero, vaya, en la pantalla de la derecha tengo un documento de texto con cuatrocientos treinta y un enlaces por compartir y comentar. Qué buena ocasión para hacer uso de él.

Qué cosas, como queriendo reafirmar el título de este boletín, el primero de ellos ya ni siquiera se encuentra disponible. Lo cierto es que tampoco tengo la más mínima idea de la razón por la que lo guardé. Sólo tengo un nombre: Art By Papercut1.

Cuando aún sigo sin tener claro cómo gestionar este boletín, ya empiezan a aparecer los primeros cambios en la parrilla. Hemos tardado medio año pero están aquí.
Si alguien sigue estaba haciendo seguimiento, se habrá dado cuenta de que esta semana no toca Nunca a la última, sino Bajo un océano de bits, pero he decidido pegar un volantazo en el orden de publicación.
Cinco meses después, esto sigue sin ser lo que había dicho que sería… aunque sí.
Los enlaces que comencé a recopilar para ir subiendo por aquí siguen a la espera, pero el ritmo al que van entrando nuevas entradas en el documento ha decrecido. Aun así, ya van casi por los cuatrocientos cincuenta.

Pero esa sólo era una de las partes del acuerdo, porque no sólo compartía enlaces en las redes sociales, sino también las pedradas que me surgían en el momento. Así que podríamos decir que llevo la cosa al cincuenta por ciento.

Cada vez que empiezo una entrada por aquí me da por decir “como os decía el mes pasado”, y entonces me doy cuenta de que la semana pasada habría comenzado igual. Cosas de la rotación temática.
Pero no. Hoy no. Cuando sigo sin tener muy clara la manera en la que afrontar este “Nunca a la última”, hoy toca algo nuevo/viejo. Hoy va a ir de proyectos. No, esos proyectos no. Otros.
Me monto un sistema de suscripción por aquí y justo nos cambian la normativa de protección de datos. Biba y Vrabo.
Ante esta disyuntiva me veo dividido entre dos opciones: Seguir manteniendo mi porte retro, o atenerme a la legalidad.
He ahí la cuestión (aunque sólo es la primera del día).

De cualquier manera, y por otro lado, la que está de moda es el pasar de todo así que… quizás no ir a la última sea sinónimo de adecuarme a la legislación vigente.

Menos a la última que nunca, y sin tener aún muy claro qué o cómo quiero que sea esto, llegamos una vez más a la fecha de entrega.
El documento de texto con los enlaces sigue creciendo y se acerca ya a los cuatrocientos artículos a compartir… lo que me provoca una pereza infinita a la hora de ponerme a ordenarlos, ponerles las etiquetas de HTML para que sean pinchables, y decidir bajo qué título los presento.
Ya es otra vez miércoles y, de acuerdo a las reglas arbitrarias que acostumbro a imponerme, toca escribir algo.
Llevo toda la semana dándole vueltas al tema que tocaría escribir hoy. Valorando alternativas, calculando ciclos de escritura y la cantidad de cosas que me dará tiempo a abordar de acuerdo a cada uno de ellos. Pensando en cuáles de los enlaces que tengo apalancados en el block de notas utilizar, y cómo justificar el enlace a cada uno de ellos.
Todo ello para llegar hoy a casa y mandar todo eso a paseo.
Nunca he entendido las redes sociales como una herramienta o un medio de promoción. Soy conscientes de que para mucha gente este es es el único, o uno de los atractivos más importantes, pero este nunca ha sido mi caso.

Para mi siempre han sido una herramienta para estar en contacto con la gente que me importa. Para saber más de ellos y que ellos sepan más de mi. De las personas a las que sigo hay muy pocos a los que no conozco en persona. Gente a la que he llegado a través de amigos o conocidos comunes y con la que me parecía tener cosas en común.

Ayer me rompí. La rabia y la frustración acumulada del último mes me llevaron a ¡¡¡ANATEMA!!! estar a punto de echarme a llorar en medio del trabajo. Destruí ante mis compañeros el personaje que tanto me ha costado levantar y con el que no sé si he logrado engañar a alguien.